“Este libro es un viaje en busca de las huellas que la melancolía ha dejado en la música clásica, es decir, en la música escrita y culta”, escribe Roger Bartra (Ciudad de México, 1942) en la primera página de “Ecos de la melancolía”, un ensayo fascinante (y muy didáctico) que sigue los meandros que ese sentimiento, tan subjetivo, provoca en el oyente o que sirvió de motor inspiracional como materia creadora para muchos compositores.
“La música gira en torno de sensaciones o sentimientos, y la melancolía, junto con la alegría, forma una de las piezas claves del edificio emocional que construye”, afirma un poco más adelante. Traducir en palabras las emociones que provoca la música es casi tarea imposible: no hay (ni habrá) una codificación científica que nos indique cuál es la intención real de los sonidos que emanan de una partitura, eso siempre dependerá de la interpretación del receptor de la pieza, pero Bartra, en las doscientas páginas del libro, se aventura a “traducir” el estado melancólico analizando composiciones y períodos musicales donde la melancolía ha dejado su impronta.
El viaje musical se inicia con el compositor y laudista John Dowland (1563-1626) –aunque se referencian brevemente precedentes medievales como “Cantigas de amigo” y “El canto de la Sibila”–: las siete pavanas de “Lachrimae” (1604) se consideran la semilla de la música melancólica, semilla plantada por él mismo cuatro años antes con “Flow, My Teares” (“Fluyan, lágrimas mías”). Dowland, de cuya trayectoria vital se sabe muy poco, influyó en músicos tan alejados en el tiempo como Benjamin Britten (1913-1976), que compuso algunas variaciones a partir de “Lachrimae”.
Atravesando con buena salud los períodos del Barroco y del Romanticismo, la melancolía musical halló tiempo difíciles con el advenimiento de las vanguardias en el siglo XX: el dodecafonismo y el serialismo no estaban muy por la labor de provocar “sentimientos” y sí por atrapar y encapsular la esencia del puro sonido, aunque siempre (siempre) hay excepciones: el autor encuentra trazas de melancolía en algunos pasajes de “Pierrot Lunaire” (1912) de Schönberg o en obras de Ligeti y, afrontando el presente, el factor melancólico se reaviva en composiciones de Philip Glass, Górecki, Pärt o William Basinski. Bartra concluye: “Podemos entender que sobran motivos para sufrir la melancolía o para usarla como clave para descifrar lo incomprensible. El dolor antiguo puede servir para darle sentido a lo nuevo misterioso”. Imprescindible: acompañen la lectura con el muestreo de piezas seleccionadas por el autor en esta playlist. ∎
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