La catalana Nadia Hafid (Terrassa, 1990) es una de las voces más destacadas de una generación de autoras que, en la última década, ha configurado una escena todavía caracterizada por la experimentación narrativa, la multidisciplinariedad y el alejamiento de las fórmulas clásicas. “Mal olor”, el tercer cómic largo de Hafid, ha sido publicado previamente en catalán por la editorial Finestres como “Mala olor”, y ganó el Premio Finestres de Còmic en Catalá de 2024, lo que no es sino un nuevo reconocimiento a una autora que ya ha obtenido, entre otros, el Premio a la Autora Emergente de la ACDCómic (2021) y el Premio El Ojo Crítico (2022).
El trabajo de Hafid siempre llama la atención, de entrada, por su particular estética, basada en líneas de apariencia engañosamente vectorial –la autora continúa trabajando de forma artesanal–, hasta el punto de que puede correrse el riesgo de considerar sus cómics puros ejercicios visuales. Sería un error, porque las obras de Nadia Hafid son, quizá junto con las de Marta Cartu, las que mayor carga crítica tienen de toda esta corriente de nuevos grafismos y referencias ajenas a la tradición del cómic más comercial. Así, “Mal olor” continúa con la intención sociológica de sus dos primeros libros; si “El buen padre” (Sapristi, 2020) mostraba las dificultades de integración de la población migrante y los problemas de convivencia familiar derivados de ello, y “Chacales” (Sapristi, 2022) se centraba en cuestiones de salud mental, marginación social y precariedad, este nuevo cómic aborda lo peor de la cultura empresarial y la vida laboral.
Casi podría decirse que Nadia Hafid trabaja cada nuevo proyecto como una obra de tesis, en la que parte de los conceptos que quiere tratar, y que investiga antes de elaborar la trama. Pero eso no significa que esta sea secundaria: en “Mal olor”, de hecho, está muy bien armada y mantiene un ritmo impecable, reforzado por el control sobre la secuencia que la experiencia le da a la autora: en ese aspecto, seguramente sea su cómic más pulido. La protagonista de la historia, una joven trabajadora racializada de la que no llega a decirse el nombre –lo cual refuerza su deshumanización por parte de la empresa– se ve envuelta en una serie de decisiones de la corporación Angle Group, que se ven afectadas en la aparición de un olor desagradable en el espacio de trabajo que perturba el desarrollo de sus jornadas laborales.
La aparición de esa peste, que antecede a la de una masa de un color verde enfermizo, resulta una metáfora quizá demasiado obvia de que algo huele podrido en el mundo corporativo, pero el tratamiento que aplica Hafid sí es más novedoso, porque, al no recurrir apenas al texto, la carga crítica reside principalmente en su dibujo, con el que representa de manera visual la alienación de las trabajadoras, la repetición de rutinas y la deshumanizada asepsia de unos espacios de trabajo angustiosamente perfectos, por no mencionar el desarrollo de las reacciones de su protagonista, preocupada de que puedan relacionar ese olor con ella.
“Mal olor” arranca con una arenga corporativa de la mánager de la empresa, quien bien puede ser el personaje más interesante de la historia. La neolengua empresarial que el capitalismo emplea para venderle la moto a la clase trabajadora se reproduce aquí con exactitud, aunque, al contrario de lo que sucede en otras obras, Hafid evita usarla desde el humor, por mucho que parezca prestarse a ello: es un acierto transitar otro camino que no caricaturiza a esa jefa intermedia que, en su hieratismo y enigmáticos silencios, parece querer mostrarse al lector como una víctima más de la maquinaria extractiva.
Las principales, en todo caso, son esas trabajadoras machacadas, presas de las ocurrencias de su empresa –de la que, intencionadamente, no sabemos a qué se dedica: da lo mismo porque todas acaban funcionando igual–, forzadas a considerarse “una gran familia”, precarizadas, estresadas, siempre al borde del agotamiento y con miedo a cogerse una baja. Y, sobre todo, desunidas. Lo más desalentador de “Mal olor” es que se sitúa en un momento en el que parece que cualquier lucha sindical o colectiva ha sido ya asfixiada y no queda más que acatar todo lo que la empresa ordene. Eso sí, siempre con una sonrisa, aunque negarla es, precisamente, el acto de sutil resistencia que se permite la protagonista.
La única alternativa que parece quedarnos no reside en la acción de ningún working class hero, sino en la corrupción del sistema, que parece empezar a colapsar víctima de su propia putrefacción. El discurso corporativo, que tiene su correlato en el rosa palo que predomina en la paleta de colores de Hafid, se resquebraja cuando esa pestilencia verde infecta las oficinas. Cada cuál tendrá que decidir si confiar en que el capitalismo se derrote a sí mismo es una esperanza o una ingenuidad. ∎
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