Stromae: el gran show. Foto: David Mars
Stromae: el gran show. Foto: David Mars

Festival

Bilbao BBK Live: hacia las nuevas normalidades

Tenía el listón artístico muy alto el Bilbao BBK Live, que en las últimas ediciones, antes del interruptus pandémico, había exhibido carteles y conciertos para la historia que aún revolotean por nuestra cansada y frágil memoria. La vuelta en este indeciso 2022 no ha sido fácil y, a la vez, acumulaba la ilusión de la reconquista. Esto es lo que vivimos en el recinto de Kobetamendi entre el 7 y el 9 de julio.

Es evidente que desde que el festival dejó de ser un cajón de sastre, donde cabía un poco de casi todo, para reconvertirse en una versión aligerada del inabarcable y pionero Primavera Sound barcelonés, ha adquirido un perfil más acorde con lo actual. Y ahí, junto al pop, la electrónica y el rock internacional de relativamente nuevo cuño, se incorporan músicas de pulso latino que en los últimos tiempos le compiten la tarta internacional a lo anglosajón. Eso que los responsables del festival catalán anticiparon en denominar “Nueva normalidad” (ironías del destino, el cariz que poco después adquirió en manos gubernamentales) y que incluía también la paridad entre artistas masculinos y femeninos, como en realidad le estaba ocurriendo a la música independiente (y dependiente) en los últimos tiempos. Y esta edición ha ido por ahí. Muchas mujeres sobre los escenarios –también entre los 115.000 asistentes, según cifras oficiales– que no cabe duda aumentan matices y perspectivas. Aunque de momento se hayan conformado con la letra pequeña/mediana de un cartel que sumaba 116 artistas, si bien M.I.A., Phoebe Bridgers o Nathy Peluso se acercaban a su cabecera.
Desde que los festivales orientados a la música independiente aprendieron latín, ya es habitual toparse con una estrella colombiana que atrae a un público ajeno hasta ahora a su paisaje y paisanaje. J Balvin –me reservo la opinión sobre los minutos que vi– era uno de los atractivos de la edición, junto al apabullante set de LCD Soundsystem con un concierto único en festival europeo, la muy acertada batidora del estiloso crooner belga Stromae o los recurrentes –y siempre seguros, para sus públicos– Pet Shop Boys, The Killers, Placebo o Moderat. También a destacar el papel ya no solo de comparsas de algunos de los artistas nacionales, adscritos a ese nuevo pop y rock juvenil de vocación mayoritaria.

Las cifras avalan otro éxito, con un tercio del aforo llegado de hasta 75 países diferentes. El tiempo –siempre una duda en el norte– ha sido espléndido con cielos azules, brisas nocturnas y nunca exceso de calor. La cita para 2023 ya está marcada: 6, 7 y 8 de julio. Y como cada quien tiene su petición, la mía sería que no se descuide el pop-rock contemporáneo más creativo. Por lo menos en los escenarios modestos del recinto. JCJ

Alizzz: sin sorpresas. Foto: David Mars
Alizzz: sin sorpresas. Foto: David Mars

Jueves, 7 de julio

Alizzz

A priori Alizzz no estaba invitado a la fiesta. Esa fiesta del nuevo pop español (o hispano), tan bailable, comercial y radiable como cuando el transistor escupía los éxitos uno tras otro hasta 40 o más. Pero Cristian Quirante Catalán, con 37 años, se ha convertido en el último mirlo blanco, no ya solo para componer algunos éxitos ajenos de Rosalía, C. Tangana, Amaia y esas estrellas de ahora, sino también para ponerse al frente de unas canciones tan redondas, pegadizas y blandengues que la gente canturrea feliz de pe a pa. El concierto es como un guateque moderno donde el que más el que menos exhibe sus dotes para el baile o el karaoke ante el irresistible gancho de “Fatal”, “Siempre igual” –con ese “guiño” a “La chica de ayer”–, “Ya no siento nada” y demás pelotazos que Alizzz reproduce orgánicamente, en un set sin fisuras ni sorpresas. JCJ

Caribou: el clima y el ritmo. Foto: David Mars
Caribou: el clima y el ritmo. Foto: David Mars

Caribou

El formato que ha elegido Dan Snaith para el nuevo tour de Caribou, que ya pudimos ver en el Primavera Sound, responde a la mayor intimidad que exigen sus producciones más recientes: tan solo tres músicos en el escenario, bien cerquita, reunidos formando un triángulo. La batería lleva la batuta rítmica, el bajo consigue situarse entre la organicidad y la distorsión cibernética y Snaith maneja el timón de la mezcla, los sintetizadores y la programación del sonido en directo. Se pierden algunos detalles que aporta el formato de banda completa y se sustituyen con una espíritu más de club, logrando ofrecer experiencias diferentes para temas ya clásicos. En “Odessa” la apuesta es demasiado arriesgada: no necesita una base tan felizmente house; a “Sun”, sin embargo, la transición tech hacia el coro final le sienta de maravilla. En esa energía se mueve todo el concierto, que por momentos suena demasiado alegre para la inmersión que se le presupone a la discografía de Caribou, pero que se adentra a serpentear por las profundidades del beat. Las dudas que pudieran surgir sobre esta nueva iteración durante los primeros compases del concierto se disipan completamente al final, empalmando climáticamente “Never Come Back” y la ya eterna “Can’t Do Without You”. ¿Es una de las canciones más inmensas de los últimos 20 años? Yo digo sí. DR

LCD Soundsystem: la pócima eterna de James Murphy. Foto: David Mars
LCD Soundsystem: la pócima eterna de James Murphy. Foto: David Mars

LCD Soundsystem

La ensemble de electrónica, funk, disco, rock, punk, kraut y casi cualquier ritmo frenético que le pase por la cabeza retorcer a James Murphy comandó la jornada del jueves en el BBK con un show total, un sonido impecable y una energía desbordada. Dispuestos en torno a su estudio-escenario, intercambiando percusiones y tejiendo en el espacio fantasías modulares, repasaron algunos de sus mayores hits… But maybe they don’t do hits, o maybe todo lo que han sacado a lo largo de su carrera –que ya desborda los 20 años– tiene el potencial de serlo. “I Can Change” sonó siempre ascendente al abrigo de filigranas motórikas de Kraftwerk. “Daft Punk Is Playing At My House” confirmó que cuando LCD Soundsystem se quieren poner en plan rock para llenar estadios son una de las mejores bandas del mundo, idea que rubricaron con las versión de “No Love Lost” de Joy Division. Y “Tribulations” aportó electroclash y muchos coros populares. No faltó “Losing My Edge” y esa vibrante verborrea de Murphy, azotada por una tormenta de guitarras, teclados apocalípticos, bajos hipertensos y una base rítmica atronadora. O el funk violentísimo de “tonite”, ejemplo del totum revolutum discotequero que conjuran como nadie. E incluso hubo momento para la pausa y el romanticismo derrotista del vals “New York I Love You, But You’re Bring Down”, cargada de intensidad en las manos de Nancy Whang. El fin de fiesta lo marcó la explosiva “Dance Yrself Clean”, que desata una tormenta de sintetizadores sobre el beat de un mar en calma. Y, cómo no, ese monótono piano en crescendo infinito que le da alas a “All My Friends”. Euforia y morriña en una misma línea temporal. Porque si pudiéramos ver a todos nuestros amigos y amigas en una misma noche, probablemente la realidad explotaría, la simulación haría crash. Necesitamos echarnos de menos, necesitamos no ser jóvenes toda la vida. Necesitamos el tiempo y necesitamos heridas. Y no necesitamos ver todos los años a LCD Soundsystem. Mejor así, disfrutando muy fuerte cuando se estrellan nuestras líneas temporales. DR

Moderat

Las expectativas se notaban elevadas ante el concierto de Moderat. También las dudas. Y los ánimos y los espíritus, a esas horas unos con más ayuda que otros. Su retorno a los escenarios también lo es a los discos y el último, “MORE D4TA” (2022), no representa exactamente su mejor versión. Es más directo, más abierto y les permite ser más expansivos, pero también los balancea y los trivializa. Por momentos incluso parecen unos Depeche Mode pretenciosos que saben que con un buen drop lo arreglan todo y que tirar de IDM siempre funciona en su contexto. Durante la primera mitad del concierto se notó una acuciante falta de equilibrio entre sus mejores singles y las canciones de su nuevo disco: faltaron muchas de “III” (2016), por ejemplo, cosa que no ocurrió en el Sónar. No faltó, eso sí, sonido (como sí ocurrió en Sónar, por otro lado). Si algo sabe hacer Moderat es sonar cristalino y al mismo tiempo aplastante, cinemático y tecnicolor. Cuando son Moderat –pero Moderat, Moderat, los de verdad– y tiran “Bad Kingdom” o “A New Error”, la pista literalmente se derrumba y lo que se vive se acerca mucho a una catarsis religiosa. Ahí, en el universo de los bajos apocalípticos y diluidos, de las vibraciones cósmicas y de los agujeros negros, es donde el supergrupo integrado por Modeselektor y Apparat ejerce su propia fuerza gravitacional. DR

Nacho Vegas defendiendo sus mundos inmóviles derrumbándose. Foto: David Mars
Nacho Vegas defendiendo sus mundos inmóviles derrumbándose. Foto: David Mars

Nacho Vegas

El cambio de horario llevó a Nacho Vegas a la cómplice noche, pero en dura competencia con los apabullantes LCD Soundsystem. Incluso el asturiano animó a ir a verlos al final de su concierto, mientras sus fieles seguidores continuaban coreando, incluso cantando, “El hombre que casi conoció a Michi Panero”. No se le puede negar esa marcada autoría que le hace absolutamente único, dueño de un cancionero singular e incontestable que defiende magistralmente en vivo y que agranda ahora con “Mundos inmóviles derrumbándose” (2022). Vestido con un elegante traje morado, se presenta con su coro antifascista y feminista (cinco mujeres, un hombre) y una banda semivasca con el habitual (y genial) Joseba Irazoki y un fichaje de última hora, Álvaro Segovia (Atom Rhumba entre otros), en sustitución puntual de la guitarra titular de Juliane Heinemann, que andaba por Mérida con Christina Rosenvinge y su “Safo”. JCJ

Phoebe Bridgers: musa inesperada. Foto: David Mars
Phoebe Bridgers: musa inesperada. Foto: David Mars

Phoebe Bridgers

En Phoebe Bridgers la música actual ha encontrado una perla insospechada. Gracias sobre todo a “Kyoto”, que aquí dedica a los padres presentes, ha llegado a un público amplio –observo cómo en Spotify tiene casi seis millones y medio de oyentes mensuales– y en su concierto bilbaíno las primeras filas de un amplio gentío se la quieren comer (ella está también por la labor y desciende hasta ellos). Aparece feliz y elegante en los mismos tonos oscuros que presiden casi toda su música, mientras la banda sigue con el esqueleto fosforito. El nu metal de Disturbed suena de fondo, hasta que irrumpe flotante “Motion Sickness”. Luego “Punisher” (2020) se convierte en protagonista casi absoluto. No es un disco fácil para llevarlo por la tarde a un festival, son canciones que tantean los viejos caminos de la canción (confesional) de autor, con nuevos ropajes y texturas y mucho trabajo de producción: con sintetizadores y trompetas como adorno, envoltorio y recado. Hay mucha lírica en Phoebe, mucha búsqueda que no siempre alcanza el clímax, ese clímax tan complicado de hacer implosionar lo sutil. Quizá el recuerdo postrero supere el propio momento vivido. JCJ

Placebo: Brian Molko viviendo de rentas. Foto: David Mars
Placebo: Brian Molko viviendo de rentas. Foto: David Mars

Placebo

Aunque la expectación por ver a Placebo poco o nada tiene que ver con sus últimos lanzamientos desde hace ya varios años, Brian Molko y Stefan Olsdal se niegan a caer en el fanservice y siguen, como Suede, ofreciendo nuevas referencias que sirvan para vertebrar sus conciertos. Puede ser una decisión cuestionable porque “Never Let Me Go” (2022) ha pasado un poco sin pena ni gloria por el panorama discográfico, pero ellos van a muerte con su decisión y la defienden con contundencia. Los años pasan para Molko –no tanto para un Olsdal descamisado y luciendo abdominales de acero–, pero no para esa voz nasal reconocible a kilómetros. Y la potencia con que acometen sus nuevas canciones consigue que la primera mitad del concierto no caiga por su propio peso. Cuando llega la segunda mitad y con ella “Too Many Friends” –su mayor nuevo clásico–, “For What It’s Worth”, “The Bitter End” e “Infra Red”, acude la nostalgia, pero también la constatación de que Placebo mantienen la forma. Nos dejaron sin “Every You, Every Me” porque no podían dejarnos sin “Running Up That Hill” (Kate Bush) ahora que está tan en boga por su inclusión en la última temporada de “Stranger Things”. DR

Snail Mail: otra vez será. Foto: David Mars
Snail Mail: otra vez será. Foto: David Mars

Snail Mail

Probablemente sea una esperanza del rock actual, sus dos álbumes así lo atestiguan, pero en directo le queda mucho por hacer. Aún estamos buscando los matices y arreglos de muchas de sus canciones, comenzando por algunas maravillas de su debut, como “Speaking Terms”, que aquí tocó en cuarto lugar, aunque el grueso del concierto se centró en “Valentine” (2021), cuya canción titular sirvió de apertura. Se estancó la pequeña Lindsey Jordan en un sonido opaco que en rara oportunidad despegaba del suelo. A veces también parecía que acababa los temas con cierta desidia. Y tampoco logró salirse de ese registro vocal tipo ligeramente malhumorado, que en sus grabaciones fluctúa con mucho mayor feeling. Escasa asistencia en la carpa asignada, que disminuyó a lo largo del bolo. Aún así no perdemos la esperanza con ella. JCJ

Zahara: perversión y hedonismo. Foto: David Mars
Zahara: perversión y hedonismo. Foto: David Mars

Zahara

Ser Zahara podría ser más fácil. Pero no sería Zahara. La jienense acomete transformación tras transformación para alejarse siempre de su zona de confort, de lo que se espera de ella, y trasciende prácticamente cualquier etiqueta que se le quiera poner a su música a base de volantazos. El último, adentrarse de la mano de Martí Perarnau y Manuel Cabezalí –que ya comenzaron a hacer latir el corazón de su banda por la época de “Astronauta” (2018)– en territorios progresivamente más electrónicos y más puramente festivos. Hasta llegar a “LaPutaRave”, formato minimizado en lo instrumental –ella con una controladora; Perarnau en la sala de máquinas mezclándolo todo en directo, transicionando y dándole el hilo conductor de una sesión; Cabezalí a los detalles y a las guitarras, siempre preciso y ruidoso– y acompañado de bailarinas que bebe de la estética cyberpunk y retrowave, que incorpora elementos estéticos de “La casa de papel” y que tira descaradamente del techno para aumentar la intensidad. Entre medias, Zahara rinde homenaje a las mujeres que inspiraron “PUTA” (2021), empezando por una Taylor Swift a la que versiona en clave Madonna (“Wildest Dreams”), terminando por Britney Spears (remix loco de “Give Me More” y “Toxic” mediante) y pasando por Lola Flores en un momento más desubicado. La mecha explota en el doblete arrollador formado por “Merichane” y “Hoy la bestia cena en casa”, siempre retorcidas por el espíritu ravero. Y para el final se reservan “berlín u5”, una carta de amor de Zahara a Perarnau –le dice “gracias” varias veces a través de la voz procesada de Rocío Jurado–que demuestra que este camino de hedonismo, perversión y discoteca lo están recorriendo juntos en un Delorean y sobre raíles de neón. DR

Stromae: el gran retorno. Foto: David Mars
Stromae: el gran retorno. Foto: David Mars

Viernes, 8 julio

Bicep

La electrónica de Bicep se mueve bien entre lo impresionista y lo puramente físico. Toda la sutileza que se les puede sacar en casa puede convertirse en tralla para convertir sus directos en experiencia apoteósica que penetra en el cerebro a través de reptantes líneas sintéticas y arpegios modulares y se traslada a la zapatilla por mediación de un bombo implacable. “Glue” y “Opal” marcan alguno de los momentos más inmersivos, recreando el sonido de un club posapocalíptico; en “Atlas” acarician con guantes de algodón la inclemencia del IDM. La organicidad se siente en algunos de los pasajes de “Isles” (2021) como “Saku” o “Meli (II)”. Y “Apricots” –entre tribal, panorámica y futurista– pone el cierre con su épico leitmotiv. Por favor, ¿pueden tocar toda la noche? Gracias. DR

Bomba Estéreo: sabrosura con cuentagotas. Foto: David Mars
Bomba Estéreo: sabrosura con cuentagotas. Foto: David Mars

Bomba Estéreo

Con Bomba Estéreo pasa lo de siempre. Tienen el flow, tienen la sabrosura, tienen un momento de feliz empoderamiento como “To My Love” –que flota en el aire como pompas de jabón– y tienen bombas calenturientas como “Fuego”, que suelta las gargantas y las caderas hasta de los más secos al ritmo de su cumbia global, sintética, elegante y algo naíf. Pero también les falta maldad, algo de suciedad y de perreo, entregarse un poquito más al dembow y no coquetear tan de cerca con los convencionalismos occidentales. Quizá por eso el momento que con más fuerza resonó fue el reservado para “Ojitos lindos”, su reciente aparición estelar en el verano romántico de Bad Bunny. El Conejo Malo, que sí ha sabido jugar con el sistema desde distintos márgenes, yendo y viniendo como le da la gana, estuvo presente en espíritu en el BBK y le regaló a Bomba Estéreo uno de los momentos más comunitariamente emotivos del festival. DR

Carl Craig

Aunque no estuvo todo lo trallero que se podía esperar siendo uno de los padrinos del techno de Detroit, Carl Craig arrasó Basoa con su preclaro sentido del ritmo, que ha dado alas creativas a DJs tan dispares como The Blessed Madonna, Motor City Drum Ensemble o hasta Peggy Gou. Estuvo más cerca del tech-house, bordeando a veces la frontera del electroclash y del hard-vogue, mezclando bombo a negras y monotonías oscuras con clásicos de disco y soul y acercándose al sonido de un puticlub cyberpunk. Al final, climático, sí le aportó más dosis de matraca para sumergirnos en los túneles de su visión del techno, conciso y atronador pero también lumínico y esperanzado. DR

Chill Mafia: ahora es el momento. Foto: David Mars
Chill Mafia: ahora es el momento. Foto: David Mars

Chill Mafia

En cada concierto de Chill Mafia podría colocarse a la entrada un cartelito que dijera algo así como: “Deje por favor todos sus prejuicios antes de entrar, sobre todo si ha pertenecido en su juventud a alguna tribu urbana, tipo punk, heavy, mod o cualquier otra”. Lo de este colectivo, comunidad o comando navarro excede a cualquier consideración meramente musical. Podría decirse que es una verbena punk, sin ser verbena y sin ser punk. Bueno, punk sí es. Sin guitarras, imperdibles ni camisetas rotas (torsos desnudos, directamente), pero con una irreverencia, una energía y eso que decimos “actitud” que rayan con aquel. Y eso se transmite a poco que se haya chocado alguna vez con las maneras ordenadamente estándar de vivir. O simplemente si se es adicto a la bulla. Otra cosa es que uno se pregunte si lo que se dispara desde la mesa –más allá de la contagiosa jarana escénica por la que se movía más gente que por la Gran Vía (con Beñat Kilili Frexko, Ben Yart y Sara como “conductores”)– es trap, reggae, dancehall o ironías para quinquis arrepentidos: “No sé qué me pasa que, cuando bebo, sin tener razón ninguna, con toíto el mundo me meto / Anoche borracho te falté, y hoy vengo a decirte que lo siento, porque soy navarro como tú, y nos conocemos el terreno”. El caso es que su hora de concierto pasa con la rapidez de la diversión. El fenómeno es tan pertinente como su propia impertinencia. JCJ

Kelly Lee Owens: hechicera galesa. Foto: David Mars
Kelly Lee Owens: hechicera galesa. Foto: David Mars

Kelly Lee Owens

Hay algo casi espiritual en la música de Kelly Lee Owens. La galesa dispara mantras loopeados desde los dos enormes teclados que la flanquean, líneas de sintetizador que flirtean y se abrazan en el aire, mientras con su voz eleva las bases a las alturas etéreas de una Enya. Desde el principio, sobre las estructuras deconstruidas y las texturas rugosas del “Weird Fish/Arpeggi” de Radiohead, va cimentando un show intimista pero a la vez musculoso, que atraviesa especialmente los mejores momentos de sus primeros trabajos y que tira de “LP.8” (2022) tan solo para transicionar y ambientar las metamorfosis sonoras que, recreándose en la monotonía, experimentan los temas. Los bajos contundentes de “CBM”, el serpenteo electrónico y el downtempo experimental, los detalles IDM de “Bird” o un colofón más incendiario en el que destacaron “Jeanette” y esa bomba de UK garage que es “Melt!” hicieron el resto. DR

Lori Meyers tanteando espacios infinitos. Foto: David Mars
Lori Meyers tanteando espacios infinitos. Foto: David Mars

Lori Meyers

Los granadinos quisieron situarse en el presente con varias canciones de “Espacios infinitos” (2021), álbum en el que precisamente hablan de fatigas pandémicas, el correr del tiempo o de vivir el presente y recuperar la fuerza inicial. Y he ahí el quid de bandas generacionales como esta, que sobre todo en la primera década del siglo sumaban canciones que se han convertido en himnos juveniles: “Luces de neón”, “Mi realidad” o “Emborracharme”, que comparten con el televisivo Jordi Évole, que a mediodía actuó con su banda Los Niños Jesús en los conciertos gratuitos por la ciudad. Al fin y al cabo, ahí radica la validez del pop, cuando vence al tiempo y sus caprichos. Ahora Lori Meyers y todo ese pop de vieja escuela, que les tocó reverdecer, tienen la dura competencia entre las nuevas modas. Tanto a ellos como al numeroso público que los acompaña y vitorea sus estribillos no parece importarles. JCJ

Mykki Blanco: locura con fundamento. Foto: David Mars
Mykki Blanco: locura con fundamento. Foto: David Mars

Mykki Blanco

Hay una dualidad en Mykki, más allá de su ambigüedad transgénero: por un lado ofrece un fondo sonoro verdaderamente inusual y atractivo, con un saxofonista y ocasional flautista, un guitarrista encapuchado que parecía salir del planeta Gong o de la banda de Pau Riba y un tercer elemento que se encargaba de los pregrabados. El conjunto se movía por músicas cálidas, incluso atmosféricas en ocasiones, que podían remitir a soul, jazz, hip hop, disco o rock metafísico. Y mientras Mykki rapeaba sus peroratas tipo “la supremacía blanca causa el cambio climático”, bailaba con pasos suaves o enloquecía directamente creando un círculo entre el público, subiéndose por las columnas de los altavoces y la barra de la carpa, o repitiendo sin cesar “I love you España”. Su outfit es poco menos que indescriptible, con un pantalón de plástico negro que dejaba una pierna al aire. Hace cosa de una década surgió como personaje de un proyecto de audiovisual que englobaba poesía, artes escénicas y activismo social, con Yoko Ono o las riot grrrl como inspiración. A estas alturas a nadie puede sorprender que todo acabara en una enloquecida rave y el público entre feliz y alucinado. JCJ

Planningtorock: más allá del género. Foto: David Mars
Planningtorock: más allá del género. Foto: David Mars

Planningtorock

Desde que completara su transición personal en 2014, Jam Rostron ha cimentado su estatus como icono LGTBIQ+ reflexionando en su música sobre la naturaleza del género, la discriminación, el deseo y las barreras de la identidad. De aquella época nos queda “Let’s Talk About Gender Baby”, tema que sirve para cerrar su show y que demuestra el carácter casi pionero del artista de Bolton. Desde entonces ha reforzado el uso de efectos digitales sobre su voz para incidir en la ambigüedad y ha ido adentrándose en territorios más experimentales mientras los grandes iconos de la comunidad –Lady Gaga, Romy, Arca o Robyn, por poner algunos ejemplos– se acercaban a elle para reforzar sus discursos. Mucha reivindicación en un show pequeño y algo descontextualizado –por hora y escenario– que sirvió más para sentirle de cerca, detenerse en el hedonismo reflexivo de “Much To Touch”, pararse a pensar entre tanto caos y celebrar en parte un Orgullo crítico que de verdad nos haga evolucionar como sociedad. “Gay Dreams Come True”. DR

Stromae

¿Dio Stromae el concierto del festival? Es difícil decirlo después de ver la lección magistral de ritmo de LCD Soundsystem, pero el belga va más allá. De la música, de la propia performance y de lo que se pretende transmitir encima de un escenario. Su concierto no es “al uso”. Es una excusa para materializar el discurso de Paul Van Haver: un canto unitario que apela al amor propio y a los demás, que respeta, valora y exalta todas las culturas del mundo, que trata de ponerse en el lugar del débil y que critica los rígidos convencionalismos que ha impuesto el sistema en la sociedad. La percha la pone una absoluta fiesta internacional que –sobre muchos de los preceptos de la canción clásica francesa y ese croonerismo dolido– muta en electro, house francés, eurodance o cumbia sideral. Y en ritmos que viajan de Portugal a Brasil sin saber cómo volverán. De la enérgica “Ta fête” se pasó a “Formidable”: ese era el nivel de una actuación mágica elevada a la enésima potencia por un aparataje visual muy impactante combinado con plataformas móviles de luz. “Papaoutai” fue uno de los momentos más celebrados, pero “L’enfer” y “Santé” reivindicaron la excelencia de su reciente trabajo, el que supone su regreso a los escenarios tras un parón demasiado largo. Después del fiestón que es “Alors on dance” y de presentar a todas y cada una de las personas que hacen posible semejante show, Stromae y su banda pidieron al público silencio absoluto para interpretar a capela “Mon amour”. Se cumplió, rompiéndose finalmente con una ovación sincera y cerrada. Un directo debería ser ESTO. DR

Supergrass, refugiados en la nostalgia. Foto: David Mars
Supergrass, refugiados en la nostalgia. Foto: David Mars

Supergrass

Cuatro veranos atrás, Gaz Coombes –hoy con barba y sombrero– visitaba el mismo escenario con su interesante proyecto en solitario, en formato de septeto y con tres coristas. Aquello era acorde a un músico que buscaba una salida madura y coherente a su creatividad. Pero la sombra de los nombres en el rock es tan alargada como la del ciprés de Delibes. Y es raro el grupo de éxito –o incluso de medio éxito– que no se concede una segunda –o tercera, o cuarta– oportunidad en busca de un puñado de dólares –o euros, o lo que sea– a costa de satisfacer la añoranza de sus veteranos seguidores. Y aquí nos encontramos con el otrora trío, ahora cuarteto con el añadido del hermano del líder, el teclista Rob Coombes, que en algunos tramos del concierto se adorna con un protagonismo innecesario y fuera de tono (¿nepotismo?). La idea es montar un “grandes éxitos” en directo con canciones que en la mayoría de los casos abarcan sus tres primeros álbumes, es decir de 1995 a 1999, donde sobresalen “Mary” (siempre ha sido mi preferida), “I’d Like To Know”, “Pumping On Your Stereo” o la muy coreada “Alright”. Claro que el concierto entretiene, pero nos deja ese destemplado regusto de las cenas recalentadas. JCJ

The Killers

La expectación era extrema y ante el escenario principal se acumulaba la que ha sido seguramente la mayor aglomeración del festival, que estalló al unísono cuando Brandon Flowers –sexy, de etiqueta, brillante, conquistador, encantador– gritó aquello de “You sit there in your heartache!”. No necesitan más. Un enorme podio frontal ofrece a Flowers espacio para el lucimiento y el recreo, y él se gusta como las grandes estrellas del rock. Pero no hay desconexión, no hay altivez. Su sonrisa perfecta y su mirada limpia no pueden transmitir más humildad. Y la manera en que afrontan clásicos inmortales como “Somebody Told Me”, nuevas canciones como “Boy”, esa finísima versión de “Shadowplay” (Joy Division) que por poco mejora la original o medianías como “Shot At The Night” y “Runaways” demuestra por qué son uno de los grupos de la explosión indie de mediados de los 2000 que mejor ha resistido el embate del tiempo. Se despidieron, cómo no, con “All The Things That I’ve Done” y ese puente que es ya patrimonio de la humanidad. Y volvieron para reinar en la noche bilbaína con “Spaceman”, “Human” y “Mr. Brightside”. Las canciones siempre mandan. DR

M.I.A.: entre Jesucristo y la gloria (pasada). Foto: David Mars
M.I.A.: entre Jesucristo y la gloria (pasada). Foto: David Mars

Sábado, 9 de julio

BADBADNOTGOOD

El BBK Live también hace su hueco al jazz de este cuarteto de Toronto. Su concierto fue instrumental, basado en el álbum “Talk Memory” (2021), presidido por una música cimbreante y de cariz cercano a lo cósmico-espiritual. Incluso el batería solicitaba al público manos al cielo en tono litúrgico-ceremonial. Otra cosa eran los momentos de guitarra eléctrica con punteos virtuosos más próximos a la fusión jazz rock bailable. JCJ

Carolina Durante: famosos en muchas calles. Foto: David Mars
Carolina Durante: famosos en muchas calles. Foto: David Mars

Carolina Durante

No hay festival –realmente no hay concierto– en el que Carolina Durante no consigan arrasar. Por mucho que Diego Ibáñez esté cojo y pese a coincidir con Pet Shop Boys, los cuatro chavales de Madrid lograron la mayor afluencia de público en el escenario Txiki. Una pequeña masa entregada y vibrante que conectó con el grupo al instante y que coreó cada una de las líneas que han hecho ya legendarias a “Las canciones de Juanita”, “Necromántico”, “La noche de los muertos vivientes” o “Perdona (Ahora sí que sí)”: “un beso a Amaia”, dijo Ibáñez al terminar; la pamplonica estaba en el festival y antes había acompañado en el escenario a Rigoberta Bandini; extrañó un poco no verla por allí. Martín Vallhonrat comandó el bajo con autoridad y fue creciendo en intensidad hasta prácticamente arrancarlo del ampli. El colofón, con “Famoso en tres calles” –una favorita personal– dejó a la audiencia exhausta y saciada. DR

Four Tet

Lo más estimulante del concierto de Four Tet fue dar un salto al vacío hacia su música. Gran parte de los pasajes que recorrió están aún por publicarse o no verán la luz nunca, rodeando el sonido de un halo de misterio mayor aún del que ya goza de por sí el productor británico. Sin embargo, poco queda del Four Tet más intelectual y minimalista, casi ambiental. Al menos en sus últimas apariciones, más centradas en dar a los temas de sus últimos trabajos una forma más muscular que en recrearse en los momentos contemplativos. Incluso pueden sentirse ecos perturbados de EDM y house feliz. Sonidos más complacientes que los que nos solía ofrecer Kieran Hebden. Y quizá el conjunto peca de plano y no termina nunca ni de alucinar ni de romper. DR

J Balvin: refresco latino. Foto: David Mars
J Balvin: refresco latino. Foto: David Mars

J Balvin

Ahora que el BBK Live ve cada vez más lejos la competencia en la liga rockera del Mad Cool o del NOS Alive, está abierto a nuevas músicas y al traspaso de líneas rojas. Y el elegido para abanderar esa transición fue J Balvin. Bien es cierto que al festival bilbaíno le falta experiencia en redondear una jornada en torno su figura y se echó de menos una programación más acorde con la propuesta del colombiano. La carrera de Balvin ha entrado en unos terrenos movedizos, entre la complacencia y el reguetón de marca blanca. Tuvo un par de salidas machistas aunque recogió cable rápido –en un momento pidió a los hombres que levantaran a sus mujeres para luego intentar arreglarlo diciendo que las mujeres son siempre la que mandan– y esta vez no hubo bailes sexistas, sino un elegante cuerpo de danza vestido de Balenciaga, único divertimento visual en un concierto con serias carencias en cuanto a realización. Por lo demás, pura fiesta, poco pregrabado –de hecho, las pistas vocales de los artistas con los que comparte canciones prácticamente no se escuchaban– y mucho temazo, porque eso no hay quien se lo discuta: desde “Mi gente” y “Reggaetón” hasta “In Da Getto” o “Ginza”, pasando por “No me conoce”, “La canción” o “Con altura”, con shotout a la Rosalía incluido. También un poco de chapa motivacional para un concierto que es más celebración o discoteca-live de reguetón y que nos dejó algo fríos. DR

Joy Crookes: gran presencia. Foto: David Mars
Joy Crookes: gran presencia. Foto: David Mars

Joy Crookes

Tampoco el retrosoul ha sido ajeno al festival con la presencia de la londinense Joy Crookes. ¡Y qué presencia la suya! Una joven y esbelta mujer de piel morena, mestiza, con un elegante vestido gris, que se presentó en un casi perfecto castellano. Cuatro músicos acompañaban su firme y dulce voz, sin alardes, moviéndose entre medios tiempos soul-pop-jazz y otros adorablemente bailables, e incluso a veces ella se atrevía con la guitarra. Las canciones eran de su debut “Skin” (2021), que llegó tras pasar años interpretando baladas de cine y versiones que iban de Ray Charles a Laura Marling. Esperábamos su lectura de “London Calling” (The Clash), que no hizo aunque se acordara del (des)gobierno inglés. Sí hubo un precioso medley de Kendrick Lamar con “Yah” y “Element”. Casi al final nos invitó a viajar con ella a Londres mientras regalaba canciones tan bonitas como “When You Were Mine”, “Wild Jasmine” o “Feel Don’t Fall Me Now”, que le ha ganado cierta fama de parecido razonable con Amy Winehouse. Joy es más fina. Para bien y para mal. JCJ

M.I.A.

El mayor problema del nuevo espectáculo de M.I.A. –el más minimalista de toda su carrera, aunque musicalmente se conforme al contrario, de forma maximalista– es que intenta evocar una energía única, especial, pero realmente encierra un corta-pega. No porque el setlist sea prácticamente el mismo en todos los conciertos, algo lógico, sino porque no puede convertirse una al cristianismo todos los días. Transformar la propia revelación, transición o como cada uno quiera llamarlo en performance es cuanto menos discutible, igual que lo es que la pinchada de los temas se sienta más bien churro pregrabado que fiesta de verdad mutante y adaptativa. Las canciones la avalan, pero solo destacan en su nuevo show las más míticas y agresivas, porque los detalles pierden importancia: “Bad Girls”, “Galang” o “Borders”, que con el tiempo se ha convertido en uno de sus temas-bandera. El que viera lo del Primavera Sound ya sabrá lo que viene después: se viste de blanco y se pone alitas en la cabeza, habla de la paz en el mundo, del amor y demás palabrería woke y se trae a un coro de chicas para montar una especie de góspel-jungle que es más interesante que estimulante o satisfactorio, y que sirve para elevar “Paper Planes”, pero también para acometer un crimen como “Miracle”: ¿Alguien reconoce a M.I.A. en esa canción? DR

Nathy Peluso: sin límites. Foto: David Mars
Nathy Peluso: sin límites. Foto: David Mars

Nathy Peluso

Seguramente la gran triunfadora del sábado fue Nathy Peluso. Su directo sigue evolucionando desde las raíces de la música latina y se levanta sobre una impresionante banda en directo que hereda todos los conocimientos de Tito Puente: el influjo del jazz y del soul sobre la tradición musical cubana en una explosión que sucedió en Nueva York pero encuentra su alma en Puerto Rico y sus ritmos de ida y vuelta por el Caribe. Pero es ella la que lo agarra con fuerza por el cuello. Su presencia es cada vez más animal e intimidante, ya sea bailando salsa, bachata o dembow, haciendo de Celia Cruz, seduciendo enfundada en un mono mientras saborea melodías R&B o escupiendo hip hop nuyorican: “Y si el FMI me la toca, si creen que van a comer de mi sopa, hip con el hip con el hip, hip, hopa”. Como una boxeadora en el ring, se reivindica a sí misma, a la cultura que la ha visto crecer, demostrando que la suya es una carrera de fondo en la que ha ido ganando a golpes. Un diez a la realización, con cámara POV para dar intensidad a algunos de los momentos más futuristas y urbanos –como su sesión con Bizarrap– y también a la dinámica del bolo, que pasó de lo orgánico al club y del homenaje nostálgico a los horizontes de un futuro cibernético. DR

Nilüfer Yanya

Era mi apuesta en letra mediana del cartel. En la edición de 2018 era una completa desconocida y catamos su voz unos minutos. Al año siguiente la vimos en el Primavera Sound de Oporto. Ahora Nilüfer Yanya venía con su segundo álbum“PAINLESS” (2022), que es uno de mis discos favoritos de lo que va de año. La londinense tiene un gusto exquisito en todo y unos rasgos ligeramente exóticos, aunque creció en Chelsea influenciada por los Pixies o los primeros The Cure. Algo queda de ello. También recuerda a PJ Harvey, asida siempre a esa guitarra azul que suena seca y reverberante. Parecen canciones sencillas, y puede que lo sean, pero cada arreglo es un prodigio de imaginación y talento que llevan su rock a un estado entre ondulante, hipnótico y absorbente. También acelera y explosiona. Alguien dijo que su voz es un músculo tierno. No encuentro mejor definición. Generalmente acaricia, pero a veces parece arañar. JCJ

Pet Shop Boys: de cumpleaños. Foto: David Mars
Pet Shop Boys: de cumpleaños. Foto: David Mars

Pet Shop Boys

Terminado el concierto de Pet Shop Boys, Neil Tennant nos contó que era su 68 cumpleaños. Podrá estar todo lo fondón que se quiera, pero su estado vocal sigue (casi) en todo lo alto. En ese momento se despeja cualquier duda: estábamos celebrando una gran fiesta en su honor y en el de su compañero, el imperturbable Chris Lowe, con el que forma uno de los dúos más longevos y exitosos de la historia del pop. Y uno de los incuestionables del electro o tecno-pop desde los años 80. La gira “Dreamland” celebra esas cuatro décadas. La cosa comienza con “Suburbia” y una escenografía minimal entre dos farolas gigantes, barridos de luces y la pareja enmascarada. A partir de ahí todos son cambios, desde los abrigos largos de Tennant en distintos tonos hasta la aparición de dos percusionistas electrónicos y un teclista más, mientras Lowe se encarama a una tarima en plan comodón. Y muchas proyecciones, claro. Pero el meollo está en unas canciones que son invitación continua al baile y a la alegría de bailar. Sacrifican ese lado narrativo tendente a la melancolía de parte de su discografía por una concatenación de himnos lubricantes que convierten Kobetamendi en macrodiscoteca de final de siglo XX. A ello contribuyen sus éxitos –“Domino Dancing”, “It’s A Sin”, “Left To My Own Devices”, “Heart”– y los que han hecho propios: “Go West” (Village People), el estándar “Always On My Mind”, “Can’t Take My Eyes Off You” (Frankie Valli). Solo en el bis aminoran el frenesí para volver al minimalismo del principio con una versión marcada por la percusión de “West End Girls” y la melancólica “Being Boring”. Para entonces ya teníamos claro que Pet Shop Boys son la encarnación de aquel socorrido epitafio: ¡Que nos quiten lo bailao! JCJ

Lo transversal y Rigoberta Bandini. Foto: David Mars
Lo transversal y Rigoberta Bandini. Foto: David Mars

Rigoberta Bandini

Con la teatralidad por bandera, rozando deliberadamente el esperpento y sumiéndose completamente en el género de la comedia musical, Rigoberta Bandini se ha ganado a pulso un hueco entre los directos más originales del panorama. Su capacidad de convocatoria se ha ido multiplicando exponencialmente y no fue distinto en Bilbao, que la recibió en masa a primeras horas de la tarde. Rigoberta y su banda, que prácticamente es su familia, responden como mejor saben a base de hits bizarros, clasicismo formal pero trenzado con ironía, vibra eurovisiva, barroquismo ilustrado y amor por la canción melódica, con versión de Massiel incluida. Esteban Navarro, como siempre, juega en el limbo de las referencias a Venga Monjas; las bailarinas se mueven histriónicas conjurando feísmo. Montan un canon con el público en “Perra”, se sacan las tetas en “¡Ay mamá!”. Y aparece Amaia, magnética, para interpretar “Así bailaba”, su reciente single, mientras saltan a la comba y preparan el colofón de “Too Many Drugs”. DR

Romy

No tiene mucho misterio lo que hace Romy como animadora de festivales-pinchadiscos improvisada. Una base trotona de house o disco, vocales noventeras y dancefloor energy. Y poco más, porque la sesión deja algunas transiciones abruptas y pequeñas incorrecciones que a esas horas de la madrugada generalmente pasan desapercibidas. Tampoco es que sea esta fiesta como para prestarle demasiada atención: está más bien diseñada para bailar con tus amigos, para celebrar la diversidad y para cerrar con sonidos más alternativos y accesibles un festival de tres días si no eres tanto de techno, de deep house o de cultura de club. Y, como tal, cumple. Sin más. DR

Sen Senra: conexión ganadora. Foto: David Mars
Sen Senra: conexión ganadora. Foto: David Mars

Sen Senra

No ha necesitado ninguna movida viguesa Sen Senra, aunque sí cierta evolución, para encaramarse como uno de los nuevos ídolos del pop nacional, ese pop teñido de moderno R&B con ritmos entre sincopados y sintéticos y esa forma de entonar a medio camino del falsete y el rapeo. Aparece en horario de tarde en uno de los escenarios grandes y poco a poco va llegando más y más gente a su propuesta ganadora. Una propuesta tan agradecida como el cielo azul y el sol vespertino de la última y más completa jornada del festival, simple pero llena de detalles emocionales que en todo momento indican una remarcable personalidad creativa. “Sublime” o “Ya no te hago falta” pueden ser algunos de los highlights coreados sobre todo por las voces más agudas y juveniles del respetable. JCJ

Compartir

Contenidos relacionados

Contenido exclusivo

Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.

Inicia sesión