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Desde que el Evergreen se desencalló del Canal de Suez, internet se ha sentido descompuesto, como una obra coral mal dirigida y que no va a ningún puerto. Hoy, volvemos a navegar. Después de semanas en las que no ha habido Una Narrativa Principal, finalmente nos ha unido el único motivo que puede unir a todo internet hacia un mismo objetivo y en una misma dirección: el odio hacia los ricos. El Louis Vuitton que la tiktoker Nuria Pajares @nuriapajares le regalaba a su hija por acabar la Selectividad salía de TikTok con una viralidad moderada para convertirse en una overnight sensation de las críticas en Twitter. Del vídeo del “Luisvi” se pueden destilar secretos propios de una clase magistral sobre viralidad en Twitter: la posiblidad de hacer crítica social + el factor sorpresa. Del él han nacido numerosos memes (desde los que hacen referencia al primer Luis VI de Francia hasta vídeos en los que se muestra a la madre enseñando el móvil con un multiverso de regalos posibles) y spin-offs aclaratorios en los que Nuria Pajares anuncia que su hija va a sortear el famoso bolso, y que la reacción recibida es desorbitada por un bolso que cuesta lo mismo (o menos) que un iPhone. Pero ese no es el point. Lo realmente importante es que volvemos a estar unidos, como una familia, capaces de dibujar narrativas imaginarias en el caos que es la red.
El problema con la fragmentación es que disipa corrientes importantes que están ocurriendo. Esta semana ha sido la tiktoker Isabella Avila –@onlyjayus– la que ha aportado una historia más a algo que llevamos viendo desde el nacimiento de TikTok. La creadora digital, que se centra en life hacks relacionadas con la ciencia, se ha visto envuelta en la secuela de una controversia que empezaba en febrero, cuando se leakearon al público conversaciones suyas en las que usaba términos racistas. Al parecer, en ese momento (y para mitigar las críticas, seguramente) propuso realizar colaboraciones a varios tiktokers afrodescendientes, a los que, al poco tiempo, cuando las aguas ya se habían calmado, dejó de responder. No es una historia pequeña –la petición para banearla ya tiene 115.000 firmas–, pero, como otras muchas historias relacionadas con la invisibilización de creadores racializados en internet, no trasciende más allá de un cúmulo de anécdotas. No es casualidad que, mientras en industrias culturales donde el público ve responsabilidad humana –como la música o el cine– nos sentimos legitimados a exigir que se rompan patrones opresivos, internet se nos vende como un mercado de oportunidades para todos que se lavan las manos de cualquier injusticia social. No es así. No es casualidad que la gran mayoría de influencers que han nacido de TikTok sin talentos específicos –Charli D’Amelio, Addison Rae– sean blancos. Cada vez son más los que se dan cuenta de lo sistémico del problema, y de cómo una plataforma que se basa en copiar contenido sumado a un algoritmo que favorece abiertamente a gente blanca y guapa habilita una apropiación en masa de contenidos creados por afrodescendientes sin que ellos vean ningún tipo de remuneración. Mientras que la mezcla cultural en internet es inevitable, si no realizamos repasos éticos a la tecnología, esta seguirá perpetuando prácticas nocivas e invisiblizadoras hacia cierta parte de la sociedad… que siempre suele ser la misma. ∎