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Retrato muy bien hilvanado, perpetrado por Marce “Becerring” Moreno (Pozoblanco, 1984) con lo que podríamos llamar orden caleidoscópico, oxímoron que aquí deviene en cordura, de Alex Chilton, quien estuvo entre nosotros durante 60 años (nació en Memphis en 1950, murió en Nueva Orleans en 2010), aferrado en varios, demasiados, momentos de su existencia a un modus vivendi enredoso y desordenado, podría decirse que asalvajado, con su brújula interior dando tumbos, al cual en estas 444 páginas (agradecimientos incluidos) se le pone cronología, contexto y trasfondo. Sus diferentes etapas –que, en lo musical, resumidas en trazo grueso serían tres: The Box Tops, Big Star y su carrera en solitario– se diseccionan con un bisturí que muestra lo principal y lo básico del personaje al poco ducho en la materia, pero que también saca a la luz numerosa información para saciar a quien se acerque a “Algo muy dentro de Alex Chilton” con los deberes biográficos del artista ya hechos.
A pesar de que se nos cuenta el tránsito vital de alguien que se pasó buena parte de su existencia (viene metáfora) subido a una montaña rusa con un pulsioxímetro averiado, el relato avanza coherente y entretenido, cual puzle que va cogiendo forma reforzado con ilustraciones de El Ciento (algunas, viñetas a modo de cómic) y con abundantes testimonios de actores secundarios –y no tan secundarios– y de extras de la película personal y profesional de Alex (Bill Cunningham, Gary Talley, Rich Tupica, Jody Stephens, Chris Stamey, Ross Johnson, René Coman, Jaime Gonzalo, Juan Santaner, Jon Auer, Laura Chilton…), que despejan interrogantes y nos aclaran por qué el músico estadounidense hizo o no hizo esto y aquello, a veces para su beneficio y otras para lo contrario. Piezas sueltas que, puestas unas al lado de otras, nos hacen ver por qué pasaba de su monte Everest a su sima Veryovkina y tiro porque me toca, enganchado, conscientemente o no, a la máxima que cantaba Bob Dylan en “Love Minus Zero/No Limit”: “No hay éxito como el fracaso, pero el fracaso no es un éxito, en absoluto”.
Durante la lectura resulta inevitable no quedar pegados en la red que se nos pone debajo, que no es otra que la de volver a repasar los discos de Big Star –dándole vueltas a opiniones como “si ‘Radio City’ fue el desenfreno nocturno, no cabe duda que lo que vendría después sería el alargado día siguiente de bajón. Su antítesis resacosa” o “El tiempo ha colocado a ‘Third’ del lado de las obras sombrías, y ciertamente sostiene su mito en material subyugante, incómodo (‘Holocaust’, ‘Kanga Roo’, ‘Big Black Car’, ‘Dream Lover’), pero no podemos obviar su prístina belleza, sus abigarrados arreglos, su dulzura quebrada, su vigoroso cinismo juvenil”–, los LPs que Alex Chilton firmó con su nombre –léase beber de nuevo del poso caótico-alucinante de “Like Flies On Sherbert” (1979) o zamparse el gumbo de “Feudalist Tarts” (1985)– o adentrarse por otras carreteras secundarias que transitó nuestro hombre, caso de Tav Falco’s Panther Burns y discos que produjo bajo el influjo de sus admirados The Cramps: “Gravest Hits” (1979), “Songs The Lord Taught Us” (1980). Y si se tercia, tirarse de nuevo a la piscina de los barceloneses The Pantano Boas. O ponerse discos de R.E.M. o The Replacements o Steve Wynn o Ben Vaughn para ver cuán (muy) influyente fue Chilton para toda esa gente. Efectos secundarios que este pasado verano me ha provocado este libro, con el que he pasado muy buenas horas. Los recomiendo: el libro y sus efectos. ∎