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ace tiempo, justo unos días antes del estallido de la pandemia y del primer confinamiento, se publicó un vídeo titulado “Visual Mission Statement”. Venía a nombre de pgLang, una “compañía” fundada por Dave Free y Kendrick Lamar. En aquel “tratado” visual, los dos colaboradores presentaban su “aventura creativa”. Diferentes historias se entrelazan sin aparente sentido: unos jóvenes apreciando el sol radiante, un por aquel entonces desconocido Baby Keem patrullando junto a Kendrick, una solitaria Jorja Smith apoyada en una farola en cuya parte superior descubriremos a Lamar, el filósofo alemán Eckhart Tolle también junto a Lamar en una especie de “terapia”...
Cuando ha pasado alrededor de minuto y medio, el tiempo parece flexionarse: un panel dispuesto ante los ojos de aquellos jóvenes sirve como shortcut de entrada a diferentes dimensiones. Pasado, presente y futuro aparecen ante nuestros ojos como mirillas hacia otros mundos, hacia otras realidades. Un manifesto visual críptico que, ya desde su presentación, parecía encerrar algún tipo de atajo temporal.
pgLang es un acrónimo que puede significar “Programmed Language”, “Program Language” o “Programming Language”. No existe verificación de esta teoría, pero tiene sentido. Lejos de ser un software o algún tipo de computación cuántica, es el sustrato que permite al narrador de Compton viajar entre dimensiones: una especie de lenguaje circular donde cada elemento parece estar programado.
“Oklama” es el nuevo alter ego de Kendrick Lamar. Llega después de K. Dot, King Kendrick, Cornrow Kenny, Man Man o Kung Fu Kenny. Pero no son exactamente seudónimos, sino heterónimos, alcanzando en su práctica la gran aportación estética y legado de Fernando Pessoa: “Los heterónimos, a diferencia de los seudónimos, son personalidades poéticas completas: identidades que, en principio falsas, se vuelven verdaderas a través de su manifestación artística propia y diversa del autor original”.
Aquí y ahora, Oklama es un nuevo naming autorreferencial que, según teorías no confirmadas, conecta el espíritu de Lamar con la tradición choctaw: Oklama es una combinación de “okla” y el sufijo “ma”, traduciéndose como “mi gente”. De hecho, así firmó su primera comunicación sobre este álbum: tituló el documento “nu thoughts” y lo firmó con un “See you soon enough”.
Como veremos más adelante, Oklama tiene multitud de significados en el Kendrick Lamar que hoy apreciamos. En este punto del análisis, “mi gente” es una entidad intergeneracional que carga con las vivencias, lamentos, deseos y traumas de todo un árbol genealógico: “Mr. Morale & The Big Steppers” es una conversación pública que el narrador tiene con sus ancestros, con su genealogía, con la cultura que lo engendró y precedió, con “su gente”.
Los visuales de “N95” son una de las muestras de esta “nueva capacidad” de poder conectar “imágenes” intergeneracionales con el presente. El vídeo tiene un pretexto muy claro: en lugar de idealizar el mundo de hoy, se trata de cortar por lo sano con todo aquello que suponemos de valor en nuestras vidas. En él, Lamar interpreta varias personalidades y parece llamar a situaciones del pasado, a realidades inventadas y a vidas que se infiltran en el mensaje del MC.
Mientras el Lamar de “To Pimp A Butterfly” (Top Dwag-Aftermath-Interscope-Universal, 2015) y “DAMN.” usó desde el parafraseo hasta la imitación, pasando por la referencia, la citación o el simulacro, el de “Mr. Morale & The Big Steppers” es capaz de “invocar”. Así nos lo mostró en “The Heart Part 5”, quinta entrega de una serie de sencillos previos y de calidad premonitoria que siempre sirven de prólogo a sus álbumes largos: allí, Oklama parece practicar algo parecido al espiritismo. Aunque, como digo, K. Dot siempre alternó con la multiplicidad de personalidades, lo que propone “The Heart Part 5” supone un nuevo nivel en su hoja de ruta de conceptualización: en los versos y en las imágenes se toma la libertad de encarnar a Ye, a Will Smith, a Jussie Smollett, a O. J. Simpson y, en modo post mortem, a Kobe Bryant y a Nipsey Hussle.
Lamar se presenta delante de la audiencia que tanto lo ha esperado sin apenas artificio, sobre un fondo color burdeos y ataviado con una bandana, mientras espeta: “As I get a little older, I realize life is perspective / And my perspective may differ from yours”.
Cuando termina la introducción, el rapero –situado a la izquierda de la acción, como nuestro corazón– empieza a convulsionar y adquiere un ritmo cardíaco, interrelacionando personalidades e invocando distintas perspectivas: unas aparecen para dar contexto, otras se usan como contraste, pero otras son parte directa de un mensaje que Lamar necesita dar antes de lanzar el álbum. Explicar que todo aquello que le ha pasado a la comunidad afroamericana sigue conviviendo con ella, acompañándola ahora y en el futuro. Un concepto que atraviesa todo el álbum. Particularmente emocionante es el final de la obra, cuando Lamar invoca a Nipsey Hussle, otro profeta de la West Coast, asesinado en 2019, hablando en su nombre a familia, fans y a su propio asesino:
“To my brother, to my kids, I’m in Heaven
To my mother, to my sis, I’m in Heaven
To my father, to my wife, I am serious, this is Heaven
To my friends, make sure you countin’ them blessings
To my fans, make sure you make them investments
And to the killer that sped up my demise
I forgive you, just know your soul's in question”.
Todo ocurre sobre un sampleo e interpolación de “I Want You”, el prestigioso single de Marvin Gaye extraído de uno de sus mejores álbumes, de idéntico título, asistido en casi todo por el productor Leon Ware: un sample limpio, una muestra sin apenas añadidos. Porque el muestreo sonoro aquí es lo de menos: Kendrick samplea identidades por primera vez en el rap mainstream contemporáneo y por primera vez ante sus fans.
Sobre este tipo de magia negra ya sirvió como vaticinio “Mortal Man”, otro ejemplo de que en la discografía de Lamar todo está conectado. 2Pac se “dirige a él” contándole: “Because it’s spirits, we ain’t even really rappin’. We just letting our dead homies tell stories for us”. Oklama lo hace “por su gente” y al mismo tiempo “habla a través de su gente”: hay diferencia entre proclamarse Dios como el común de los raperos y “actuar como Dios”.
Hasta “The Heart Part 5” Lamar no había llegado a tal intensidad conceptual. El uso de la tecnología deepfake, con todos los conflictos éticos y morales que implica, abre una nueva puerta creativa para ejecutar los poderes narrativos del artista: ahora puede, efectivamente, convocar espíritus de esos “dead homies” y usarlos dentro de su propio cubo de rubik interpretativo.
Si ya estábamos acostumbrados a que en sus anteriores álbumes nos contara historias desde distintas perspectivas, a la manera de Akira Kurosawa, en esta nueva manifestación el de Compton abre la puerta a la multidimensionalidad. Lo que ocurre con Kodak Black a lo largo de toda la reproducción también tiene singularidades: todavía no se comprende al 100% su inclusión en el relato –¿actúa como redentor, como ya hizo Ye en “Donda”, con Dababy y Marilyn Manson?, ¿o más bien es por algún paralelismo o conexión reciente?– y Kendrick parece controlar la voluntad del exconvicto a su aire, convocando su presencia para apoyar la historia con palabras impostadas. Kodak Black parece obedecer órdenes, es un muñeco en manos del narrador.
“Mr. Morale & The Big Steppers” comienza intercalando dos frases cruciales. Una es evangélica y dice “I hope you find some peace of mind in this lifetime”. La otra, en voz de Whitney Alford, su compañera desde la escuela secundaria, es “(Tell ‘em, tell ‘em the truth)”. Lamar nos advierte: han pasado 1855 días –equivalentes a cinco años y un mes desde su último lanzamiento– y “he estado pasando por algo”. “Ten miedo”, apunta después.
Lo que hace después es pasar lista a innumerables pecados, vicios, logros y revelaciones de sus casi veinte años de carrera: no esconde nada, como si de un ejercicio propuesto por su terapeuta se tratase. Empieza a desahogarse –delante del mundo entero, que lo escucha– desvelando otra de las claves de su quinto álbum: hay algo que le ha impedido lanzarlo durante este último quinquenio. Y ese “algo” son sus demonios.
En “United In Grief” encadena referencias a escarceos sexuales, solicitar ayuda a un profesional, tácticas para superar el dolor por amigos muertos como Chad Keaton, los lujos que ha acumulado y no puede disfrutar. Todos son mecanismos con los que ha intentado paliar su falta de paz interior. En un momento de la canción, afirma: “You know the family dynamics on repeat”. El inicio de su nuevo trabajo realmente parece una primera sesión de terapia conductual.
“Father Time” arranca con Whitney invitándolo a “pedir asesoramiento a Eckhart Tolle”. La sensación que nos transmite se parece a cuando en “Los Soprano” (David Chase, 1999-2007) Tony acude por primera vez a su terapeuta, atemorizado por lo que pueda pasarle a su integridad como mafioso. “Father Time” prosigue, sacando mierda a relucir, escarbando en el mayor trauma generacional de su familia: la masculinidad tóxica que se ha extendido a través de su genealogía por medio de diversas situaciones. Lamar hace zoom-in y zoom-out sobre esos daddy issues, desde hablar en nombre de varios antepasados a considerar esos “problemas de papá” como causantes de la cultura de las pandillas y gangs en el universo afroamericano.
Después, en “Die Hard”, una de las canciones más blandas del disco, comparte inseguridades relacionadas con su relación sentimental: asegura tener miedo de dejar de ser amado si “se abre”, incidiendo en que esa incertidumbre está construida sobre traumas y relaciones pasadas. Al final acaba aceptando que su pasado no le impedirá dar lo mejor de sí: “I got some regrets. But my past won’t keep me from my best”.
Ya en el segundo disco, en “Silent Hill”, asegura que el silencio es una táctica para cuidar su salud mental. Y hacia el final de la obra, “Mr. Morale” es un nuevo paseo por el infierno personal de Lamar: su cercanía al abuso (con referencias a Oprah Winfrey y R. Kelly) y las adicciones (mencionando sin tapujos a miembros de su familia, como si de nuevo estuviera en una sesión con el psicólogo). Además, atraviesa una de las obsesiones centrales no solo de este álbum, sino de toda su discografía: el concepto de “karma”, pronunciado “comma” en estos versos: “Past life regressions to know my conditions / It’s based off experience / Comma for comma, my habits insensitive”.
Aunque el contenido que parece extraído de una sesión de psicoanálisis es transversal en todo el disco, son los singles que incluyen citas e interludios del filósofo alemán Eckart Tolle los que más se inclinan hacia ello.
Sí, Eckhart Tolle. Se nota su presencia durante todo “Mr. Morale & The Big Steppers” y parece estar controlando (y complementando) lo que relata el paciente, en este caso Oklama. El alemán es un reconocido “guía espiritual” con varios superventas literarios que han influido en cientos de miles de humanos ahí fuera. Sus enseñanzas se basan en aquello de “ser ahora”: “Una conciencia que está más allá de la mente, una conciencia que ayuda a trascender el ‘cuerpo del dolor’ que es creado por la identificación con la mente y el ego”. Un compendio de teorías que contienen a su vez influencias del taoísmo, el budismo zen, la tradición hinduista y, particularmente, el estoicismo.
De hecho, dentro del estoicismo, el precursor histórico de la autoayuda, existe el concepto de amor fati. Según decía Nietzsche: “Mi fórmula para expresar la grandeza en el ser humano es el amor fati: no querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro ni por toda la eternidad. No solo soportar lo necesario, y menos aún disimularlo”.
En otras palabras: amor fati se refiere a “amar el destino de uno”. En ocasiones este concepto se une al de “eterno retorno” que, simplificando mucho, nos impulsa a formular esta pregunta: “¿Deseas todo esto una vez más y en innumerables ocasiones más?”.
Digo todo esto porque detrás de “Mr. Morale & The Big Steppers” parece que, entre otras muchas cosas, hay una “declaración”. Una hacia ese concepto, en el que Lamar quiere verse representado para así curar aquello que no le deja alcanzar su ansiada paz interior: el peso de su pasado, de sus traumas y de su herencia generacional. En este sentido, algunos de los versos a lo largo del disco, algunas de las frases y algunos de los momentos más sinceros tienen a Lamar bajo la influencia de la autoayuda. O de esa versión actual del estoicismo.
En una de las canciones más importantes de la obra, “Mother I Sober”, la voz espectral de Beth Gibbons canta “I wish I was somebody / Anybody but myself”. Imaginamos los pensamientos más íntimos de Lamar en ese preciso momento, descubriendo el ejercicio que supone este álbum: da igual que sea la voz más respetada del hip hop reciente, nunca encontrará la paz hasta que no se reconcilie con él mismo. Como diría cualquier libro de autoayuda: “Intentas escapar, escapar del mundo, entonces escapas de ti mismo y olvidas el camino a casa”.
Ese momento de “liberación” parece llegar hacia al final de esta canción: después de hablar de él mismo y de sus familiares y en nombre de toda la comunidad negra, repasando de nuevo los traumas relacionados con el abuso, la toxicidad o las tentaciones, Lamar se apoya en su pareja y descendencia para “romper la maldición generacional”. “This Is Transformation”. Whitney y su hija hablan entonces desde un punto de vista concreto y a la vez global: “You did it, I’m proud of you / You broke a generational curse / Say ‘Thank you, dad’ / Thank you, daddy, thank you, mommy, thank you, brother Mr. Morale”.
Acto seguido, Sam Dew canta: “Before I go in fast asleep, love me for me. I bare my soul and now we’re free”. Antes del track que cierra el álbum, Lamar parece haber alcanzado la paz a través de la transparencia, el orgullo y la sinceridad.
Sin movernos de la misma canción, y volviendo a su comienzo: “I’m sensitive, I feel everything, I feel everybody one man standin’ on two words, heal everybody”.
Aquí Oklama revela que “Mr. Morale & The Big Steppers” no es solo una “declaración”, sino también una “elección”: ha elegido ponerse por delante de lo que se espera de él, descargando la presión profética que hay sobre sus hombros, no salvar de nuevo el hip hop, sino salvarse él mismo. Y, usando la metáfora de Jesucristo, salvarnos a todos.
Así rezaba el mensaje de Oklama en “The Heart Part 5”, antes de que pudiéramos ver que la portada de este álbum incluye una referencia a la figura principal del cristianismo: “I AM. ALL OF US”. Es aquí donde también hay que considerar la moral cristiana como elemento subliminal dentro del disco: la culpabilidad que arrastra Lamar durante todo el álbum y cómo intenta transformar su periplo cargando la cruz en una causa global, común a todos. En efecto, la moral cristiana dice que “todos llevamos un Jesucristo dentro, y que hay que vivir la vida como la vivió Jesús. Él murió por nuestros pecados”.
Aunque parezca mentira, este álbum es justo lo que ha esperado la audiencia de Lamar todos estos años: un disco en el que, sin posicionarse como “predicador”, el mayor profeta del rap contemporáneo cura al mundo desde su propio sufrimiento y el de sus antepasados. El mayor engagement de Kendrick con su audiencia es precisamente ese: que se muestra humano, con los mismos errores que una persona cualquiera. Esa conexión reside en su vulnerabilidad. Se sabe salvador, pero no fanfarronea.
En uno de los versos más importantes, el que encabeza “Savior”, Kendrick deja claro que aquellos que se consideran salvadores en la comunidad negra son únicamente personas: “Kendrick made you think about it, but he is not your savior / Cole made you feel empowered, but he is not your savior / Future said, ‘Get a money counter’, but he is not your savior / ‘Bron made you give his flowers, but he is not your savior. He is not your savior”.
Él, por supuesto, pone la mejilla primero y se quita la presión que conlleva ese título. De nuevo está actuando como Mesías, mostrando “la verdad al mundo” a través de él mismo. En la última canción, la emotiva “Mirror”, por fin Kendrick es claro con los que estamos escuchando y deja a un lado las metáforas, las invocaciones y los versos deconstruidos: canta “I choose me, I’m sorry”. Y estas son las frases más importantes del álbum, por encima de otras: “Sorry I didn’t save the world, my friend / I was too busy buildin’ mine again”.
Antes de esas frases, que suponen el “desenlace” del ejercicio emocional del que hemos sido testigos, Lamar propina un “Run away from the culture to follow my heart”. Y esto es aún más impactante: quizá estamos ante el ejercicio de reafirmación personal más importante de la historia del género. El último, salvando las distancias, fue “Monster” (2014), de Future, donde la culpa atravesaba al de Atlanta y mostraba, por primera vez, algo de vulnerabilidad. Ha habido una gran estirpe de rap “sensible” desde LL Cool J y “I Need Love”: Lil B, todo el fenómeno cloud rap y otros derivados. Incluso la megalomanía de Ye tiene puntos lloricas. Pero nadie ha hecho ese ejercicio como Oklama.
Que Oklama haya decidido escucharse a sí mismo estos últimos cinco años no quiere decir que haya dejado de escuchar al mundo, ese que simula salvar primero quemándose a sí mismo y luego salvándose.
De hecho, “Mr. Morale & The Big Steppers” también es una “guía ética” desde el punto de vista de su narrador. Lamar no deja ningún tema por tratar a lo largo del álbum: la cultura de la cancelación, las fake news, la manipulación mediática, la masculinidad tóxica, la pandemia (“N95” se refiere al modelo de mascarillas), los antivacunas, los conceptos de género, el abuso sexual, la homofobia y la emergencia de los derechos para la comunidad LGTBIQ+.
En este último punto es donde Lamar acomete uno de los mayores riesgos de su carrera como poeta: “Auntie Diaries” relata la historia real de su convivencia con la transexualidad, encarnada en dos parientes que han pasado por la experiencia, y vuelve a intentar extrapolarla a la de toda la comunidad afroamericana. Y por si eso fuera poco, intenta construir la “autocrítica” sobre su transfobia a partir de la multidimensionalidad (en algunos de los versos, el que rapea es un Kendrick adolescente, incapaz de entender lo que está pasando, sin comprender los conceptos de género y por tanto entonando “faggot” en repetidas ocasiones) y la yuxtaposición. Para ejemplificar lo que ocurre con ese insulto, se remonta al suceso de 2018 en el Hangout Fest de Alabama, cuando invitó a una chica a recitar la letra de “m.A.A.d city” y, al escuchar la palabra “nigger”, la recriminó para que comenzara de nuevo. A pesar de esa indicación, la chica se vio obligada a abandonar el escenario.
Pese a la revelación de escuchar a un Lamar más inclusivo –hay una parte de la audiencia que sí lo ha entendido–, quizá es el momento más farragoso, contradictorio y delicado de toda la escucha. Intenta abrazar sus propias contradicciones delante de la audiencia –a quien busca enseñar con buena voluntad–, pero acaba demostrando que los paralelismos no siempre funcionan.
Oklama también comete errores. Es humano, como todos nosotros. Y hace diez años ya se preguntaba esto en la canción “m.A.A.d city”: “If I mentioned all my skeletons, would you jump in the seat?”. De nuevo, todo parece perfectamente preparado en el multiverso de Lamar: una suerte de paradoja temporal nos hace conectar los primeros pasos de su carrera con este ejercicio de educación emocional tardía. Porque quizá lo que siempre temió era eso: mostrarse tal y como es por miedo a dejar de ser amado.
Amado por su cultura, por la comunidad negra. Y por el hip hop. Esta última es la cultura que también está abandonando de forma implícita: en “We Cry Together” (inspirada en “Kim”, de Eminem), una absoluta obra maestra, usa la metáfora de una pareja insultándose durante seis minutos para dramatizar su relación con el hip hop. El género es interpretado por Taylour Paige, que representa una cultura que lo ha estado esperando cinco largos años. Un melodrama sustentado por un simple pero conciso beat de The Alchemist –pareció cogerle por sorpresa por su reacción en redes sociales– que brilla por su finura e inteligencia frente a “Auntie Diaries”, la cual llama la atención por su torpeza.
No se sabe muy bien si estamos ante un final o ante un comienzo, o ambos al mismo tiempo. El mensaje de Lamar anunciando este álbum –el último para Top Dawg Entertainment– y la naturaleza del mismo nos llevan a pensar que está alzando el vuelo muy lejos del rap actual. Me remito a los hechos: no existe ni ha existido nada igual que K. Dot.
Su condición no tiene posible comparación. El 90% de los raperos siguen enfrascados en las rimas y relatos directos y antiidealistas sin ser capaces de “escapar” del “struggle”. Ye idea futuros, construye la imagen del artista independiente del futuro y sigue alimentando su egomanía a través de un culto contemporáneo. Mientras tanto, Kendrick Lamar ha dado vida a un nuevo léxico.
En “Father Time” parece atisbar desde la altura de un rascacielos a Ye y Drake: “When Kanye got back with Drake, I was slightly confused / Guess I’m not mature as I think, got some healin’ to do”. Habla como un adulto consumado dirigiéndose a dos niños en el parvulario, que siguen con sus sobredosis de azúcar.
Hay una sensación inequívoca, que no es negativa ni positiva, en el Kendrick Lamar de ahora. Como me comentó un amigo hace unos días: “Parece el único rapero que consigue abrazar su madurez”. Y tiene razón. En “good kid, m.A.A.d City” (Top Dwag-Aftermath-Interscope-Universal, 2012), observamos al narrador entrando en la edad adulta, homenajeando su suelo y gentes. En “To Pimp A Butterfly”, a través de un poema-tributo a Tupac, daba seguridad a la comunidad negra mientras se mostraba resiliente ante una audiencia global. En “DAMN.”, el subtítulo del álbum (“what happens on earth stays on earth”) revelaba una especie de regresión al pasado mientras el rapero no paraba de crecer. Ahora, con “Mr. Morale & The Big Steppers”, K. Dot parece, simplemente, ascender.
En esta “meditación” en forma de álbum con 18 tracks se adivina a un nuevo artista, uno que vendrá a partir de esta obra: un modelo de artista en sus propios términos, que no necesita recurrir a la viralidad ni a la economía de la atención para persistir en nuestras conciencias. Una rara avis que vuela muy lejos de la cultura que lo ha reconocido como guía principal.
Esta es la parte más difícil del análisis. Explicar que, aunque Kendrick Lamar parece haberse transformado y llevado a un nuevo nivel su discurso, “Mr. Morale & The Big Steppers” no representa su mejor obra.
Se dan aquí algunas contradicciones: 1) este doble álbum sobrepasa los límites de complejidad posiblemente soportados por el común de la población, pero aun así ha conseguido batir los récords de streaming en su día de estreno a nivel global. Y 2) que una obra casi anti-mainstream –Kendrick no deja que sepamos lo que está ocurriendo hasta el final del álbum, escurriendo las conclusiones, sin mencionar la multitud de capas de significado y barreras contextuales a las que nos enfrentamos como audiencia– concilia a todos los públicos posibles: fanáticos del hip hop, audiencia trendy y público orientado al mainstream.
“Mr. Morale & The Big Steppers” es, en definitiva, “mucho texto” para la audiencia dominante hoy, acostumbrada a fórmulas rápidas, efímeras y a versos o álbumes sin persistencia. Un acertijo conectado con múltiples hilos y recursos narrativos que lo penaliza y encumbra al mismo tiempo. Sorprende y preocupa simultáneamente ver como alguien a su nivel, en su posición, se atreve a entregar una obra tan complicada después de tanto tiempo.
La intervención en ausencia de baterías de Ghostface Killah en “Purple Hearts”; los pianos de Duval Timothy; las producciones de Sounwave o Pharrell Williams; los interludios de Baby Keem; las colaboraciones vocales y, por encima de todas ellas, la de Sampha; los pocos pero inteligente samples (esos ecos de banda sonora de “Worldwide Steppers”); el trabajo de mezcla de todo el álbum… “Mr. Morale & The Big Steppers” es, también y esencialmente, música fenomenal.
Es posible que aquí se encuentre la mayor proeza de este álbum: construir un escenario musical dinámico y versátil para la densidad lírica y narrativa de Lamar. Una labor, la de dar coherencia sonora a las tribulaciones de un narrador capaz de atravesar el tiempo y su espacio, que se volverá cada vez más complicada si Oklama sigue retorciendo su propia curva de aprendizaje.
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