El ajetreo de los conciertos y las grabaciones –ese constante ir y venir del artista– impide a María José Llergo disfrutar a menudo de su familia y de Pozoblanco, el pueblo cordobés en que nació hace 27 años. Cuando la agenda se despeja, la cantante y compositora aprovecha al máximo la oportunidad. Buena parte de sus referentes personales, de sus héroes, están allí. Gracias a ellos descubrió su vocación musical y, con su ayuda, pudo desarrollarla. No solo eso: también asumió la importancia de conservar la esencia artística, poniendo el acento en valores como la sencillez y la honestidad.
¿Qué te sugiere la palabra “héroe”?
Que tengo como héroe a mi abuelo Pepe, José Sánchez Muñoz.
¿Qué tiene tu abuelo para que lo consideres así?
Mi abuelo Pepe tiene un corazón que no he conocido a nadie igual. Una forma de amar. Va a cumplir 92 años en octubre. Justo ayer pude ir a verlo y estuvimos hablando. Cuando llegué a su casa sintió mucha alegría porque le di la sorpresa. Me quedé toda la tarde con él. Estuvimos hablando de toda la vida en general. Mi abuelo había visto en la tele el caso de Samuel (Luiz, el joven asesinado el 4 de julio A Coruña, en una agresión homófoba) y tenía el corazón roto. Que una persona de 92 años te hable con el corazón y se emocione diciendo que eso no tiene nada de malo, que cada uno puede amar como quiera y que el amor no tiene límites… y luego ves a la gente más joven, que lo ha tenido todo más fácil… porque mi abuelo nació en una familia de ocho hermanos que no tenían nada. Sin embargo, es la persona más rica de alma, espíritu, mente y valor humano que conozco. Encontrarme una persona que no sabe leer ni escribir con tanta sabiduría dentro a mí me emociona y me devuelve la fe en la humanidad cada día.
Los mayores siempre están ahí para enseñarnos. Y a veces se nos olvida que podemos aprender mucho de ellos.
Sí, a veces buscamos fuera esta inspiración que solamente con escuchar a los que tenemos a tu alrededor ya está presente.
Pero tu abuelo Pepe también es una inspiración en lo artístico, ¿verdad?
Exactamente. Los primeros cantes que aprendí fueron de su boca. Él cantaba en el campo mientras regaba y labraba la tierra. Y yo al escucharlo iba jugueteando con mi voz, copiando su melodías, copiando sus letras… Y al final me hizo enamorarme de cantar, igual que él sigue cantando cada día. Ayer estuvo dos horas seguidas cantándome. Y yo grabándolo. Y me encanta. Cuando voy a él, lo escucho.
¿Tenéis muchas conversaciones sobre cante?
Claro, es una enciclopedia viva. Si tú le cantas una melodía, él se acuerda de un montón de letras con esa melodía. Le canté una petenera y me dijo “claro, si yo sé un montón como esa”. Y empezó a cantarme letra tras letra de petenera. Letras superantiguas, de hace un siglo. Letras que muchas igual no están ni grabadas.
La tradición a veces se conserva solo en las cabezas de quienes la aprendieron en las voces de otros.
Totalmente. En este caso mi abuelo me canta por serranas, por livianas, por caña y por polo, por soleá. Los cantes más antiguos p’alante. Claro, los más antiguos para mí son los de su época. Mi abuelo no se sabe el nombre de los cantes. Sabe que las serranas lo son, porque nosotros somos de la sierra, pero por ejemplo las peteneras no sabía que lo eran.
Haces muy bien en grabarlo. Así no se pierde.
Lo grabo en mi móvil, tengo infinitas grabaciones de mi abuelo. Para mí es un documento. Grabaría cada segundo que paso con mi abuelo, aunque me esté hablando del campo, aunque me esté hablando de lo que ha visto en la tele. Tiene una sabiduría infinita y por eso para mí es un héroe. A mí me ha dado una herencia que va muchísimo más allá de cualquier herencia material, que es mi cante. Es tener la capacidad de ver el mundo de una forma poética y de saber que una voz no solo es como suena, sino lo que dice. Por eso tengo que ser dueña de mi voz. De ahí el valor de que yo escriba mis letras y cante lo que me sale del alma.
¿Le enseñas tus canciones?
Mi libertad es lo que él más valora. Le enseño mis canciones cuando ya están acabadas, para ver si le gustan. El disco (se refiere a “Sanación”) lo abro llamando a la puerta de mi abuelo y mi abuelo abriéndome la puerta. Cuando yo le pongo eso él me dice: “¿Pero cómo has hecho esto? Si soy yo, qué gracioso”.
Además de tu abuelo, ¿ha habido algún otro héroe artístico que te mostrara caminos?
Por supuesto. Cuando era pequeña descubrí el blues y el flamenco. Recuerdo que cuando era chica se metían muchísimo con mi aspecto utilizando palabras como despectivas que no lo son, como “gitana” y “negra”. Cuando descubrí el blues y el flamenco y empecé a investigar, con 9 años, qué eran estos dos géneros, descubrí que había referentes que cantaban de lujo. Descubrí a Billie Holiday, Etta James, Ella Fitzgerald. Y luego a Pastora Pavón “Niña de los Peines”. Y decía, “si esto es ser gitana o negra, gracias”. Son estos referentes antiguos los que a mí me dieron una fuerza para seguir. Para quererme. Autoconocimiento, auto aprobación. No dejarme hundir porque había referentes que se parecían a mí que habían triunfado y habían hecho historia. Entonces, ¿por qué yo no iba a poder? Lola Flores también es muy grande para mí. Camarón, que es un hombre que vino de la nada y conquistó el mundo entero con su cante, con su voz y con su verdad, sin renunciar nunca a ser él mismo y experimentando.
Una figura como la de Camarón está más que canonizada, aunque en su carrera también pasó algún momento complicado.
Y viene de la nada. Puede ser que La Isla (San Fernando, la ciudad gaditana en que nació Camarón) sea de los pueblos más pobres de España y en esa época también lo era. Sin embargo, nada lo paró. Era una persona que no sabía leer ni escribir, pero tenía una verdad intrínseca que subyace y que sigue ahí. Yo pongo mi mirada siempre en la gente más humilde. Son tan sencillos que no son conscientes de lo grandes que son. Pongo mi mirada porque quiero que entiendan lo importantes que son, el valor que tienen sus acciones. Vivimos en un mundo en que parece que para ser algo o alguien tienes que aparentarlo en cuanto a dinero o a bienes, sin embargo el valor de estas personas trasciende eso. Mira la herencia que me deja mi abuelo, que es la que os estoy dando a vosotros en cada escenario que piso. Eso va muchísimo más allá. ¡Es tan valioso para mí! Quiero que todo el mundo valore lo que tiene en su familia, el testimonio de la gente mayor, el testimonio de la gente sencilla.
A veces no estamos pendientes de estos valores ni del hecho de que son permanentes y que están ahí.
Ojalá sigan estando. A veces me da la sensación de que hemos perdido un poco la mirada. De que nos hemos fijado tanto en la apariencia que no hay esencia.
Has hablado de los héroes familiares, de las heroínas negras y de los héroes gitanos, pero ¿había en tu pueblo algún artista al que vieras tocar o cantar y que hiciera saltar la chispa de actuar en ti?
Estuve en el conservatorio 10 años e hice violín clásico. Hice violín porque no había la especialidad de voz. Cantaba en mi casa, iba perfeccionando de oído. Y me metí en todos los coros habidos y por haber de mi pueblo. En el conservatorio –independientemente de que a veces me costara mucho estudiar y de que el solfeo me costaba mucho, porque aprendía de oído–, cada profesor que me acogía y me recibía con cariño y me hacía sentir bien para mí era un héroe. Porque en el cole no lo pasaba bien, la verdad. Mi felicidad llegaba por la tarde, cuando iba al conservatorio. Me acuerdo de Paco Rojas, un guitarrista de mi pueblo que cuando cumplí 18 años me dijo: “Vente a casa y tocamos unos cuantos temas y hacemos unos conciertos, que cantas muy bien”. Me enseño un montón de música: la Motown, muchísimo blues, el “At Last!” (1961) de Etta James… empecé a cantar un montón de música diferente que no había cantado nunca. Y Whitney Houston y todo eso canté. Hicimos un concierto benéfico y nos escucharon, nos contrataron para cantar mucho por mi pueblo y poco a poco íbamos haciendo conciertos por Córdoba. Era la primera vez que tenía contacto con el mundo exterior, había cantado en mi casa y en el campo. Y te encuentras con un compañero así, que te trata de igual a igual aunque seas muy pequeña y no hayas cantado fuera nunca. Que cree en ti, que te aconseja y que te inspira. Que te anima y te dice que creas en ti y que tu sueño no está tan lejos. Que sigas cantando si es lo que te hace feliz. Eso te anima a tomar decisiones, porque estaba en una etapa crucial en la que tenía que elegir una carrera que iba a estudiar ya. Me ayudó a ser consciente de que lo que siempre había querido era cantar y que lo mejor que tengo para darle al mundo es mi voz. No sabía ni cómo ni cuando, pero tenía que terminar cantándole a los demás.
Estas figuras son importantes y también tienen su componente heroico al acompañar y confiar en personas que están empezando, que están al principio de su camino.
Totalmente. O, simplemente, conocer tu oficio. Ese primer contacto que tuve con el mundo empresarial me hizo muy consciente de las decisiones que tomaba. Era una decisión importante y vital para mí, era consciente de que era muy duro y de que vivir así conlleva riesgos y que debía estar protegida. Es un todo, ponerte en contacto con la vida real.
Das a entender que habías vivido en un entorno de protección, en el campo y en casa. Y que, a partir de ahí, se abría una puerta a lo desconocido.
Claro, y tenía que poner en práctica los valores que había aprendido con mi abuelo y con mi madre. Ser yo, ser libre, no dejar que nadie elija mi voz igual que antes no dejaba. Es el germen de lo que ha venido después. Tener legitimidad sobre lo que hago. ∎