¿Cuántas veces hemos escuchado aquello de que la cocina es el nuevo rock’n’roll? Quizá esta sea la frase más desafortunada de Ferran Adrià, circa 2011. Mentira. La asistencia a la última gala de la Guía Michelin España (¡Barcelona, qué hermosa eres!) el pasado noviembre –con un Andreu Buenafuente en modo RRPP servicial, desprovisto de cualquier mojo humorístico, quien paga manda– me convenció de que si con algún género se puede identificar la cocina elitista es con el viejo rock’n’roll. Me pongo a temblar cuando un cocinero proclama que “ha añadido rock’n’roll a sus platos” (Adrià hizo la comparación, pero Jordi Cruz la materializó como estilo). Eso suele significar que te espera un berberecho tuneado con espuma de berberecho y crujiente de berberecho, o cualquier otro alarde técnico, para cobrar el entrante a 35 euros. En todo caso, podemos afirmar que la alta cocina es más bien el nuevo rock progresivo. Mucho más rock que roll, vaya.
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