¿Cómo surge un proyecto tan especial como Marinita Precaria? Para entender la frescura con que suenan cortes como “Celosa” o “Siento todavía” tenemos que partir de un hecho definitivo: la propia historia de Marina Gómez, quien, durante el confinamiento, comenzó a hacer algo que nunca había hecho antes en su vida, componer canciones.
“Tampoco es que parta de cero”, dice ella. “No se trata de que nunca haya tocado una nota y, de repente, me haya puesto a hacer un disco. Es más inesperado en el sentido de que nunca había pensado dedicarme a la música de una forma semiprofesional. Nunca había compuesto una canción, eso es verdad. Yo venía de tocar la guitarra en casa, como cualquiera que pueda hacerlo de una forma muy amateur. Nunca he tocado con amigos, ni siquiera era la clásica persona que saca la guitarrita en medio de una fiesta. De hecho, nunca me gustó esa situación. De repente me encontré con mucho tiempo libre y ahí descubrí una forma de pasar el tiempo. Me pillé un teclado, me bajé un programa y así empecé a viciarme un poco con hacer canciones”.
Como si se tratara de la protagonista de uno de los cuentos que alumbran las historias de sus canciones, en un espacio muy corto de tiempo Marina pasó de componer su primera canción a fichar por Elefant. Ella misma lo relata: “Una noche estaba escuchando música de Elefant en YouTube. En cuanto vi el logo del elefante me vino el pensamiento, así medio cómico, de ‘mis canciones le entran bien a este sello’. A mí Elefant me encanta. Así que les mandé mis canciones por correo, fui al apartado de contactos y vi lo de ‘si quieres enviar tus maquetas, hazlo a este mail’. Y pensé que por qué no. Si ya estaba en plan de enviar currículos a todos los sitios y no me contestaba nadie... Esto por lo menos tenía su gracia, así que les envíe tres maquetas que había hecho en mi casa. Ya con el primer correo me contestaron y todo fue para adelante”.
“No me miréis” (Elefant, 2022) brota como acto creativo que, por una parte, destila naturalidad total. Pero también en base a un marco referencial muy contrastado, que puede recordar tanto a The Divine Comedy como a Family. En ese sentido suena como el clásico primer LP, un receptáculo en el que se intentan volcar todas las influencias musicales. Al mismo tiempo, desprende una tremenda unidad basada en elementos muy reconocibles. En este caso, su innata capacidad para crear armonías horizontales, similar a la de Le Mans o a la de nigromantes de la voz neutra tan indispensables como Antena. “Cuando llegó el momento de ‘vamos a hacer un disco’ pensaba que era como un batiburrillo. En mi cabeza no tenía ningún tipo de hilo conductor. Luego sí que escucho mis canciones y veo una cohesión. Yo creo que, más que de las influencias, dicha unidad proviene de la propia herramienta que utilizo para componer y de cómo acabo haciendo las cosas. Es algo muy sencillo, viene de un ordenador. No viene de algo grande. Al final, tu entorno más inmediato en tu forma de trabajar es lo que genera tu identidad. Sí que estos grupos que comentas tienen que ver con lo que escucho, pero también me gustan cosas diferentes. Sin embargo, no me sale crear una canción punk. Aunque lo intente, creo que por la voz o por las letras, soy incapaz. Luego las letras tienen algo más tuyo, algo más íntimo”.
Más allá del magnético esqueleto instrumental que vertebran los nueve hechizos que conforman su primer álbum, lo que realmente dota de una personalidad muy marcada a estas canciones son juguetes de cuerda como la irresistible “Tú pa qué”. En cortes como este subyace una síntesis descriptiva inusual, con escenas tan imaginativas y preñadas de aura vainiquera como “Y quizá una astronauta italiana se haya quedado mi corazón. Y puede que lo guarde o lo cuelgue en su yate a modo de decoración”. Y el estribillo de esta misma canción proviene de un libro sobre Chernóbil. “¡Imagínate!… Un poco trágico, pero está narrado desde un punto de vista muy humano”, comenta Marina. “El libro se llama ‘Voces de Chernóbil’ (Svetlana Aleksiévik, 1997). En uno de los capítulos hay una vecina que perdió a una mujer del pueblo, que era jorobada y muda. No sabía leer ni escribir y entonces la gente la cuidaba siempre. Al final del capítulo contaba que para encontrarla no había más que oírla cantar, porque siempre lo hacía cuando le dolía alguna parte del cuerpo. Pero como es muda, solo tararea. De esa frase me salió el estribillo. Y luego empiezo a montarme mi película desde un punto de vista más fantasioso”.
Hitos de la escritura pop como este son prorrogados en cortes como “Al campo”, en el que el legado de Carmen Santonja y Gloria van Aerssen emerge en forma de oda a la vida rural. Y rompe con los estereotipos en materia pop anclados a la canción romántica, aunque lo haga a través de enfatizar su inconfundible marca de estilo, tan dulce. “El amor y el desamor te inspiran mucho, aunque no sea tu propia historia. Normalmente, cuando te pones a hacer canciones, te surge esa temática porque es la que más escuchas. Al final canciones como esta salen de cosas que te inciden o te agobian de tu propio día a día. Vivir en una ciudad es de las cosas que generan más problemas. Si viviera en el campo tendría los problemas que te trae un día en el campo. En el caso de la mayoría, que estamos en los núcleos urbanos, nos acaba saliendo esto. Acabas hablando de tu vida. Si quieres salir del amor y el desamor, te vas por las preocupaciones más cotidianas, más generales”. ∎
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