La transversalidad –también su condición de proyecto perdurable, abierto de miras y multidisciplinar– es uno de los principales atributos que ha distinguido al sello Subterfuge en sus casi cuatro décadas de historia. Su director, Carlos Galán (Madrid, 1968), acuñó la marca como tributo a Los Macana –efímera formación de la Malasaña heroica– para publicar un fanzine que en poco tiempo se convirtió también en compañía discográfica, aglutinando a la variopinta fauna musiquera que esparcía sus virulentas esporas de garage, crossover, punk, hardcore y noise por el subsuelo madrileño.
Desde su cubil en el epicentro de una Chueca todavía sin gentrificar, secundado siempre por Gemma del Valle, contribuyó a poner en el mapa a grupos que abrirían brecha generacional tras la debacle posmovida, ya fueran de Gijón, Albacete o Vigo. En menos de un decenio, Subterfuge articuló un catálogo revulsivo para nuestras músicas populares que, ampliando su radio de acción geográfico y genérico, permearía en medios de comunicación masivos, en sectores de la industria cultural ajenos al underground y, por supuesto, entre el gran público.
Una parte de los réditos conseguidos fueron destinados al desarrollo de proyectos con vocación historiográfica, en subsellos con apelativos tan estimulantes como “Canciones desde la tumba” o “Música para un guateque sideral”, mientras la empresa crecía en todas direcciones y demostraba su capacidad de adaptación formal, estética e intergeneracional, sin dejar de atender el universo de los cómics o el fanzine con que empezó todo.
Subterfuge –todavía radicada en el barrio de Chueca, aunque ahora en su linde pudiente– cuenta con más de mil referencias en un catálogo ya inabarcable. Es editorial, oficina de contratación y management y gestiona un plantel que aúna a veteranos de la casa y artistas de insultante juventud, mientras Galán sigue maquinando planes que trascienden el ámbito discográfico y que, en los últimos años, tienen una estrecha vinculación herciana. En 2019 creo la emisora online Subterfuge Radio, en la que puede escucharse a históricos del medio como Manolo Fernández o Julio Ruiz, a colaboradores de Rockdelux como Javier Corral “Jerry” e incluso al mismísimo jefe, artífice del programa ‘Simpatía por la industria musical’, en el que entrevista en profundidad a los profesionales que, a lo largo de las seis últimas décadas, han acompañado a los músicos en su camino. Además, es uno de los impulsores del encuentro iberoamericano de creación sonora Estación Podcast, que celebrará su tercera edición entre el 21 y el 25 de mayo en Madrid. Para hablar de todo esto, y de muchas cosas más, nos recibe en su característico despacho, un museo-altar atiborrado de memorabilia e iconografía pop.
Seguro que podrías hacer un montón de listas de reproducción representativas de tu trayectoria vital, pero ¿qué artista crees que no faltaría en ninguna?
Posiblemente los Sex Pistols. Incluso también Farmacia de Guardia y “Cazadora de cuero”. Son dos hitos importantes en mi vida. Esos dos no faltarían. Seguramente tampoco faltarían los Ramones, o Mikel Laboa por el recuerdo de mi casa y de los viajes de pequeño, o Roberto Carlos por mi madre.
Hablemos de Sex Pistols, que es lo primero que te ha venido a la cabeza. ¿Recuerdas la primera vez que los escuchaste?
Sí, totalmente. Me trajo el disco de Londres mi hermana Natalia, yo tendría 11 años, sería 1979 o 1980. Me lo trajo de regalo. “Reggatta De Blanc” (1979), de The Police, es el primer disco que me compré en mi vida, y mi hermana Natalia antes de irse a Inglaterra me dijo que me iba a comprar otro. Y lo recuerdo como un shock absoluto. Además, es un disco que reivindica el formato, contenido y continente. Es el gran diseño de la historia de la música, la combinación de los colores y transmitir que aquí valen esos cuatro recortes de letras usadas en otros contextos. Creo que resumía ya la deriva que iba a llevar mi vida.
Cuando escuchas por primera vez “Never Mind The Bollocks” eras todavía un crío. ¿Ya sabías lo que era el punk?
Sí, todo el mundo tenemos ese momento en que en tu cabeza la música hace clic con algo determinado. Recuerdo que fue una foto de los Plasmatics en ‘El País’, en un juicio. Vi la pinta de Wendy O. Williams y pensé “¿qué coño es esto?”. Me marcó muchísimo. Vivía en San Sebastián, y allí se veía ya alguna cresta y algún look así. No tenía el concepto de la trascendencia que iba a tener, pero sí sabía que se asociaba a modernidad absoluta.
No es la única presencia punk en tu lista. Están los Ramones, The Clash, Minor Threat. Entiendo que es el género que predomina en tu adolescencia, aunque luego has demostrado ser muy abierto de miras.
Totalmente. Es lo que consumía principalmente, viví esos años sin escuchar otra cosa. Fue lo que me cambió. En el instituto éramos un grupo de ocho amigos, conocimos el punk y nos dividimos. Una parte decidió que se decantaba más por el pop y otros por el punk. En mi caso, fue un choque. La primera vez que te pones la camiseta de una identidad: soy punk, me gusta el punk. Luego eso fue evolucionando, descubrí a los Clash, descubrí cosas locales como Hertzainak, que me encantaban porque me parecían la réplica perfecta a los Clash. Luego evolucioné. Los Ramones estuvieron también al principio por mi hermana Natalia, que fue muy importante en mi vida en cuanto a elección musical. Luego evolucioné hacia el hardcore más sesudo, cuando me desprendí del nihilismo más hedonista y profundicé en la raíz del hardcore más filosófico, más asociado a Noam Chomsky y cosas así.
Estamos a principios de los ochenta y en San Sebastián. Pronto aún para hablar de rock radikal vasco.
Sí, vivo en San Sebastián de 1977 a 1981. A Hertzainak los conozco después, de hecho. Circunstancias de la vida, doy un cambio de San Sebastián a Murcia. Ahora es una Murcia muy moderna, pero imagínate en 1981, era la cara y la cruz de lo que era San Sebastián, que siempre ha sido una ciudad avanzada y tenía la frontera con Francia. En Murcia descubro a Farmacia de Guardia, que se convierte en mi primer crush local.
Eso sí que lo vives en tiempo real.
Sí. Llego de San Sebastián con mi camiseta de Sex Pistols, que todo el mundo flipaba con qué era eso, y descubro a cuatro tíos más mayores que ya iban vestidos y se juntaban en un sitio que se llamaba Tato’s. Iba allí solo a mirarlos, a espiarlos desde la esquina, me daba miedo entrar a los bares en que estaban, yo tenía 15 años. Y salió “Cazadora de cuero”, una canción que ha sido muy importante en mi vida.
Tu lista empieza con una canción también local, de los Surfin’ Bichos.
Es un grupo que me descentralizó. Escuché mucho punk, luego pasé al hardcore, luego al garage. Cuando empecé con Subterfuge era garage y solo garage. Empezó a eclosionar el protoindie, el prenoise, lo que luego explotaría en 1993 a nivel de compañías con Australian Blonde, Los Planetas… Descubrí a los Surfin’ Bichos por una foto en ‘Ruta 66’ y me abrió más. Vi que era un grupo que jugaba con el filo de navaja en todos los sentidos, pero a la vez era capaz de hacer pop de lo más cristalino. Fue un grupo que me vino muy bien para desprejuiciarme y empezar a profundizar en cosas más oscuras.
Fue un grupo muy importante para muchas personas, entre las que me incluyo. El caso es que en tu historia con Subterfuge hay varios episodios de plegarias atendidas. Con el sello has publicado discos de Surfin’ Bichos, publicaste discos de Nada Surf, que también están en tu playlist. ¿Piensas mucho en eso?
Ya no. Son ejercicios de onanismo personal que, cuando he intentado compartir, me miran como a un pajillero. Pero es muy importante para mí, claro que sí. Cuando tuve la oportunidad de hacer las reediciones de Surfin’ Bichos, que eran discos que estaban desaparecidos, que empaquetamos con extras, un trabajo en profundidad, fue de las cosas más chiflantes de mi vida. O cuando recibí a los Mercromina en mi oficina. Faltaba Fernando Alfaro, pero tenía a los Surfin’ Bichos delante, en mi oficina de Augusto Figueroa. De ese día me acuerdo perfectamente. Y de esas me han pasado muchas, aunque los años te hacen más sensible para determinadas cosas y menos para otras. He editado el disco de Negativo, el grupo de Ángel Altolaguirre y Borja Zulueta, con portada de Iván Zulueta; si lo llego a hacer hace veinte años hubiese sido como “buah”. Ahora la percepción es distinta, tiene el punto de voy a hacer las cosas guay, para que suene guay. Hay menos improvisación basada en el entusiasmo de poder editar algo que te había encantado.
Reeditar a Surfin’ Bichos, poner en marcha la serie “Canciones desde la tumba” o recuperar una figura como la de Alfonso Santisteban habla de una intención reivindicativa de los orígenes de nuestra escena que desde luego también anida en tu programa, ‘Simpatía por la industria musical’.
Hacer un fanzine como el que hacía, con esa forma, ya era un homenaje a mis antecesores más lejanos y también a los más cercanos, que podían ser ‘Romilar-D’ y ‘La herencia de los Munster’. Cuando hice el primer single sabía que no me estaba inventando nada, que estaba replicando el modelo de lo que me había gustado. El hecho de tener una compañía de discos… Como la foto de Plasmatics, otro momento en que me hizo clic la cabeza fue en una tienda de discos viendo el “Ayudando a los enfermos” (1982) de Siniestro Total. Me impresionó ver un disco que casi era una fotocopia, el título... Le di la vuelta y leí “Discos Radioactivos Organizados, C/ Francisco Remiro, 5”… y pensé “hostia, asimila toda esta información”… Por supuesto tardé mucho tiempo en tener la compañía, pero sé que en ese momento… sí, muchas cosas de las que he hecho son homenaje y reivindicación. Y en el caso de ‘Simpatía por la industria musical’ he querido ir más lejos, con gente que actualmente sigue activa en el negocio, pero también reivindicar a aquellos que hicieron posible que estemos aquí.
El programa pasa ya de 200 episodios. ¿Has sido consciente de cómo el pódcast ha ido calando o notaste desde el principio que la cosa molaba porque nadie lo había hecho, porque no existía aún?
Fue de la manera más inconsciente. Quería montar una plataforma de pódcast, pensaba que era el momento. Robert Martínez, de ‘Bienvenido a los 90’, le debo mucho en ese sentido, me dijo “tienes que hacer la historia de Subterfuge”. Grabé un programa y me dije “esto no lo veo para nada”, pero me sentí a gusto en el micrófono y pensé que por qué no reivindicar a la gente que está detrás de los discos, como yo he estado. Las tres primeras entregas es ‘Simpatía por la industria discográfica’, un matiz del que no se ha dado cuenta mucha gente. Después lo hago más amplio, pero realmente quería enfocarlo más a la gente del disco. Al final lo abro al espectro musical. Mi idea era hacer una serie de entrevistas a gente que me mola, tener ese testimonio que creo es importante porque no existe. Eso se empezó a hacer una bola y sigo haciéndolo sobre todo porque veo que está cuajando mucho entre gente más joven; cuando voy a dar charlas y clases todo el mundo es fan. Me hace una ilusión tremenda porque al principio creía que se iba a quedar en el chiringuito, pero ves que estás generando, desde la más profunda modestia, un testimonio sonoro de los protagonistas de todo esto y que está trascendiendo, que la Biblioteca Nacional lo quiere guardar en sus archivos como fuente de documentación. Lo que pensaba que iba a ser una aventura más de mi vida se ha convertido en algo sólido, me siento comprometido. Me quedan muchísimos invitados, personas con las que me gustaría sentarme para saber qué han hecho y por qué lo han hecho. Para mí es superenriquecedor. Muchas veces, tú lo sabes bien, tienes que prepararte la entrevista y dices “joer, no tengo tiempo”, pero siempre que la hago digo “qué guay, qué suerte”. Me parece un lujo.
Hablamos de un formato radiofónico, al fin y al cabo. Y entiendo que la radio también es un medio importante para ti, que también tiene que ver en tu formación, en tu desempeño profesional.
Absolutamente. Me decían que le pusiera otro nombre, pero pensé que ya llevaba treinta años y que no iba a poner otro nombre que no fuera Subterfuge. Y que sería “radio”, no “pódcast” ni “team” ni “platform”… No, no, esto tenía que ser un homenaje a la radio de siempre. Para mí es importantísima. A Farmacia de Guardia los descubrí porque los escuché en la radio. Descubrí que era la fuente de acceso, que había programas especializados, que existía Jesús Ordovás… Eso a mí me cambia la vida totalmente. Cuando empiezo Subterfuge quería ser director de cine, escuchaba muchos programas de radio musical pero me encantaba Carlos Pumares, o José María García en lo deportivo. La radio es parte de mi formación sentimental, y en lo profesional ha sido vital, la gran ventana en que he podido visibilizar los lanzamientos que hemos hecho, más con la premisa que hemos tenido siempre en la compañía de “sí a todo”. Cuando empezaron a sonar en Los 40 Principales The Killer Barbies, Los Fresones Rebeldes o por supuesto Dover, hubo un sector más ortodoxo de la independencia que decía “buah, es que suenan en Los 40”. Pues bienvenido, yo quiero sonar en todos lados. Como en su momento podías escuchar a The Police en Los 40. Dar esa opción a que alguien pudiese escoger un camino escuchando esas cosas en una radio generalista para mí era lo más. Lo que me entristece es que ahora la radio más generalista se ha convertido en un ejercicio de estilo, con el tema del callout. Ya es muy difícil descubrir nada que te sirva para tomar el rumbo en tu vida de “esto me gusta y esto no me gusta”. Y sobre todo que la radio, desgraciadamente, se ha despegado mucho de la gente joven, que era su mojo absoluto.
Puede que, atendiendo al perfil de su parrilla, ese sea el porqué del nacimiento y desarrollo de Subterfuge Radio, ¿no?
Totalmente. Al final la radio que me gustaba era la que sentías que te estaba hablando a ti el locutor. Estabas escuchando a Pumares o a Ordovás y pensando que estaban haciendo el programa para ti. Me lo está haciendo a mí, no a doscientas mil personas más. Lo que me gusta del pódcast es que muchas veces pienso que hay unas personas teniendo una conversación y yo estoy sentado ahí, con ellos. Esa cercanía hace que el pódcast sea la gran esperanza para que la gente recupere esa comunión con escuchar a alguien, bien sea una conversación, una recomendación, una entrevista más o menos divertida… Me parece que es una forma de recuperar el formato de la radio e incluso para retomar el espíritu del radioshow de toda la vida, que es lo que hacemos con acciones en directo como Estación Podcast, replicando casi el modelo de un festival de música en formato pódcast.
¿Que Estación Podcast exista y lleve varias ediciones es porque realmente piensas que se puede recuperar esa conexión perdida con el público?
Sí. Cuando me hablan de que el pódcast no se monetiza y no sé cuanto, me recuerda a 2008 o 2009, cuando el formato físico empieza a caer y lo digital no daba un duro, daba cero. Entonces todo el mundo dijo “hay que hacer directos”, y todos nos hicimos mánager, el formato 360, había que adaptarse. El formato pódcast está consolidado, es casi un meme, “todo el mundo tiene un pódcast”, pero es un formato al que todavía le queda muchísimo. Considero que mi círculo más cercano tiene un nivel cultural medio-alto, y hay mucha gente que no lo consume. Creo que los que apostamos por este formato, entre los que te incluyo, en tu caso desde hace mucho tiempo, tenemos que hacer una cierta labor evangelizadora de transmitir las bondades del formato. Hacer acciones en directo como Estación Podcast, o el programa de Manolo Fernández en Galileo Galilei, o la píldora de Estación Podcast que vamos a hacer en Valencia durante dos días es una forma de recuperar ese espíritu en el que palabra, música y actividades en directo se mezclan en una ceremonia que tiene la virtud de poder ser consumida después.
No deja de ser una recreación de lo que fueron los programas de radio de los años cincuenta, en realidad.
Exactamente. En ‘Simpatía…’ hablo con gente que te cuenta que iba a la Gran Vía, a Unión Radio, a la SER, a ver los programas los sábados por la mañana. Me parece fascinante. En el fondo es recuperar un poco esa historia. Y desde luego, aunque las cifras de Estación Podcast son las que son, doy fe de que cada vez crece más y viene gente más joven. Me gusta también replicar lo que es un festival porque hay gente que viene por una cosa y se queda a ver otras y descubre. Es de lo que se trata. Vuelvo a insistir en esa labor evangelizadora que estamos haciendo entre todos.
Volviendo a Subterfuge, y tirando del hilo que citabas antes, ¿ese momento de crisis completa a principios de este siglo que os obliga a reconvertir vuestra actividad, a gestionar carreras artísticas de manera integral, es el más complicado en toda la historia del sello?
Sin duda. Volviendo la vista atrás, sí, porque en ese momento no éramos conscientes de lo que estaba pasando. Veías que aquello de lo que vivías, que era vender discos, desaparecía. Pero creo que lo más complicado de todo fue el bullying social que hubo hacia las compañías, de repente pasamos de ser los guay del grupo a ser los que parecía que habíamos estado robando a la gente durante años. Nosotros y todos. Más allá de la transformación del negocio, que veías que iba a existir, no sabías qué iba a pasar. Fue el momento de los autoeditados, se acabaron las compañías, todo el mundo se autoedita. Coincidió aquí con Vetusta Morla, que fueron muy generosos, porque yo fui uno de los que les dije que no, como todos, y luego no hicieron sangre. Siempre digo que para mí son gente chapó, porque podrían haber sido mucho más capullos. Al final, la gente se autoeditó, pero se dieron cuenta de que "necesitaban a alguien que hiciera la promo, alguien que hiciera la distribución...”. Las cosas empezaron a volver, pero fue una travesía en el desierto. Posiblemente sea el momento más duro de Subterfuge, sobre todo porque vimos que alrededor no había nadie, porque esto no deja de ser un negocio basado en la prescripción de los medios y también en la prescripción industrial: sacas un disco, meto un anuncio aquí y allá, tengo que sonar en la radio, salir en televisión, intentar que una marca me meta aquí… De repente todo eso desapareció, y costó mucho que los grupos aceptaran que también ibas a ser su mánager. Costó un huevo. A los primeros que se lo dije fue a Marlango, antes, en el 2005, y la semana anterior no dormí. Quedé con ellos, en la oficina de Monte Esquinza, y la mesa que era pequeña la vi más grande y más larga, con ellos al fondo. Y les dije que había pensado en ser su mánager y la cara que pusieron fue más allá de la sorpresa y de la incredulidad. Me di cuenta de que quedaba mucho camino por hacer, y de hecho hasta 2008 no asumimos ese rol con Cycle. Es que era inviable, porque nadie entendía nada. Echando la vista atrás es un pa’habernos matao, sobre todo porque nadie sabía por dónde iban a ir las cosas.
Hablas de prescripción, una palabra de connotación médica que no me gusta nada, pero que sigue estando en debates actuales tras acontecimientos como los despidos y cambios en ‘Pitchfork’, por ejemplo. ¿Por qué la prensa musical ha perdido esa capacidad de influencia? Te lo pregunto porque conoces cuál es nuestro papel y cómo ha ido cambiando a lo largo de los años, y una visión externa pero bien informada siempre se agradece. Porque da la sensación de que algo estamos haciendo mal, muy probablemente, así que échanos un cable.
El punto chamánico de transmisión de bondades de determinados artistas creo que es más necesario que nunca, porque tenemos una vorágine de información que es bestial. Alguien que te despeje como un sherpa subiendo al Tíbet y te diga por dónde tienes que ir, esa figura, es imprescindible. Lo que pasa es que tiene una asignatura pendiente, que nosotros como compañía nos intentamos aplicar a pesar de ir cumpliendo años como todos, que es el nexo con la gente que empieza a consumir música. La percepción de esa gente hacia la prensa, lo mismo que para mucha gente joven el tema de una compañía de música, es algo viejuno, es como algo absolutamente del pleistoceno superior. O Radio 3, que aplaudo los intentos de Tomás Fernando Flores de apostar, de remar, de meter propuestas nuevas, pero creo que la estamos escuchando los mismos que la escuchábamos antes. Es muy difícil, ya es una cuestión casi de colegio, de ir al colegio a explicar las bondades de la radio o de la prensa musical en general. Unos en mayor y otros en menor medida, creo que en su momento dieron mucho la espalda al negocio. Nosotros fuimos los primerísimos en sufrir el tsunami digital, recuerdo gente del cine que me decía “joder, chaval, te vas a la mierda; yo no”. ¿Y tú?, háztelo mirar. Fue el cine, fue la televisión, fue la publicidad… Esta cadena que llega a día de hoy. Hace relativamente poco un amigo me llamó para pedirme perdón, porque en la época de los intercambios de archivo y de la industria se va a la mierda había sido especialmente sangrante, siempre me daba el coñazo. Lo acababan de despedir, este tío era agente inmobiliario y lo habían cambiado por unas gafas oculus: “Ya no tengo que enseñar los pisos, ya están metidos dentro de las gafas”. Veinte años después le llegó el tsunami digital. La asignatura sin duda es llegar al nicho de la gente más joven utilizando sus recursos, lo que esperan. También estamos en un momento en que la gente lee muy poco, vivimos en el mundo del titular, quizá la profundidad echa para atrás. Ya no solamente leer, también ver. A veces le mando a mi hijo un videoclip y me llama: “Qué buena, es buenísima”. ¿Y el vídeo? “No, no lo he visto”. Coño, si te he mandado un videoclip. La revolución industrial que ha provocado esta reconversión todavía está posicionando cosas de nuevo. Por eso ahora, que tenemos el gran tsunami de la Inteligencia Artificial, debemos estar fríos. Lo mismo que no supimos hacer lobby humano y profesional frente a la amenaza que suponía el mercado digital, ante esto sí deberíamos plantearlo, ante la que viene, de una manera práctica: esto está ahí, lo hemos inventado nosotros, a ver cómo lo sacamos adelante.
Siguiendo con la idea de ese vínculo con el público que viene, con el que puede conectar y de hecho conecta, volvamos a tu lista de reproducción para hablar de Niña Polaca, otro grupo con el que trabajas y que sí ha establecido ese contacto.
Lo he incluido porque ha conectado con gente muy joven pero a la vez con generaciones anteriores, porque tienen literatura en el buen sentido de la palabra. Tienen costumbrismo, lugares comunes por los que pasas con 15, 25, 35, 45 o 55. Que existan grupos que se puedan consumir de manera colectiva, que un grupo que les gusta a tus padres te pueda gustar a ti sin vergüenza, es la leche. Me emociona muchísimo en el caso de Niña Polaca; voy todas las mañanas en el autobús y veo a una niña de 11 años, majísima, con su camiseta de Niña Polaca. Su padre es un periodista reconocido y son los dos muy fans, he hablado con los dos de las letras y dices “qué guay”. Es el ejemplo de algo que genera esa comunión, que me parece bestial.
También hay también artistas divergentes en la lista, por así decirlo, como Roberto Carlos y Bambino, aunque seguro que están ahí por buenos motivos.
Los dos tienen la misma fuente, que es el radiocasete del coche de mis padres, los viajes de verano e invierno. En el caso de Roberto Carlos, mi madre, con esta canción brasileña que no tiene nada que ver con todo lo que hemos visto después de él como cantante melódico. Recuerdo cantarla en el coche con mis padres y los cuatro hermanos, como un himno. En el caso de Bambino, pasa como con Surfin’ Bichos, de repente me hace recuperar cosas que escuché de pequeño ya sin rubor ni vergüenza. Soy muy fetichista de las personas, he indagado mucho en su vida, tuve la suerte de hablar mucho con Alfonso Santisteban, que fue su productor y trabajó mucho con él y es una historia absolutamente fascinante. El día que hice la playlist consideré que debían estar, hoy posiblemente también estarían, o al menos uno. Como Mikel Laboa, otro divergente en la lista que forma parte de lo que me ha hecho persona y que hoy estemos tú y yo aquí haciendo la entrevista.
Hay mucha presencia de artistas vascos en la lista, que en principio no tienen tanto que ver entre sí: el patriarca vanguardista Mikel Laboa, los Hertzainak, McEnroe o también La Buena Vida, que en tu biografía conectan por esos años en Donosti.
Por Donosti y porque son una parte de mi vida personal importante. Irantzu Valencia trabajó conmigo mucho tiempo. ¿Ves? Antes hablábamos del fetichismo, de publicar cosas que digas “hostia, estoy sacando esto”. Y me pasó con Irantzu también, que era mi cantante favorita. Nos llevábamos muy bien, pero para mí era un mito, un ídolo. Le propuse trabajar conmigo porque necesitaba a alguien que hiciera un poco el rol de secretaria y me decía: “¿Cómo voy a osar ofrecerle esto a Irantzu Valencia?”. Al final le eché valor y ella encantada, porque quería venirse a Madrid. Luego se convirtió no en mi secretaria, sino en mi mano derecha durante muchos años, una persona absolutamente importante en mi vida profesional, una gran amiga, que lo sigue siendo. Tenía que rendirles homenaje. A ella, a Mikel, a Pedro San Martín que en paz descanse y que siempre se portó muy bien con nosotros, a Javi… Tenían que estar.
Y también están Los Planetas, un grupo del que sí hay referencias en Subterfuge, pero de forma subsidiada. ¿Te habría gustado formar incluso más parte de su historia?
Sí, me hubiese encantado. El momento de La Buena Vida coincide en tiempo y espacio con Los Planetas. Tengo fotos de La Buena Vida y Los Planetas con nosotros en la oficina de Augusto Figueroa. Tuve muchísima conexión con ellos, todavía la tengo, para mí es el gran grupo, más allá de que pueda haber fases en que haya desconectado más. Es el grupo más importante de los últimos treinta años, si tienes un poco de sensibilidad creativa, artística y también –aunque le joda a Jota– a nivel de negocio. Creo que es el único grupo, Los Planetas-Jota, que se puede permitir sacar un disco y que no esté en Spotify, sacar un formato físico y que se lo quiten de las manos… que genere incluso especulación. Creo que es el único. Es una historia fascinante. Ahora está a punto de estrenarse la peli. A ver qué pasa.
Vuestro lema, el de Subterfuge, era “No Art”…
Sí, y ahora es el nombre de la compañía que ha montado mi hijo Nicolás…
¿Y qué te parece?
Me encanta, es algo que él fue cogiendo de la iconografía. Ya de pequeño me decía “a ver papá, si tú has estudiado Historia del Arte, ¿cómo es esto de ‘No Art’?”. Yo le daba mi visión, y creo que se quedó con la negación del arte pero en el fondo estando del lado del arte, una actitud alternativa, underground. Que haya cuajado ese mensaje y lo esté aplicando en su aventura me parece… pues qué te voy a contar a ti, que eres padre.
¿Y en Subterfuge, en 2024, qué queda de ese motto?
Todo. Queda absolutamente todo. Cuando adquieres responsabilidades, gente trabajando que al principio eran amigos y que ahora es gente que tiene familia y tiene que llevar a sus hijos al colegio y eres parte de esa responsabilidad, agudizas el sentido común, que quizá antes te daba más al pairo. Quizá he perdido frescura en el sentido de que ya pienso las cosas tres veces en lugar de dos o una, pero el espíritu del día a día es igual, la misma ilusión. Y me asusta muchísimo pensar que en junio va a hacer 35 años que salió el número cero del fanzine. Primero, es la percepción de que parece que fue ayer, pero lo segundo es cuando lees en una entrevista que alguien se jubila después de 30 años y yo pienso que llevo 35 años aquí y tengo la sensación de que acabo de empezar, con lo cual creo que queda mucho. ∎
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