La han llamado icono alternativo y traidora del indie rock. Su trayectoria ha sido aclamada y dada por muerta por igual. Pero Liz Phair sigue aquí, con el descaro intacto, y con “Soberish”, su nuevo disco, recién salido del horno. Hablamos con ella sobre las historias de terror y los cuentos de hadas que marcan su música.
Escuchar por primera vez “Stratford-On-Guy” en una década donde la testosterona dominaba tanto como en los noventa... aliviaba. Aun a riesgo de caer en la exageración, adentrarse en las historias de Liz Phair (New Haven, Connecticut, 1967) significaba escucharnos un poco más como mujeres, pese a que fueran sus coetáneos masculinos quienes manejasen el cotarro, como la artista no se ha cansado de denunciar. La compositora y guitarrista demostró desde joven estar en posesión de talento y discurso propio. Y aunque su trayectoria ha dado muchas vueltas –no todas igual de felices–, está ahora de regreso con un álbum brillante, “Soberish” (Chrysalis–[PIAS] Ibero América, 2021). Después de once años sin publicar material nuevo, Phair se ha metido de lleno en los sonidos que sellaron su juventud más arty.
Se trata del séptimo disco de Phair después de una década de silencio relativo. Volvimos a saber de ella con motivo de la reedición en 2018 de “Exile In Guyville” (Matador, 1993), si bien la artista ha estado más que ocupada, dedicada a componer para series de televisión –fue premiada en 2009 por la Sociedad Estadounidense de Compositores, Autores y Editores (ASCAP), por su trabajo en “Sensación de vivir. La nueva generación” (2008-2013)–, y a escribir su primer libro, el aclamado “Historias de terror” –“Horror Stories”, 2019; Contra, 2020–, donde, fiel a su transparencia lírica, extrae un anecdotario biográfico honesto, autopunitivo, oscilando entre la comicidad negra y la indignación. Cuando empezamos nuestra conversación vía Zoom, le explico que Rockdelux es la revista musical de referencia en España, y que hace poco le dedicó un artículo retrospectivo, a lo que responde “Fantastic!”, con ese énfasis tan suave del inglés estadounidense que, casi de inmediato, envuelve la charla en algo amigable.
¿Qué balance hace la autora de esta última década de perfil bajo? “No he dejado de hacer música, pero no estaba tocando tanto en directo y, justo cuando me estaba preparando para salir de gira de nuevo, empezó la pandemia –explica–. Pero esta década ha sido interesante: he observado los cambios en el negocio musical, así como en la nueva generación de mujeres que se han lanzado a la arena haciendo sus cosas en vez de estar lidiando con el ‘club de los chicos’. Han hecho lo que tenían que hacer. Yo no tuve el coraje de hacer eso cuando era más joven”. Sin embargo, sus palabras no casan con los hitos de su trayectoria, a los que podemos sumar desde ya el flamante “Soberish”, que está despertando muy buenas sensaciones. “Nunca es fácil”, reconoce, asumiendo también el nivel de autoexigencia que se impone, sobre todo si, como sucede aquí, la acompaña Brad Wood, el productor con quien firmó “Exile In Guyville”, con quien le une la confianza, pero también la severidad: “He sido despiadada, en el sentido de que hemos hecho esto antes y debía ser así de dura. Sé de lo que Brad y yo somos capaces siendo nosotros mismos”.
En ese aspecto, “Soberish” posee un propósito experimental, casi de regreso a la inocencia: “La idea era recrear la experiencia de nuestro primer disco, cuando no teníamos ni idea de hacia dónde íbamos. Quise ponernos en ese lugar”. Se trata de una manera de utilizar el pasado, explica, pero sin volver en ningún caso hacia este, salvo en la capacidad de componer hits, que se mantiene intacta. Para ello, recurre a la metáfora de la construcción: “Usamos las piedras y ladrillos del antiguo edificio, y fuimos elaborando el disco sin planificación alguna. Resolviendo todo a medida que avanzabamos”.
El sonido que logran conecta con la new wave y el art rock que Phair escuchaba en su época de estudiante de arte, cuando fue becaria de Nancy Spero, emblema del arte feminista radical: “Mi identidad, cuando era una persona joven, era la de una artista visual”. Como sucede con aquellos músicos que lo han sido “a posteriori” de su impulso primigenio, la joven Liz se imbuyó del pop de dormitorio –“Me gustaba la manera en que se deconstruían las canciones”–. Es posible que esta actitud recuperada haga que sus nuevas composiciones no suenen ni tan rockeras como su histórica irrupción ni tan mainstream como el polémico disco homónimo que editó en 2003. Tilda de “accidente feliz” al primer single de “Soberish”, “Hey Lou”: se trata de una historieta protagonizada por Laurie Anderson y Lou Reed: “Brad estaba recortando un ‘loop’; la canción tenía una letra completamente diferente, una melodía distinta… No estaba terminada, pero al final me dijo: ‘Suena como si estuvieras diciendo ‘Hey Lou’’”. ¿A qué otra pareja artista le gustaría homenajear, si se lo propusiera desde un principio? “Me encantaría escribir una canción para ‘Bennifer’, ahora que Jennifer Lopez y Ben Affleck han vuelto. ¿Quién no querría escribir esa canción?”.
Queda claro que Phair no es el tipo de artista que se toma en serio todo el rato. Más bien al contrario. Pero su discurso tampoco elude las cuestiones serias. “Soul Sucker”, uno de los cortes del álbum más perturbadores e interesantes a nivel vocal y en cuanto a producción, suena tóxica, como la relación que describe la letra. Le pregunto si cree que en la época actual abunda la toxicidad en los vínculos, sobre todo ahora que la tecnología hace posible tener un control total de los pasos y la intimidad de los demás. “Siempre ha habido relaciones tóxicas, incluso antes de los teléfonos móviles”, responde, para centrar la conversación en la pubertad y el inevitable enamoramiento idiota que se da entre seres humanos. “Creo que nuestro rol como madres y padres es criar a nuestros hijos sin imponerles distintos roles de género”, concluye.
Habiendo sido gestado durante el 2020, cabe preguntarse cómo sobrevuela la pandemia a un disco como “Soberish”. En este punto menciona a su hijo –Nicholas Staskauskas–, autor del artwork tirando a distópico de la portada. “Creo que el concepto visual es bastante pandémico, con esas calles vacías y mi personaje imaginario corriendo a través de ellas. Las canciones poseen una sensación de aislamiento y soledad, un tiempo para reflexionar acerca de lo que pasa, aunque en la mitad posterior del álbum puedes sentir otro tipo de energía y felicidad”, afirma, y no es descabellado intuir que el traspaso de poder de Trump a Biden en el gobierno de Estados Unidos tuvo algo que ver con esta modulación.
Hubo algo que reaprendimos durante el año de la COVID-19: la necesidad de cuidar al otro, de cuidarnos individualmente. ¿Es el arte una especie de autocuidado para Phair? Si es así, ¡qué lejos del cliché que asocia rock’n’roll a la autodestrucción! “El arte nunca ha sido autodestructivo para mí”, dice. “Era más como si tuviera que afirmar que volvería a casa después de estar en una fiesta. Si me sentía avergonzada o incómoda por algo, o alguien me rechazaba, escribía una canción”. Esto, en lo referente a la composición, donde no ha perdido el gusto por lo confesional, en canciones donde la electrónica está veladamente presente (“In There”, “Ba Ba Ba”), sin abandonar lo explícito, ni las guitarras (“Bad Kitty”). Por otra parte, otra cosa es tocar en directo: “Hay algo surreal ahí, eso de estar delante de un montón de gente. Es abrumador ser la persona a la que todos miran. La presión es tan intensa...”.
La estadounidense acababa de empezar a telonear a Alanis Morrissette cuando comenzó el gran confinamiento, de modo que, si la campaña de vacunación progresa favorablemente, volverá en julio a los escenarios con la canadiense. Solo si marcha bien (“Quiero sentirme segura, así que es imprescindible que la pandemia ceda”). Barcelona y Madrid las esperan en noviembre, y Liz es optimista. Por eso, se despide con un simpático “See you in Barcelona!”. ∎
Resulta inevitable tocar la cuestión Ryan Adams, con quien Liz Phair estuvo a punto de grabar un disco hace ahora cinco años. La idea a priori sonaba bien, puesto que se trataba de replicar nada menos que el “White Album” de The Beatles. ¿Ha rescatado algún tema de ese proyecto? “¿Del ‘White Album’ de Ryan Adams?”, responde. Era un proyecto muy ambicioso, sin duda, le digo. Phair se ríe, reconociendo que a ella le encanta trabajar con ese material: “Me gusta jugar con el canon y darle la vuelta, haciéndolo para las mujeres… y, bueno, sí que he rescatado temas como ‘Sheridan Rd.’, ‘The Game’ y ‘Lonely St.’”. En cuanto a los motivos personales que la llevaron a abandonar la historia, quizá lo mejor sea remitirse al capítulo 14 de “Historias de terror”, al que por cierto seguirá una secuela: “Fairy Tales”.
A pesar de su título, no parece que este segundo libro vaya a ser el reverso de “Historias de terror”, por lo que adelanta. “Las grandes historias emocionantes y glamurosas de mi vida, del rock’n’roll, siempre conllevan una parte oscura, corrupta y siniestra”. Introspección, culpa y necesidad de disculpa recorrieron, de hecho, su primera entrega escrita: memoria y alegato de cómo podía llegar a sobrevivir una mujer en un negocio como el musical, donde los comportamientos más inaceptables pasaban, hasta hace muy poco, por normales. Phair responde con mucha tranquilidad: “Los adultos no preparan a las mujeres jóvenes para lo que les espera, no saben lo que va a pasar. Los que contratan no quieren verlo y la gente termina por ocultarlo”. ∎
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.