Empiezo a escribir este texto escuchando de fondo las cinco piezas instrumentales de Yo La Tengo que constituyen la banda sonora de “Old Joy” (2006), la única colaboración del trío de Hoboken con la directora Kelly Reichardt. Evoco mentalmente las imágenes que acompañan y, si no las recuerdo del todo, las reviso luego en el filme. Puedo quitarle el sonido al reproductor de DVD mientras veo “Old Joy”, y ahora lo que evoco es la música escrita y ejecutada por Ira Kaplan, Georgia Hubley y James McNew, con la colaboración a la guitarra de Smokey Hormel, quien sí que ha trabajado en varias películas de Reichardt, que del 9 al 21 de marzo es objeto de una retrospectiva en la Filmoteca de Catalunya dentro del marco del Americana Film Fest.
La música de Yo La Tengo, cuando no se sumergen en sus apocalipsis eléctricos a la orden de Kaplan, es perfecta para los encuadres y el tempo de la directora de “Old Joy”: precisa en su intimismo, de baja graduación sonora, tan lo-fi como lo son varias de las películas de Reichardt. Describen sobre todo un tiempo, un estado de ánimo, la calma tensa que, en el caso de “Old Joy”, alimenta la relación entre los dos protagonistas, un hombre adulto y un hombre joven, durante su fin de semana en las montañas. La música pausada de Yo La Tengo –incluida en su disco “They Shoot, We Score” (Egon, 2008), que recopila sus incursiones en el campo de la banda sonora–, con arpegios limpios de guitarra y percusiones que parecen no querer molestar, se adhiere a la pausa visual de Reichardt en brillante comunión.
Reichardt no es una cineasta musical ni trabaja sobre temáticas musicales, como sí lo hace el productor del grueso de su filmografía, Todd Haynes, que en calidad de director ha recreado a su modo a los Carpenters, Bob Dylan y el glam rock. Pero la relación de la directora con diversos músicos indie ha cristalizado en colaboraciones que van más allá del uso tradicional del rock alternativo en el cine independiente estadounidense. Uno de los dos protagonistas de “Old Joy” está encarnado por Will Oldham. Poco después de cerrar la aventura de Palace Brothers y Palace Songs y convertirse en Bonnie ‘Prince’ Billy, Oldham ya había escrito la música del segundo filme de Reichardt, “Ode” (1999), rodado en Super-8 y de 48 minutos de duración. Su historia, la de dos jóvenes de distinta clase social que se aman, Bobbie Lee y Billy Joe, está inspirada en lo relatado por Bobbie Gentry en “Ode To Billie Joe”, su brillante canción de 1967.
“Wendy And Lucy” (2008) no tiene música salvo al final. No la necesita en absoluto. Se basta con su protagonista, una joven a la deriva, entre viajera y vagabunda, y la perra que la acompaña. Tiene suficiente con una portentosa Michelle Williams –con la que Reichardt ha trabajado en varias ocasiones–, una perra que se pierde y una ciudad anclada en medio de la nada. La música es en este filme un susurro: la melodía sin palabras entonada por una voz femenina al principio, acompasada al trávelin lateral que sigue a Wendy y su perra por un bosque. Vuelve a aparecer Oldham como actor, en cometido más breve –uno de los integrantes del grupo de amigos con los que conversa Wendy frente a una fogata, allí donde se cuentan las historias– y aportando a los títulos de crédito finales una bella pieza de electrónica analógica en espiral punteada por la guitarra acústica de Hormel.
En “Meek’s Cutoff” (2010), “Night Moves” (2013) y “Certain Women” (2016) es Jeff Grace quien realiza la envoltura sonora del cine de Reichardt, siendo su música un cortocircuito entre el género americana, la electrónica impresionista y la acústica de Hormel. Otra música perfecta para el tiempo detenido, y pese a ello, el movimiento continuo en el cine de Reichardt.
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