Hablar del glam es hablar de una de las etiquetas más esquivas de la música popular. ¿En qué medida es un género musical? ¿O es más bien en el plano visual donde residen sus rasgos característicos? Sara Arenillas Meléndez, autora de la investigación doctoral y del libro “Discursos, identidades y transgresión en la música popular española (1980-2010). El caso del glam rock y sus variantes” (Sociedad Española de Musicología, 2021) nos ayuda a definir este término tan resbaladizo: “La característica principal que define al glam es el juego con las identidades de género usando la ambigüedad. Lo que es común a todo el glam es la visibilización del género como una performance, aspecto que toma del afeminamiento ‘queer’ del camp y que se relaciona con la identidad gay. El glam británico de los 70 enunció este afeminamiento en música rearticulando el rock’n’roll norteamericano de los 50 como pop. Fue una reacción contra el elitismo y el aura de autenticidad que había adquirido el rock en la contracultura de fines de los 60. La cuestión que subyace en el glam es la masculinización asociada con el rock, y la concepción de que el pop, a priori inauténtico y de menor valor artístico, tenía o estaba dirigido a una audiencia más femenina. Con lo cual sí se podría decir que la característica que define al glam es la puesta en escena de la ambigüedad de género, pero habría que matizar que es un proceso que incluye todos los planos; no solo el visual, también el musical”.
Poco después de la disolución de Brakaman, Stinus se unió a la Orquesta Mondragón. “Tanto en Brakaman como en la Mondragón, para mí, en un escenario, lo importante no era solamente hacer música, sino también ‘actuar’”: el gusto por lo teatral, uno de los elementos esenciales en el glam. La Orquesta Mondragón fue, como subraya Sara Arenillas, el primer grupo español en alcanzar el éxito con una propuesta inspirada en el glam, en los albores de los 80. En sus conciertos, deudores del shock rock de Alice Cooper, teatralizaban la locura y la homosexualidad desde un prisma transgresor, crítico con la sociedad heteronormativa, que la autora conecta con la antipsiquiatría de los 60. Además, como los glam rockers originales, bebían del rock’n’roll de los 50, algo que también hacía, en las mismas fechas, Casal, en su caso combinándolo con el synthpop de los new romantics. El asturiano también remitía al glam por su barroquismo, una imagen recargada que connotaba artificio y ambigüedad sexual. Por medio de la parodia y el afeminamiento del camp, Pedro Almodóvar y Fabio McNamara, por su parte, hicieron bien visible la identidad gay, lo que, sostiene Arenillas, contribuyó en gran medida a convertirlos en los mayores iconos de la movida; no en vano, en el imaginario del movimiento la homosexualidad estaba ligada a ese objeto de veneración que era la modernidad. Lo gay estaba tan en boga, en fin, como en Inglaterra diez años antes.
Un lugar de encuentro entre Almodóvar y McNamara y su coetáneo Paco Clavel fue la valorización del kitsch, de “lo cutre” en la cultura popular. Esponjas, cucharillas, estropajos… Los objetos más ordinarios siempre han formado parte de los extravagantes atuendos de Clavel: “Me encanta compaginar lo que es el glamur, en cierto modo, con las cosas cotidianas, me divierte muchísimo”, nos dice. El correlato musical de esta estética es su pasión por la copla, reflejada en sus discos de los 80: “Me atraía mucho la copla por muchas razones, sobre todo por ellas, las cantantes, porque iban tan recargadas, eran como la Macarena pero más que la Macarena. Y me divertía mucho verlas, esos modelazos, esos volantes, esas batas de cola, esos peinados, esos claveles sin venir a cuento, esas peinetas… En fin, para mí era todo como una especie de glamur a la española”. Lo cual nos conduce a una de las conclusiones principales del estudio que nos ocupa: Paco Clavel fue lo más parecido a un glam español. Arenillas desarrolla esa tesis: “Como he comentado, la base del glam es el discurso de afeminamiento procedente del camp, que es bastante obvio visualmente, pero complicado de percibir en el plano sonoro. Si consideramos que el glam anglosajón había realizado esto resignificando la música popular norteamericana (el rock’n’roll), entonces el homólogo en el caso español tendría que ser alguien que hubiera ‘traducido’ este discurso a España. Es decir, que hubiera tomado la música popular española de hacía décadas y le hubiera dado un nuevo significado, cargado de ambigüedad. Este es el caso de Paco Clavel. Él recogió en los 80 géneros ‘pasados de moda’ y asociados con el período franquista, como la copla, y los imbuyó de las connotaciones y la transgresión de género del camp”. A diferencia de Almodóvar y McNamara y del grueso de los artistas de la movida, a Clavel le interesaba poco la “música moderna”, es decir, el pop y el rock que llegaban del extranjero, en particular de los países anglosajones.
Los artistas examinados en el último capítulo, que cubre los compases finales de los noventa y la primera década del siglo XXI, se incardinan en la “retromanía” estudiada por Simon Reynolds en algunos de sus ensayos. Grupos como Babylon Chàt, que, liderados por Igor Paskual, manejaron referencias como T. Rex, New York Dolls o los propios Bichos y cultivaron decididamente la androginia. O los madrileños Circodelia, firmantes de tres álbumes en los primeros años dos mil, “Las chicas de las canciones” (2002), “Lo trágico es magnético” (2003) y “Máquinas románticas” (2006). Hablamos con su cantante, Víctor Pérez: “La ambigüedad sexual, en mi caso, no ha sido un recurso de estilo. Es que, directamente, tengo un pie en ambas orillas. Siempre me he considerado un maricón militante, pero no practicante. Y es una pena que me haya quedado a medio camino, porque soy consciente de que me he perdido lo mejor. En el arranque de los dos mil, la estética y el código del glam rock nos sedujeron. Pero fue un camino que exploramos más en lo visual y en lo performativo que en lo estrictamente musical”. En las letras del grupo descubrimos una mirada irónica a la masculinidad hegemónica, por ejemplo en su éxito “Las chicas de las canciones”, que Arenillas alinea con el “I’m A Man” de Pulp en uno de los pasajes más sugerentes del libro. Le preguntamos a Víctor al respecto: “Indudablemente, nuestras letras reflejan un debilitamiento del estereotipo masculino tradicional, porque dicho estereotipo no encajaba con lo que sentíamos en ese momento. Pero Circodelia nunca trató de hacer activismo de ninguna clase. Los roles de género estaban en crisis desde que éramos niños, pero tampoco se había convertido en el ‘hot topic’ que es hoy. Y como te he comentado antes, yo era ambiguo respecto a mi sexualidad porque mi sexualidad nunca ha tenido cimientos muy robustos. Así que imagino que todo esto se refleja en las letras, pero en modo alguno pretendíamos posicionarnos”.
La huella del glam también se reconoce en Glamour To Kill. Estamos ante una formación de electroglam enraizada en los 80 que, de acuerdo con Arenillas, disuelve por completo las dicotomías sexuales tradicionales: no son ni masculinos ni femeninos, ni heterosexuales ni homosexuales. ¿Qué papel ha jugado la androginia glam en la trayectoria de su guitarrista, el histórico Luis Miguélez? “Como artista nunca he estado metido en el armario, ya desde la época de guitarrista con Alaska y Dinarama, tampoco entonces lo estábamos. Pienso que el glam rock es precisamente ese estilo en el que el maquillaje, el look y una actitud en general más descarada son tan importantes como la música, y ahí es donde entra en juego esa ambigüedad, que realmente tampoco tiene nada que ver con tu orientación sexual real. Si te fijas por ejemplo en grupos, desde los New York Dolls a Mötley Crüe y pasando por Bowie, Roxy Music, Marc Bolan… Eran ese descaro y no tenía nada que ver con ser gay; de hecho, la gran mayoría no lo eran. Yo vengo de una adolescencia en los 70 y todos esos artistas han sido una influencia clara”. A muchos ejecutivos discográficos todo esto no les hacía ninguna gracia: “Cuando les presentaba un producto, lo rechazaban diciendo que era ‘muy gay’, viví muchos encontronazos raros. Creo que el mundo discográfico en general tenía muchos problemas con ese tema”.
El libro finaliza con Nancys Rubias, revival del glam de Almodóvar y McNamara. Sara Arenillas concibió su estudio en el año 2013, de modo que queda fuera la última década. Nos interesa conocer su opinión sobre ella: “El glam en las escenas del rock ha seguido utilizándose, aunque perdiendo las más de las veces sus connotaciones transgresoras originales. Por ejemplo, Loquillo y su reciente revisión de ‘El rey del glam’. Si pensamos en escenas fuera del rock, sí que podemos ver cómo el camp –que, como dije antes, es la base del glam– está presente en el trap o la música independiente. En Asturias tenemos el ejemplo de Rodrigo Cuevas, que en algunos sentidos se parece a Paco Clavel, ya que su resignificación de género se produce utilizando el folclore. El artificio, la exageración y la ironía ‘queer’ del camp sobre el kitsch están presentes también en casos como los de Rosalía o C. Tangana. En este sentido, es posible que a lo largo del tiempo el ‘verdadero’ espíritu del glam haya tenido recepciones más interesantes fuera que dentro del rock”. ∎
En su único LP, Brakaman dejaron atrás los trazos progresivos de sus primeros sencillos para entregarse a un palpitante glam rock con ecos de Bowie, Steve Harley y el Lou Reed de “Transformer”. Envuelto en una vistosa funda de Iván Zulueta, el álbum alberga joyas como “Una suave marea”, reminiscente de “Space Oddity”, o “Pito loco”, que anticipa a la Orquesta Mondragón. Mención especial merecen las guitarras incisivas de un Stinus francamente soberbio. “Brakaman” es, en fin, un disco espléndido que está pidiendo a gritos una reedición en toda regla.
Como indica Sara Arenillas, en la portada de su álbum de debut Tino Casal porta una guitarra-órgano Godwin, un instrumento que puede usarse como guitarra o como sintetizador: qué mejor forma de representar el maridaje de rock’n’roll clásico de sabor glam y synthpop de vocación vanguardista que propone el estupendo “Neocasal”. Lugares referenciales en el universo de los new romantics (“Tokyo”, “Aquí en Viena”) conviven con notables versiones de Bowie (“Life On Mars?”) y Cream (“White Room”, aquí “Blanca estancia”) en un largo que incluye asimismo su primer gran éxito, “Champú de huevo”.
En el mismo año en el que Andy Warhol visitó España, 1983, dos de sus más fervientes admiradores, Almodóvar y McNamara, publicaron un trabajo que canalizaba brillantemente el camp-kitsch del neoyorquino de adopción. Hablamos del que bien puede ser el disco más emblemático de la movida: condensa a la perfección todo el descaro y la bendita frivolidad del momento. La música corre a cargo de Bernardo Bonezzi (Zombies), que se muestra vorazmente ecléctico, reuniendo estilos tan dispares como el funk (“Susan Get Down”), el punk (“Rock de la farmacia”) o la ranchera (“Moquito a moco”).
“In Bitter Pink” (1991) es el mejor disco de Los Bichos, pero en un texto dedicado al glam rock hay que quedarse con su ópera prima: “Shadow Girl” y “Verano muerto” son dos de los exponentes más logrados del género en España. Más allá del glam, de los surcos de este álbum veloz y urgente se desprenden sonidos herederos del rock neoyorquino de los 70, píldoras punk, country alucinado, rancheras oblicuas y un cover deliciosamente irreverente del “My Girl” de Smokey Robinson y Ronald White.
“Musik pour the ratas”: cuatro palabras en cuatro idiomas, alemán, francés, inglés y español, los cuatro idiomas en los que canta Antonio Glamour en un largo que conjuga la androginia del glam con la visceralidad del punk. Propulsado por implacables ritmos electrónicos y tachonado de guitarras belicosas, el álbum contiene, por otro lado, dos versiones, una del hit de Kylie Minogue “In Your Eyes” y otra de “Eisbär”, el tema más popular de Grauzone, banda de inicios de los 80 encuadrada en la Neue Deutsche Welle (nueva ola alemana); aunque en quienes más piensa uno al escuchar “Musik pour the ratas” es en otros representantes de aquella deslumbrante corriente musical, D.A.F. ∎
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