El pop italiano no está precisamente falto de nombres propios, pero el de Adriano Celentano sintetiza como pocos la música del país en la segunda mitad del siglo XX. Es sinónimo de singles a puñados, polémicas explosivas y un carisma que no cabe en esta vida.
En 1964 Adriano Celentano (Milán, 1938) lanzaba un single titulado “Sono un simpatico” que hacía el mejor balance posible de sí mismo: “La verdad es que soy un simpático / Mientras me miro al espejo / Soy un simpático / Para los colegas y para los amigos”. Un simpático, efectivamente, que parecía caer bien a todo el mundo, que lo mismo gustaba a los jóvenes embarcados en la oleada beat que a sus progenitores inmersos en la tradición melódica, que nunca rechazaba la posibilidad de dar una buena fotografía ni de montar un buen espectáculo ante las cámaras.
Y precisamente por simpático, Celentano terminó encontrando abiertas todas las puertas: los melenudos no eran personas que contaran con mucho crédito en la biempensante Italia del boom, pero Adriano, con su encanto y su humor autoparódico a prueba de bombas, nunca conoció rechazo en radios, periódicos o festivales veraniegos. Ni tan siquiera en la todopoderosa RAI, que encontró en él a uno de sus invitados más celebrados por la audiencia. Y fue así como Celentano consiguió colar a un público masivo todo aquello que sucedería a la música a lo largo de la segunda mitad del siglo XX –y un poco más allá– sin necesidad de recurrir a vías de distribución minoritarias ni cauces underground.
Para el mundo entero el fenómeno Celentano estallaría en la primavera de 1960, cuando el Festival de Cannes estrenó “La dolce vita” de Federico Fellini. Corrían tiempos en los que las películas todavía podían desbordar el ámbito cinematográfico y convertirse en manifestaciones sociológicas, y el ambiente onírico de perversión y decadencia de la cinta de Fellini magnetizó a millones de espectadores que pudieron ver en ella a Adriano lanzando a Anita Ekberg a bailar un frenético “Ready Teddy” en plenas termas de Caracalla. Claro que, para entonces, de prodigios sociológicos Celentano sabía, y no poco, pues en ese plano lo había situado inmediatamente toda Italia cuando dos años atrás publicara su primer single, el 7” “Happy Days Are Here Again”, cuya cara B incluía una explosiva versión de “Buona sera signorina”. La canción tenía ya casi una década de vida, y había sido popularizada en todo el planeta por Louis Prima y versionada generosamente por una infinidad de cantantes europeos, pero solo él se atrevió a recrudecer un punto su sonido y concluir la grabación con un desenfrenado “auambabuluba balambambú” para llegar al olimpo del rock’n’roll cuando había que llegar, léase el primero. Así, de sopetón, Adriano abría Europa a una música que hasta entonces solo había llegado al continente como un eco lejano.
Siete años más tarde, el nuevo single de Celentano se titula “Tre passi avanti” y su aparición provoca una onda sísmica que llegará hasta el último confín de Italia. Era el tema con el que Adriano se despedía de la nueva ola y no de manera metafórica, sino con un prólogo en el que se le escuchaba recitando una carta así encabezada: “Querido beat: me gustas mucho porque has traído a la música hermosos colores que dan alegría a este mundo lleno de niebla. Pero si forman parte de tu universo chavales que no se lavan, que se escapan de casa, se drogan y se olvidan de Dios, te queda poco de vida”.
Onda sísmica, decíamos, porque tras haberse convertido en líder indiscutible de un movimiento juvenil que comenzaba a radicalizarse apresuradamente, Adriano decía adiós a todo aquello con un mensaje profundamente conservador y, sobre todo, “catolicón”. Raro fue el cronista que no lo vio como un salto con bucle mortal que acabaría con la carrera del cantante, pero, en fin, siempre fue ingenuo considerar a Adriano incapaz de sortear los retos que se marcaba a sí mismo y unos meses más tarde llamaba a dos de sus colaboradores habituales, Paolo Conte y Vito Pallavicini, para que le escribieran uno de los más grandes evergreens de la música italiana, “Azzurro”, que, lejos de marcar el final de una carrera, solo sería el inicio de otra. Una carrera que, como la propia “Azzurro”, escaparía a cualquier intento de etiquetado y en la que, como liberado del lastre de sus primeros y un tanto integristas seguidores, Adriano decidió orientar sus pasos de manera libérrima, con una amplitud de miras pasmosa que daría pie a un estilo tan caótico como reconocible. Y es que en ella lo mismo entrará el varietà que la canzone napolitana, los sonados regresos al rock’n’roll que los guiños al country, los jugueteos con la música disco que los balbuceos del rap antes de que el concepto llegara tan siquiera a imaginarse. Y no por etapas que permitan una cómoda clasificación, no, sino todo a mogollón, mezclado de forma inverecunda y sin ningún tipo de complejo.
Pero no se piense nadie que este totum revolutum provocó un descenso en los niveles de venta o respeto; todo lo contrario: la batidora de Adriano siempre parecía capaz de sacarse de la manga una nueva idea celebrada masivamente por toda Italia y se sucederían decenas y decenas de éxitos inmensos que entrarían sin reparos en la vida cotidiana del país. “Azzurro”, en el fondo, había sido el pistoletazo de salida del celentanismo, único término que, por personal e intransferible, podría definir vagamente un fenómeno que había desbordado cualquier límite musical y se encaminaba hacia otros horizontes.
Puede que algún lector haya quedado ojiplático al ver la palabra “católico” asociada a un pionero del rock’n’roll, pero a estas alturas del artículo somos plenamente conscientes de que no es Adriano hombre fácil de etiquetar. La del catolicismo ha sido una de las vertientes que más han incomodado a los seguidores de Adriano, y no hablemos ya de su ideario político, que de puro incalificable se ha terminado convirtiendo en tema de eterno debate entre los italianos. Porque, desde luego, reducirlo a una militancia unidireccional no es labor sencilla: católico, y mucho, pero también militante avant la lettre del ecologismo, el feminismo y los derechos sociales, y crítico con altavoz de “los males del siglo”, desde la especulación y la contaminación hasta la corrupción y el hambre en el mundo. Un pequeño megamix ideológico que por aquí suele saldarse rápidamente con el sustantivo “populismo”, pero que en Italia tiene otro mucho más afinado: qualunquismo, la ideología de la gente común, del hombre de la calle, del ciudadano medio. Por aquí le han venido infinidad de palos a Celentano y desde todos lados, pero si de algo se puede jactar el muchacho es de no haberse casado ni con su padre y no haber tomado jamás una vía cómoda: hablamos de un hombre tildado de derechista que la víspera de estrenar un programa propio vio dimitir al director de la mismísima RAI de Berlusconi, aterrorizado ante la idea de asumir responsabilidades por lo que Adriano pudiera decir en antena.
Y luego están las películas, claro. Una treintena. Quizá ninguna de ellas figure con letras de oro en el panteón del cine italiano, pero todas y cada una han arrollado en salas y en los subsiguientes pases televisivos, donde aún hoy siguen marcando cifras de audiencia de no dar crédito. Un cine que fue en un primer momento el de los musicarelli, aquellas primeras cintas yeyé montadas sobre una sucesión de actuaciones, y que pudo ser el de autor si Pasolini hubiera conseguido llevar adelante aquella película por la que tanto peleó en la que Celentano desarrollaría en pantalla su megasingle “Il ragazzo della via Gluck”. Pero poco importó: para entonces Adriano ya había entendido que su sitio no estaba ahí, sino en el cinema nazional-popolare, la comedia pensada para un público masivo, donde supuso un reclamo irresistible para el italiano medio con un personaje a medio camino entre el slapstick y el surrealismo, con películas toscas, con querencia por el trash, que alcanzaron unos taquillazos siderales no solo en Italia, sino también en las dos Alemanias y hasta en la Rusia de Brézhnev, y que animaron a Celentano incluso a saltar a la dirección. Claro que la gracia terminaría en 1985 con “Joan Lui”. Rodaje en Estados Unidos, helicópteros, explosiones, coreografías, el propio Adriano detrás y delante de la cámara, interpretando a una nueva encarnación de Jesucristo (!)… Puede que aquello fuera uno de los proyectos más majaras de la historia del cine italiano –amén de uno de sus más sonados hostiones en taquilla–, pero no podemos considerar sino como una nueva muestra del genio de Adriano el que consiguiera que un productor pusiera una millonada para hacer algo así.
Para que no falte de nada en una vida tan bigger than life, este proteico recorrido termina (al menos de momento) con un fracaso. Pero siendo Adriano como es, no podía ser con un fracaso cualquiera, sino con un fracaso absolutamente épico. Hace unos años, oteando ya la barrera sin retorno de los ochenta, Celentano decidió lanzarse a un proyecto faraónico: “Adrian”, una serie de animación que resumiera su carrera y sus planteamientos éticos, una distopía ambientada en una Milán del futuro en la que no faltara una avalancha de canciones. Todo, claro está, a lo grande: diseño de personajes de Milo Manara, guion de Alessandro Baricco, música del oscarizado Nicola Piovani. Veintiséis episodios de una hora con él en los créditos de dirección, escritura y montaje. Se estrenó en 2019, pero para entonces el mundo había cambiado sin que Celentano se hubiera dado cuenta de ello. La competencia contraprogramó “Adrian” con una emisión presentada por otro cantante al que él mismo había descubierto medio siglo atrás, Al Bano, que tras paladear las excelencias de la telebasura en sus continuos viajes al plató de “Sálvame” decidió importarla a una Italia que, pese a su fama, vivía más o menos libre de estas estridencias.
Al Bano sacó la artillería pesada: fue esa la noche en la que decidió reencontrarse con Romina delante de las cámaras e incluso contar, ay, toda la verdad sobre su hija desaparecida. Adriano se estrelló y Canale 5 decidió retirar la serie, que más de dos años después sigue inédita. ¿Un fracaso sideral? Es posible, pero Celentano se ha podido permitir verlo todo desde la altura de un auténtico monumento nacional que tiene a sus pies doscientos millones de discos vendidos y un número muy superior de espectadores que han seguido puntualmente todos sus periplos y ocurrencias. Porque, a fin de cuentas, cuando la selección gana un campeonato futbolero toda Italia se echa a las calles cantando el auténtico himno del país, “Azzurro”. Y que millones de compatriotas celebren su alegría con una canción propia es el mayor indicativo de qué ha significado Celentano en la vida de los italianos durante las últimas siete décadas. ∎
Celentano acierta a infiltrar la dosis exacta de rock’n’roll a un pequeño estándar a medio camino entre las dos vías que canalizaban la insatisfacción juvenil a finales de los 50: el jazz y la música latinoamericana. Primer single, éxito masivo, salto definitivo a la popularidad más absoluta y Adriano convertido en el auténtico pionero del género en Europa. Arranca la leyenda.
Un ritmo monocorde como el que en Estados Unidos había generalizado Dylan y en Europa estaban llevando a su punto cumbre Antoine y Jacques Dutronc para anunciar la despedida definitiva del beat y el salto hacia otros territorios todavía por descubrir.
Uno de los más brillantes temas que ilustraban el disco que planearon como cierre de milenio Celentano, Mina y Lucio Battisti. La inesperada muerte del último dejó el álbum en manos de los dos primeros, que provocaron el último fenómeno discográfico conocido en Italia antes de la llegada del apocalipsis industrial: millón y medio de ejemplares vendidos. Dos décadas después, Minacelentano volverían a la carga con “Le migliori” (Clan Celentano, 2016).
Los primeros 70 son los años en los que Adriano se lanza a experimentar con todo aquello que le llega a los oídos, y de ahí este pepinazo funk que no desentonaría en la banda sonora de “Shaft” (Gordon Parks, 1971). Lo presentó en la RAI en compañía de la actriz y bailarina estadounidense Lola Falana en una actuación convertida cíclicamente en fenómeno viral.
Tan electrizante como todos los himnos rockers de los 50, “Il ribelle” fue el “Tutti Frutti” o el “Johnny B. Goode” de los italianos y de parte de los europeos. Alex Chilton, uno de tantos derrotados ante su brillo, no dejó de interpretarlo en ninguno de sus muchos conciertos italianos.
“El que no trabaja no hace el amor”, o uno de los temas que más polvareda ha levantado en la historia de la música italiana, dejando perpetuamente la etiqueta de derechista sobre los hombros de Adriano. Este lo escribió harto de tanta huelga en pleno autunno caldo con el que el PCI intentó paralizar el país y con él arrolló en una de las actuaciones más memorables de eso que para los italianos siempre ha sido más que un festival, San Remo.
La llegada masiva de grupos anglosajones provocó un repentino rechazo hacia la música cantada en italiano que Adriano sorteó con su guasa habitual, cantando sobre un loop en un guachi guachi que parecía un inglés macarrónico sin serlo. Lo más sorprendente de todo es que es estrictamente un rap registrado cuando el concepto empezaba a intuirse en Estados Unidos. Una de las escasas veces en las que Celentano se ha asomado al Billboard.
Gran tema autobiográfico de Celentano a través de esa calle Gluck milanesa donde transcurrió su infancia y desde la que vio en primera línea la degradación que trajo a la ciudad el desarrollo tecnológico. Una de sus incursiones más directas en el folk y éxito mundial con particular repunte en Francia gracias a la versión de Françoise Hardy.
El haber aparecido como cara B de “Azzurro” ha condenado al olvido a una de las canciones más brillantes de Celentano. Compuesta por su sobrino, Gino Santercole, incluye vientos, cuerdas, aires wéstern y una letra profundamente incómoda a día de hoy: no hace falta señalar el género de la persona a la que va dirigida esa caricia convertida en puñetazo.
La obviedad de la elección no debe ensombrecer la excelencia de esta canción entre canciones. Composición inclasificable de Paolo Conte, realizada completamente en contra de cualquier indicación que pudiera darle su tiempo, puede jactarse de ser el himno extraoficial de todo un país y el tema italiano más conocido internacionalmente… después de “Nel blu dipinto di blu” de Domenico Modugno, claro. Absolutamente imbatible en sus más de seis décadas de vida. ∎
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