José Ignacio Lapido cita a Rockdelux en Macanudos, taberna del castizo barrio de Lavapiés –pleno centro de Madrid– cuya filiación rockera y sustrato cultural se explicitan en la memorabilia que tachona muros y estantes: Nick Drake, Sonic Youth o Joy Division son testigos de nuestra conversación. Esta orbita en torno a las canciones de “A primera sangre” (Pentatonia, 2023), álbum con que el cantante, guitarrista y compositor andaluz retoma el carril autónomo tras pasar los últimos años consagrado a la segunda vida de 091, grupo con el que conquistó la eternidad de nuestra música popular entre 1981 y 1996, reactivado hace siete años.
Suscrito al método de Juan Palomo desde la publicación del imprescindible “En otro tiempo, en otro lugar” (Pentatonia, 2005), cariñoso y comunicativo durante todo el encuentro, Lapido ha consolidado ese más difícil todavía autogestionario por el que muchos músicos suspiran. Junto a su mujer María del Mar financia y publica los discos, y ha formado un duradero equipo externo que lo ayuda con los asuntos de la promoción y contratación. Además, asume el riesgo de articular una gira de presentación de varias fechas en salas de aforo medio llevando consigo a un equipo artístico fetén, prácticamente el mismo que lo acompaña en el estudio, formado por el batería Popi González, el guitarrista Víctor Sánchez y sus compañeros de 091 Jacinto Ríos (bajo) y Raúl Bernal (teclados). El 21 de julio tocarán en el festival Al Fresco de Pozoblanco (Córdoba).
El disco empieza con “Curados de espanto”, vislumbrando ese final del camino que nos va a tocar a todos. Pero se introduce un brindis, que también hay cosas que celebrar.
Correcto, la canción está escrita en primera persona del plural, hablo de nosotros. Son dos personas que ven cercano el final y en vez de dramatizar con el tema deciden celebrar lo vivido, y brindan por una serie de cosas que pueden variar entre el surrealismo y la mitología. El tema de la muerte apenas se toca en la música pop convencional, a no ser que sea en el plano romántico si muere alguno de los amantes. La música pop va dirigida a gente muy joven y muchas veces está interpretada por personas muy jóvenes que percibirán la muerte como algo tan lejano que no tienen interés en tratar el tema. En otros géneros como el blues o el folk sí las hay. Igual que en el folk hay canciones para las bodas, también las hay expresamente para los funerales. En el folk irlandés muchas, combinan con los brindis. Son muy de brindar en el funeral, ya no solo por el fallecido. Pero, bueno, se trata de estar orgulloso de lo vivido y celebrar determinadas cosas.
Esto último a veces se nos pasa. Como andamos tan abrumados con nuestras realidades y nuestro día a día se nos puede pasar precisamente eso: que estamos haciendo cosas que merecen la pena.
No creo que la felicidad sea un estado permanente, nunca he creído eso de que alguien pueda ser feliz todos los días de su vida. Pero hay destellos de felicidad, esto es como los diagramas de la bolsa, que suben y bajan. Nuestro estado emocional es lo mismo, te encuentras con palos que te da la vida pero luego puedes tener un hijo maravilloso que te hace feliz. Es así, una montaña rusa, y la vida tiene destellos de felicidad por los que merece la pena vivir, que hacen que todo lo malo quede atrás.
Será algo parecido lo que te mueve a hacer la siguiente canción o el próximo disco, supongo.
Pues sí, cuando haces una canción que te sale bien, de las buenas, es uno de esos momentos de felicidad. Sí, sí. Cuando empiezo a garabatear unos acordes, una melodía y le vas metiendo las primeras palabras y dices “coño, esto podría ser el comienzo de una gran amistad”, pues se te dibuja una sonrisa en la cara. Pero eso no impide, ya cuando la canción esté terminada y estás satisfecho y te dices “qué canción más chula he hecho”, que momentos después también digas “pero la próxima voy a intentar que sea mejor”. Cualquier compositor que piense que ha hecho ya lo mejor está perdido, aunque estés satisfecho de lo último que has hecho. Yo pienso que todavía me quedan cosas buenas por hacer.
¿Tenías algún plan creativo para el disco, sabías que querías transmitir con él?
No tenía una idea preconcebida, nunca he hecho discos conceptuales. Voy haciendo canciones, llega el momento de hacer recopilación, desecho algunas, selecciono otras. En este caso le canté las canciones a Raúl Bernal, el productor. Le dije: “Estas son las canciones que tengo”. Se las canté con la guitarra e hicimos una segunda selección. Muchas se quedan como San Ramón Nonato (risas). Algunas son nonatas, sabes que no va a haber parto. Cogimos trece canciones para trabajar en los arreglos. Son las que se eligieron porque musicalmente tenían posibilidades de quedar muy bien, no por una temática determinada. Cada una era distinta, aunque hay varias canciones del disco que tocan ese tema del final del camino, de la muerte y del paso del tiempo. Lo que me suscita a mí como autor y persona, porque la edad que tengo da pie a ese tipo de reflexiones. Cuando uno tiene más pasado que futuro se enfrenta a esos temas, y yo me enfrento con naturalidad. Veo el tema de la muerte como algo natural. Quizá estamos acostumbrados a ver el sesgo dramático, que lo tiene evidentemente cuando muere un ser querido o hay un accidente, pero al fin y al cabo es la última etapa de la vida y creo que deberíamos aprender a morir. Creo que algunas civilizaciones nativas de Sudamérica y África asumen la muerte con más naturalidad que nosotros. Tenemos el poder de curación de enfermedades por la ciencia y dramatizamos más que esas civilizaciones que no la tienen a su alcance. Y está bien desdramatizar y relativizar todo.
¿Qué te dijo Raúl cuando le tocaste las canciones?
Eran un montón. Uno cuando hace ese ejercicio de presentar canciones a otro por primera vez, aunque yo ya lleve mucho tiempo haciéndolas, va con cierta prevención. No con miedo, pero dices “a ver si estoy entusiasmado y las canciones no valen una mierda”. Porque a veces te enamoras de tu obra simplemente por eso, porque es tuya, no hay más razón. Pero no, veía que se le dibujaba una sonrisa y eran todo parabienes. Ese momento, él me lo ha dicho, lo agradeció mucho. Porque si a mí un artista que me gusta y al que admiro viene a cantarme a mi casa por primera vez… Él está muy agradecido, dice que va a ser un recuerdo imborrable.
Pasaron seis años desde que publicaste “El alma dormida” (Pentatonia, 2017), tu anterior trabajo en solitario, y luego se consolidó el regreso de 091 e incluso sacasteis un disco con canciones nuevas después de mucho tiempo. Después llegó la pandemia. ¿Ves muy distinto el mundo ahora?
En lo básico, no. En la canción “De cuando no había nacido” hay unas frases que dicen “vuelven a girar los viejos engranajes de la realidad, todo es igual aunque parezca distinto”. La pandemia es algo que no habíamos vivido. Mi generación fue la primera que no vivió una guerra en España, mi padre sí la ha vivido. No es que la pandemia sea parecida a una guerra, pero algo así no lo habíamos vivido. Pero eso no significa que otros no lo hayan vivido antes, y la Humanidad ha seguido. La reflexión que me trae la pregunta que me haces es que el ser humano desde el inicio de los tiempos tiene unas características esenciales o trascendentales y otras que son adyacentes o circunstanciales. Que ahora tengamos frigoríficos para enfriar las bebidas o pantallas LED para ver retransmisiones es circunstancial, es tecnología. Como cuando se inventó el arado, que era tecnología punta porque antes no lo tenían. Pero básicamente la gente sigue naciendo, la gente sigue muriendo, la gente sigue amando, la gente sigue odiando, los países siguen declarando guerras y firmando tratados de paz, la gente siente ternura por un hijo recién nacido y pena por un familiar fallecido. Ese tipo de cosas son lo esencial. La gente tiene hambre y tiene que trabajar para ganarse el sustento, es igual desde el inicio de los tiempos. Evidentemente hay asfalto en las calles y coches sobre ellas, antes había tierra y burros tirando de carros, pero para mí eso es accesorio y lo otro no. La piedad, la ternura, el odio es exactamente igual y lo puedes leer igual en “La Ilíada” y en el último noticiario que hayas visto.
Tu visión sobre todo esto no ha cambiado pese a la excepcionalidad del episodio que hemos vivido, vaya.
No, esto nos ha traído un montón de dolor por la muerte de millones de personas en todo el mundo, pero ni nos ha hecho mejores como se decía, estoy totalmente en desacuerdo con esa afirmación, ni nos ha hecho peores tampoco. Aquí seguimos, cada uno haciendo lo que puede.
En “Arrasando” hay una conexión, una especie de eco, con la canción “Luz de ciudades en llamas”, que está entre las primeras de tu discografía en solitario. Y creo que no es la única conexión espacio-tiempo con tu obra previa, algo que imagino está hecho muy a propósito.
Sí, aquí no hay nada al azar (se carcajea). Aunque lo parezca, está todo pensado. Sí es una connotación con “Luz de ciudades en llamas”, sobre el paso del tiempo, que es uno de los temas clásicos de la literatura. Puedes decir “han pasado muchos días desde la última vez que te vi” o decirlo de otra forma. Es metalenguaje, hablando sobre ti mismo de una forma muy sutil. Como cuando canto lo de “brindo por la ingenuidad de aquel que imaginaba tormentas”, son formas de decirlo sin llegar a la autocita.
Cuando 091 publicasteis “Tormentas imaginarias”, en 1993, tú tendrías 30 años más o menos. ¿Así de ingenuo te ves ahora?
Sí, supongo que sí, sí. Pero fíjate la percepción de las cosas que teníamos antes, las cosas tan absurdas que suceden. Cuando los Cero decidimos separarnos en 1995 yo tenía 33 años, los otros pues 33 o 35… José Antonio, que era el mayor, tiene un año más que yo… pues la sensación que teníamos era que nuestro tiempo en la música se había acabado, ¡con 34 años! Nos veíamos como unos vejestorios, que no tenía sentido seguir porque dónde íbamos con 34 años. Ahora hay gente que empieza con 30 años a grabar discos, nosotros empezamos con 18 y con 34 pensábamos que poco nos quedaba por hacer. No fue esa la razón por la que nos separamos, pero creo que en nuestro subconsciente estaba eso también. Y ahora estoy aquí, con 60 años, presentando un disco más ilusionado que un chavea que va a hacer la primera comunión. Es como cuando estás en el colegio y ves al que va un curso por debajo de ti y solo hay nueve o diez meses de diferencia. Es una distorsión total. Ahora asumimos que eso es una chorrada.
¿Antes había más edadismo en el rock que ahora?
Sí, sí, ahora asumimos que eso era una chorrada. De hecho, creo que esa percepción la tendrían muchos, porque cuando nosotros nos separamos, un poco antes y después, hubo una oleada de grupos que también se separaron: Gabinete Caligari, Héroes del Silencio, Radio Futura, El Último de la Fila… En ese lapsus de años de mediados de los noventa lo dejamos un montón de bandas, e imagino que esa percepción también la tenían.
Probablemente, esas percepciones han cambiado mucho…
Ha cambiado mucho, ahora ves a los grupos indies, que se supone que son forever young, que siguen llamándose indies y van de rollo juvenil, pero tienen todos cuarenta años y pico.
“Malos pensamientos” es una de mis favoritas, me recuerda a The Black Keys por su envoltorio cálido, el ralentí y el peso que tiene. Ese tipo de sonido, vaya. ¿Manejas este rango de referencias muy concretas a la hora de buscar sonoridades, texturas de teclado o matices para la caja de batería y demás elementos en el proceso de producción del disco?
The Black Keys es un grupo que me flipa desde hace muchos años, antes de que triunfaran a lo grande. El blues me gusta mucho, cualquier cosa que se acerque al género. Y si se le da una visión innovadora como hacen The Black Keys, pues me encanta. Tienen talento y sobre todo hacen grandes canciones. En este sentido, pues sí, tiene connotaciones. Lo primero que hice con esta canción fue ponerle a Popi, el batería, grabaciones de blues antiguo. En los años cincuenta había una riqueza rítmica distinta a la de ahora, los baterías era más libres, muchos venían del mundo del jazz y no iban tan cuadrados como a partir de los años ochenta. Con la irrupción de las cajas de ritmo y por la moda, todo el ritmo era cuatro por cuatro, bombo-caja y bombo-caja, todo muy cuadrado y muy lineal. Si escuchas la música rock de los cincuenta, y no solo de rock, también la música latina, el jazz, el rhythm’n’blues, tiene una riqueza rítmica de los baterías. A Popi le puse canciones de Big Mama Thornton, de Otis Rush… quería retomar ese ambiente de ritmo cálido en esa canción, que está hecha un poco a imagen y semejanza de los blues eléctricos de Chicago de finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Y Popi, que es un batería excepcional, dio con el ritmo adecuado, complementado con una percusión un poco etérea. Ha quedado estupenda. Me preguntabas si Raúl y yo nos pusimos a buscar sonidos, pues sí, lo hacemos siempre. Aunque luego no se vea, es una cuestión técnica. Oyes discos que te gustan cómo están producidos: este eco en la caja de batería, míralo a ver si podemos trasladarlo, este vibrato quedaría bien en esta parte… Normalmente esas producciones de referencias son más caras, hechas en estudios de puta madre. Por ejemplo los discos de Robert Plant y Alison Krauss, que están producidos por T-Bone Burnett. Es una producción alucinante, ambiente cálido y natural. Es flipante y, a nivel técnico, no es que vayas a copiar nada, te inspira. Cuestiones técnicas que luego a lo mejor no se ven reflejadas exactamente porque los instrumentos y equipos son distintos, pero da pie a que se te ocurran cosas. Es un ejercicio que creo que hace todo el mundo.
Es una canción bastante sensual “Malos pensamientos”. O incluso sexi.
Sí, claro, es que va de eso. En el blues muchos de los artistas venían muy influenciados por la música de sus iglesias evangélicas y todo eso. Algunos autores hicieron adaptaciones de esas canciones o letras de iglesia revirtiendo las metáforas celestiales y de salvación. Un ejemplo muy clásico es Little Walter y “My Babe”, que compuso Willie Dixon, el productor prototípico del blues de la casa Chess. Dixon se basó en una canción que cantaba Sister Rosetta Tharpe, “This Train”, que era, como su nombre indica, una monja pero con una SG como la mía aunque en blanco (sonríe). Era una máquina tocando, hay grabaciones suyas flipantes en internet, Chuck Berry le copió muchas cosas, y toda la temática de ella era religiosa. La canción hablaba de subir al cielo y tal y cual, y Dixon en vez del cielo puso a una mujer. En esta canción mía la temática es el pecado y el deseo, el pecado y la culpa. No sé si tú estudiaste el catecismo de chico, yo es que fui a un colegio de curas. Nos enseñaban las virtudes teologales, los mandamientos, y había una cosa que era cómo se puede pecar: de pensamiento, palabra, obra y omisión. Y aquí se peca de pensamiento, ahí está metida la dualidad pecado-culpa.
“Creo que me he perdido algo” parece una enmienda a la totalidad de cómo se nos presenta la realidad a través de redes sociales y también a la manera en que decidimos mostrarnos a nosotros mismos en ellas.
Sí, lo de tengo diez mil amigos nuevos. Amigos a los que no conozco de nada salvo por ver fotos trucadas con Photoshop. Las posibilidades que hay para enmascarar la realidad son infinitas, algunos prefieren vivir la vida en Disneylandia y otros preferimos la vida real. Tampoco se puede exigir que todos piensen lo mismo. Y si hay gente a la que le encanta publicar fotos en las que parecen otras personas y hacer creer a los demás que son esa persona cuando no lo son, pues nada. ¿Qué podemos hacer? Adelante.
“Nadie en su sano juicio” me hace volver al principio de la conversación, a lo que hablábamos sobre cómo vivimos tras la pandemia.
Sí, supongo que también has leído artículos hablando sobre el aumento de trastorno mental después de la pandemia. No soy especialista en el tema ni quiero entrar en profundidad sobre él, porque cuando uno no es especialista, mejor callarse. Creo que mucha gente sufre de soledad, que se ha visto acrecentada con la pandemia. Gente que tiene una socialización escasa y que solo socializa en el trabajo y en su rutina diaria. Es algo que pasa mucho en las grandes ciudades, lo solos que estamos dentro de la multitud, que es algo que tocan muchas canciones mías. Lo que he tratado de tocar en la canción, un poco desde el humor y con cierto sarcasmo, es la línea que divide lo que llamamos cordura y lo que llamamos locura. A veces es tan fina que se resuelve dando un pasito aquí o allá. Y muchas veces tiene que ver con la percepción de la realidad, que se puede distorsionar de muchas maneras. La distorsión de la realidad se produce cuando el poder tiene intereses en distorsionarla, por eso la referencia de que nos hablan como a niños o que el ministro vea unicornios. También por un trastorno evidente, en el que se necesita ayuda médica. Y por sustancias que alteran esa percepción. ∎
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