Diles Que No Me Maten, título de un cuento de Juan Rulfo, conjura desde su nombre los fantasmas que deambulan por esta obra. Producida por Hugo Quezada (Robota, Exploded View), esta es música experimental que gotea en la grieta que se abre entre los orígenes del post-rock y la fantasmagoria del kraut, utilizando las formas para atraer el fondo hacia un lugar propio de baterías airosas, chirriantes pasajes de guitarra, bajos hendidos y una voz que apenas susurra “el mundo es de otros”. Así es como se esculpe, poco a poco, un manifiesto desde el concreto de los edificios de cualquier ciudad del mundo. Rodeado de neblina, el edificio flota.
Un disco de pop reborujado y salpicado de ingenio y belleza, con pasajes rugosos unidos a escamoteos de lounge esquiveliano, que se inserta en una fructífera tradición de música pop de inquietudes siniestras hecha en el norte del país, esa que va de Álbum a Sr. Amable y Arizona. Evocando el indie pop rioplatense más afilado, aquí hay canciones con vocación psicodélica que navegan entre accesos de nostalgia dispersa.
Lorena Quintanilla, la mitad del dúo que conforma Lorelle Meets The Obsolete, publica su segundo álbum en solitario bajo el seudónimo J. Zunz. Entre patrones y bucles, dos lenguas hibridadas en su cuerpo fronterizo, se desenvuelve una criatura que se rebela ante el sabotaje de relaciones y estructuras que la constriñen, y que invoca a la Nico de “Desertshore” (1970) que rezaba: “Eres hermosa y estás sola”. Beats discombobulados que se disparan y chocan con una coraza de repeticiones hipnóticas de electrónica minimal dan forma a este disco fantasmal y fenomenal.
Mabe Fratti, guatemalteca afincada en México, es dueña de una voz que conmueve de inmediato. Su poderosa y honda dulzura dirige este disco, publicado en 2019, que explora un camino de refracciones entre su instrucción académica en el chelo como eje de su experimentación sonora, y una colección de sonidos y texturas que tallan las piezas de un artefacto con drones y glitches como conjurado por la mirada de un ser en permanente mutación.
El proyecto solista de Sebastián Neyra (Mintfield, Los Blenders) presenta un puñado de canciones que proyectan las inquietudes, temores y goces de generacionales de un sector de la juventud mexicana. Lo logra a través de una grabación de alcoba densa en retrofilia y retazos de música sesentera, nostalgia por épocas no vividas y psicodelia suave en-tu-idioma con ecos de Furland. Sonic Emerson se abre camino vaporosamente, buscando la belleza y el gozo escapista poniendo foco en los detalles más cotidianos de la vida.
Son Rompe Pera es la concreción de un anhelo de años: el padre de los hermanos fundadores fue un marimbero forjado en la calle cuya herencia brilla en este álbum que bebe la música tradicional de todos los rincones del continente americano, apuntalando la marimba callejera como centro nervioso de su repertorio. Punks naucalpenses tensando los hilos entre los Misfits y el folclor de la salsa y la cumbia.
Ana López Reyes está detrás de este proyecto de raíces mexicanas torcidas, sones jarochos glitcheados y canto cardenche atravesado por sintetizadores. Una pianista que explora su lado más experimental con una pericia particular para recoger y reconvertir grabaciones de campo y una gran habilidad para manipular sampleos vocales que recuerda las primeras obras de Juana Molina. Electrónica desgajada para estrujar los oídos.
Con producción propia y un largo camino de EPs a cuestas, El Shirota presenta su primer larga duración donde cavan un lugar propio entre ecos de Slint y Cloud Nothings, pero con el tabique desviado por la nata tóxica que domina el Estado de México. Momentos de hardcore serpenteante que casi hace sangrar la nariz junto a noise espasmódico doblado hacia el grunge y hacia esa música para el mosh pit que todavía resolla hormonas.
Sotomayor son un dúo unido por sangre y vocación musical, que lleva al menos un lustro haciendo música de horizontes tropicales y guapachosos atravesados por un uso perito y sagaz de los sintetizadores. Convocando siempre imaginarios cósmicos de autoayuda y confianza propia, su apuesta es la de animar al cuerpo a contonearse para sacudirse la marea de la tristeza. Grabado entre México y Puerto Rico y coproducido por Visitante de Calle 13, el disco ajusta su sonido usando reverberaciones del merengue y la bomba, para darle así profundidad y sabor a las percusiones desde su enclave pop.
La música de Los Cogelones es un registro sonoro que también resulta plástico; una máscara-cráneo que es al mismo tiempo ofrenda de muerte y continuidad de la vida. Este complejo y delicado pacto con las dos fuerzas que animan nuestra existencia encuentra una de sus formas en este colectivo de “rock mexica experimental”, como ellos mismos llaman a su música. El centro de su experiencia artística es la rehabilitación del lazo roto entre la experiencia del barrio, la posibilidad de enunciación en lenguas como ese náhuatl que forma parte del complejo entramado lingüístico en el país y un pasado rebosante del rocanrol callejero que circula en ciudad Nezahualcóyotl, barrio insigne de resistencia.
Formado por los hermanos Sandoval, el aliento común que recorre esta obra es el de Three Souls In My Mind (hoy El Tri) y el de Charly Monttana, cantautor arrabalero también oriundo de Neza recientemente fallecido, pero también con algo del espíritu de Link Wray, Caifanes y The Clash. Los jadeos constantes en todo el disco imprimen la marca de la danza que es parte central de los rituales mexicas, y que los hermanos contribuyen a mantener vivos bailando en la plaza principal de su barrio cada fin de semana. El carácter corporal de su música también apuntala un himno anarquista como “Mexica”, que grita “hasta que nadie nos diga lo que hay que hacer” mientras resuena una imponente banda de guerra formada por alumnos de estos músicos que son a la vez profesores de música bélica en las escuelas primarias de su localidad. La banda de guerra de barrio como artefacto contrainsurgente de resistencia. En “500 años” se conjura una brevísima postal del borrado de la historia de los pueblos originarios, del relato nacional patriótico que achata la manera en que nos concebimos a nosotros mismos. De la angustia atrofiante de pensar que nada va a cambiar se origina esta amenaza plena, la que planea en un disco con un enorme peso simbólico en un país donde todavía se golpea a las personas por hablar en lenguas indígenas, cualesquiera que estas sean. ∎
Cynthia Flores, Davo Peñaloza, Efraín Ramírez “Mako” y Luli Serrano. ∎
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