Alan Vega, arte suicida. Foto: Peter Noble / Redferns (Getty Images)
Alan Vega, arte suicida. Foto: Peter Noble / Redferns (Getty Images)

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Alan Vega y el legado de Suicide: la oscuridad presente

Este 2021, la publicación de “Mutator”, segundo disco póstumo de Alan Vega, ha vuelto a poner sobre la mesa el legado de los nunca suficientemente valorados Suicide, dúo que compartió con Martin Rev, así como el de su propia carrera en solitario. Vega, un outsider de tomo y lomo. Un visionario. Un dedo que sí señaló el camino. Pero el río no cesa: el 30 de julio saldrá su tercer disco póstumo, “After Dark”.

27. 07. 2021

Alan Vega no fue solo el cincuenta por ciento de Suicide, el dúo de punk electrónico estadounidense avant la lettre. Es decir, protopunk. Que sí, que lo fue durante toda su intermitente trayectoria, desarrollada entre 1970 y 2016, con cinco discos de estudio. Él cantando y Martin Rev en sintetizadores, efectos y primitivas cajas de ritmo (tras unos inicios con el órgano Farfisa). Pero presentándolo así nos quedaríamos solo en la distante prosa seca. Y Alan –que, en paralelo a su carrera musical, fue también un deslumbrante artista visual– fue un imán de oscura y húmeda poesía. Y una de las voces revolucionarias del rock. Porque fue también Elvis Presley deshojando el romance del rock’n’roll desde Gothan City. Y el espectro de Gene Vincent redivivo saliendo de una cloaca para aullar y ladrar un nuevo “Inner City Blues”, un nuevo “There’s A Riot Goin’ On”. Y un Jim Morrison áspero orbitando dentro de la película “Réquiem por un sueño” (Darren Aronosfky, 2000). Y el reverso de Andy Warhol, con un underground espeluznante y casi sin rastro de velvet. Fue un canto de dolor, ternura y desgarro a la degradación que nos corroe. Fue un master of disaster y un maravilloso incomprendido haciéndose pasar por un loco de atar.

Murió el 16 de julio de 2016 en Nueva York, donde había nacido en 1938. Todavía hoy puede decirse que él (su nombre de pila, Boruch Alan Bermowitz) era todo un señor moderno (más que tú, incluso), de los más modernos que te puedas imaginar, como si fuese un pariente transoceánico de Marcel Duchamp. Y era todo un señor moderno porque su voz de crooner de la caverna y sus obsesiones seguían atadas al presente, sin necesidad de cambiarse de camisa en ningún momento, en sintonía con aquello que cantaban Ketama en “Paren el mundo”: “Y todo cambia y todo es tan urgente, vivimos en la era de la prisa, la moda, el alquiler, los juegos del poder, yo sigo aquí con la misma camisa, ya lo ves”.

Psicópatas construyendo un puente

Eso sí, Vega pertenecía al presente sin que este lo percibiera. Sin que, seguramente, tú tampoco lo supieras. De hecho, el presente lo llevaba ignorando desde hacía mucho tiempo. Su último disco publicado en vida solo con su nombre, “Station”, databa de 2007. Editado por Blast First, pasó sin pena ni gloria. O incluso peor: fue hasta chuleado. Como en la reseña del diario británico ‘The Guardian’, donde el firmante de la misma, Jon Wilde, escribió en el subtítulo: “¿Podemos nombrar a otro artista en el campo musical que haya realizado su obra más enfadada y radical después de cumplir los 55 años?”. Podría parecer una crítica que andaba por el camino de la alabanza si no fuera porque luego te topas con lo siguiente nada más iniciarse el cuerpo de texto: “La música de Alan Vega no se confunde fácilmente con ‘Sugar, Sugar’ de The Archies. Se puede predecir con seguridad que ‘Station’ no coincidirá con la idea que la gente tenemos de algo en condiciones de ser escuchado. Ayer mismo, mi hijo adolescente descartó hacerlo diciendo que era ‘el tipo de estruendo horroroso que podría haber sido inventado con el único propósito de torturar a los locos’. Persuadida para que se pusiera el disco al completo, la conclusión de mi novia, tras acabarlo, fue decirme que ‘sonaba como una pandilla de psicópatas construyendo un muelle, es la cosa más aterradora que he escuchado en mi vida’”.

Donde dije pillaje digo evocación

Esa crítica de ‘The Guardian’ en 2007 caía sobre un terreno mojado: el charco de la biografía de Vega donde le llovían los reproches. Mayormente se los lanzaron en Estados Unidos, donde, sobre todo al principio de la carrera de Suicide, ese tipo de comentarios no eran extraños. Ahí estaba Robert Christgau, uno de los decanos y tótems del periodismo musical de aquel país, escribiendo a propósito de su debut “Suicide” (Red Star, 1977) que “la excentricidad maníaca de los conciertos de este dúo se convierte aquí en una tontería registrada. Otra prueba del algodón sobre los palos que les pusieron en las ruedas fue la tromba que empapó al dúo vía ‘Rolling Stone’ en 1978, en el artículo escrito por Michael Bloom dedicado también a su primer álbum. Lo valoraba como “desfavorable” y se despachaba así: “He escuchado riffs robados antes, pero esto es mucho peor: rapiña y pillaje de conceptos enteros. Las canciones son absolutamente pueriles y la voz de Alan Vega no transmite más que arrogancia e insensibilidad total. Si no fuera por el hecho de que esta banda lleva existiendo desde los primeros días de gloria de los 70 en el Mercer Arts Center de Nueva York, los descartaría de inmediato como falsificaciones de moda. De todos modos, podría hacerlo, ya que la persistencia no legitima este tipo de idioteces”.

Suicide: Martin Rev y Alan Vega, en el extrarradio del ruido. Foto: George Wilkes / Hulton Archive (Getty Images)
Suicide: Martin Rev y Alan Vega, en el extrarradio del ruido. Foto: George Wilkes / Hulton Archive (Getty Images)

Ironías del destino: cuando ‘Rolling Stone’ hizo en 2003 su lista de los mejores 500 discos de la historia, el LP de debut de Suicide ocupó la posición 441, con “Q: Are We Not Men? A: We Are Devo!” (1978) de Devo por detrás y “Rum, Sodomy And The Lash” (1985) de The Pogues por delante. Lógicamente, qué remedio, la reseña ahora era bien diferente: “Estos synth-punks de Nueva York lo evocan todo, desde The Velvet Underground hasta el rockabilly. Los aparatos electrónicos de bajo presupuesto de Martin Rev son violentos e hipnóticos; Alan Vega grita como un dispositivo rítmico. No se recomienda escuchar ‘Frankie Teardrop’ a altas horas de la noche, una historia de más de diez minutos sobre un asesinato múltiple”. La revisión de esa lista publicada en 2020 desciende a “Suicide” hasta la posición 498, con “Ask Rufus” (1977) de Rufus por detrás y la recopilación “The Indestructible Beat Of Soweto” (1985) por delante.

Leer y gritar

Curiosamente, en la primera lengua escrita que se conoce, el sumerio, la palabra “leer” equivalía a “gritar”. Porque los textos, cuando se leían, se gritaban, incluso si la lectura se realizaba en soledad. Leer era una actividad muy ruidosa. De ahí que en tablillas de arcilla de hace cuatro mil años, encontradas en lo que hoy son Irak y Siria, pudiera leerse en una carta de la época “te estoy enviando un mensaje muy urgente, escucha esta tablilla y, en caso de ser apropiado, haz que la escuche el rey”. Sin embargo, cuando, solo muy ocasionalmente, se quería decir que se leyera en silencio se utilizaba el verbo “mirar”, no el verbo “leer”. En la antigüedad, por lo tanto, no existía el miedo a no saber qué estaba leyendo una persona, porque lo gritaba. Ese es un miedo nuevo. Por eso ahora, que leemos en silencio, los gritos suelen ser de miedo. Y por eso Alan Vega supo reflejar tan bien, con sus gritos, nuestros miedos. Ya desde los inicios de Suicide, cuando sus primeros conciertos neoyorquinos, en junio de 1970, plantaron su raíz en la energía pura, los recitales solían derivar en violencia. En aquellas iniciáticas y agitadas actuaciones la respuesta del dúo a los ataques del público era cerrar las puertas del local. Que nadie pudiera salir. Shows punk antes del punk, que ellos, visionarios, promocionaban como “punk music” o “punk music mass”. Pillaron la palabra “punk” de un texto de Lester Bangs. “Nunca imaginé que eso acabaría convirtiéndose en un estilo musical”, dijo Vega. Cabe recordar (el saber no ocupa lugar) que en 1899, en el ‘San Francisco Call’, apareció ¿por primera vez? la palabra “punk” escrita en un artículo: “The most punk song I ever heard in a hall”.

Alan Vega, soñador de pesadillas. Foto: David Corio / Redferns (Getty Images)
Alan Vega, soñador de pesadillas. Foto: David Corio / Redferns (Getty Images)

Se nota ese mismo pálpito en el reciente y pringoso “Mutator” (Sacred Bones-Popstock!, 2021), grabado por Vega en su prolífico período 1995-96 –cuando publicó otros cuatro discos; el 30 de julio, In The Red editará un nuevo trabajo: “After Dark”, que se corresponde con una sesión con miembros de Pink Slip Daddy como Ben Vaughn, Barb Dwyer y Palmyra Delran–. Es el segundo disco póstumo de Alan que ve la luz, tras “It” (Fader, 2017). En ambos, como también en media docena de los anteriores a partir de 1990, su pareja Liz Lamere ejerce de principal colaboradora, haciendo de Martin Rev. Se nutre “Mutator” de letras impresionistas y sucintas que nos recuerdan aquello que decía Truman Capote, ya harto de sus reinos encantados y fiestas de máscaras: “Una sociedad que es la suma de su vanidad y codicia no es una sociedad, es un estado de guerra” –véase el documental “The Capote Tapes” (Ebs Burnough, 2019) para corroborarlo–. “Mutator” desafía y saca a quien lo escucha de su zona de confort. A la fuerza, si hace falta.

El soñador (de pesadillas) soñado

Por todo lo dicho, Alan Vega, en solitario y desde Suicide, ha sido y va a seguir siendo un estandarte. En la sombra, claro, como buen mito oscuro. Esa brújula prismática que abrió y abrirá camino para, a su manera, señalar el norte a la música industrial, al dance, al noise, al punk, al techno, a la no wave (“si existe un padre de la no wave, ese es Alan Vega”, Glenn Branca dixit), al post-punk, al ambient, a tantas habitaciones de la electrónica, y a artistas como The Human League, Throbbing Gristle, Soft Cell, Spacemen 3, Sisters Of Mercy, Bruce Springsteen, Xiu Xiu, Grinderman, Scott Walker, Kanye West

El orden de esos factores no alterará el producto, como tampoco se alteró nunca su camisa sonora, igual de fiel a sí misma que aquella chaqueta sin mangas de Los Ángeles Riders y aquellas gafas de sol XL que llevaba un espectral y ajado Martin Rev, su brother in arms, otro aparente impertérrito, aún más, cuando ofreció su concierto en solitario –pim, pam, punk– en la sala Sidecar de Barcelona una noche de septiembre de 2005, solo tres meses después de que Bruce Springsteen hubiese actuado a solo catorce paradas de metro de distancia, cuando los tiempos de la gira en solitario de “Devils & Dust” (2005), un show que el de Nueva Jersey finalizó con una catártica versión, a voz y armonio, del “Dream Baby Dream” de Suicide (que ellos lanzaron como single en 1979). Escuchar aquello en directo fue más que elevador. Fue el impacto, el impacto, el impacto, que habría dicho el coronel Kurtz. Con esa letra flotando, “has de mantener tus sueños ardiendo, por siempre”, que no dejaba de ser una respuesta a aquella pregunta tan dolorosa que se hacía en “The River” (“¿es un sueño una mentira, si no se hace realidad, o es algo peor?”). ∎

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