São Paulo no es capital de estado ni tiene el carnaval más famoso, pero la ciudad más grande, con más población y más rascacielos de Brasil es también su epicentro cultural y económico. Elegida como primera escala de Primavera Sound en Latinoamérica –después de estrenarse a este lado del Atlántico en Los Ángeles en septiembre, y antes de embarcar hacia Buenos Aires y Santiago de Chile–, ha acogido más de cien conciertos entre el 31 de octubre y el 6 de noviembre, concentrando sesenta y cuatro de ellos en dos jornadas en el recinto de Distrito Anhembi, un centro de convenciones inaugurado en 1970 con bastantes puntos en común con el Parc del Fòrum barcelonés: un espacio urbano, con mucho hormigón, apartado del centro y con un auditorio maravilloso, con cinco escenarios decorados con las tipografías y diseños del festival, letras de Primavera Sound en movimiento incluidas en el photocall más popular del recinto. Si no fuera porque las conversaciones que se adivinaban entre el público eran en portugués, habría sido fácil olvidar que estábamos casi a 9000 kilómetros de la ciudad donde nació el festival.
¿Y cómo era ese público? Igual que la cartelería y la señalética replicaban las del Fórum, también las 110.000 personas que llenaron Primavera Sound São Paulo –55.000 por día, rozando el sold out– parecían una fotografía del público de las últimas dos ediciones del festival de Barcelona. Pero si en la capital catalana conviven los veteranos del mismo –personas cis y blancas con una veintena de ediciones a sus espaldas, grupo en el que me incluyo– con un nuevo público más joven y diverso que desafia el binarismo, entre el público de São Paulo la heteronorma y el look de vaqueros y bambas –ejem, culpable– eran minoría. La audiencia es, por fin, más diversa. Durante dos días, el Distrito Anhembi fue una pasarela de maravilla y extravagancia queer, consecuencia de reunir en el cartel a una ristra de divas internacionales de distintas generaciones que cortaba la respiración: Björk, Lorde, Mitski, Charli XCX, Phoebe Bridgers, Caroline Polachek, Arca y Shygirl. Pero también nuestra Bad Gyal y Amaia, o la local Liniker. “¿Soy el único tío aquí o qué?”, se preguntaba Josh Tillman durante el concierto de Father John Misty, uno de los menos concurridos de los escenarios principales, seguramente por su coincidencia con el de Polachek, que estaba llenando el escenario ELO ubicado en el sambódromo. Exageraba, claro: Travis Scott y Arctic Monkeys eran reclamos gigantes en el cartel, pero no le faltaba razón cuando matizó que estaba “rodeado de mujeres con mucho talento” en el roster del festival. No en el escenario, sin embargo, donde los ocho músicos –dos veces la banda que acompañó a Hermeto Pascoal– con los que tocó temas de sus cinco discos de estudio, eran todos hombres.
Esta nueva normalidad más diversa –el lema “Nobody is normal” de Primavera Sound, que defiende la libertad sexual y de género como antídoto a la violencia patriarcal y homófoba, era aplaudido cuando aparecía en las pantallas laterales de los escenarios entre concierto y concierto– era visible también sobre el escenario, entre artistas, coristas y cuerpos de baile.
Como en el cuarteto de baile que acompañó a Bad Gyal en su debut brasileño en Primavera na Cidade, el ciclo de conciertos en espacios de la ciudad que durante la semana del festival le sirvieron de antesala. La catalana enloqueció a la audiencia que llenaba la sala Audio, con capacidad para 3000 personas, gracias a su incuestionable colección de hits de inspiración caribeña y latina y su despreocupada presencia escénica, con el micro de lentejuelas a juego con la sombra de ojos y exhibiendo movimiento de nalgas. Ejerciendo de embajadora de la ciudad donde vive y de donde viene Primavera Sound (“En Barcelona no vamos al strip club”, canta en “Hookah”), Alba Farelo reventó una sala en la que, antes que ella, la rapera local Mac Júlia –pese a sumar más de un millón de escuchas mensuales en Spotify y 126.000 seguidores en Instagram– apenas había congregado público en las primeras filas, con una propuesta versátil que alternaba pop, drill y baile funk y una presencia escénica potente. Lo mismo le pasó a FBC, autoproclamado “o rei do Miami bass” de flow veloz, que tuvo que afrontar el vaciado de la sala después de Bad Gyal triunfando internacionalmente.
Primavera Sound São Paulo arrancaba de manera oficial al día siguiente con Carolina Durante, encargados de estrenar un festival que abría a la una de la tarde y cerraba a las dos de la madrugada, un horario más europeo que el de la matriz barcelonesa. “Muito obrigados por venir a vernos tan pronto”, dijo Diego Ibáñez, con camiseta del Athletic Club y ante una primera fila de fieles –que se sabían las letras– y algunas de curiosos. El músculo de los madrileños anticipó la potencia del sistema de sonido del recinto, que por su distribución no generaba contaminación acústica entre los distintos escenarios. Invitaron a un vitoreado Santiago Motorizado –que tocaría en el mismo escenario ELO después de ellos– a cantar la versión de “Espacio vacío” (Séptimo Sello) en la que colaboraron en 2020.
Su repertorio también incluyó la versión de “Perdona (Ahora sí que sí)” que grabaron con Amaia, quien también la interpretó una hora después en el escenario Beck’s atribuyéndola a su autor, Marcelo Criminal. “Soy una cantante de España”, se presentó la de Pamplona en su primera vez en Brasil. Y São Paulo descubrió a una Amaia a años luz de la artista que debutó con “Pero no pasa nada” (2018). Presentando “Cuando no sé quién soy” (2022), se ve segura dando zancadas de punta a punta del escenario en “Bienvenidos al show”, recuperando “El relámpago” al piano o acompañada a la guitarra flamenca en “Yamaguchi”. Una madurez que también se le notó cuando, tras una lipotimia que la forzó a abandonar unos minutos, decidió volver a salir para terminar el show entre aplausos.
Dos propuestas de raíz latina se repartieron la golden hour. Mientras Los Planetas tocaban en la otra punta de los 400.000 metros cuadrados del recinto (que se recorría en media horita a buen paso), en el BITS, el escenario electrónico, encontrábamos el reguetón futurista de Sangre Nueva, el supergrupo que une al colombiano DJ Florentino, al dominicano Kelman Duran y al ecuatoriano-argentino DJ Python. Fueron tres horas de alt-gozadera. Y en el escenario Beck’s, uno de los principales, Helado Negro, la canción de tintes folk y yacht pop del norteamericano de origen ecuatoriano Roberto Carlos Lange, que sonó delicado y con una afinación precisa en un estreno en Brasil que parecía hacerle mucha ilusión: al final, ¿no es su éxito “País nublado” casi bossa nova? Un día antes se le había visto pidiendo una foto al legendario Hermeto Pascoal, que llevaría su híbrido de Música Popular Brasileña, jazz experimental y psicodelia al festival en la segunda jornada, en el histórico auditorio de Anhembi, rebautizado como Auditório Barcelona, el espacio más parecido al Auditori Rockdelux del Fòrum, pero con un aforo algo menor y, ojo, mecedoras que permiten bailar samba sin levantarse (hay que experimentarlo para entenderlo). Justo en ese espacio icónico, con las 2500 butacas danzantes ocupadas, fue donde tocó Tim Bernardes (colaborador de Gal Costa y Tom Zé, pero también de David Byrne y Fleet Foxes, además de líder de la banda O Terno), entre el folk anglófilo a lo Nick Drake y cómo los tropicalistas lo mezclaron en los 70 con la Música Popular Brasileña.
En la primera noche, los escenarios principales –a una distancia de unos veinte minutos a pie– se repartían los artistas con más capacidad de convocatoria: Björk y Mitski en el escenario Primavera, Arctic Monkeys e Interpol en el Beck’s. En la gira “Björk Orkestral” la artista islandesa viaja ligera de equipaje y revisa sus tres décadas de carrera en solitario –de “Isobel” y “Hyperballad” a “Stonemilker” o “Lionsong”, pasando por “Hunter” o “Jóga”– acompañada por orquestras locales –en São Paulo por la Fundação Bachiana– dirigidas siempre por el también islandés Bjarni Frímann. Un fasto para los sentidos si al sonido de la voz de Björk y la orquesta le añadimos el espectáculo visual de su estilismo de inspiración japonesa y expresividad de prima donna lírica de la Guðmundsdóttir, incluso tras la máscara insectívora plateada que medio ocultaba su cara. La única objeción: que solo incluyera una canción del nuevo álbum, “Fossora” (2022): “Ovule”. Cuando al final del concierto preguntó si estábamos listos para “un poco de techno de cuerda”, fue una pequeña decepción que la última canción no fuese “Atopos”, sino “Pluto”.
En un festival orgulloso de ser ecléctico, la versatilidad que exhibieron CHAI abriendo la jornada del domingo demuestra la coherencia de la apuesta de Primavera Sound por el quinteto japonés, ya veterano en Barcelona y también destacado en la edición de Los Ángeles. Su concierto fue dinámico, divertido e imprevisible: salieron con pasamontañas, alternaron roles de idol y de músico, el Shibuya-kei y el j-pop con un disco-funk musculoso. Y en medio, un interludio en el que pincharon “Gypsy Woman” (Crystal Waters) y el “Mama say, mama sah” de “Wanna Be Startin’ Somethin” (Michael Jackson) como transición a una versión de “Wannabe” (Spice Girls) y a su delirio chiptune “Ping Pong!”.
La canción pop de Japanese Breakfast, la banda que lidera la norteamericana de origen coreano Michelle Zauner, en su debut en Sudamérica, sirvió de transición perfecta entre el pop retrofuturista de CHAI y la canción de autora de Phoebe Bridgers, que en vivo suma carisma y ángel a temas de “Punisher” (2020) como “Kyoto”, que dedicó a su padre. Mientras, al margen de los escenarios principales, el brasileño Don L llenaba el escenario del sambódromo con una combinación de rap old school y baile funk interpretada con formación acústica, acompañado de dos MCs y DJ, pero también de bajo, teclados y un saxo que conectaba su propuesta con el jazz. La DJ y productora argentina establecida en méxico Tayhana ponía patas arriba el escenario BITS a las seis de la tarde, mezclando hardcore techno con “Pump Up The Jam” (Technotronic) y “Unique” (Beyoncé) con una base gabber, echando mano de frenéticos ritmos latinos como el beat de su autoría que Rosalía incorporó a “CUUUUuuuuuute”.
Los solapamientos y las distancias entre escenarios dificultaron poder ver todos los artistas de altísimo nivel que se concentraron en las últimas seis horas del festival. Empezando por Jessie Ware, convertida en disco-diva gracias a su álbum “What’s Your Pleasure” (2020) –que cantó casi entero–, su posterior edición deluxe –ojo, con adiciones como “Hot N Heavy”– y el primer avance del próximo: “Free Yourself”, producido por Stuart Price (Madonna, Dua Lipa, Les Rythmes Digitales). Libre de complejos –hasta el punto de atreverse con un micro en forma de látigo de cuero negro en la canción que da título al álbum–, con look Studio 54 y acompañada de dos coristas y dos bailarines –en algun momento zarandeando una bola de discoteca–, la británica usó un sample de Deee-Lite para el comienzo, lo que hace sospechar que “Ooh La La” puede ser un homenaje al icónico combo dance.
El concierto de Lorde, en la víspera de su 26 cumpleaños, llegaba una década después de su primera actuación en Brasil. “Sé lo que habéis estado esperando para estar juntos, para ver a Caroline, a Charlie”, dijo emocionada al público brasileño. Por lo que contó, responsable de manera significativa de muchas de las casi diecisiete millones de escuchas mensuales que suma en Spotify. Rubia y de rojo –la gira de “Solar Power” (2021) nos la trajo a Barcelona morena y de negro–, con la misma banda de músicos cantantes y la misma escenografía giratoria con una escalera a ninguna parte en el medio, la neozelandesa invitó, como regalo para su público brasileño, a Phoebe Bridgers a cantar con ella “Stoned At The Nail Salon”. “Una canción que quizá sin ella no existiría”, dijo, refiriéndose, quizá, a la influencia que ha tenido Bridgers sobre ella como compositora. Lorde bajó del escenario para correr por el foso como una niña con botas militares nuevas en “Secrets From A Girl (Who’s Seen It All)” y, ante un público entregadísimo, cantó temas de sus tres álbumes en un final muy emocionante que incluyó “Supercut”, “Perfect Places” y “Green Light”. “Somos los freaks, los que exageramos”, se identificó con el público. “Pero vosotros me comprendéis, incluso mi parte fea, la que me da vergüenza. Estamos en un espacio seguro”.
La coincidencia del concierto de Travis Scott hizo imposible ver a Arca, pero el pase del tejano era imprescindible. No solo por su rol referente en un trap más creativo que el de algunos de sus compañeros de escena, sino también porque sucedía justo un año después de la tragedia en el festival Astroworld en Houston, donde una avalancha durante un concierto suyo –supuestamente se le responsabiliza de incentivarla– provocó diez muertos y centenares de heridos. Con la escenografía más elaborada vista en todo el festival, que incluía una monumental tarima, Scott consiguió elevarse, al menos literalmente, más alto que ningún otro artista del cartel. Rodeado de lanzallamas que escupían fuego, hizo temblar la tierra con bases graves –literal: el bouncing del público se notaba en el suelo entarimado– y entre láseres rojos terminó con “SICKO MODE” y “goosebumps”.
La encargada de cerrar ese mismo espacio y también el festival –con VTSS y MC Dricka como alternativas– fue Charli XCX. El escenario se le quedó algo grande a su puesta en escena en rigurosa soledad, con unas columnas jónicas contribuyendo a llenar un espacio que a su alrededor se veía enorme. O quizá fuera más una cuestión de tiempo que de espacio, porque el mismo show en Barcelona, a otra hora, abriendo uno de los escenarios más grandes en lugar de cerrándolo, resultó más convincente. Quizá allí ayudó también que Rina Sawayama saliese a cantar con ella “Beg For You”. Y quizá en São Paulo no ayudó la esperanza (vana) de que Caroline Polachek iba a salir a cantar “New Shapes”. No sucedió. Con una minifalda tableada de cuero negro, como una cheerleader en clave BDSM, Charli cantó, bailó, se arrastró, se frotó y sudó, dándolo todo y exortando a la audiencia a “fucking” hacer lo mismo: la f-word en su boca fue tan omnipresente como los “obrigados” en Primavera Sound São Paulo. Un festival que nace agradecido y en el que los artistas no felicitan al público por vivir en una ciudad bonita, como en Barcelona, sino por cantar bien. ∎
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