La ensemble de electrónica, funk, disco, rock, punk, kraut y casi cualquier ritmo frenético que le pase por la cabeza retorcer a James Murphy comandó la jornada del jueves en el BBK con un show total, un sonido impecable y una energía desbordada. Dispuestos en torno a su estudio-escenario, intercambiando percusiones y tejiendo en el espacio fantasías modulares, repasaron algunos de sus mayores hits… But maybe they don’t do hits, o maybe todo lo que han sacado a lo largo de su carrera –que ya desborda los 20 años– tiene el potencial de serlo. “I Can Change” sonó siempre ascendente al abrigo de filigranas motórikas de Kraftwerk. “Daft Punk Is Playing At My House” confirmó que cuando LCD Soundsystem se quieren poner en plan rock para llenar estadios son una de las mejores bandas del mundo, idea que rubricaron con las versión de “No Love Lost” de Joy Division. Y “Tribulations” aportó electroclash y muchos coros populares. No faltó “Losing My Edge” y esa vibrante verborrea de Murphy, azotada por una tormenta de guitarras, teclados apocalípticos, bajos hipertensos y una base rítmica atronadora. O el funk violentísimo de “tonite”, ejemplo del totum revolutum discotequero que conjuran como nadie. E incluso hubo momento para la pausa y el romanticismo derrotista del vals “New York I Love You, But You’re Bring Down”, cargada de intensidad en las manos de Nancy Whang. El fin de fiesta lo marcó la explosiva “Dance Yrself Clean”, que desata una tormenta de sintetizadores sobre el beat de un mar en calma. Y, cómo no, ese monótono piano en crescendo infinito que le da alas a “All My Friends”. Euforia y morriña en una misma línea temporal. Porque si pudiéramos ver a todos nuestros amigos y amigas en una misma noche, probablemente la realidad explotaría, la simulación haría crash. Necesitamos echarnos de menos, necesitamos no ser jóvenes toda la vida. Necesitamos el tiempo y necesitamos heridas. Y no necesitamos ver todos los años a LCD Soundsystem. Mejor así, disfrutando muy fuerte cuando se estrellan nuestras líneas temporales. DR
Hay una dualidad en Mykki, más allá de su ambigüedad transgénero: por un lado ofrece un fondo sonoro verdaderamente inusual y atractivo, con un saxofonista y ocasional flautista, un guitarrista encapuchado que parecía salir del planeta Gong o de la banda de Pau Riba y un tercer elemento que se encargaba de los pregrabados. El conjunto se movía por músicas cálidas, incluso atmosféricas en ocasiones, que podían remitir a soul, jazz, hip hop, disco o rock metafísico. Y mientras Mykki rapeaba sus peroratas tipo “la supremacía blanca causa el cambio climático”, bailaba con pasos suaves o enloquecía directamente creando un círculo entre el público, subiéndose por las columnas de los altavoces y la barra de la carpa, o repitiendo sin cesar “I love you España”. Su outfit es poco menos que indescriptible, con un pantalón de plástico negro que dejaba una pierna al aire. Hace cosa de una década surgió como personaje de un proyecto de audiovisual que englobaba poesía, artes escénicas y activismo social, con Yoko Ono o las riot grrrl como inspiración. A estas alturas a nadie puede sorprender que todo acabara en una enloquecida rave y el público entre feliz y alucinado. JCJ
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