Quizá las referencias a “Arrebato” (Iván Zulueta, 1979) que contiene la última novela de Elisa Victoria (Sevilla, 1985) marquen, estimulen, la lectura de este fascinante libro. Asumiendo ser un devoto practicante del filme de Zulueta, resulta un placer leer “Otaberra” pensando, evocando, buscando intersticios con la historia de Eusebio Poncela y Will More (1949-2017) atrapados en el parpadeo del arrebato.
“Otaberra” es “Arrebato” al revés. Uno de los personajes principales de la novela se llama Eusebio, como Poncela. Aparecen en el relato unas fotografías polaroid, unos instantes de parpadeo ante una pantalla y varios álbumes de cromos, igual que en la película de Zulueta los personajes quedaban atrapados en la contemplación en el cromatismo de la colección de “Las minas del rey Salomón”. Y Victoria cita como referencia viva a Marta Fernández-Muro y recuerda a Zulueta, y también a Romy Schneider, que muy bien podría haber interpretado un filme del director de “Párpados” (1989) si hubiera podido o querido hacer más cine. Adentrarse en las páginas de “Otaberra” es atisbar los horizontes sin límites de “Arrebato” en cuanto a su placer por el infinito narrativo, los juegos especulares, la simetría de espacios, lugares y capítulos. Pero “Arrebato” no es más que una inspiración, para nada un trasunto mimético.
“Otaberra” es una historia sobre lo que ocurrió, lo que pudo ser y lo que les/nos gustaría que fuera.
Otaberra es un pueblo sin gracia, ni grande ni pequeño, donde todo es cemento, industria y chismorreo, define Victoria poniendo sus palabras en boca de Renata, la protagonista de la novela, un personaje que se va y vuelve en tiempos distintos cosidos como un organismo temporal único. Renata es bioquímica. Asume la futilidad: sus venas calientes palpitan sin motivo igual que un día dejarán de hacerlo también sin motivo. Su historia a lo largo de la novela está recorrida por distintos planos de percepción y alteraciones del punto de vista. Tiene ideas tortuosas, como una rata cosida dentro de una herida. La prosa de Victoria abunda en descripciones directas, secas, lacerantes, de realidades dolidas. Ocurre con la maternidad y las complejidades del cuerpo femenino, sus defectos y rechazos, expresado a través del diario escrito por Eusebio, el amigo íntimo de Renata, el “rarito” de Otaberra, según las confesiones menstruales de la protagonista. Tan raro, en un contexto puritano, que tras la muerte de Eusebio sus padres sufren más por la vergüenza de las circunstancias que por la pérdida de un hijo al que no entendían en absoluto. Hay mucho dolor y mucha rabia en esta descripción.
En un diálogo entre la sobrina de Renata y una amiga, esta le pregunta si todo esto pasó de verdad o se lo está inventando. Respuesta: “Es lo mismo”.
Así avanza, se transmuta y metamorfosea este relato multiforme sobre alguien para quien la adaptación a lo inesperado, por pequeño que sea, supone un obstáculo insalvable. Hay muchas cosas inesperadas y muchos obstáculos que salvar en la historia de “Otaberra”, en su parpadeo literario con reminiscencias de una fantasía cinematográfica. Y si todo parece centrarse en la muerte de Eusebio en el lejano 1989 y en cómo lo vive, piensa, asume o percibe Renata, Elisa Victoria convierte la trama en un intrincado proceso en torno a esas mismas contradicciones emocionales que atañen a la protagonista y el flujo de voces distintas en el relato. Como la sobrina Beatriz y su madre y ese pasar indolente del tiempo frente a un televisor viendo series que se mezclan unas con otras, ya que la madre confunde “Melrose Place” (Darren Star, 1992-1999) con “Dinastía” (Richard Shapiro, 1981-1989) pero en el fondo tiene razón porque la actriz Heather Locklear, una de las protagonistas de la segunda, apareció en la primera, y todo es un despiste en la gradación catódica de finales del pasado siglo.
El paso del tiempo, la negación o la aceptación de la edad, el cabello teñido, el horror de las canas, la eterna juventud… el arrebato. Le perteneció a Eusebio, el chico más interesante del pueblo, “puro, fuerte y limpio como una roca reluciente de rocío”, el joven disconforme que terminó sus días flotando en una acequia. ∎
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