El Mad Cool parece haber dado con su propia fórmula este año: asumido ya el descalabre horario que supone cerrar un festival de estas características a las 2 de la mañana en un país como el nuestro –donde las altas temperaturas, más en julio, impiden arrancar la programación por la mañana, incluso a primera hora de la tarde, siguiendo el modelo de la mayoría de festivales de todo el mundo–, la organización ha optado por ampliar a cuatro días la oferta, repartiendo mejor a los artistas y optimizando el uso del recinto, con un aforo reducido respecto a la edición anterior –más ajustado el sábado, más holgado el viernes– y una configuración más periférica que evitaba los cuellos de botella generados por la situación central de los baños o las zonas de foodtrucks el año pasado.
Desde luego son avances, y se relacionan con el ambicioso y efectivo plan de movilidad que ha caracterizado al festival madrileño desde su mudanza al Iberdrola Music, en el polígono Marconi. Todo ello ha hecho de él una experiencia sorprendentemente cómoda, sin aglomeraciones dramáticas y con buen sonido, aunque siga costando encontrarle el alma a lo que muchas veces parece simplemente un goteo de artistas que no le molesten demasiado al oyente rockero medio, target cada vez más claro del festival. Porque sí, Mad Cool insiste cada vez más en funcionar como esa prometida “salvación rockera” que algunos esperan contrariados por el arrollador paso de los tiempos y las tendencias, y por eso a veces adopta esa posición que parece reactiva, que ni entiende ni quiere entender lo que está programando. ¿Janelle Monáe a las 7 de la tarde? ¿The Kooks para cerrar? ¿The Smashing Pumpkins después de Dua Lipa?
El resultado es un evento cada vez más cercano en concepto al Rock In Rio: muchos metros cuadrados para poner a la misma altura música y centro comercial sin que una se coma a la otra y un cartel diseñado para que brillen los grandes cabezas, y que termina enterrando las propuestas alternativas en un grueso de relleno. Diego Rubio
A las 19:00 de la tarde, Janelle Monáe era la primera cabeza de cartel en estrenarse en la edición. Un espectáculo que busca la superproducción y termina quedándose a las puertas, pero que consigue la catarsis dentro de lo mamarracho. Dividido en tres capítulos, parece articularse como un homenaje a la historia de la música negra: hay guiños a Beyoncé, Miles Davis, Prince o Michael Jackson. Su mezcla disco-funk y hip hop tiene como resultado puro twerking a ritmo de smooth jazz. Más aleatorio es cuando sale a escena disfrazada de vagina gigante mientras interpreta “PYNK”.
Nothing But Thieves son ya un clásico del festival. Como un cultivo en barbecho han venido tres veces, y en ninguna llegan a destacar. Himnos viriles que recuerdan a unos Arde Bogotá ingleses con el timbre vocal en el espectro opuesto.
En el concierto de Dua Lipa no hay grandes trucos de magia ni efectos sorpresa. Se nota que, con su último trabajo, ha intentado europeizarse, pero sus hits siguen sonando a Super Bowl. Deja mucho espacio a sus coristas y su coreografía no es demasiado marcada, pero hay mucho atractivo en esa dejadez. El show comienza con un tema de Primal Scream y, cuando la cosa se pone ravera, la albanesa mezcla “New Rules” con los norirlandeses Bicep.
Rels B no era el artista más acertado para acabar la noche, y es que su propuesta siempre ha estado más cerca del pop que del trap. Una banda bien escogida y cañones de fuego dentro de un concierto menos festivo de lo prometido, pero bien recibido por su horda de fans. Marta España
Bastardillos de esta desmelenada era festivalera, un año más en el Mad Cool. Otra aventura en el Benidorm musical madrileño, pespunteado por algún melómano. Contra viento y marabunta sudorosa, es bastante cómodo llegar. Metro ágil y cerquita. Es lo que hay. Ahora, de lo que no hay mucho es de una energía magnética tan desmelenada como la de Danyell Souza, cantante de Dead Posey. La hembra-cuervo-gótica, con piernas largas como el piropo de un tartamudo, demostró que una avalancha de patinazos técnicos (veinte minutos de retraso) no es excusa para ahuecar sin dejar huella. Papa ya tiene favoritos. Los movimientos genuflexos de Souza, junto a esa vibrante interacción con el público, invocan un “Dios salve a la reina” de aúpa.
Menos accidentada fue la interpretación de Garbage. Más valía. Si Shirley Manson llega a patinar con su vestido digno de un cuelgue entre Ágatha Ruiz de la Prada y Tim Burton, se nos desgracia. El material noventero: “Stupid Girl” o “I Think I’m Paranoid” emocionaron más a un público semicanoso fan de Dragon Ball Z que las novedades. Inspiradores los arranques de teclado Flow 2000. Gloria, porque los reiterados gatillazos que sufrieron al ofrecer el micro al público no los desanimaron. Solo se corearon onomatopeyas. Es lo más cosmopolita: la onomatopeya.
Un recurso que The Smashing Pumpkins, también usó. Y sin hacerles falta, con un vulgo controlando finamente temas como “Today” o “1979”. Salvando algunos gallos de Billy Corgan, disfrazado con un mono de cofrade, la ternura de la banda, a ratos gominola, a ratos tétrica, a ratos muérome por estribillo, mantiene una musicalidad dignísima. Tanto como la guitarrista Kiki Wong; chispeante, atinada, un fichaje de toma pan y mójalo en solos que te funden el hocico al suelo. Para mí que de tías fieras y cañeras ha ido la jornada. Galo Abrain
Fue un poco anticlimática y extraña mi primera jornada en Mad Cool, ese festival que es de alguna manera como la caja de bombones forrestgumpiana: nunca sabes muy bien lo que te va a tocar. Porque, entre las cancelaciones poco anunciadas de última hora –The Blessed Madonna, Rema…– y varios fallos de sonido, retrasos por inclemencias climáticas y algún que otro golpe de calor, lo que iba a ser un plan tranquilo empezó a desplegarse de manera bastante accidentada. No era lo que auguraba el concierto de Julieta en la carpa de Mahou Tostada, desde luego, que abrió por todo lo alto mi paso por allí con un statement: el nuevo pop catalán, en paralelo al nuevo pop balear, va a decir muchas cosas en los años que vienen. Su actuación fue ambiciosa, con equipazo de bailarines, banda en directo y una escenografía sencilla pero cuidada que imitaba una tarima de gogós, y se nutre de reivindicar la nostalgia dosmilera por los macroclubes de polígono sin caer en ella más de lo necesario, descolgándose también hacia la balada electrónica en “Full Romance” o poniéndose más puramente popera en su colaboración con Mushkaa, “No m’estima+”.
Pero después todo pareció torcerse: la sudafricana-británica Kenya Grace tuvo que cancelar su actuación sobre la bocina por un golpe de calor y acabó abandonando el recinto en ambulancia –la organización ni lo comentó–, y sucesivos dramas técnicos retrasaron drásticamente el concierto ya de por sí breve de Crawlers en el escenario Mahou 5 Estrellas. El cuarteto de Liverpool al menos consiguió reponerse y descargar en versión acelerada sus canciones más conocidas, con especial atención a “Come Over (Again)”, demostrando garra de sobra y capacidad para atraer y satisfacer público, pero la incertidumbre había provocado que muchos fans desistiesen y que los que entraran al final, atraídos quizá por el retumbe, simplemente pasaran por allí con un poco de curiosidad.
En el caso de Sexxy Red, que tenía el difícil reto de contraprogramar a Dua Lipa desde el escenario Orange, la culpa está más repartida: entre que a ella no parecía apetecerle mucho estar encima del escenario ni asumir reto alguno –salió tarde, rapeó desganada y se fue antes de tiempo– y que se colaba todo el rato el sonido de la popstar albanokosovar, pues poco concierto, y poco público al que pudiera importarle también. Diego Rubio
La fiesta no comenzaba demasiado bien para Russian Red, que se subía al escenario media hora más tarde de lo programado debido a las fuertes rachas de viento. “El viento hace que todo sea más épico”, afirmaba la madrileña en una de sus repentinas subidas de azúcar. Un set express en el que “solo iba a tocar los greatest hits” (esto es relativo), pero, ya sea por los nervios o las prisas, cargado de errores frecuentes y comentarios aleatorios. Apenas dejaron cinco minutos para el cambio de escenario y, mientras tanto, Michael Kiwanuka inauguraba el escenario principal. Entre la elegancia setentera algo monótona para el público no conocedor, pudo apreciarse un oasis en las sonrisas de la audiencia cuando comenzaban las primeras notas de “Cold Little Heart”, viral por formar parte de la banda sonora de “Big Little Lies”. Uno de los conciertos más finos de todo el festival: Kiwanuka, con su Gibson SG color cereza, practicaba el rock más cercano a las personalidades sensibles.
Simultáneamente, Lawrence se articulaba como una big band arquetípica escindida de cualquier conservatorio: sus canciones, que surgen en su mayoría de estándares de jazz, siempre resultan familiares. Su performance es la de cualquier virtuoso que se jacta de tocar perfecto, y ya es mucho más de lo que se puede decir de la mayoría.
Nia Archives lleva un set construido en tres partes: pincha drum’n’bass, pincha su disco y pincha sus remixes. Al cierre, sorprendió con una remezcla de “360” de Charli XCX (en Glastonbury pinchaba “365”), “Brun Dem Bridges” de Skin On Skin, y su particular versión de “Baianá”.
Cerca del final, un escenario de Bomba Estéreo a reventar mostraba que, pese a ser Pearl Jam el cabeza de cartel, gran parte del público no tolera el grunge. Los colombianos dieron un show cargado de energía pero con grandes limitaciones de sonido. Marta España
Larkin Poe rugieron con una melindrosa potencia que las confirma como jóvenes reinas del country-rock. ¡Quien fuera progenitor de estas dos hermanas! No despistaron una nota, ni un tono. Si el calor no las hubiese secado, lágrimas de emoción hubieran resbalado por mis erizados pelos cuando nos regalaron el desflore de su último tema, “Blue Florida”.
No tuvieron tanto éxito Merina Gris. Mala hora. El tecno-popper-lisérgico es material crepuscular y lo cascaron en la postsiesta. Difícil motivar a un público que parecía tener ahumada la boca de sativa con su performance indie pastillera.
Black Honey, en cambio, ejecutó un espectáculo deseadísimo, con el respetable desgañitado ante los pasos prohibidos de una Izzy Bee Phillips vestida de Caperucita. Sonido limpio y proclamas a favor de las mujeres, que ocuparon las primeras filas bajo demanda de la frontwoman.
Más testosterónica fue la salvajada ebria de KNEECAP. Su sonido retumbó hasta el tuétano en lo que solo cabe describir como una puta locura de directo. El pasamontañas con la bandera de Irlanda del DJ: en total armonía con el rap reventón de los dos chavs dipsómanos. Solo faltó ver un AK-47 con mucha IRA (je, je). Los guiris gambones parecían recién huidos de un robo, del que seguro pillaron un flow asesino techno hardcore que poseyó al público pariendo los mejores mosh pit del festival.
A veces las maestrías emergen con mayor brío en los escenarios más atípicos, más contrarios, más inesperados. Por eso Paul Kalkbrenner, que cerró la jornada del jueves desde el escenario Orange, destacó más en Mad Cool de lo que lo hizo por ejemplo en Sónar hace unas pocas semanas. Porque su maestría no es necesario contextualizarla, como sí ocurre en la mayoría de artistas, encorsetados en setlists, presentaciones de discos o expectativas limitantes. Es él el que la pone en su lugar. Si en Sónar fue techno, seriedad y oscuridad hasta un final de distensión construido, en Mad Cool fue amabilidad desde el principio, fue fiesta y fue deep house, fueron las cantaditas de Stromae y su “Sky And Sand” de primerísimas, fue un constante entendimiento del espacio, del tiempo –entre una amanecida en Ibiza y un cierre tempranero de garito playero– y de la audiencia, movido por el disfrute, la improvisación… y una maestría de las que se vieron pocas en el festival madrileño.
Porque donde Paul Kalkbrenner pone maestría, Bonobo, por ejemplo, que podría hacer lo mismo, siempre termina poniendo más bien piloto automático en su navegación por distintas zonas de confort personales cuando se pone a los platos en su formato DJ set. Cero sorpresas para una pinchada, en un Iberdrola Loop más centrado en las propuestas clubber, que termina recordando siempre a sus series para fabric, basculando entre un deep house tropical e introspectivo y esa pulsión downtempo en la que tan bien se mueve: con gracilidad pero ningún amago de proposición.
También se quedaron en esa indeterminada zona de confort unos The Heavy bastante menos enérgicos que en visitas pretéritas, quizá por el calor abrasador a la solana del escenario Región de Madrid en las primeras horas del festival, quizá porque el tiempo pasa para todos. Cumplieron como apertura soulera, con precisión y expertise, tirando más de grandes éxitos –esenciales “How You Like Me Now” y una catártica “What Makes A Good Man?”– que de su álbum más reciente, pero poco más –y poco menos–.
Menos satisfactorias fueron las actuaciones de Blanco White, fino y delicado pero demasiado perdido entre imitar otras propuestas en clave alta intensidad, y la cantautora Merino abriendo la jornada en una de las carpas de Mahou, con un proyecto coqueto y emocional que peca de reproducir demasiados tópicos del nuevo pseudoindie de cantautor de radio alternativa. Diego Rubio
Tom Morello es lo más pop que puede ser una estrella de rock anticapitalista. El show comienza con “Soldier In The Army Of Love” junto con su hijo de 13 años, que salió a escena con la camiseta de la selección española de Lamine Yamal (y más tarde volvería al escenario para interpretar el karaoke que fue “Killing In The Name”). Virguerías de guitarras y tappings imposibles con un juego de luces que reflejaban el arcoíris sobre las cuerdas. Incluye versiones de “Kick Out The Jams” de MC5 (junto a Thomas Raggi de Måneskin), de Bruce Springsteen y, por supuesto, de todo los proyectos de los que Morello ha formado parte previamente, con especial homenaje a Chris Cornell.
En The Loop, psicodelia y espiritualidad a cargo de DJ Koze. El productor del último de Róisín Murphy se retrotraía a las primeras épocas del trance. Mientras tanto, Jessie Ware presentaba un club de ballroom en su concierto, y ella era la madre de la casa. Desde el disco-funk hasta el nu-disco y el eurodance, el espectáculo finaliza con una versión de “Believe” de Cher y su archiconocida “Free Yourself”. Incluso sus coristas abandonan el pie de micro para unirse al show de voguing: Ware quiere convertir el espacio en una discoteca tardochentera. She is mothering, no hay otra forma de decirlo.
Mochakk clausuraba la vertiente electrónica de la noche. Todo lo que te puedes imaginar de un set de techno, a veces rozando el EDM, casi siempre poco sorpresivo. En realidad, nadie parecía querer, o buscar, ese factor sorpresa de la rave más fina. Marta España
Tercer matapies en el parque de atracciones patrocinado por Ouigo, Santander y varios camiones de bebercio. Benjamin Clementine interpretó su particular sonido, propio de un anuncio de colonia masculina. Benjamín Dior, o Hermès, podría llamarse. El hermano nubio luce el pelo de una alpaca pelada. En la imagen del monitor gigante, viéndolo tras el piano, te preguntas: ¿Nina? ¿Nina Simone? Y no, es el bueno de Benjamin. Sus largos parones entre canción y canción hacen dudar. ¿Tensión o golpe de calor? Canta “Bloody Sun” y casi parece cachondeo. Su voz góspel arrastra las penas con esa sospechosa magia de quien no se sabe si ha hecho un pacto con el diablo o con su desdeñoso padre celestial. Más allá del insufrible lorenzo, aguantó el tipo con envergadura.
Llegado el turno de Unknown Mortal Orchestra, no se reducen las frentes grasientas y los cazadores de sombra. El respetable, escaso, pero ahí, osciló risueñamente con “So Good At Being In Trouble”. Todo muy chill al vals de esas guitarras primorosamente agudas, tan gozosas para las masas indies, como la voz de Ruban Nielson y sus riffs arpegiados. Sobriedad declarada para el cuarteto que interpreta un shoegaze animado. Las tinieblas del minimalismo quedaron compensadas por atinados solos de guitarra, recuperados rápidamente por ese sonido ambiente que moja sus temas. A título personal, me declaro fan de la mirada psicótico-sapera del batería, y hermano del frontman, Kody Nielson. A nivel general, el Mad Cool se ha ido demasiado a lo cool, en el plan más gringo, rollo spring break. Un festival de música no debería ser una feria altamente esponsorizada, organizada alrededor de la rentabilidad estelar. Lo cual justifica, sin duda, que esta cita sea una torre de Babel anglosajona, donde el español es el idioma menos común. Eso y el postureo masivo. Neil Postman acertaba: nos divertiremos hasta morir. Galo Abrain
La nostalgia, lógicamente, es un motor evidente en un festival que se esfuerza cada año por abrazar esa faceta orgullosamente rockera, que parece gritar: “¡Toleramos el pop, la electrónica –un “techno” que realmente es house–, pero por el reguetón no pasamos!”. Y este año, en aras de una relativa actualización y de una apertura de público, el foco se ha desplazado también hacia las olas pop-punk de los primeros dosmil, con un cabeza de cartel claro en este sentido: Sum 41 en su gira de despedida –que regresará a Madrid a finales de año–. Los canadienses ofrecieron un gran show, sorprendentemente divertido, que mejora gracias a los recuerdos en su último tercio –“In Too Deep”, “Still Waiting”…– después de coquetear con ritmos más duros y algunos momentos cuadro bastante bien resueltos, como esa versión caótica de “We Are The Champions” o el momento guitar hero de “Seven Nation Army” y “Smoke On The Water”.
Pero ese mismo enfoque nostálgico también se puede leer igualmente en la selección de DJs que pasan por las cabinas de Mad Cool. Jayda G, por ejemplo, intentó ofrecer una faceta más progresiva y meter techno con licencias al principio de su set, con remixes del último EP de James Blake o de “Del Oro” de Floating Points, pero la respuesta más ferviente del público ante los momentos más disco, más soul y más hi-nrg terminó conduciendo el discurso hacia ese lado más bailongo –y clásico– de la vida. Y Acid Arab, que enfrentaron uno de los cierres de la jornada desde la carpa Mahou Cinco Estrellas en no anunciado DJ set, se permiten poco espacio para la novedad o la improvisación en un contexto que se apoya siempre en un deep house reconocible aderezado con sus característicos orientalismos.
El mismo enfoque nostálgico opera, quizá sin querer, también en el concierto de Depresión Sonora, con el vallecano mucho más centrado en los temas de solvencia sobradamente demostrada pertenecientes a su primer álbum que en arriesgar con la versión más extrema y ravera de “MAKINAVAJA” (2024), su último EP. Diego Rubio
Tyla cancelaba su actuación en Mad Cool con poco más de doce horas de antelación, sin dar demasiadas explicaciones. En su lugar, pusieron a The Warning en el escenario principal, y Avril Lavigne salía a continuación. La canadiense no pisaba Madrid desde hace casi una veintena de años, pues hace diez años contraía la enfermedad de Lyme. “Girlfriend”, “Happy Ending” o “Complicated” eran bien recibidos por un público nostálgico pese a sus limitaciones vocales, y también por una nueva oleada de emos jóvenes que han revitalizado el nombre de la artista en TikTok con “Sk8er Boi”, canción de cierre que (sorpresivamente) se ha convertido en la más celebrada de su repertorio.
En los escenarios de última línea, bar italia y Chinchilla sucedían a la vez que The Killers, lo que afectó enormemente en su afluencia de público. Los primeros dieron un concierto de art-grunge en el que Nina Cristante no paró de pelearse con su técnico de monitores. No tenían muchas ganas de estar allí, pero es que su propuesta va de eso. Chinchilla, en cambio, tenía toda la energía que a estos les faltaba. Una fantasía de cowboy-trap, con gorgoritos de soul y, ante todo, muy americana.
Ashnikko clausuraba el festival con su fairy-core gótico de performance minimalista: en el escenario, solo ella y dos bailarinas. Una mezcla entre La Zowi y Kyary Pamyu Pamyu, que recuerda por qué los emos se pasaron al trap, y por qué ahora los traperos se están pasando al emo. Marta España
Último día en las doradas planicies del mini de cerveza a 13 pavos, la poca sombra y el césped artificial. Una jornada que se presentaba prometedora, pero que tuvo altibajos y representaciones algo flemáticas. Un poco a medio culo. Como le sucedió, por momentos, a The Gaslight Anthem. Y no porque su interpretación fuese incorrecta, fallasen notas ni nada de eso. Sencillamente, estaban faltos de energía. No parecía haber espectáculo en el corazón de un, cada día más rollizo, Brian Fallon, que proyectó bien la voz, aunque se quedó sin incendio.
Cosa que no se puede decir de The Killers, quienes confirmaron ser una de esas bandas comodín, como la tortilla en una quedada, que nunca defraude en el marco festivalero. Brandom Flowers hizo lo suyo. Ir de guaperas animado. Con una americana blanca a lo Gran Gatsby, el vocalista interpretó todos sus grandes, demostrando que el indie de The Killers busca contentar al público. Latigazos de confeti y bombillitas mediante. Aunque también atreviéndose a subir a un tal Daniel a tocar la batería con la banda. Dani, oye, no lo hizo nada mal. Todo eso antes de que Flowers pasase del blanco al morado, mutando en una versión agraciada del Joker, un outfit con el que cerraría el enérgico bolo. Por desgracia, se percibió cierto patinazo en el sonido. Un poco de grano, por así decirlo, que empañó la atmósfera durante la performance de los de Las Vegas.
No tuvieron que sufrir ese ligero borrón acústico The Kooks, que siguieron a los norteamericanos en el segundo escenario principal. Los de Brighton fueron encantadores. Cercanos. Azuzaron una muy buena complicidad con el respetable, que además se vio bendecida con interpretaciones energéticamente dignísimas de sus repertorio típico. Luke Pritchard no ha perdido sex appeal. Y quedó claro que The Kooks ya no son aquellos chavalines piji-monos por los que se moría tu prima. Ahora ya son unos machotes, aunque sigan cantando “Naïve”. Galo Abrain
Ni el sol de justicia que hizo el sábado en Madrid fatigó a una Arlo Parks que va mejorando poco a poco, a su ritmo lento pero seguro, su propuesta en directo. Va ganando en voz, en confianza, en detalles y en repertorio, de la calidez de sus momentos más introspectivos en clave R&B a ese pop de ambiciones panorámicas lleno de groove que brilla en “Blades” o en “Too Good”, y consigue sobreponerse siempre pese a que la hora no suela acompañar en sus pasos festivaleros por nuestro país –esta vez abrió el escenario Región de Madrid– y pese a las pocas sorpresas que se reserva una gira que ya va sin parar por su segundo verano.
Y terminó en la divertida y liberadora presentación del colectivo queer club de Londres He.She.They en formato live, comandada para la ocasión por las DJs Maze & Masters acompañadas de un diverso equipo de bailarines de vogue. Una colección de clásicos de hi-nrg y disco de inspiración neoyorquina sobre una base de ondulante y seductor tech-house.
Fue el colofón a una jornada, la mía, algo diluida, que también asistió a la versión más liviana y complaciente de los belgas 2ManyDJs, que en un momento algo desenfocado entre la programación general del festival terminaron desbordando el Iberdrola Loop con su amalgama de clásicos house y su vibra de afterwork, y al show de un profesionalísimo Genesis Owusu al que le faltó solo algo de garra para sobreponerse al demoledor hecho de que habría viéndole 50 personas: en un festival tan diseñado para los cabezas de cartel, propuestas interesantes como la suya, que exigen salir de ciertas zonas de confort, corren el riesgo de quedar completamente sepultadas. Al australiano pareció darle igual e hizo lo suyo, un tour de force funk completamente monologado que bebe tanto de Frank Ocean y Tyler, The Creator como de Channel Tres y Kele Okereke y que pasa con teatralidad por distintos estados energéticos, pero sin el calor del público de vuelta todo parece siempre quedarse un poco frío. Es, a veces, y mira que hace calor, un festival frío el Mad Cool. Sobre todo si has decidido seguir el desvío, la ruta alternativa. Diego Rubio
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