Grace Jones, reina eterna. Foto: David Mars
Grace Jones, reina eterna. Foto: David Mars

Festival

Bilbao BBK Live, noventéame otra vez

Confirmada con creces su capacidad de convocatoria, el festival de la capital vizcaína –entre el jueves 11 y el sábado 13– continúa ofreciendo un envidiable menú con cada nueva edición. Un cartel con iconos –Massive Attack, Grace Jones, Underworld, Los Planetas, Air…– y nuevas propuestas que cuajaron en un merecido y rotundo éxito en Kobetamendi.

Desde que irrumpió en 2006, el festival bilbaíno no ha dejado de girar en distintas direcciones, si bien es cierto que en los años previos a la pandemia buscó un perfil cada vez más cercano a las últimas tendencias alternativas del pop, el rock y la electrónica, que se ampliaron (fugazmente) a lo latino pasada la plaga. Ya el pasado año, el BBK primó los ritmos de baile y el aspecto lúdico que tantas veces se asocia a las congregaciones festivaleras. Algo que se ha acentuado en este 2024 con el efecto corrector de aunar distintas generaciones y en especial la que nació para la música en los noventa. Massive Attack, Slowdive, Los Planetas, The Prodigy, Air, Underworld..., son reclamos que apelan a esos años, o incluso anteriores, como la ochentera Grace Jones, o solo algo posteriores, como Arcade Fire. Todo ello ha hecho subir, lógicamente, la media de edad de los 110.000 asistentes (según la organización) con respecto a ediciones recientes.

También se ha distinguido por buscar algunas sonoridades infrecuentes, con Mulatu Astatke, Ezra Collective, Khruangbin, Los Bitchos, o los ausentes a última hora Cymande, junto a algún tributo a la actualidad en sus más diversas formas, casos de Noname, Kiasmos o Alvvays. Y sin obviar la importante representación vasca y española no solo en número, sino también en horario y ubicación, con El Columpio Asesino, Zea Mays, Alcalá Norte, María José Llergo, El Buen Hijo, Sen Senra, Melenas, Ralphie Choo, Aiko el grupo, etc. Por otro lado, destacar iniciativas como el acuerdo del festival con Repsol para un proyecto de innovación con el objetivo de reducir la huella de carbono, lo cual ha posibilitado que tanto el transporte de artistas como el escenario Txiki funcionen con energías renovables, a base de un parque solar y generadores eólicos. Javier Corral “Jerry”

Jueves, 11 de julio

Entrando en el recinto del festival necesariamente se pasa por delante del pequeño escenario Firestone. Ahí, recibiendo al variopinto público que pasa de largo, salvo unos cientos de animados fans, El Buen Hijo ejecuta con cierto candor su vitalista pop de guitarras. Su “Viene y va” (2023) ha afianzado su sonido y se nota en directo. En el escenario Nagusia, el principal, hay más personal de seguridad que espectadores cuando empieza su bolo stivijoes. En formato banda, además del DJ, su rollo urbano suena más orgánico y old school que en los singles grabados, en ocasiones quizá demasiado. Sus letras personales con un alto nivel de autocrítica como “Mentiroso” o “Terapia” se ganan la atención de los que van llegando.

Aunque estaba previsto el grupo británico de funk-soul Cymande en el escenario Txiki, se anuncia ese mismo día que causan baja en favor de Los Punsetes. Los temas de su flamante nuevo EP, “MADRID ME ATACA”, encajan bien entre sus envenenados hits, que contagian al personal pese a no contar con el mejor sonido del festival. Se desconoce si es de Madrid o “Una persona sospechosa” la que lanza un balón directo hacia la cara de Ariadna, que interrumpe su sempiterna pose de estatua con grandes reflejos y un “muy mal” espetado tras esquivarlo.

En la abarrotada carpa Beefeater, Jimena Amarillo se maneja con la naturalidad con la que uno se dirige a sus íntimos, y no deja de compartir cada pequeño fallo técnico que detecta o los nervios que asegura sufrir. No lo parece. Acompañada por una batería, ocasionalmente al bajo, y una teclista, suena más cercana en los temas en que empuña su guitarra. Cierra con “Cafeliko” tras confesar que ya solo la toca por el público, que lo agradece cantándola en masa.

Los canadienses Death From Above 1979 se presentan en formato power dúo, con el batería-cantante alineado con su colega de banda, con un bajo tratado para que suene como una guitarra. Compiten en hora con Massive Attack, por lo que apenas reúnen media entrada en el Txiki. En directo, sus temas de rock corajudo infectado de blues suenan mucho más crudos y apetecibles que en estudio, sin esa capa estilizante de modernez cool que les resta pegada. Efectivos para mover al personal, sin temas memorables.

Death From Above 1979, efectivos. Foto: David Mars
Death From Above 1979, efectivos. Foto: David Mars

Para los fans del norte de Los Planetas, era la oportunidad de presenciar el concierto de 30º aniversario de su mítico “Super 8” (1994). Parte de la carga emocional que se palpa en el ambiente viene de que pocos de esos temas se han mantenido en su repertorio. Después de haberlos visto en directo decenas de veces, escuchar por primera vez en público canciones como “10.000”, “Jesús” o “Estos últimos días” produce algo muy difícil de explicar con palabras. A J y a Florent se les percibe centrados y contentos con las reacciones del público. En los bises se saltan el guion de la gira con la más reciente “Un buen día”, en la que Lamine y Florent sustituyen a Mendieta y a Eric en los dos famosos versos de la canción. La euforia de la germinal “Mi hermana pequeña” es el broche perfecto.

A las dos de la madrugada, buena parte del público de un festival no está para sutilezas. Quizá sea el mejor momento para el concierto de The Prodigy. Pasados sus días de gloria, con aceptables pero no brillantes nuevos trabajos y sin su desaparecido frontman, Keith Flint, Maxime Reality toma el protagonismo vocal que le cede el líder Liam Howlett. “Breathe”, “Voodoo People”, “Firestarter” o “No Good (Start To Dance)” han perdido todo su efecto sorpresa, pero mantienen la pegada y la eficacia de los hits de verbena. No queda otra que dejarse llevar y celebrar danzando que los amagos de sirimiri no han terminado en lluvia. Pepe Nave

The Prodigy, hits con pegada. Foto: David Mars
The Prodigy, hits con pegada. Foto: David Mars

En ese hilván donde vienen a juntarse tradición flamenca con ritmos urbanos, hip hop y espíritu reivindicativo se encuentra Queralt Lahoz. La catalana de Santa Coloma de Gramenet y ascendencia granadina se presenta en la carpa del festival cuando una edición antes lo hacía en plena calle dentro de “Bereziak”. Hay alarde en su garganta y manera de cantar, aunque la escasa concurrencia, sobre todo al principio, quizá exigía un altavoz menor. Lo de Sen Senra es un salto escénico con respecto a su presencia en el festival de hace un par de años. El gallego aparece intimidando con una toalla negra en la cabeza y sus músicos escorados a la izquierda del amplio escenario mayor. Camiseta blanca que reza “Best man” y una especie de obelisco de diez metros detrás, con una pequeña plataforma donde a veces calmaba sus movimientos. Seduce con su falsete aniñado, quizá pelín irónico, en un entramado cada vez más electrónico y apuestas seguras como “Uno de esos gatos” o “Euforia”.

Con Air llegaban los platos fuertes del día (y de la noche). El dúo francés, acompañado solo de un batería, se encajona en una estructura rectangular acristalada y blanca, que tal vez los aísle de lo que ocurre abajo. Al parecer, las 21:35 es una buena hora para que mucha gente se reúna en grupitos para contarse sus cosas, ajenos a lo que tienen delante. El volumen bajo tampoco ayuda. A medida que van cayendo, en el orden del disco, los temas de “Moon Safari” (1998), va imponiéndose la elegancia y sutilidad de su downtempo atmosférico y envolvente. El despliegue de los de Versalles, también impolutos de blanco, se sirve tanto de sintetizadores y capas electrónicas como de guitarras acústicas, filtros de voz y vocoders. Es atractivo el conjunto, que con el logro de la oscuridad nocturna encuentra su hábitat. Coincide también con una mejor sonoridad y el silencio de eso que llaman respetable. En la parte final, consumado “Moon Safari”, recuperan otros momentos de su historia, como el delicado y pinkfloydiano instrumental “Highschool lover” de “Las vírgenes suicidas”.

Pero era evidente que Massive Attack sería el culmen de la jornada. Como así fue. Uno de esos conciertos que se recuerdan por muchos años. La banda que ahora comandan Robert Del Naja, con brazalete “Free Palestine”, y Grant Marshall se acompañó de un sexteto de músicos y las apariciones estelares de Elizabeth Fraser (Cocteau Twins), Horace Andy (veterana y esencial referencia reggae), el joven trío escocés Young Fathers (presentes en la edición anterior y presentados como “sus hermanos de armas”) y Deborah Miller (colaboradora soul habitual). Pero si la música de los de Bristol se antoja tan urgente y vigente como en su momento por esa yuxtaposición, que puede ser igual de contundente que vaporosa o enigmática, de soul, jazz, electrónica, rap, post-punk, dub..., bautizada como trip hop (por lo visto y oído, etiqueta ampliamente rebasada), también lo es todo su incesante mensaje. La pantalla escupía frases traducidas casi siempre al euskera sobre los horrores de la guerra y otros males humanos, con Gaza, Ucrania, Putin o Netanyahu como principales protagonistas. Además de sus temas más destacados, añadieron también una estupenda versión del incendiario “Rockwrock” de los primeros Ultravox, una austera “Song To The Siren” de Tim Buckley vía This Mortal Coil, o un recuerdo al desaparecido productor sueco Avicii y su “Levels”. Javier Corral “Jerry”

Massive Attack: guerrila sonora y visual. Foto: David Mars
Massive Attack: guerrila sonora y visual. Foto: David Mars

Viernes, 12 de julio

Conseguir llenar de público tres cuartas partes del recinto del escenario grande con su peculiar estilo es la primera sorpresa que depara Khruangbin. Una decoración chic con una amplia escalinata, sobre la que los elegantes Mark Speer, guitarra, y Laura Lee, bajo, no dejan de subir y bajar mientras tocan. Se centran al principio en los nuevos temas de “A LA SALA” (2024) para terminar con un repaso a los anteriores. Un espectador muy parlanchín comenta que la música se mueve entre la banda sonora de película porno vintage y el chill out del Café del Mar. La vibrante guitarra de Speer sabe conducir los temas instrumentales, pero son aquellos con la voz de Lee, como “So We Won’t Forget” o “Pelota”, los que arrancan las mayores ovaciones.

Khruangbin, buena banda sonora. Foto: David Mars
Khruangbin, buena banda sonora. Foto: David Mars

Viendo la rubias melenas de los australianos Parcels y escuchando sus voces en falsete, es fácil acordarse de sus legendarios paisanos, los Bee Gees, en este caso pasados por el pulso rítmico de la guitarra de Nile Rodgers. Su disco-funk suena festivo y alegre, y la banda bien engrasada, pero en ocasiones se acercan a la música ambiente que entretiene pero no traspasa. Es en los temas en los que consiguen el movimiento de la pelvis más que el de la cabeza, como “Tieduprightnow”, cuando lo suyo cobra sentido.

Aiko el grupo ya es capaz de convocar a unos cientos de entusiastas fans en el escenario Firestone. Su efervescente punk pop melódico con colmillo riot grrrl y teclados Pegamoides los tiene saltando y cantando las despechadas letras de “Me parece muy fuerte” o “ke pesao”. Jimena Amarillo, que actuó el jueves, baila con los brazos en alto, aupada a hombros entre el público.

No es corriente ver en el festival a un quinteto de jazz como Ezra Collective –el año pasado tocaron en el Jazzaldia de Donosti–, y menos aún que abarroten el recinto, aunque sea el del Txiki, el tercero en tamaño. Grace Jones no parece ser del conocimiento de los más jóvenes, que, sin embargo, bailan con agrado los temas instrumentales que llevan el jazz del reggae al afrobeat pasando por la música disco, con la densidad de la sección rítmica y la intensidad de saxo y trompeta. Prescinden de las voces que en las colaboraciones grabadas los acercan al hip hop o al soul. Solo el baterista y director de banda, Femi Koleoso, toma el micro para llamar a la fiesta, cuando esta ya está montada.

A las dos de la mañana, con media hora de retraso, comparece Underworld en el espacio principal. Aunque han seguido en activo, son conscientes de que el público quiere sus hits de los noventa y, con cierto déjà vu, los ofrecen con la misma puesta en escena: Karl Hyde al micro como cantante y agitador y Rick Smith centrado en sus cachivaches electrónicos. La música de baile ha cambiado mucho desde sus días de gloria, pero el bombo a piñón de temas como “Pearl’s Girl” o “Rez/Cowgirl” guardan la pegada suficiente como para hacer danzar con entusiasmo a espectadores que aún no habían nacido cuando “Born Slippy” –épico y celebrado cierre– reventaba las pistas de todo el mundo.

Underworld: nostalgia dance. Foto: David Mars
Underworld: nostalgia dance. Foto: David Mars

Tras ellos, es el turno de uno de sus sucesores treinta años después, el dúo galés Overmono. Aunque no está anunciado como tal, lo suyo es una sesión de DJ a cuatro manos –y sin decoración ni visuales– en las que van soltando todas sus colaboraciones con pistas vocales y artistas del gremio tan prestigiosos como The Streets (“Turn The Page) o Fred again.. (“stayinit”), entre otros. Un fallo de la mesa interrumpe bruscamente la sesión, pero se resuelve a tiempo para que lancen a modo de broche “Is U”, uno de los hits bailables de su estiloso “Good Lies” (2023). Cuatro y cuarto de la mañana, el que quiera seguir bailando deberá adentrarse entre hayas y robles, en el barrizal del Basoa (el club de baile del festival). Pepe Nave

El reconocimiento internacional sitúa a Melenas en el tablado principal a media tarde, cosa que las navarras resuelven con solvencia y humildad: “¡Vaya respeto, con este escenario tan gigante!”, mientras se envuelven y nos envuelven con su pop de aire psicodélico y kraut con predominio de teclados. “Bang” y “Oso polar”, versión de los ochenteros suizos Grauzone, suponen, casi al final, sus momentos más celebrados. Poco después la cordobesa Maria José Llergo resitúa el cante flamenco en un registro contemporáneo que se evidencia ya desde su elegante y trasparente vestido negro con capa, con un acompañamiento instrumental de teclados, programaciones y batería. Presenta su aclamado “ULTRABELLEZA” (2023) con una voz que emociona por momentos en un directo que quizá sacrifique la finura de las texturas grabadas por una contundencia electrónica propia del ambiente festivo. La sorpresa es que no canta “LO QUE SIENTO” y se despide con “RUEDA, RUEDA”. El siguiente paso nos lleva a Firestone, el pequeño escenario de la entrada, donde oficia sola la italiana Daniela Pes con su mesa de programaciones. El trocito que nos permite ver el horario difiere en gran manera de su álbum “SPIRA” (2023). Más que profundidades planeadoras de oscuridad, intimida con electrónica industrial extrema.

Los contrastes de un festival pueden conducirte después a la verbena rumbera más esperpéntica, provocativa y divertida. Es decir, el espectáculo “Rumbagenarios” de un Albert Pla que aparece primero solo con su guitarra al susurro de “Sálvese quien pueda (están cayendo bombas en Madrid)”. Pero pronto avisa: no he venido solo. Y aparece The Surprise Band, el guitarrista flamenco Diego Cortés, Judith Farrés a los teclados y samplers, más las tres alocadas bailarinas, palmeras y coristas de la Prenda Roja, que se ganan el sueldo de principio a fin, con especial énfasis en la bailaora pugilísitica “preparada para el combate”. El catalán tiene muy bien medido el show y sus transiciones. Hay que quedarse con qué gracia encadena a Enrique Iglesias con Lou Reed, o sea “Experiencia religiosa” (¡¿impagable texto involuntario a propósito de lo del cachondeo de Stella Maris!?) con “El lado más bestia de la vida”, o el “Soy rebelde” de Jeanette con un solo flamenco de Cortés que desemboca en un salvaje “Entre dos aguas”. Por no hablar de todas esas irreverencias contenidas en “Lo dejo o no lo dejo”, “Joaquín el necio” y otras ilustres narrativas que pocas veces han licuado tan bien fiesta con insolencia brillante.

Algo más de media hora se retrasó Grace Jones. Pero una mujer hecha a sí misma como ella se merece la espera. Y más si aparece en una plataforma elevada, con una máscara de calavera con rayos negros y su lectura del “Nighclubbing” de Iggy Pop. Nadie como ella ha sabido impactar con su outfit desde aquellos días del Studio 54 y cuando aún no hablábamos de imagen o look. Ni se sabe las veces que cambió de vestimenta, todo lo que gesticuló con sus largos brazos y piernas, las muecas que ensayó... Una mina para fotógrafos y voyeurs en general. Pero el show discurría en su primera parte por un funk rockista un tanto plano y manido hasta que llegó “Williams Blood”, curiosamente una canción de su poco apreciado “Hurricane” de 2008, y todo varió. Coincidió con su aparición con una llamativa falda con forma de campana, y pamela. Ahí entonó el estándar “Amazing Grace” con la única caricia del piano, y una reluciente versión del “Love Is The Drug” de Roxy Music, seguida de su eterno llenapistas “Pull Up To The Bumper” y su irresistible claxon. Para el final se reservó un largo baile al hula-hoop con “Slave To The Rhythm”. Antes ya se había paseado entre el público y añadió la traducción de la palabra “cachondo” a su vocabulario.

Grace Jones, esclava del ritmo. Foto: David Mars
Grace Jones, esclava del ritmo. Foto: David Mars
La demora de la diva jamaicana hizo que nos quedáramos con las ganas de comprobar si el directo de Ralphie Choo es tan audaz como su “SUPERNOVA” (2023). Pero la carpa rebosaba varios metros hacia el monte y era imposible escuchar poco más que un leve rumor. Javier Corral “Jerry”

Sábado, 13 de julio

Los espectadores que entran en masa a media tarde se giran sorprendidos a su paso por el escenario Firestone al escuchar el apremiante “Baila morena” de Héctor & Tito, cuyo estribillo está serigrafiado en la camiseta que luce Alba Morena. Es solo la intro de su bolo. Acompañada por Sara Moiron a las teclas y la producción, el desparpajo y la estupenda voz de la joven catalana impresionan en la distancia corta. Las elegantes y originales bases electrónicas, que remiten desde el trip hop al dubstep, contrastan con el cante aflamencado de Alba en “No me queda na”, que alterna con un registro más pop en otros como “Yo te quiero pero”. Aquí no hay peros que valgan. Una que empieza y otros que se despiden: El Columpio Asesino reúne a buena parte del público nacional delante del escenario principal. Su post-punk, con guitarrazos de la factoría Pixies, suena tenso y engrasado a estas alturas. Cristina y Álvaro se alternan a la voz, “Your Man Is Dead” y “Preparada” van calentado al público para el estallido final con “Toro”, uno de esos hits que aseguran una carrera a la vez que descompensan la atención recibida.

Jungle, siempre eficientes. Foto: David Mars
Jungle, siempre eficientes. Foto: David Mars

Los londinenses Jungle facturan un eficiente disco-funk, con voces en falsete, que genera movimientos de baile a lo Tony Manero en más de uno. En algún tramo, la monotonía y el déjà vu asoman la patita, pero los infecciosos temas del más contundente “Loving In Stereo” (2021), como “What D’You Know About Me” o “Keep Moving”, acuden al rescate con éxito. A continuación, pasamos del baile festivo y vacilón al cerebral y frío de Kiasmos, la vía de escape del reputado compositor islandés Ólafur Arnalds en sus descansos de las actuaciones orquestales en teatros. Su socio, Janus Rasmussen, y él bailan y sonríen mientras manipulan sus consolas. El público no tanto. Su electrónica melódica y sugerente –presentan su nuevo álbum, “II” (2024)– quizá requiera de espacios más íntimos y recogidos que el segundo recinto más grande de un festival (y pasada la medianoche).

Arcade Fire, la épica. Foto: David Mars
Arcade Fire, la épica. Foto: David Mars
Hace veinte años, la irrupción de Arcade Fire supuso en el panorama indie una buena excusa para abrazar melodías con vocación épica –sin tener que recurrir a U2 o Coldplay– tras años de fingida apatía slacker y timidez shoegazer. La banda al completo, con elegante puesta en escena, quiso homenajear aquel ya lejano álbum, “Funeral” (2004), abriendo con tres de sus temas llamados “Neighborhood” cada uno con su apellido: “Tunnels”, “Laika” y “Power Out”, que interpretaron con la misma intensidad que entonces. “Rebellion (Lies)” cerró el recuerdo, con las pantallas en blanco y negro, para pasar a color al interpretar prácticamente todos los singles que han publicado desde entonces. Win Butler y Régine Chassagne acaparan los focos, bajando al foso e incluso mezclándose con el público en el caso de Win. Si bien la mayoría de los temas conservan buena pegada –el riff electrónico de “Afterlife” o ese arranque de “Ready To Start”–, su constante invitación a los coros de estadio del público amenaza con acabar con la paciencia de los oyentes más secos y templados. Ni las barras bravas argentinas en su jornada más entusiasta entonan tantos “ooohs” y “lorolos”. El clímax del asunto para los más entregados se produce con la epopéyica “Wake Up”, el cierre. Un poco de electrónica de baile de las despiadadas sesiones de DJ de Nicola Cruz y John Talabot entre los árboles del Basoa sirve como antídoto. No da tiempo de ver a Mujeres, que han coincidido en horario con los canadienses, pero entonamos, en desagravio, su “No puedo más” (esta noche) desfilando rendidos cuesta abajo del monte Cobetas. Pepe Nave

Alcalá Norte, la vida castiza. Foto: David Mars
Alcalá Norte, la vida castiza. Foto: David Mars

Que la última jornada sería la más potable estaba claro de inicio. Nuestra ruta se abre con Alcalá Norte, que en su primera visita al festival, y a la ciudad, lo hacen en su escenario principal, donde su cantante, Alvaro Rivas, camiseta del Athletic Club incluida, se mueve como pez en el agua. Revelación de última hora, el sexteto madrileño ha encontrado una pócima mágica que con guitarras y sintes post-punk y un agudo deje castizo y mordaz ha conquistado a mucha gente. No solo “La vida cañón”, que tocan como postre, porque también conquista el resto de su debut con cosas tan redondas como “La sangre del pobre” o “No llores, Dr G”. Hay que reubicar la cabeza para disfrutar poco después de Mulatu Astatke, padre del ethiojazz y premio Donostia en el Jazzaldia de 2022. Con 80 años, el vibrafonista etíope, que también toca bongós y timbales, lidera una extensa formación de ocho músicos con saxo y trompeta como conductores de sus cálidas y evocadoras melodías a juego con la bondad de la tarde, y los magníficos y tenues apuntes de violonchelo y contrabajo, para asomar en la parte final secuencias latinas de procedencia setentera.

Mulatu Astatke, maestro etíope. Foto: David Mars
Mulatu Astatke, maestro etíope. Foto: David Mars

Tampoco es sorpresa que Slowdive nos conquisten absolutamente desde la primera nota. Tanto ellos como el shoegaze se han concedido una segunda vida en este siglo, tras su irrupción en los noventa, para reverdecer y expandir el género y su estela. Como arquitectos de una psicodelia moderna, hipnótica, embrujada, panorámica y ensoñadora, siempre entre la turbulencia y el viento, entre la tormenta y la calma, de proceder sincrónico, el quinteto británico, a veces a tres guitarras, deleita con setenta minutos sin mácula, intercalando temas de sus dos etapas en un viaje continuo por paisajes de melancolía y meditación placentera, próxima a eso que dicen Síndrome de Stendhal. Mejoró en mucho a su visita anterior al BIME y solo faltó su relectura de “Golden Hair” de Syd Barrett que hacen últimamente. Queda para la historia del festival y la ciudad.

Slowdive, el dream pop que no cesa. Foto: David Mars
Slowdive, el dream pop que no cesa. Foto: David Mars
Era hora de volver al escenario Txiki para comprobar si Noname es la realidad que exhibe en sus tres álbumes, en especial el más reciente “Sundial” (2023), eje central de un estupendo concierto en el que Fatimah Nyeema, en la muy buena compañía de un cuarteto donde sobresale un virtuoso bajista de presencia jazzy y una corista de registro góspel, muestra su fresca combinación de rap y soul principalmente, con un suave colchón de enigma electrónico. La joven de Chicago mostró su agilidad vocal, curtida en sesiones poéticas de spoken word, así como una simpatía y soltura en escena adorables. Nuestro tour encuentra la última etapa, en este trasiego de carpa a carpa, en el concierto de Alvvays. El quinteto mixto canadiense, habitante de la zona media del shoegaze contemporáneo, aunque con numerosos seguidores jóvenes, eleva el volumen para distorsionar su pop guitarrero que puede encontrar en The Primitives un antecedente probable. Cuando su discurso parece caer en la reiteración, echan mano de sus dos grandes hits, la atmosférica balada “Dream Tonite”, de aquel álbum al que invitaron a Norman Blake de Teenage Fanclub, y un contagioso “Archie, Marry Me” de 2014, coreado brazos en alto por el público en uno de esos momentos mágicos de comunión rockera. Aquellos que no suben nunca al festival y aducen que los que van no saben lo que ven, deberían saber que son ellos los que no saben lo que dicen. Javier Corral “Jerry”

Alvvays: pop con ruido. Foto: David Mars
Alvvays: pop con ruido. Foto: David Mars
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