La reciente reedición del mítico “Alegrías” (2010), de Howe Gelb & A Band Of Gypsies, es una deliciosa excusa para revisar las fabulosas aventuras de su productor, Fernando Vacas. Un genio insolente que aspira a expandir, desde Córdoba, un universo propio, lleno de sonidos, poemas y magia.
“Dame pistas / no me des tanto amor”, cantaba Fernando Vacas en “Date un salto”, la canción que abría “Lo normal” (eureka, 2006), el cuarto álbum de Flow, grupo con el que se hizo un lugar en la escena indie estatal. Vacas reconoce que prefiere las señales a las conclusiones. Sus producciones trascienden las leyes del mercado musical y abarcan bandas sonoras –“Tu hijo” (Quartet, 2018), “Adiós” (2019), “Rediseñando el mañana” (2019)–, sesiones de DJ (con su alter ego, DJ Vallellano), intervenciones artísticas –“Musée Transitoire” (París, 2019); Festival Flora (Córdoba, 2019)…– y mucho más. Nada sobra, todo queda, y suele nacer en su casa, en la retorcida calle Juramento, un espacio sin fronteras con Eureka EsTuDios. Por allí han pasado y celebrado la alegría de vivir artistas de todo tipo: Marjane Satrapi, Maria de Medeiros, Lee Ranaldo, Niño de Elche, Javier Latorre, Leopoldo María Panero y casi todos los que se citan en la conversación que sigue a estas líneas.
Me cito con el músico y productor a primera hora de la tarde en un local exquisito de Córdoba: El Último Tango. Mientras charlamos, las músicas de Battiato, Cohen, Chic, Bach, Drake o Esclarecidos bailan sobre las palabras, los cafés y el alcohol.
En los años 90, eras el líder de Flow. Empezasteis emulando referentes como Pixies, Sonic Youth o Luna en “Headquake” (Acuarela, 1995) y acabasteis revisando boleros y neocorridos en “Echo en México” (eureka, 2009). Cada disco nuevo parecía querer escapar del sonido que tenía el anterior.
Eso es por un problema que tengo: no sé hacer el amor de la misma manera todos los días. Soy incapaz de producir siempre lo mismo. Produzco desde la semilla hasta que llega el fruto. Por eso, más que productor, me siento reproductor. Un reproductor del amor.
“Soy incapaz de producir siempre lo mismo. Produzco desde la semilla hasta que llega el fruto. Por eso, más que productor, me siento reproductor. Un reproductor del amor”
Mientras Flow se iba reinventando (o, tal vez, reventando) comenzaste a ejercer como productor de los lanzamientos de eureka, tu propio sello discográfico. Una de los primeros recopilatorios incluía una versión brutal que hiciste, firmando como DJ Vallellano, del “San Valentín” de Deneuve.
Sí, apenas se puede reconocer el original, porque metí referencias de lo que estaba escuchando o leyendo en aquellos años: Maria Callas, The Flaming Lips, unos versos de Michel Houellebecq. Su poesía me interesa mucho. Años después, vino al Cosmopoética (festival literario y artístico), lo conocí y, entre unas cosas y otras, nos hicimos colegas. Es ingeniero, igual que yo.
El éxito del debut de Russian Red, “I Love My Glasses” (eureka, 2008), quizá hizo que se te reconociera más como productor que como compositor.
No sé distinguir la producción de la composición. Cuando compongo, ya estoy produciendo. Si no estoy involucrado en la creación, no soy capaz de hacerlo. Lourdes Hernández tenía ya algunas canciones que escuché en casa de Nicolás Méndez (que ahora lleva la productora Canada), pero todas en el mismo tono y con el mismo tempo… Así que le dimos la vuelta a todo y lo pusimos en su sitio, con un rollo más clásico… “They Don’t Believe”, la primera del disco, la acabé coescribiendo con ella. Aunque la mejor era “Cigarettes”, en la que la producción fue darle muchísima presencia a su voz, que es buenísima. Todo el mundo se extrañó, porque en el indie la voz estaba siempre al mismo nivel que los instrumentos.
Hablemos de “Alegrías” (eureka, 2010), una proeza que contó con los mejores intérpretes: Howe Gelb se entendía perfectamente con el dedo pulgar de Raimundo Amador y con las guitarras venenosas de Juan Fernández “Panky”, Añil y Lin Cortés…
Fue un álbum con un proceso muy largo, lleno de momentos mágicos. En él tuvo mucho que ver Joan Vich, que me propuso que trajera a Córdoba a Howe Gelb, a La Mode (la sala de conciertos), y luego impulsó todo el proyecto. Ahora lo hemos remasterizado y publicado en vinilo dorado, con un póster y diez postales propias de otro tiempo.
“Alegrías” definió el “Sonido Corredera”…
Sí, eso dijo algún crítico musical... Es cierto que todo nació y se gestó en esa plaza, donde nos reuníamos por la noche los flamencos, Raimundo, Howe, Rakel Winchester... En este disco, mi única intención era buscar, como en “El perfume” (1985), de Süskind, la esencia. La esencia del encuentro entre un gitano de Arizona con el flamenco. Lo fuimos grabando durante cinco años, y quizá eso fue clave en su proceso, porque permitió que saliera la verdad, que está en su alma.
¿Crees que “Alegrías” es tu mejor producción?
No lo sé. Fue fantástico contar con John Parish como mezclador, porque es un maestro y porque tenía lo que a mí me faltaba. Cuando le propuse meter más reverb, su respuesta fue que este disco era un disco sobre el desierto, y que en el desierto no hay reverb. Quitar cosas es también una buena manera de producir.
Paralelamente a la larga gestación de “Alegrías”, creas Prin’ La Lá, y publicas una colección de joyas en todos los formatos imaginables. Entre ellas, dos álbumes: “Esto es… Prin’ La Lá” (eureka, 2007) y el profético “Un nuevo orden” (eureka, 2013).
Para “Un nuevo orden” utilicé por primera vez librerías de sonidos y elegí uno al azar que, al estirarlo, ya me dio una canción, o casi. Con esa base fui a ver a la arpista Angélica Salvi, que me recibió en el aeropuerto de Oporto con una camiseta que tenía impreso este lema: “Kiss The Future”. Fue inevitable admitir que ese tenía que ser el título del single.
La continuación natural de “Alegrías” fue un trabajo hercúleo, muy valiente, la ópera flamenca “A través de la luz” (2018). ¿Puedes escoger una canción que la defina?
Una no, tres: “Un largo viaje”, “Sinfonía Boronía” y “Estrella negra”. Son la trilogía perfecta para resumirla. La ópera flamenca era, en principio, algo efímero, pero una tarde le puse a J (de Los Planetas) algunas canciones y me insistió en que tenían que quedarse grabadas, y le hice caso. La primera maqueta de “Un largo viaje” era distinta, porque yo había venido de bucear por primera vez en las calas de Ibiza, y esa experiencia me inspiró una sensación de psicodelia, de viaje astral, y la mezclé con diferentes tipos de reverb en cada parte.
Porque en el mar sí hay reverb, ¿no?
Por supuesto. La iba a cantar Carmen Linares, pero se la pasé y me dijo que le gustaba mucho, pero que no lo veía… Entonces, Alberto Malalengua, uno de esos músicos de verdad, me recomendó que llamase a Rosalía, que ya era mi amiga, la había traído a Córdoba con su primer disco… Al final, como siempre, como yo no mando en mi vida, también le hice caso. Rosalía vino a grabarla, pero no quería darle un rollo eléctrico, sino algo más sencillo, así que aprovechamos que el guitarrista José Antonio Rodríguez estaba en Córdoba (vive en Estados Unidos) para pedirle que la tocase por tientos. Visto el resultado, Rosalía tenía razón.
Después está “Estrella negra”, una adaptación de “Blackstar” de Bowie en la que participa Álvaro Tarik.
Mucha gente pensó que habíamos sampleado la voz de Bowie, pero era Tarik cantándola, quedó increíble... Un amigo me dijo que lo nuevo de Bowie le recordaba a mi ópera flamenca. Cuando lo escuché, me di cuenta de que era prácticamente igual que “Un largo viaje”. Era una mezcla de tientos y caña con rollo morentiano… Habíamos hecho esa canción antes que Bowie.
O tal vez la compusisteis al mismo tiempo, cada uno por su parte, tú en La Espartería y él en Manhattan…
Eso sería perfecto, ojalá haya sido así, estaría encantado. Pero hay un dato objetivo, y es que donde nosotros cantamos: “En tus ojos”, Bowie canta un año después: “In your eyes…”.
Y la tercera, “Sinfonía Boronía”, fue un encargo…
Sí, uno muy especial que me hiciste tú para aquel acto de terrorismo, o más bien de reivindicación cultural, que organizasteis en ‘Boronía’. Al componerla, me di cuenta de que ahí había algo que luego fui desarrollando y se convirtió en la ópera flamenca. Para mí, es la raíz de este trabajo.
Los créditos de esta ópera, como los de “Alegrías”, son apabullantes: Maria Mochnacz, Carlos Alonso Callero, Lonna Kelley, Juanclemente, El Ramos, Rosario Vacas, Jorge Pardo, La Negra, Steve Shelley, Bruno Galindo, Karen Lugo, Nievas, Lourdes Pastor, Suze…
Y mucha más gente que siempre olvido poner, o agradecer su ayuda…
Mientras afinabas esta odisea, grabaste con Remedios Amaya “Rompiendo el silencio” (Warner, 2016), nominado al Grammy Latino como mejor álbum de flamenco.
Cuando estábamos grabándolo sentía algo parecido a cuando te has metido heroína. Supongo que fue eso lo que me llevó a hacer por tientos unos tangos de Málaga. Entre un palo y otro hay una línea muy delgada. Los tientos son más románticos, los tangos más matemáticos. De ahí sale lo de hacer los “Tangos de la Repompa” con arpa, porque yo tenía una teoría, y era que si el flamenco está en modo frigio, igual que el arpa, entonces con el arpa se puede tocar flamenco. Y se puede, pero no es tan fácil. Al final, después de poner a una arpista clásica con el flamenco y a una flamenca con la música clásica, la canción quedó perfecta.
El último hito en tu revisión del flamenco es “Alegrías del Romero”, una creación audiovisual creada por ti y dirigida por Pablo Vega, que es la primera obra ajena al pintor que ha comprado el Museo Julio Romero de Torres para su colección.
Para mí esto es la ciencia ficción del flamenco. Un absoluto homenaje a Julio Romero de Torres entre la abstracción y la fe en que algo acaba uniendo la música y la imagen. Son unas alegrías de Córdoba que se acercan, por los acentos, a las seguiriyas. Es una producción parecida a las de Prin’ La Lá: voces inversas, ecos, etc. Pero, para mí, producir no es meter efectos, sino ver el camino que va desde comenzar una canción hasta acabarla, saber contar lo que ocurre en esa historia.
¿A quién te gustaría producir?
Me gustaría haber producido a Tino Casal. Nos lo hubiésemos pasado genial.
¿Te atreves a elegir tus producciones favoritas?
Quién soy yo para decidir cuáles son mis mejores producciones; me resulta vergonzoso. Destacar algo no tiene ningún sentido, porque siempre me voy a equivocar, entre otras cosas porque yo no sé nunca lo que hago… Prefiero escuchar lo que dice la gente que respeto. Por ejemplo, para Juan Fernández “Panky”, “Despertaré” es de lo mejor que he hecho. Está cantada por Estrella Morente, y forma parte de la banda sonora de “La vida era eso” (2020), una película de Martín de los Santos que no se ha estrenado todavía. La música es una mezcla de mentira y alma. Creo que esta canción es tan mía como de Estrella, porque ella la recompuso al cantarla. Me preguntó eso, precisamente: “¿Quién es el autor?”. Y yo le dije: “¿El autor o el asesino?”. Y se echó a reír. Esta canción se la envié al Papa Francisco… Me contestó muy amablemente a través de su secretario. Es curioso porque mi producción preferida no se puede escuchar, ya que nunca llegó a publicarse.
Dame pistas…
Emiliana Torrini vino a Córdoba, nos fuimos a beber y a charlar al Automático (el bar que Fernando Vacas abrió con Manolo Espinosa a principios de siglo), y luego se quedó una semana a vivir en mi casa. Dormíamos en la azotea, y allí nos poníamos a jugar con las voces, a cantar canciones, como si fuésemos hermanos, quedándonos dormidos cogidos de la mano y mirando las estrellas. Eso es una producción de verdad, y es una de las cosas más bonitas que me han pasado en la vida. Al día siguiente, Emiliana, el “Panky”, Añil y yo grabamos una canción para divertirnos. Es una canción islandesa que es para llorar… no recuerdo el nombre, pero va a ritmo de bulerías. Y es preciosa. ∎
“Esta canción es la estampa exacta de Howe caminando por las callejas empedradas de Córdoba. Con la música me pasa como con el sexo, que nunca sé lo que va a pasar. Es como si cada vez que haces el amor fueras de nuevo virgen. Meterme en un estudio es como meterme en la cama. Nunca sé lo que va a pasar, pero sí sé que va a tener un final feliz…”.
“Estaba grabando con Rocío ‘El estanque’ [del 7” “El estanque” / “Muera Cupido” (SON Estrella Galicia, 2019), firmado por Márquez, Vacas y Florent] cuando me llamaron para hacer esta versión. Y me di cuenta de que los acordes eran los mismos. Me encantan este tipo de producciones, en las que apenas tienes que tocar nada. Rocío la cantó como los ángeles y luego ya le añadí mis cositas: efectos, voces satánicas, todo eso que ya usé en las canciones de Prin’ La Lá”.
“Cuando tu mejor amigo se suicida y dejas cinco años guardado un disco que habías estado grabando con él y, de pronto, una mañana te despiertas y decides terminarlo… es algo muy fuerte. Quité toda la instrumentación que habíamos grabado, dejé solo su voz y escribí unos arreglos para un cuarteto de cuerda. En este disco lo importante son las letras de Miguel”.
“Está dedicada a Dennis Wilson. Leí un artículo de Íñigo López Palacios y me acordé de otro batería, mi amigo Manolito Espinosa, de los Flow, que murió muy joven. Era como si lo estuviese llamando al cielo para preguntarle si tenía alguna pista sobre lo que iba a pasar. Estábamos en Los Ángeles, cenando junto al Pacífico. Al ver las olas, ya tenía el título y el tono de la canción”.
“Esta versión del tema que publicaron Germán Coppini y Nacho Cano es la esencia de Prin’ La Lá. Al día siguiente de morir Coppini, un 24 de diciembre, me levanté, me fui a pasear bajo la lluvia y me di cuenta de cuánto me había influido esa canción naíf, romántica e inquietante, en todo lo que luego fue Prin’ La Lá, y de cómo me conectaba con lo más bonito de mi infancia. Y fui feliz”.
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