Pocas cosas hay más sobrevaloradas en la cultura pop que los discos de ruptura. “15.11.18” (Jabalina, 2021), de Marco Maril, es un disco de divorcio integral. Se desencadena con el fin de una larga relación sentimental (referenciada en el tema que lo abre, “La gran mentira”). Después, con la entrada en su casa del piano, instrumento con el que pasa a componer e interpretar todos los nuevos temas (esa es exactamente la fecha a la que se refiere el título). Y, en última instancia, rompe con el nombre artístico de Apenino, que era como, hasta ahora, firmaba sus trabajos en solitario el músico de 47 años afincado en Vigo. También es un disco de ruptura diferente, que, aun siendo muy confesional, rehúye la sobreexposición y el desgarro emocional de tintes épico-dramáticos.
Como el mismo Maril explica vía Zoom, se trata de un ejercicio de introspección muy sutil y sensorial. “No estaba meditado. Ni siquiera quería hacer un disco pop en ese momento, yo estaba en otra cosa, en la experimentación, no me salían canciones al uso. Pero esto surgió así, y creo que el disco refleja bien todo mi proceso anímico”, reflexiona. “En el momento en que todo se va a la oscuridad con ‘La gran mentira’, yo lo que buscaba era tranquilidad, poder estar a gusto conmigo mismo y sosegado, con paz interior. Y, desde luego, sin querer plantear una guerra con nadie, no me interesa esa parte del desamor. Me interesaba más, dentro del dolor, curarme. Y por eso meto el piano en casa. Yo no buscaba un disco de piano; de hecho, el instrumento entró como una ayuda, algo en lo que refugiarme para no pensar. Iba componiendo canciones desde el esqueleto y la idea era darles una producción electrónica como hago siempre, pero a Rafa y Eloi, unos amigos a los que les enseñé las canciones, me dijeron: ‘Tío, deja el disco así’. Luego me di cuenta de que yo, en ese proceso vital, iba transformando esa oscuridad en luz, que era posible”.
La historia es muy similar a la que relataban Los Hermanos Cubero a raíz de la génesis de su álbum “Quique dibuja la tristeza” (2018), motivado por la muerte de la pareja de Enrique Cubero. Al igual que este, Maril no quería grabarlo, pero alguien lo animó a ello. “Para mí, este disco es más una especie de terapia propia. Cuando acabé de componerlo sentí que todo eso ya estaba hecho, no necesitaba nada más. Sobre todo, Iria Vázquez –segunda voz y responsable de gran parte de su cuidadísima presentación visual– me ayudó mucho, me dijo que tenía que grabarlo. Recurrí a ella para que me arropara y a la chelista Macarena Montesinos, a quien siempre he admirado. Ellas, junto a Rafa Romero, a quien mencionaba antes, y que es el autor de la portada y quien me ayudó mucho a visualizar el disco, han sido fundamentales y me veo en la necesidad de destacar su labor”.
“‘Lo de ahora ya no sirve para explicar lo de antes’. Esta frase que le oí a mi amiga y artista Carme Nogueira, en la presentación de su proyecto ‘La vida hurdana. Lo que escriben los niños’, fue la semilla de la que brotó mi canción ‘El aire y el mar’. Nuestras vidas cambian, el tiempo avanza sin descanso. Las rutinas que temíamos romper, al hacerlo, nos liberan (muchas veces) de las cadenas que no vemos. Y cambia la perspectiva de nuestras pequeñas vidas, al paso de un tiempo que avanza devorándonos”.
Por aquel entonces, no había escena indie en Galicia, pero Hemisferio Izquierdo mandaron su demo al programa “Diario Pop” de Radio 3 y a Jesús Ordovás le cayó en gracia. “Él nos seleccionó para unos conciertos que se grababan en la radio y nosotros lo que hicimos fue publicar esa grabación en 1999”. Maril había creado el sello Splat para publicar a todos los grupos que salían de aquel colectivo y, posteriormente, a gente que le mandaba sus maquetas y que a él le fascinaron, como Trajedesaliva (aún en activo). Pero su primera referencia, también en el último año del milenio, fue “a.” (Splat, 1999), el desconocido debut de Dar Ful Ful. “Al principio, era mi proyecto personal al margen de Hemisferio Izquierdo. Yo hacía mis canciones, tenía mi cuatro pistas en casa y hacía temas más pop con bases electrónicas”. Todo cambió en una fiesta de Splat en A Coruña. “Allí conocí a Xavi Font, que venía del grupo Loopside y acababa de afincarse en Galicia. Él me dice que le gusta un montón mi disco. De una manera también muy natural, él me enseña unas bases que tenía, yo empiezo a trabajar con ello y canciones mías”. ¿Qué aportó Xavi?, le pregunto. “¡Muchísimo! De hecho, él revolucionó el sonido de Dar Ful Ful. Yo tenía una especie de punto de partida, pero él, dentro de esos engranajes de pop electrónico, apareció con unas bases y unos sonidos que nos propulsaron. Fueron unos momentos alucinantes, de creatividad, de avance a nivel musical… Su presencia fue fundamental”. Su álbum “El artista adolescente” (Jabalina, 2001) fue un éxito de crítica y con él llegaron a tocar en el FIB de 2001 y el Primavera Sound de 2002. Pero aquel fue su último concierto, truncando la trayectoria de un grupo que se quemó demasiado pronto. “Yo creo que duró lo que tenía que durar”, reflexiona Maril. “Xavi y yo, en cuanto a nuestras ideas, nos fuimos distanciando poco a poco y cada uno decidió seguir su camino. Es verdad que estábamos en un momento dulce y que a lo mejor continuar nos habría ayudado a tener una carrera importante, porque es cierto que íbamos in crescendo, pero cuando uno ya no se encuentra muy a gusto y ves que aquello que motivó el empezar, que era una amistad, se iba perdiendo, decidimos parar”.
Precisamente, la última canción que grabó el dúo, “Noches entre rejas”, una versión de Carlos Berlanga publicada en el recopilatorio de Jabalina “El sol sale para todos” (2000), fue el germen de Apenino. “A raíz de la canción, yo empecé a tener mucho contacto con Berlanga –recuerda el músico gallego–, nos escribíamos mucho, y un día me hizo un comentario con algo sobre Marco, de los Apeninos a los Andes (en relación al relato de Edmundo de Amicis, de 1886), en una dedicatoria. Entonces dije: ‘Jo, si el día de mañana hago algo en solitario me gustaría ponerle ese nombre, pero él murió antes de ver que finalmente mi proyecto se llamó Apenino’. Su trayectoria comenzó rauda, con el EP “En la hora azul” (Jabalina, 2003) y el álbum “Bumerán, bumerán” (Jabalina, 2004). Luego, sus siguientes entregas, siempre bajo el paraguas de Jabalina, irían tardando más: “Un rayo de sol” (2007) y el ya citado “Viravolta”. “Era una evolución un poco lógica hacia mi necesidad de seguir componiendo canciones, intentar continuar con ese pop electrónico que hacía en Dar Ful Ful y llevarlo hacia algo más intimista, que creo que era mi seña de identidad”. Aquel alias artístico ya está finiquitado, “lo cual no quiere decir que, bajo el nombre de Marco Maril, no retome la senda estilística de Apenino”, puntualiza él. De hecho, antes de “15.11.18”, ya había comenzado a publicar trabajos de corte más experimental con su nombre y apellido. Aunque menos conocida, su labor principal se encamina a la técnica y el diseño sonoro, como detalla en su web. “Me interesa mucho el paisajismo sonoro y el trabajar con sonidos del interior de las cosas a través de microfonías de contacto, y luego todo eso procesarlo de una manera creativa. Estoy desarrollando más material, y hay piezas que utilizo para trabajos audiovisuales y de videocreación. Es algo que me interesa muchísimo investigar, de lo que más me apasiona”. ∎
Siete temas en treinta minutos bastaron para llevar a Dar Ful Ful a la lista de grupos indies que importaban. Marco y Xavi –dos voces, dos compositores, dos guitarras y programadores– se repartían el protagonismo (aunque Maril aporta cuatro contra los tres de Font) en unas canciones en las que la melancolía y el mar estaban tan presentes como las invocaciones a The Field Mice o James Joyce y la omnipresencia del Sonido Donosti, incluida la icónica portada de Javier Aramburu y un emocionante dueto de Xavi con Irantzu Valencia, “En soledad”. “Nosotros estábamos influidos por muchas de las cosas que les influían a esos grupos: La Buena Vida, Family, Le Mans… Estábamos muy conectados. El hecho de irnos a grabar allí también influyó. Lo registramos en los estudios de Iñaki de Lucas y colaboraron muchos músicos de Donosti, como Joserra Semperena”, recuerda Maril. El disco cumple veinte años, por cierto, y tal vez merezca una celebración.
La trayectoria, sosegada pero perseverante, de Apenino fue progresando en cada nuevo disco. “Este es el más pulido y del que me siento más orgulloso”, reconoce él. Vuelve a apostar por la concisión –de nuevo siete temas, esta vez en veintidós minutos– y arriesga desde su pop intimista lanzándose al vacío de nuevos mundos: su versión en clave indietrónica de “La leyenda del tiempo” junto a Mónica Vacas (Mus), temas interpretados en gallego por primera vez –entre ellos, su magistral adaptación del poema de Lois Pereiro “Conversa ultramarina”– y el abrirse hacia su propia concepción de la canción protesta en “Opresión” y “La estafa social”.
El piano y el mar. Lorca y Agnès Varda. La oscuridad y la redención. Paul Buchanan y esta puta vida. Exorcizar el dolor buscando la belleza, a cámara lenta, con pocas palabras que sean sanadoras, que no hieran. El piano y el mar. Tan dentro lo lleva que hasta su nombre lo predestinaba a ello. MARco MARil. Con lentitud, con armonía y, poco a poco, casi a escondidas, esbozando una pequeña sonrisa mientras se ven destellos de luz emergiendo entre los árboles. Azul ultramarina emoción. Nada sobra y nada falta en esta obra de (es un halago) madurez. ∎
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