Hay algo entre el extrañamiento y la pasión del recién llegado en cómo se habla sobre “salir” en “Raving” (2023). McKenzie Wark pasó casi veinte años alejada de las raves, creciendo, transicionando, asentando su posición como escritora, activista y teórica. Y su retorno al mundo de la noche aporta la perspectiva del que está completamente fascinado tanto como la del que es capaz de verlo desde fuera. Lo crítico, la necesidad de debatir, de aportar conceptos y de plantear un corpus teórico a cosas que no tienen por qué tener explicación se integra de forma espontánea en la vivencia propia, en el caos de la experiencia y en los significados personales que en el fondo componen una noche de rave. Y en el subtexto se refleja la imagen que da el mismo signo de los tiempos: la fiesta vuelve a irse de fiesta como se iba de fiesta en los noventa.
Que Wark sea una mujer trans aporta un enfoque interesante: no olvidemos que las disidencias y el transhumanismo se han desarrollado siempre al abrigo del club y al ritmo de la música electrónica. El club nos iguala, nos permite expresarnos en libertad y, por un momento, desaparecer, no ser –o quizá ser más que nunca: ser solo estando, sintiendo–. Pero esa ausencia de uno mismo forma una bellísima dualidad con el cuidado mutuo, con el espacio seguro que se cocrea en tiempo real, aunando disidencias y marginalidades. A través de su vivencia personal y en diálogo con más de una docena de personajes reales cuya identidad se difumina en el relato como lo hace en la rave, Wark consigue captar muy bien el espíritu: la resistencia, la comunidad, la idea de que la fiesta es algo que simplemente se vive, donde va uno a dejarse llevar, y al mismo tiempo algo que se tiene que pensar. El hedonismo es un acto político.
Y la electrónica nos deshumaniza. Nos superhumaniza, más bien: permite resetear todo lo que nos diferencia, construir la identidad que queremos. “Mi teoría es que se trata de una música, o mejor una tecnología sónica, hecha para alienígenas. Es un sonido en el que ningún cuerpo humano es más bienvenido que otro. Al no sentirme en casa en este cuerpo ni en ningún otro, siento que este cuerpo encuentra su casa en el techno, cuando bailo”, escribe la autora.
Además, su historia se adentra también, aunque tímidamente, en el –a veces turbio y contradictorio– setting de reglas que representa el mundo nocturno para la cisheterosexualidad esencialmente masculina: todo es válido cuando uno quiere fingir una noche que camina por el lado salvaje de la vida. Prostitución, abuso, sumisión química… incluso descuidos, pedos y malos viajes por no ponernos tanto en lo peor. En un entorno en el que todo vale y en el que los peligros se multiplican, cuidarse los unos a los otros y reforzar los vínculos invisibles que nos unen con los que vienen con nosotros –pero también con los que no– termina convirtiéndose en la única regla que merece la pena recordar. “Raving” pone cabeza, zapatilla y corazón para dejarlo muy claro. ∎
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