Aceptemos con indulgencia que Pedro de Dios Barceló y Carlos Jimena, hacendosos creadores de nigromantes letras, sean también un poquito supersticiosos. Sostienen que todos sus discos excepto uno los han publicado en años impares; y que ese díscolo álbum, el de 2018 –que como el resto llevaba por título el nombre del grupo, Guadalupe Plata; o acaso es que no tienen título–, sospechan que por lo rupturista de su fecha dio lugar a inesperados accidentes.
El primero, la salida de Paco Luis Martos, afamado artesano carpintero e intérprete de barreño, quien completaba desde 2009 la formación de trío; después, una pandemia de cuyos funestos efectos nadie se libró. Vino a continuación el trabajo más discordante de su carrera: “The Devil Can’t Do You No Harm” (2021), a medias con Mike Edison, iconoclasta editor, escritor y músico neoyorquino.
Así que Barceló (guitarra y voz) y Jimena (batería) han decidido volver por sus fueros, honrar los años impares y lanzar un nuevo disco con el que, en cierto sentido, retornan a sus orígenes: “Guadalupe Plata” (Everlasting-Popstock!, 2023). No solo porque el grupo regrese a su fundacional modalidad de dúo, sino también porque, en su tenaz involución –así definen ellos su manera de aproximarse a la música; siempre mirando atrás–, además de revolcarse en el fango del blues primigenio, intensifican su interés por el folclore nacional con el que crecieron, así como por instrumentos tradicionales o callejeros impropios del rock.
Una vez más, el dúo de Úbeda (Jaén) rompe esquemas. Su blues de la submeseta sur es a un tiempo añejo y rematadamente moderno, pues, como bien saben quienes los han visto en directo, solo de transgresora puede tildarse la música de unos tipos que suenan como si estuviesen en el Delta del Mississippi en 1940 usando para ello, además de guitarra y batería, barriles de queroseno, botellas de anís y otros cachivaches que convierten sus directos en sorprendentes performances.
El anterior disco de Guadalupe Plata fue el que firmasteis con Mike Edison en 2021. ¿Consideráis aquella colaboración como una rareza en vuestra discografía o, por el contrario, un disco tan vuestro como los otros?
Carlos: Al principio la idea con Edison era que nos iba a contratar como músicos para grabar su disco. A raíz de eso surgió el que nos presentaran. Una vez ensayando en el estudio, pudimos aplicar a sus canciones un poco lo que hacemos nosotros, y quedó una cosa, bueno… un poco más cerca de lo nuestro y más personal. Fue entonces cuando se decidió que fuera una especie de proyecto compartido. Yo lo veo como una salida del tiesto. No es una cosa de la que reniegue: ha tenido su momento, ha estado ahí y ya está.
No grabáis solos desde 2018. Ese paréntesis de cinco años ha sido el más largo hasta ahora entre un disco y otro. ¿Os ha costado volver a donde lo dejasteis? ¿Teníais claro por dónde retomar?
Carlos: En ese período han pasado varias cosas. Lo primero, la marcha de Paco Luis, que tocaba el barreño, al terminar aquel disco. También hemos vivido una pandemia. Todo ello nos ha dado la oportunidad de reencontrarnos, de volver a la banda como empezó, en formato de dúo, porque así comenzamos y a posteriori se introdujo el barreño. Pensamos que eso debería quedar reflejado en un disco, lo cual no quiere decir que en alguna otra grabación vaya a aparecer una tercera persona. No estamos cerrados a nada. Estamos en un momento bastante bonito, y eso se nota en el disco.
¿Quiere eso decir que este nuevo disco se ha gestado de un modo más parecido a los primeros y menos a los recientes?
Carlos: Realmente nunca vamos con un planteamiento a priori de cómo hacer las cosas, ni las hacemos motivados por algo. Solo nos mueve la motivación de grabar en cada momento lo que nos gusta. Unas veces te influye uno por aquí, otras veces te influye otro por allá. Lo único que ha tenido a lo mejor un poco más de especial esta grabación es que la hemos realizado nosotros en Úbeda, en un cuatro pistas, en casete, y eso es lo que nos ha dado la libertad de poder trabajar los temas de una manera un poco más relajada que cuando vas a un estudio y tienes que tenerlo todo preparado. Nos ha funcionado bastante bien. La mezcla la hicimos en La Mina, en Sevilla, con Raúl Pérez, productor desde hace tres discos.
La colaboración con Mike Edison y los conciertos fuera de España, ¿han influido de algún modo en vuestra manera de hacer o de entender la música?
Carlos: Somos bastante de pueblo. Lo que más nos viene influyendo desde siempre es el blues del Delta. Es un pilar fundamental. En este disco, además, hay varias canciones que son casi versiones no de temas de blues, sino de cosas de nuestro pueblo que también nos han influido. Como el “Stabat Mater”, un poema religioso que es el himno de una cofradía de Úbeda. No somos muy religiosos, pero ver esas ceremonias in situ te pone los pelos como escarpias. Además de Estados Unidos hay cosas también del folclore castellano, como “La cigüeña”, de Agapito Marazuela (el referencial folclorista segoviano, nacido en 1891 y fallecido en 1983).
Decís que no sois muy religiosos. ¿Lo sois un poco?
Carlos: No somos fervientes cristianos. No, nada de eso. Pero sí es cierto que el folclore, tal como lo hemos vivido aquí en Úbeda, está muy marcado por la religión. Está por todas partes. Hay dos maneras de afrontarlo: puedes apartarte de ello, aunque te impregne en cierto modo, o dejarte llevar y disfrutarlo. No sé, forma parte de nuestra cultura. Nuestro sonido se basa en no renegar de las cosas que nos han influido desde niños. Sería muy fácil hacer blues sin más, pero si te dejas llevar un poco por todo lo que cargas en la mochila desde pequeño al final suenan otras cosas.
Hablemos de algunas canciones del disco. “Calima” está inspirada en el polvo rojizo que cubrió buena parte de la península en junio de 2022.
Carlos: Desde el principio era un tema que sonaba bastante arenoso. Nos vino a la cabeza lo de la calima, como para terminar de encajar todas las piezas, y cuadró a la perfección.
Habéis grabado una versión de “El cóndor pasa”.
Carlos: Fue una de las canciones con que el padre de Pedro le enseñó a tocar la guitarra. Hacían un dúo padre-hijo. En mi caso, la recuerdo más por los peruanos que se ponían en las ferias, con el bafle y la flauta de pan. Al fin y al cabo es un tema de sobras conocido por todos. La versión surgió en una prueba de sonido. Le metimos un ritmo, empezó a andar… Al principio se quedó algo apartada. Pero al término de la grabación del disco la incluimos, por puro gustazo.
“La tía Tragantía” es un cuento de tradición oral. ¿Investigáis para descubrir estas piezas o forman parte de vuestros recuerdos vitales?
Carlos: Ese tema en concreto viene de la noche de San Juan. De niño estaba acojonado con él. Me lo cantaban mis padres, y como se supone que no puedes oírlo cantar la noche de San Juan, te ibas a la cama rezando para no escucharlo. La considero un “asusta chiquillos”. A la hora de generar esas canciones sí que es cierto que hay una especie de búsqueda anterior. En el tiempo que llevamos con el grupo hemos creado un universo bastante peculiar. Sentíamos responsabilidad por no abandonar esa senda. Tampoco vamos a ponernos a estudiar libros, aunque por lo general hay algo que te viene. Vas picoteando, pero siempre teniendo en cuenta que nos movemos en un círculo que lleva mucho tiempo asentado.
Habláis de la muerte en “Ya no tengo mi ataúd”, “En mi tumba”, “Al infierno que vayas”… No es una temática nueva, desde luego. Por ejemplo, en 2018 grabasteis “Lo mataron”. ¿Puede decirse que hay cierta obsesión por la muerte?
Pedro: Sí que la hay, aunque tampoco sabría decirte por qué exactamente. Pero donde hay algo de misterio, algo de oculto, allá que voy. Es el gusto por lo macabro, inspirado por músicas, por cosas que lees, cómics… Es el gustillo ese que no sabes por qué, pero está ahí. No somos asesinos, ni gente ocultista, pero sí es verdad que hay una querencia por ese tema.
¿Ponéis los discos a vuestros hijos? ¿Cómo reaccionan ante esa atmósfera tétrica?
Carlos: Mi hija sí los ha escuchado. Ahora dice que le gustan más que antes. Quizá es por amor a su padre.
¿No hay historias personales en esas tramas tan sombrías?
Carlos: Sí, por supuesto. “Ruina” es una experiencia personal. “Ya no tengo mi ataúd” está inspirada en un momento en que el hijo de un amigo cogió el bajo y empezó a aporrearlo… Otras canciones surgen incluso de algún rebote o algún coraje que te da algo y lo sueltas, aunque sea de manera indirecta, usando otro lenguaje, generalmente a través de imágenes que te vienen a la cabeza sin más y te resultan atractivas.
¿Algún nuevo instrumento que hayáis incorporado en este disco?
Carlos: Hemos usado estilófono en algunos ambientes, en algunas canciones. Parece así como viento electrónico, susurrante… Se ha hecho con el cacharrillo ese. Algunos bajos se han apoyado con un Casio de esos en los que puedes grabar un fragmento de lo que quieras y te lo reproduce como a ocho bits. También son nuevos el saxo y la melódica. En una canción hemos recuperado el barreño de queroseno, algo que funciona muy bien. Bongo Joe Coleman (músico callejero estadounidense) usaba barril de queroseno y producía un sonido muy chulo; era una delicia escucharlo.
Empleáis el concepto “involución” para describir vuestro modo de crear música. Es decir, desde el blues cada nuevo estilo musical ha surgido como evolución del anterior; pero en vuestro caso parece que os preguntáis qué habría pasado si el blues hubiese derivado en esto otro.
Carlos: Esa ha sido siempre nuestra idea primitiva: buscar el átomo del blues. Cuando escuchamos algo sentimos curiosidad por saber de dónde viene, y eso te manda un poco más atrás. Si sigues retrocediendo, al final llegamos al origen de todo. A eso nos referimos con “involución”. Lo cual no implica tocar mal, ni tocar peor; para nada. Simplemente guiarnos por la curiosidad. De ahí vamos a parar tanto al blues del Delta como al folclore tradicional.
¿Escucháis música de ahora o no os atrae en absoluto?
Pedro: La verdad es que cuando quiero aprender cosas nuevas casi todo lo que saco es de gente que está muerta. Luego, a la hora de escuchar, escuchamos de todo, también música actual.
Carlos: Lo último actual que me bajé fue el álbum de Juan Azul, que tiene un soniquete bastante friqui. Hay un grupo que me gusta mucho: Pram.
A vosotros, que reivindicáis la cultura de pueblo, ¿qué sentimientos os despierta la problemática de la España vaciada y el abandono de las tradiciones populares?
Pedro: No es una cuestión que me quite el sueño. Las cosas evolucionan, cambian, se transforman, y a veces es inevitable que haya pérdidas. Pero sí que me resultaría penoso que se perdiera esa música, esa raíz. Al final es muy importante tener presente de dónde vienes: te puede ayudar a entender muchas cosas. Ahora bien, siempre va a haber gente interesada en rescatar esa cultura, y con los medios actuales es fácil tomar testimonio de ella. No creo que corra peligro. Aunque sea minoritaria, siempre hay una contracorriente que mira hacia eso, que prefiere vivir en una zona despoblada; siempre va a existir un pequeño bastión de Astérix y Obélix.
Carlos: Aunque se vacíe España, creo que la cultura va a ser difícil de borrar o de quitar de en medio. ∎
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