Para su tercer disco, el por entonces todavía trío abandona la coña de sus dos precedentes y se adentra de cabeza en una lírica inspirada por la Biblia, la muerte y la mala suerte. Casi como una respuesta al hedonismo sin sustancia del pop de la década de los ochenta, Los Enemigos mostraban los dientes en una obra de rock que aún conserva intacto su puesto de honor entre lo mejor hecho aquí jamás.
Marcado por la muerte de su mánager Lalo Cortés e inspirado por el sonido de guitarras de bandas como Sonic Youth, Dinosaur Jr. o Hüsker Dü, es contundente en sus cortes más directos y delicado y hermoso en los más acústicos. Supuso otro acierto que, además, podría haber funcionado comercialmente. Lástima que en RCA estuvieran a otra cosa y, tras agotar las primeras tiradas, nunca más se reeditara.
Tras terminar su contrato con RCA, llegan a Chewaca, subsello de Virgin creado a rebufo del indie noventero. Manolo Benítez aparece por primera vez en los créditos como miembro oficial. De aquí destacan, mostrando dos facetas muy diferentes, un par de canciones que se convertirían rápidamente en clásicos de su repertorio: “Me sobra carnaval” y “Todo a cien”. Nada presagiaba que el fin estaba cerca.
Cuando pocos apostaban por ello, Los Enemigos han entregado otro disco imprescindible. Se abre con “Siete mil canciones”, una melodía que ya llegaron a grabar (aunque sin letra ni estribillo) en la época de “Nada”, y se cierra con “Rey pescador”, una epopeya mística épica que lo concluye de la mejor forma posible. Entre una y otra, un festín de rock de guitarras rebosante de urgencia y mala leche. ∎