Durante un tiempo, Cate Le Bon fue lo más galés del mundo. En galés publicó su primer EP, “Edrych yn Llygaid Ceffyl Benthyg” (2008), algo así como “a caballo regalado no le mires el dentado”. Y, al abrigo de Gruff Rhys, faro de la escena indie del país, lanzó su primer álbum, “Me Oh My” (2009), casi mainstream en comparación con lo que estaba por venir. Hoy por hoy, Cate Le Bon es solo una ciudadana del mundo, o mejor dicho, de su propio mundo, donde solo perviven las leyes de la intuición y el absurdo, lo que no quita necesariamente la emoción. En el recién publicado “Pompeii” (Mexican Summer-Popstock!, 2022), eso sí, se aleja de los impulsos casi confesionales de “Reward” (2019) para volver a sus modos más escurridizos, a las canciones sin significados estrictos ni arquitectura compositiva fácilmente reconocible.
“Pompeii” es tu primer álbum pospandemia. ¿Cómo ha afectado esta crisis a tu forma habitual de hacer discos?
La intención fue siempre hacerlo, básicamente, entre mi colaborador Samur Khouja y yo, con algunas aportaciones de Stella (Mozgawa, de Warpaint) en la batería y Stephen (Black, alias Sweet Baboo) en el saxofón. Habíamos pensado en irnos a algún lugar lejano, como Chile o Noruega, donde poder deshacernos de todo lo familiar y las influencias exteriores. Queríamos crear un paisaje que ayudara a concentrarnos en hacer un disco, solo eso. Tratar de buscar una mentalidad infantil. Esa clase de pureza. A causa de la pandemia, nada de esto fue posible. Pero quedaba la opción de volar a Cardiff en verano.
Y grabar en una casa que, en realidad, te resulta familiar. Es la misma que Gruff Rhys te prestó hace quince años, durante una gira de Super Furry Animals, ¿verdad?
Ciertamente, al final acabamos grabando en una habitación de la casa donde viví cuando tenía veintitantos. Es decir, ¡todo lo opuesto a lo que buscaba! Pero creo que aprendí a encontrar las condiciones ideales de forma mental y no geográfica o físicamente. Y, a la vez, aprendí que todo lo que pasa en el mundo mientras haces un disco se acaba filtrando de alguna manera.
Fueron momentos, según has escrito en nota de prensa, de luchar con “la existencia, la resignación y la fe”. En apariencia, te sentías “culpable por el desastre, pero debía ser cosa de la culpa colectiva impuesta por la religión y el pecado original”. Explícanos esto.
Llevas mucho tiempo confinado. Tu mente empieza a divagar. Empiezas a pensar en la existencia. Nos habían despojado de todas esas cosas que nos evitan hacer pensar en el sentido de la vida y en para qué vivimos. No podía evitar pensar en la idea de que todos estamos conectados a todo para siempre. Si suscribes esa tesis, es fácil sentirse culpable del desastre en que están metidos el planeta y la humanidad. Enseguida entendí que debía tener que ver con la idea de nacer culpable, de cargar con el pecado original.
“El mundo arde, pero tienes que sacar la basura el martes por la noche”, concluías en la misma nota de prensa.
Porque es la dualidad en la que llevamos viviendo desde siempre. La historia de Pompeya es un buen ejemplo de eso. Hablamos de un lugar donde han pasado cosas terribles, tremendos sufrimiento y dolor, pero de algún modo podemos pasear por sus ruinas sin que nos afecte. Antes o después ponemos amortiguadores a la tragedia. Y nos ponemos a mirar, no sé, un gato fumando un cigarrillo (risas).
En el caso concreto de tu “Pompeii”, el ritmo parece esencial en ese proceso de transformación o relativización de la crisis.
Por eso decidí empezar a componer todas las canciones con el bajo. Quería tener ese eje del ritmo y que este instrumento tan juguetón y poderoso sirviera de columna vertebral para el disco. De ese modo, todo sería propulsivo, sin tiempo para aflicciones. Así es más fácil viajar ligero y viajar con esperanza.
Cuando preparas un disco, ¿sueles ponerte alguna clase de limitación a partir de la cual desarrollar la creatividad?
Hace unos años me di cuenta de que no, no tengo un proceso. Si me siento a trabajar con un horario y un plan cerrado, no funciono. Lo que necesito es espacio para divagar, no para llevar a cabo un plan que es tan concreto que solo veré las cosas que me he propuesto ver. Esa libertad es lo más importante cuando hago algo; también cuando produzco para alguien.
¿Invitaste a un veterano como John Grant a cambiar sus métodos cuando produjiste su disco “Boy From Michigan” (2021)?
Creo que sí. Cuando haces algo, necesitas que alguien lo vea desde fuera. A veces es difícil ver las cosas desde dentro. Así que… No se trata de decirle a alguien qué ver, sino sugerirle otros sitios donde mirar, por decirlo de algún modo. Y ser muy crítico y deshacerse de lo superfluo. Eso es algo con lo que insisto. John Grant tiene un montón de sintetizadores, muchos de ellos increíbles. Y a veces necesitas que alguien te diga: “Con todos estos sintetizadores ya vamos bien” (risas).
Es lo que hiciste para este disco, ¿no? Reunir una paleta de sonidos de sintetizador de la que no podías salir (Le Bon y Khouja lo llamaron el “cartucho Pompeii”).
Samur y yo pasamos mucho tiempo haciéndolo; mucho tiempo retocando sonidos, y doblándolos, y un montón de cosas, para poder tener esa paleta sonora que crearía el mundo de “Pompeii”.
Según tengo entendido, una de las influencias principales fue el city pop japonés de los 80. Siento curiosidad por saber cómo te metiste en eso. Últimamente han salido algunos recopilatorios fantásticos en el sello Light In The Attic.
Había dos discos en concreto que no dejaba de escuchar: “Kakashi” (1982), de Yasuaki Shimizu, y, sobre todo, “Utakata no hibi” (1983) de Mariah, que me influyó un montón en la organización de los sonidos, en el groove… Me encanta cómo están organizados los sonidos en ese disco. Mi amiga Siniša me puso una canción de Mariah y caí en un bucle de no dejar de escuchar música japonesa. Me encanta cómo usan el bajo, con esos motivos repetitivos que no cambian en toda la canción y acaban siendo meditativos.
El recopilatorio “Somewhere Between. Mutant Pop, Electronic Minimalism & Shadow Sounds Of Japan 1980-1988” (2021) es increíble. Lleno de canciones como las tuyas: a la vez pegadizas y muy extrañas.
Creo que lo mío es, a veces, pop. Me encanta el pop. Pero también quiero pasarlo bien mientras hago canciones. Y trabajar con Samur me ayuda a eso, porque él es todo curiosidad y mirar hacia adelante.
También pareces querer divertirte con las letras. Y que, a la vez, el oyente se divierta tratando de interpretarlas.
Cantar directamente sobre las cosas impone unas limitaciones. Pero si abrazas el absurdo y la ambigüedad y el matiz, se produce una transferencia infinita de ideas y la gente puede tomar cosas diferentes de las letras. La misma canción puede significar cosas distintas para una misma persona en un momento u otro. Para mí eso resulta más interesante como uso del lenguaje. La idea siempre ha sido encontrar algo que tenga todo el sentido para mí y a la vez esté abierto a la interpretación.
¿Dirías que “Reward” fue un disco más directo de lo habitual? Había canciones como “Daylight Matters” o “Home To You” que no costaba demasiado leer.
Ese disco se compuso, sobre todo, en piano, que es un instrumento íntimo, creo. Lo tocas con todo tu cuerpo. Viviendo sola, en mitad de la nada (en el Distrito de los Lagos, al norte de Inglaterra), el piano se convirtió en una fuente de consuelo para mí. Era un disco mucho más directo, mientras que “Pompeii” es exploratorio y fantasioso.
Hablemos un poco de “Remembering Me”. En tus palabras, se trata de “una neurótica entrada de diario que cuestiona nociones de legado y sentimentalismo retorcido en la necesidad desesperada de hacer mitología de uno mismo”. ¿Te cuentas a ti misma entre esa clase de artistas o la canción es un comentario sobre ese asunto?
Es una exploración de esa idea. Cuando llegó la pandemia, no teníamos muchas de las cosas que reforzaban nuestra idea de nosotros mismos. La gente se volcó en internet, algo que te permite editar tu propia identidad y que debía ser liberador pero que, en realidad, ha acabado agobiando a la gente de forma más que jodida. Durante la pandemia me pareció surrealista ver cómo los artistas daban a sus fans incluso más de lo que estos pedían. Yo no sabría hacer mitología de mí misma porque no me gusta mirar hacia atrás y pensar en todo lo que he hecho. Me retuerzo cuando pienso en discos anteriores; solo quiero ir hacia delante y hacer algo nuevo que me entusiasme. Así que tengo celos de los artistas que pueden hablar tanto sobre su trabajo previo y enorgullecerse de su fondo de catálogo. Ojalá pudiera ser yo un poco así.
La relación de tus fans contigo siempre será más platónica que parasocial.
La expectativa, ahora mismo, si eres músico, es que des todo a todo el mundo. Pero creo que tienes derecho a elegir cuánto das, y es una decisión creativa. Yo doy todo, pero lo doy en el momento de hacer un disco. Esa es mi decisión. Además, si tu artista favorito no interactúa en redes, el momento de verlo en directo es mucho más especial. ∎
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