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Por María Adell→
19. 05. 2022
En el ensayo “Responsibilities Of A Gay Film Critic” (1995), Robin Wood afirmaba que la característica fundamental del “hombre capitalista” era la insatisfacción, acompañada siempre por una irremediable ansiedad. O, dicho de otro modo, “el deseo de poseer más y el temor a perder lo que se tiene”. Esta definición podría funcionar como epitafio de “Ozark” (2017-2022), excelente serie sobre la lucha de clases en Norteamérica que estrenó recientemente su última y definitiva temporada. Así que a partir de aquí van a leer spoilers, vaya por delante. En “Ozark”, creada por Bill Dubuque y Mark Williams, el capitalismo distingue entre clases, pero no entre géneros: la insatisfacción y ansiedad permanentes de Marty Byrde (Jason Bateman) son solo un pálido reflejo de la ambición de su esposa, Wendy (Laura Linney), encarnación implacable de la voracidad de un capitalismo que, para sobrevivir, necesita “expandirse” infinitamente.
La centralidad del personaje de Linney y la insistencia en definir el matrimonio heterosexual y la familia nuclear como poco más que una joint venture alejaron “Ozark”, desde su estreno, de su referente indiscutible: “Breaking Bad” (Vince Gilligan, 2008-2013). Ambas ficciones compartían un punto de partida similar –un hombre corriente veía su vida transformada al involucrarse en un peligroso negocio ligado al narcotráfico– y la voluntad de crear un universo propio partiendo de una geografía atípica: la aridez de Nuevo México; el paisaje inundado y putrefacto de Misuri. Si la ficción de Vince Gilligan sigue siendo insuperable con respecto a la creación de toda una mitología y al dominio de la tensión narrativa, “Ozark” se beneficia de una mayor profundidad en la definición de sus personajes femeninos y de la inclusión de un concepto ausente en “Breaking Bad”: la lucha de clases. La importancia capital, en esta última temporada, de Ruth Langmore –un personaje que, apoyado por la interpretación de Julia Garner, desborda los límites del encuadre en cada aparición– es el resultado lógico de estas decisiones. Si el centro emocional de la tercera temporada había sido la traición de Wendy a su propio hermano, el de la cuarta es la venganza de Ruth por el asesinato de su primo. Garner dota a Ruth de la gravedad melancólica de una princesa destronada (y malhablada), de alguien consciente de ser la última de una estirpe maldita, los Langmore, encarnación de esa Norteamérica abandonada en la cuneta del progreso. Es por ello que, a partir de su segunda mitad, la cuarta temporada de “Ozark” se desliza hacia el terreno de la tragedia, convirtiéndose en un desfile de espectros que presagian el destino inexorable de sus protagonistas.
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