No es necesario que ningún medio la valide con un distintivo de “canción de la semana” o “del mes”. El primer single de “My Soft Machine” –segundo LP de Arlo Parks, que Transgressive publicará el 26 de mayo– solo augura gratas sensaciones que deberían afianzarla entre la primera hilera del firmamento pop contemporáneo, dejando así aparcado su puesto como telonera de lujo para estrellas mejor avenidas con el gran público que le toca representar en los próximos meses: nada menos que Harry Styles, Florence + The Machine y Billie Eilish. “Weightless” es la incontestable carta de presentación de este segundo disco, cuyo título proviene de una cita del filme “The Souvenir” (Joanna Hogg, 2019) y cuyas temáticas versan alrededor de la introspección de una veinteañera en su cruce por las turbulencias emocionales de la excitante etapa vital que afronta.

En la primera entrada de ese íntimo dietario opta por reflejar los sinsabores de un apego sentimental no correspondido o, como mínimo, no correspondido con la misma intensidad que desearía su narradora. La respuesta visual a cargo del catalán Marc Oller y la escudería Canada opera bajo los mismos parámetros que definen la música de la británica: sensibilidad, ternura, elegancia y belleza, en este caso para dar forma a un inspirado continente visual lleno de cargas alegóricas que apelan al itinerario emocional narrado por Parks.

Oller articula este imaginario del desamor, o del amor de baja dosificación, a través de dos conductos visuales. Por un lado, la propia Parks capturada en su deambular apesadumbrado por calles urbanas oscuras, solitarias y sin vitamina D. Por ahí navega la cantante londinense, a la espera de señales amorosas que no se concretan. En paralelo, una pareja afroamericana como proyección de esta historia de amor que en lo más hondo anhelaba materializar. El realizador las dota de estructura a través de imágenes-alegoría que reflejan no solo los estados de ánimo de ese (des)enlance amoroso, sino sus fricciones, imposibilidades y colapsos. Una planta ardiendo, las paredes agrietadas de un dormitorio que terminará cayéndose por la irrupción de un buldócer, ese imponente caballo negro desprendido de sus riendas y galopando por las calles de la urbe grisácea o el coche sin conductor –que termina accidentado y en llamas– son algunas de la potentes imágenes-metáfora que señalan los cortocircuitos y las pulsaciones cardíacas desatendidas.

Un hermoso tema al que, a diferencia de la historia personal que expone, sí le corresponde un envoltorio visual de igualitario afecto. ∎