Ocurre más o menos a mitad de trayecto, cuando uno ya cree haberse acostumbrado a las fabulosas idas y venidas de “La Conejera” (“The Rabbit Hutch”, 2022; Sexto Piso, 2023; traducción de Ce Santiago); a las trampillas y túneles que conectan historias y, fiesta en la madriguera, atraviesan capítulos, apartamentos y lavanderías y, de pronto, Tess Gunty (South Bend, Indiana, 1993) echa el freno y se detiene en una confesión. Sí, una confesión. Religiosa. Con su iglesia, su reclinatorio y su barra libre de desvaríos deliciosamente absurdos.
A un lado, un sacerdote; al otro, el hijo resentido de una actriz que acaba de morir y que, en vez de acudir a su funeral, ha viajado a Vacca Vale, Indiana, para vengarse de la moderadora de la web descanseenpaz.com por eliminar un comentario hiriente sobre su madre. ¿Demasiada información? Pues no acaba ahí la cosa, ya que la vendetta que planea Moses, que así es como se llama el hijo, consiste en embadurnarse en pintura fluorescente e irrumpir de madrugada en casa de la ofensora para darle un susto de muerte. De locos, sí. “Joan vive con varias plantas de plástico en el apartamento C2, en el primer piso de La Conejera. Aspira a tener algún día plantas vivas, pero es incapaz de reunir la confianza”, leemos. Joan, antes de que pregunten, es la moderadora de obituarios de Descanse en Paz, “donde la vida sigue”.
Bienvenidos a “La Conejera”, paraíso disfuncional; Gran Novela Americana, subsección desguaces y cacharrerías; debut con el que Gunty, treinta años recién cumplidos, se convirtió en la escritora más joven en ganar el National Book Award. Una deslumbrante historia de amor, crueldad, precariedad y gentrificación; de soledades compartidas, arrebatos místicos y violencia irracional, que captura a la perfección el espíritu de una época atravesada por la angustia, la ansiedad y el atropello polifónico. “Y, por si fuera poco, lo de convertir en arma la soledad de la gente, convencer a cada usuario de que es una celebridad menor, te obliga a comisariar una muestra chispeante y artificial de tus mejores experiencias, exige una actuación social sin tregua que poco tiene que ver con tu vida interior”, reflexiona uno de los personajes a cuenta de las redes sociales.
No es esta, sin embargo, una novela sobre nuevas tecnologías (o no solo eso), sino un tragicómico y a ratos despiadado retablo de viejas pasiones desperdigadas por la antaño floreciente Vacca Vale, sede de la factoría automovilística Zorn que el tiempo y el progreso han convertido en un deprimente agujero posindustrial del Medio Oeste. Nada grave: ya hay en marcha un plan para convertir la ficticia ciudad en el Silicon Valley del Cinturón de Óxido. Dentro risas. Porque, después de todo, si algo es “La Conejera” es una exquisita y tóxica sátira sobre el cada vez más alicaído y delirante american way of life; un accidente en curso del que es imposible despegar los ojos.
En el centro, La Lapinière, edificio residencial proyectado para los trabajadores de la fábrica y en el que viven, pared con pared, madres desesperadas, ancianos en pie de guerra contra las ratas, desechos de casas de acogida, tarros de guindas al marrasquino y viudos perdidos en el océano del cariño digital. Y, en el centro del centro, Blandine, un personaje que es un milagro; una joven de belleza alienígena y heroísmo casi decimonónico que cambia de vida (y de nombre) mientras abre puertas, alicata pasillos y boicotea futuras inversiones con animales muertos y sangre falsa. Obsesionada con las místicas en general y con Hildegarda de Bingen en particular, ella es la voz que articula todo el relato, protagoniza una chapucera historia de amor magistralmente narrada y coloca a Gunty en un lugar no muy lejano al que antes transitaron David Foster Wallace, Lorrie Moore o Jonathan Safran Foer. ∎
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