El cineasta tejano llegaba a España tras finalizar en París “Nouvelle Vague” (se estrenará en 2025), una “suerte de comedia” sobre el rodaje de “Al final de la escapada” (Jean-Luc Godard, 1960) que es, también, “una película sobre un grupo de personas obsesionadas con el cine”. Un proyecto que encaja como un guante en la filmografía de un cineasta cinéfilo –es cofundador y director artístico de la Austin Film Society desde 1985– con el que pudimos conversar acerca de su obra, de su trabajo con los actores o de la relación de su cine con la música.
¿Qué diferencia al chaval que, al inicio de “Slacker” (1990), se metía dentro de un taxi y le contaba al conductor un extraño sueño que acababa de tener, del cineasta maduro que presentó en Barcelona “Hit Man. Asesino por casualidad” (2023), su última película? La distancia entre uno y otro es, simplemente, una cuestión de tiempo, una noción que Richard Linklater (Houston, 1960), uno de los cineastas más importantes surgidos del movimiento indie que floreció en Estados Unidos en los noventa, conoce en profundidad. Han pasado 33 años desde ese segundo largometraje filmado en su mayoría con una cámara de 16mm en las calles de Austin, y que presentaba una serie de personajes –entre ellos, el propio Linklater– caracterizados por su incontinencia verbal, su movimiento incesante y su espíritu inconformista: filósofos de la vida, vagabundos callejeros, slackers cuya actitud improductiva, su resistencia a entrar en la rueda del progreso económico y social encarnó la disidente apatía de toda una generación juvenil, como afirma Covadonga G. Lahera en el texto sobre “Slacker” incluido en el espléndido dosier que ‘Transit’ dedicó al cineasta norteamericano.
Han pasado, por tanto, más de tres décadas, pero se pueden intuir en el propio Linklater, y en su cine, gestos de resistencia a la norma y al statu quo, que permea tanto en su obra como en sus personajes: no hay tanta distancia entre el viejo anarquista que en “Slacker” abogaba por hacer saltar por los aires las instituciones del poder político tejano –como un moderno Guy Fawkes– y el peterpanesco rockero (Jack Black) que en “Escuela de rock” (2003) se hace pasar por profesor de música e inicia una revolución artística en las aulas de una rígida escuela infantil.
En todas estas películas –también en los jóvenes ociosos que deambulan por “Movida del 76” (1993) y su “secuela espiritual” “Todos queremos algo” (2016), o en el personaje cascarrabias de Billy Bob Thornton en “Una pandilla de pelotas” (2005)– se respira un cierto aire libertario e inconformista –no conforme con el mundo de los adultos ni con sus reglas– que, tal vez, tiene que ver con las prácticas fílmicas de un cineasta que empezó haciendo cine en la más absoluta independencia.
Como otros cineastas antes que él –Jean Renoir, John Cassavetes–, la obra de Linklater está fuertemente comprometida con el trabajo actoral. “Hit Man. Asesino por casualidad”, una combinación insólita –y con un happy ending libertario que parece una enmienda a la totalidad del sistema penal y judicial estadounidense– “de ‘screwball comedy’ y filme noir”, podría describirse, también, como una película sobre el arte interpretativo y la superposición de identidades que este acarrea. En el filme, Glen Powell –actor originario de Austin y ya habitual en la obra linklateriana: aparece en “Fast Food Nation” (2006), en “Todos queremos algo” (2016) y en una de las incursiones del cineasta en la animación, la autobiográfica “Apolo 10 ½. Una infancia espacial” (2022)– encarna a Gary Johnson, un apocado profesor de filosofía que tiene una doble vida como infiltrado de la policía de Nueva Orleans, haciéndose pasar por un asesino a sueldo y ayudando a capturar así a personas que demandan sus servicios. Como “Bernie” (2011), el último filme de Linklater está basado en un artículo del periodista Skip Hollandsworth que narraba un caso real, pero el cineasta construye una alegoría de raíces filosóficas sobre la noción de identidad personal y sobre la posibilidad de transformación del ser humano. En ello es esencial el trabajo de Powell, que encarna de forma hilarante un desfile carnavalesco de personalidades –es Gary, pero también Ron, un seductor y carismático asesino a lo Jason Statham; y también un mercenario ruso o un psicópata a lo Patrick Bateman– que deriva finalmente en una celebración –muy propia del autor– del poder del trabajo actoral, así como en una reflexión optimista sobre la posibilidad de cambio individual: la reivindicación de la identidad personal no como una categoría estable, sino abierta a una perpetua transformación. “A Glen lo conozco desde hace veinte años, desde que era adolescente, porque vivimos en la misma ciudad”, afirma Linklater. “Él se parece mucho más a Ron que a Gary, pero por eso mismo nos pareció a ambos muy divertido que fuera él quien hiciera este personaje, que encarnara una identidad que en apariencia no le encaja”.
En los créditos de la película, Powell aparece como coguionista, algo que no es nuevo en la obra de Linklater: en las dos últimas entregas de la famosa trilogía “Antes del…” –es decir, en “Antes del atardecer” (2004) y “Antes del anochecer” (2013)– también aparecen acreditados como guionistas Ethan Hawke (actor fetiche del cineasta) y Julie Delpy, que encarnan a Jesse y Celine en estas tres imprescindibles películas de su filmografía. La trilogía, iniciada con “Antes del amanecer” (1995), y basada en dilatadas secuencias en las que la pareja protagonista camina por diferentes localizaciones mientras divaga sobre diversos temas en digresivos y aparentemente espontáneos diálogos, cristaliza algo ya apuntado en la primera etapa del cine de Linklater: que el suyo es un cine de la palabra. “Muchas de mis películas se basan en el diálogo. Cuando era solo un niño, me encantaba escribir obras de teatro, y creo que tengo buena memoria para captar cómo la gente habla. Una vez escrito el guión, lo que hago es trabajar mucho con los actores para mejorar y reescribir los diálogos con ellos a lo largo de los ensayos. Así, cuando llega el momento del rodaje, no suele haber muchas modificaciones con respecto al guión definitivo; no creo demasiado en la improvisación”.
“Slacker” (1990)
Su segundo largometraje, rodado en 16mm, sintetiza a la perfección el carácter deambulatorio de la obra del cineasta tejano, así como su espíritu inconformista. Austin, ciudad de adopción de Linklater y oasis de tolerancia y creatividad artística en el interior de Texas, es el escenario en el que caminan y divagan sin parar un reparto coral de personajes prototípicamente linklaterianos que van pasándose el testigo narrativo de una película radicalmente descentrada. Atención a ese final que, como indicaba acertadamente la revista ‘Transit’, remite a la extraordinaria clausura de “Carretera asfaltada en dos direcciones” (Monte Hellman, 1971).
“Movida del 76” (1993)
Posiblemente, la mejor película de instituto jamás rodada. Las calles de Austin se convierten en el escenario de los encuentros fortuitos de un grupo de chavales –entre ellos, unos jovencísimos Matthew McConaughey y Ben Affleck– en su última noche de instituto. En los bares y en las radios de los coches que se desplazan indolentemente de hamburgueserías a fiestas repletas de alcohol y drogas blandas –esta es también una de las mejores stoner movies de la historia– suenan War, The Runaways, ZZ Top o Kiss, entre muchas otras bandas de los setenta, década en la que se desarrolla la historia. Linklater captura el movimiento perpetuo y fluido –sin finalidad, sin objetivos– de la juventud en una película que evoca su propia adolescencia sin un ápice de nostalgia.
Trilogía “Antes del…” (1995-2013)
De Viena –“Antes del amanecer” (1995)– a París –“Antes del atardecer” (2004)– y de ahí a Grecia: “Antes del anochecer” (2013). Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) construyen su relación a base de largos paseos deambulatorios y de dilatadas conversaciones que parecen construidas, también, a partir de desvíos y circunloquios. Filmadas aproximadamente cada diez años, estas tres películas constituyen un claro precedente de la ambición linklateriana de utilizar el cine como modo de capturar el flujo de la vida y el transcurso del tiempo.
“Escuela de rock” (2003)
Eternamente situado, a la vez, dentro y fuera del cine mainstream, Linklater se las apaña para convertir un filme destinado a un público familiar, y construido a mayor gloria del potencial cómico de Jack Black, en un irresistible alegato musical a favor de la creación artística y de la improductividad que se atreve, incluso, a defender el fracaso como modo alternativo de vida. El cineasta tejano volvería a repetir con Black en “Bernie” (2012), que podría formar una suerte de díptico con la reciente “Hit Man. Asesino por casualidad” (2023).
“Boyhood (Momentos de una vida)” (2014)
¿Cómo sintetizar los primeros veinte años de vida de una persona en menos de tres horas? “Boyhood (Momentos de una vida)”, una película rodada a lo largo de doce años, lo consigue dando la sensación además –como suele suceder con Linklater– de que lo hace sin esfuerzo. La obra más aclamada del autor tejano recorre la infancia y adolescencia de su protagonista, Mason (Ellar Coltrane), a partir de retazos de vida aparentemente insignificantes. El resultado es una película-milagro que evapora la frontera entre ficción y realidad y que nos confronta, como ninguna otra antes, con el tiempo como modelador de nuestra existencia. ∎
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