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uchos se darán prisa en señalar que El Último Vecino llevaba seis años sin sacar un nuevo disco. Y es cierto que un abismo separa el ya lejano “Voces” (2016) del flamante “Juro y prometo” ([PIAS], 2022). Con todo, Gerard Alegre Dòria se ha mantenido ocupado durante el tiempo que pasó entre ambas obras. Recordemos su aventura neoyorquina en el EP “Parte primera” (2018) –no hubo segunda, por cierto–, su sonada versión de “Mi chulo” (La Zowi) y la ristra de sencillos lanzados durante las distintas fases de la pandemia, que deberían haber salido en un tercer álbum que nunca fue. Ciertamente hubo de todo: se dejó influenciar por la música italiana en “Nostalgia”, se acercó a terrenos eurodance en esa locura que fue “Qué caro”, versionó a uno de sus favoritos de siempre –Héroes del Silencio– y colaboró con nuevos cachorros de lo oscuro como Nueve Desconocidos… Pero todo eso no fue suficiente para mantener alta su volátil autoestima.
Hace menos de un año, Gerard decidió hacer borrón y cuenta nueva para empezar con este “Juro y prometo” que ahora tenemos entre manos. Son nueve canciones que no llegan a sumar media hora de duración y que discurren con una intensidad emocional que convierte el disco en algo parecido a un aquelarre. En una liberación de demonios internos tanto para el autor como para el oyente. Y, según él mismo admite, todo esto se debe a la ayuda de sus nuevos colaboradores: el productor Innercut –en su hoja de servicios figuran trabajos para artistas como Yung Beef, Bejo y Recycled J– y la realizadora Neelam Khan Vela en lo visual.
Nos reunimos con él durante más de una hora en el céntrico Hotel Seventy de Barcelona, algo así como una segunda base de operaciones siempre que necesita descongestionarse de la oscuridad de su estudio y buscar algo de luz. Mantuvimos una larga conversación en la que habló a pecho descubierto sobre salud mental, insatisfacción, guitarras españolas, inocencia perdida, el trap… Incluso hizo una inesperada confesión. Gerard a tumba abierta, en definitiva.
¿Qué pasó con todos esos sencillos de 2020 y 2021? Porque me hubiese encantado que explorases más esos sonidos más duros y locos de canciones como “Qué caro”.
No me gustan esos singles. No es que no me gusten, pero no me gustan en el contexto de “Juro y prometo”. No me estoy comparando, pero, cuando Picasso hacía cuadros muy bonitos que no eran cubistas, no aparecían en el catálogo cubista. Además, lo hice en un momento en el que no estaba bien psicológicamente. Si he tardado seis años en hacer el tercer disco es porque he tenido una crisis creativa muy jodida, con sentimientos muy malos de por medio: comparaciones con otros artistas, envidias… Algo muy poco recomendable, la verdad. Solamente te lleva a la caca. Esas canciones las hice desde el corazón, pero tratando de que encajasen en un sitio concreto. En los últimos meses creo haberme curado de todo esto y he sacado un disco que es mucho más profundo para mí. Y esas canciones, aunque me gusten musicalmente, me recuerdan a esa época. No me apetece recordarla y vivirla.
Me pasa lo mismo con la música que escucho. Tengo muy mala memoria, pero me resulta muy fácil identificar una canción con un momento de mi vida. Si es un momento malo, aunque la canción me encante, prefiero no volver a él.
Claro, es que es como un olor. Es exactamente lo mismo, es algo que no puedes decidir. En este caso estaba escuchando “Qué caro” y pensé “joder, es un temazo”. Emula todo el rollo Culture Beat, que me encanta. Pero en ese momento tenía la estima por los suelos, pensaba que yo era una mierda y que lo que hacía era una mierda. Me generó todos esos sentimientos negativos otra vez, y yo ya no estoy para hostias. Yo estoy aquí para disfrutar (risas).
Me gustaría entender mejor la cronología del disco, porque hablas de un cambio de chip hace unos meses y, a la vez, también parece que el lanzamiento de “Juro y prometo” haya tenido un perfil más bajo en lo promocional.
Para entendernos: es la primera vez que saco un disco con unas canciones que hace tan poco que creé. Desde siempre, incluso con el primer álbum, he tardado mucho en mostrar al mundo las canciones. En este caso empecé con “Juro y prometo” hace diez u once meses. Y eso me gusta mucho, sacar el disco y estar viviendo aún todas esas sensaciones de la creación.
Desde que estoy con el nuevo sello siempre me han dado mucho la tabarra con el tema de la promo, y yo me he dado cuenta de que hay gente que no ha nacido para este tipo de cosas. De hecho, ya hay otras personas que se dedican plenamente a ello. Además, ha coincidido con que yo he hecho mucha promo de los anteriores singles, y no funcionó. Con el primer y el segundo disco no hice nada de promoción y funcionó genial. Las cosas auténticas funcionan así. Yo suelto esto y, si tiene que ir, irá bien, tanto si se hace como si no se hace. De hecho, si se hace promo quedaremos como unos pesados. Aunque si ahora la gente empieza a hablar del disco y veo que tiene tirón, por supuesto que me subo al tren y lo echo para adelante. Todos esos posts de Instagram que subía porque había bebido o por lo que sea los hacía desde la sinceridad. Cuando decía que ibais a flipar con el disco lo decía de corazón. No forma parte de ninguna estrategia. Conmigo no va todo ese rollo de los teasers. No sé si hago bien o no, quizá alguien de un gran sello me dirá que haga más promo. No lo hago por eso, pero quizá lo que mola de ciertos artistas es no saber mucho de ellos. Hay tantos artistas hoy en día que hay espacio para todos.
Entonces, ¿qué pasó hace diez meses para que cambiase tu percepción hacia tu música y mejorase tu autoestima?
Eso no lo sé a ciencia exacta, porque si así fuese sería psicólogo y me haría rico porque solucionaría un montón de problemas a la gente. ¡Yo qué sé cómo lo hice! (risas). Pero sí recuerdo, y esto no lo he comentado nunca con nadie, el día en que me di cuenta que no tenía que centrarme tanto en hacer canciones lentas, por así decirlo, y que ya basta de hacer temas como “Mi nombre”. Tengo ganas de hacer canciones para tocar en directo en una sala muy pequeña, con gente muy sudada y tirarme de rodillas al público.
Ocurrió todo en una estancia en Madrid, cuando estaba produciendo con Innercut y me invitaron a un concierto de Luz Futuro en una sala muy pequeña al lado de la Gran Vía. Llevaba un año y medio sin apenas salir de casa por el confinamiento y porque estaba jodido, depre. No iba a fiestas, ni siquiera a las que se hacían en casa, porque no podía. Estaba out total. Me esforcé y dije “voy a ir, porque hay gente que hace tiempo que no veo”. Me sentí como en la película “Control” (Anton Corbijn, 2007), cuando la gente va a ver a Sex Pistols y flipa en plan “¿qué coño…?”. Me sentí como un adolescente descubriendo la música. Me quedé a dormir en casa de Adrià (Innercut) y lo desperté para ponernos a crear música.
En el pasado ya dejaste claro que El Último Vecino eres tú, Gerard. Pero siempre has trabajado con otros músicos; por ejemplo, Guille Mostaza ha sido una constante en tu sonido. ¿Cómo surge la participación de Innercut?
Adrià viene del urbano, pero cada vez está haciendo más pop. Además, es de mi edad y a toda esta generación el urbano nos ha venido de nuevo, cuando ya teníamos un criterio formado. Innercut se ha subido al carro del urbano porque le flipa, pero también me dijo que le encantaría producir un disco de pop. Pero, bueno, el urbano también es pop.
De hecho, se le ha llegado a llamar hasta “nuevo pop”.
Lo urbano, para mí, empezó siendo punk, luego empezó a ser pop y ahora es pop rancio (risas). Me da pena la gente que se ha dedicado al trap, porque me da la sensación de que ha durado cuatro o cinco años. Ahora sacas un tema trap y es como “¿qué haces?”... Bueno, da igual, que me van a matar. Yo conocí a Adrià porque me gustaba mucho su estudio y su cara. Y porque era accesible. Por supuesto, también me gustaba lo que producía. Al final se lo comenté y me dijo no solo que sí, sino que me pidió que estuviese en el disco que está preparando, en el que tiene featurings con cantantes. No sé cómo lo ha hecho, pero empezó siendo un productor, luego se convirtió en un amigo y ahora… No sé cómo lo ha hecho, pero ahora también es médium, porque muchas de las sesiones de producción que teníamos era para hablar. Porque yo, aunque entonces ya estaba mejor, soy una persona que déjame correr... Mi posición normal es de rayao total, de encefalograma plano buceando en pensamientos negativos. Estoy fatal, pero me estoy tratando y saldré de ello.
Hablando, me di cuenta de que quería volver al sonido de El Último Vecino de siempre, pero me daba un poco de fobia, de pánico. A muchos nos pasa, sobre todo a los imbéciles, que estamos con una pareja que no nos acaba de convencer, pero, por el miedo a estar solos, no la dejamos. A mí me ha pasado alguna vez y es horrible, no hay que ser de esa manera. Lo que había conseguido con aquellos singles era una puta mierda, pero me daba pena soltarlo: “Si vuelvo a hacer lo de antes, ¿qué coño va a pasar?”. Al final pensé que me dio igual todo eso y Adrià me ayudó pegándome la chapa.
Y ha sido un acierto, para mí uno de los triunfos del disco es que vuelves a tu carácter de romántico empedernido, con unas canciones que conectan directamente con las de tu debut.
Es lo que tengo dentro, lo que me sale. Ahora lo puedo decir claro porque es así. No me he esforzado en hacer estas canciones. “Nostalgia”, “Mi nombre”... todo eso supuso un esfuerzo. Con este disco he abierto el grifo y he dejado salir. Es mucho más placentero, es la hostia. Estás más horas en el estudio, pero pasan más rápido. Es como si trabajases menos.
En Instagram te mostrabas muy entusiasmado con “Ábreme la puerta”, apuntabas que era tu mejor canción desde “Tu casa nueva”.
Eso yo no lo voy a poder superar.
Pues ayúdame a entender qué debe tener una canción de El Último Vecino para ser perfecta.
A ver, espero poderla superar algún día. Esto no es una competición, cosa que sí pensaba hace tres años. Pero es que pongo el play y me suena a Barricada. Me suena creíble, joder. Desde la fase de las demos pensaba que sonaba como un clásico, me encanta. Es como si no la hubiera hecho yo y eso me gusta, por raro que suene. Soy capaz de disfrutarla como si no la hubiera hecho yo.
Pero ¿qué pasa, tienes alguna relación rara con tu música?
No es eso. Al principio, cuando hacía canciones y me oía cantar, pensaba cosas como “me da vergüenza mi voz, está bien lo que hago, pero los de verdad lo hacen más guay”. Yo sé que mi música no es una mierda, pero pones Queen y es mejor.
Bueno…
Evidentemente, depende de para quién. Pero pongo “Ábreme la puerta” y pienso que es mejor que Queen.
Eso es un gran paso adelante, Gerard.
No quiero quedar como un pedante, pero es una creencia y no quiero ocultarla. Estoy muy contento con esta canción.
¿Cómo fue cambiando tu relación con la música a lo largo del confinamiento? Yo he tenido fases en las que no he escuchado nada, casi como si sintiese rechazo hacia ella. Un poco como si el mundo me hubiese traicionado y lo pagase con la música.
Mi relación con la música es superintensa, sin ella me muero. Durante el confinamiento me pasó por segunda vez en mi vida que empezaba a no apasionarme por la música que hacía y a acabar no sintiendo nada por la música en general. Cuando llegaba a ese punto quizá estaba mejor de ánimo por el puro engaño del “mal de muchos, consuelo de tontos”. Pensar que toda la música es la hostia y la tuya es una mierda es una tortura, pero cuando no te gusta nada… La sensación de vacío era muy hardcore.
Creo que las comparaciones, dependiendo del momento en que llegaban, te han lastrado. Pero ahora las coges con más fuerza. Permíteme hacer una: en “Mentirosa” cantas “el diablo no habla mal de ti”. Tiene la sorna, la mala hostia, un cierto humor y un despecho que me recuerda al gran Morrissey.
Tío, ¿me acabas de comparar con Morrissey? Hoy me voy a dormir tranquilo (risas). El diablo no habla mal de ti. Sí, porque es una hija de puta, la tía. Al principio la frase era “el diablo me habla de ti”, pero luego pensé que si el diablo no habla mal de ti es que está de acuerdo con lo que haces. Eres Lucifer, hija de puta… ¡qué mal lo pasé!
Cuando se habla de El Último Vecino se usan referentes muy manidos y limitados. En serio, no hablemos ya de The Drums...
A ver, yo en el primer disco hacía plagios de The Drums. En aquella época decía que no, que no los había escuchado…
En aquella época a mí me flipaba todo el rollo de guitarras de Brooklyn. El surf de The Drums, el chillwave, toda la tropa del sello Captured Tracks. Apenas escuchaba pop en español y, gracias a todas esas bandas, pude entender mucho mejor lo que hacías. Así que, egoístamente hablando, no me parece mal que lo copiases.
Si es que el arte es eso.
Lo que te quería decir es que con cada nueva escucha de este disco se destapan influencias diversas que van del city pop a Mecano, de Tears For Fears al after-punk.
También he crecido un poco más y he dejado abrir más puertas, tengo menos miedos, quiero enseñar más cosas. Además, he concretado bastante en este disco.
Hay otro verso que me encanta en “Niño, perdóname”, pero en este caso es algo más ambiguo. Lo veo un poco como la pérdida de inocencia y el desencanto con la vida adulta: “Tú que naciste conmigo en los años ochenta, fue a partir del 2000 que empecé a perder la cuenta”.
Al principio me parecía supercutre ese verso. Es sobre olvidarse de que dentro tienes un niño pequeño e ilusionado. Hay veces que, por lo que sea, ves venir una figurita, ves que tiene tu cara de cuando eras niño y te dice “Gerard, ¿dónde has estado todo este tiempo?”. Y te das cuenta de que tiene razón.
Citas “Ábreme la puerta” como tu mejor canción. A nivel lírico te veo muy inspirado en “Mentirosa” o “Niño, perdóname”. Y me gustaría que explorases más lo oscuro de “No me dejas”. En cualquier caso, aquí cada uno escuchará el álbum como quiera, pero está claro que hay una canción todavía más importante, que es “Juro y prometo”. Es un poco la culminación de todo el enamoramiento de El Último Vecino con El Último de la Fila.
Totalmente. Empezó siendo como un tema house, me sonaba a gala de los Grammy de los 90. Al final decidí quitarle todo el ritmo porque pensé que era una horterada, que sería seguir el camino de “Mi nombre”. De golpe la guitarra española me sonaba más guay y bonita, me llevaba a un terreno más íntimo para mí, algo que no había hecho nunca. Sí que había emulado cosas del flamenco a nivel vocal, pero nada como eso. Estuve unos cuantos días para encontrar otro estribillo y otra melodía para que la gente no hablase de plagio. Eso no se podía hacer. Al final pensé “si Duchamp cogió un váter y lo firmó, ¿por qué no puedo coger a El Último de la Fila y firmarlo?”. No voy a poder superarlos y esa canción prefiero que sea bonita antes que mostrar el ego de que la he hecho yo.
Antes decía lo instantáneamente reconocibles que son tus canciones, pero es verdad que aquí ocurre lo contrario. Te la pones, suenan esos acordes y piensas “hostia, ¿qué es esto?”.
Yo ahora mismo estoy abierto a todo, con muchas ganas de componer. Cuando entregué el disco, pensé que en un año máximo quería sacar otro. Sigo pensando así, pero me he tomado unas pequeñas vacaciones. Tengo ganas de ponerme a tope y, si tengo que usar guitarritas españolas, las usaré. Pero es algo que llevo muy adentro.
Una de las mejores cosas de tu flechazo con todo el pop de los 80 y los 90 es la reivindicación de ese frontman poderoso, histriónico y carismático que encarnas sobre el escenario.
No lo sé hacer de otra forma, no puedo estar quieto. De pequeño hacía playbacks de Freddie Mercury y de El Último de la Fila y lo daba todo en el cuarto. Pensaba que cuando pudiese hacerlo delante de la gente sería la puta hostia. Yo ya he probado esa droga y no puedo parar.
También has llegado a decir que querrías ser lo más famoso posible. No tienes miedo a la idea del estadio, a buscar esas canciones de grandeza catedralicia, auténticos himnos generacionales.
Lo más normal es que no consiga una fama ultramundial, pero ¿por qué tengo que decir que no lo quiero cuando sí lo quiero? Lo quiero desde la ignorancia. No es que quiera ser famoso para tener mucho sexo. Cuando te digo “quiero ser muy famoso”, es como si estuvieses hablando con un niño de siete años. Me parece precioso, un sentimiento bonito.
Hace ya mucho que te vi por última vez, fue en el escenario RayBan del Primavera Sound 2018, a primera hora de la tarde. No sé si tu puesta en escena ha cambiado por el confinamiento y las restricciones vigentes, pero siempre he observado un equilibrio sobre el escenario entre improvisación –el dejarse llevar– y a la vez tenerlo todo muy cuidado y estudiado.
Guau, pues no hay nada muy estudiado. Y es algo que me gustaría. Qué guay que me digas eso porque es una cosa que no me preocupa en exceso, porque para mí el concierto punk es el concierto por excelencia. Pero yo veo el show de Rosalía y pienso que molaría mucho tener algo planificado. Está guapísimo porque te lo hace una persona que ha estudiado para ello. Trabajar un poco en esa dirección me gustaría, pero no a un nivel muy alto. Con el grupo ya nos conocemos y ya sabemos cómo vamos a reaccionar cada uno sobre el escenario. Pol (Valls; sintetizadores) es un palo que está ahí y ya está. Ahora tenemos un batería nuevo, Alejandro (Rafael Íñiguez), que se parece mucho a Manel (Leal; batería), más o menos tiene la misma figura. Bernat (Castells; guitarrista) a mí me recuerda a Brian May, es muy de estar ahí plantado en el escenario y moverse poco a poco. Y yo no sé hacerlo de otra forma. No me sale cantar y no estar dándolo todo.
Siento que a partir de todos estos sencillos ha habido un cambio de etapa para El Último Vecino en lo que a portadas se refiere. Antes estaban más basadas en un diseño gráfico chulo y ahora eres más protagonista. Encaja mejor con tu estética y creo que la del álbum encapsula perfectamente el estado de ánimo que buscas.
¿Tienen más coherencia, no? Es que Neelam es la puta hostia. Aparte de la gente con quien comparto escenario, El Último Vecino ahora mismo somos Innercut, Neelam y yo. Conozco a Neelam hace relativamente poco, pero nos hemos enamorado a nivel artístico y creativo. Ha sido una pasada lo que ha ocurrido. ¡Estamos hablando de hacer una peli!
Algunos detalles de la portada, el título del disco y algunas letras me hacen pensar que en El Último Vecino siempre han estado presentes elementos relacionados con la fe cristiana y lo profano, algo recurrente en la estética pop.
Lo cristiano a nivel estético me encanta. Es como los nazis y los skinheads, dan la vuelta a nivel ideológico, pero al final visten igual. En este caso pasa lo mismo, hay una cosa oscura, una estética que los une. No creo en Dios, pero me gusta llevar en el pecho una cruz gigante con diamantes. Me gustan las vidrieras. Si me caso, quiero que lo haga un monje descalzo, como en “Braveheart” (Mel Gibson, 1995). Lo de “Juro y prometo” quizá es una tontería, pero lo pensé por las pelis en las que en un juicio dicen “¿usted jura o promete decir toda la verdad?”. ¿Por qué no las dos cosas? Es contradictorio, pero es que te voy a decir la verdad seguro.
Siguiendo con la estética, es bueno que a vosotros siempre os haya importado la ropa. Muchos grupos de aquí olvidan la moda por completo.
Ya, es que van vestidos a cantar igual que van a tomar cañas. ¡Pues muy mal hecho! Yo no me disfrazo, puedo ir así por la calle, no creo que sea tan extremo. Pero al final del día te vas a subir a un escenario. La gente te va a ver a ti. Lo que pasa visualmente en un escenario es importante. Yo tengo discusiones con los miembros de mi banda porque digo que lo visual es tan importante como lo musical. Ellos dicen que como máximo es el 30 por ciento. Y yo, en plan “no me toques los huevos, porque te digo que es el 60 por ciento”. ¿Qué pasa, que la gente te va a ver con los ojos cerrados? Es que me interesa mucho el mundo de la moda.
¿No has pensado en llevarlo un poco más allá? Ya hiciste una colección de camisetas con Canada.
Me encantaría sacar una línea de moda, pero es que es mucho dinero. Si lo hago, no lo querría hacer cutre. Y no me entiendas mal, no estoy diciendo que sea cutre hacer serigrafía en camisetas. Me molaría hacer trajes, no alta costura, pero ir un poco más allá. Quizá podré hacerlo con 40 y pico años si me va mejor en la música. Y si no, me tendré que contentar con hacer serigrafías (risas). ∎
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