Nadie tritura y pulveriza los ritos de la vida moderna, los pilares que asientan cómodas existencias, como Lionel Shriver (Carolina del Norte, 1957). Es fácil reírse, carcajearse incluso, pero no tanto hacerle una llave de judo al absurdo, tomarle las medidas al disparate cotidiano y empaquetarlo en feroces y divertidísimas sátiras. “Gasto todos los días enormes cantidades de energía en indignación, incredulidad y rabia”, explicaba hace poco la autora de “Tenemos que hablar de Kevin” (2003; Anagrama, 2007). Y la que no gasta, cabría añadir, la destila en las páginas de obras como “El movimiento del cuerpo a través del espacio” (“The Motion Of The Body Through The Space”, 2020; Anagrama, 2023; traducción de Daniel Najmías), novela sobre el amor a las puertas de la vejez, el culto obsesivo al cuerpo y, en fin, el ser humano como el único espécimen lo suficientemente memo como para tropezar infinitas veces con su propia estupidez.
Si con “Big Brother” (2013; Anagrama, 2014) ya hizo diana en el centro de la familia y en el complejo equilibrio de fuerzas de una sociedad obsesionada con la forma física y, al mismo tiempo, sepultada bajo toneladas de comida basura, “El movimiento del cuerpo a través del espacio” es el particular ajuste cuentas de Shriver con los talibanes del fitness, los renacidos espiritualmente en mallas ajustadas y bicicletas de 10.000 dólares y, en fin, los exsedentarios convertidos en furiosos conversos. En la novela, todo echa a rodar, o a correr, cuando Remington Alabaster, sesentón prejubilado a la fuerza y poco o nada amigo del ejercicio físico, anuncia a su esposa, de nombre Serenata Terpsichore, que se está preparando para correr un maratón. Del sofá a los 42 kilómetros en un abrir y cerrar de ojos.
El conflicto surge no tanto con la voluntad de Remington de echarse al monte como con el momento elegido para hacerlo: su epifanía gimnástica, nacida como respuesta a un conflicto laboral que le ha costado su puesto de trabajo, coincide con el ocaso físico de Serenata, a quien después de toda una vida entregada al jogging, el ciclismo y el ejercicio físico regular y constante, le acaban de diagnosticar artrosis. Peor aún: le han de reemplazar las rodillas por sendas prótesis.
A partir de ahí, todo viene rodado: la espiral de vergüenza ajena que va de un maratón a un triatlón; la furia creciente de Serenata; la perturbada y psicopática entrenadora personal que contrata Remington; el grupo de entrenamiento con pinta de secta vigoréxica; los hilarantes flashes sobre el Vietnam laboral de Remington en el Departamento de Transportes de Albany; las idas y venidas de los hijos deliciosamente disfuncionales del matrimonio… El deporte, claro, es lo de menos; la excusa para despedazar, página a página, a una sociedad borracha de sí misma y neurotizada hasta extremos demenciales; la carcasa tras la que se esconde una brutal y tierna historia de amor, una reflexión sobre los peligros de la corrección política, y una salvaje crisis de pareja convertida en divertidísima carrera de obstáculos.
De ahí que lo mejor de “El movimiento del cuerpo a través del espacio” sean unos diálogos que son pura esgrima verbal; afilados estiletes de ida y vuelta con los que Shriver se ahorra (a veces demasiado) buena parte de la acción y la trama pero que acaban construyendo un irresistible manual de réplicas maliciosas, discusiones ingeniosas y ágiles intercambios de golpes. Una versión teatral y mordaz de la clase media con pocos escrúpulos y demasiado tiempo libre que escuece como la vida misma. ∎
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