El primer álbum de Ø lleva el discurso minimal a donde no alcanzan Plastikman o Robert Hood: apenas dos-tres elementos, un grave metronómico que no llega a bombo, un goteo rímico, una oscilación aquí y allá. El baile es lo de menos y solo aparece a mitad del recorrido con la detroitiana “Lasi”, que bien podría firmar Juan Atkins. A partir de ahí, Vainio propone una ristra de piezas de inmersión sonora (“Radio”, “Kenttä”) que exigen (mucha) atención.
El mismo ingenio para titularlo con la letra que deciden restar al nombre ante el acoso del gigante tecnológico lo aplican en soluciones de intrigante belleza y atmósferas inquietantes. El colofón de la gloriosa trilogía retuerce un poco más el discurso, saliéndose del marco de la superposición rítmica “autechriana” y el techno palpitante de Mille Plateaux, para volcarse en sonoridades pulsantes, crepitaciones y murmullos elusivos que dan paso a batidos industriales, clics, cuts y crescendos subyugantes.
Si no es apacible no puede ser ambient. Tampoco es que sea una obra agresiva. Vainio nunca dejó de explorar las posibilidades del sonido y el efecto palpable que produce: electricidad estática, grabaciones de campo, osciladores, acoples, la sensacion de espacio abierto o cerrado que producen ciertas frecuencias ventosas. Alguien definió este disco como “una instalación privada de paisajes sonoros en tu cabeza”. Siempre y cuando no te la vuele.
Como su también apreciable colaboracion de 2015 con Franck Vigroux, “Peau froide, léger soleil” (Cosmo Rhythmatic), “Kilo” representa el lado más visceral y abrasivo de Vainio. Con ritmos trompicados que se acercan al doom metal, atmósferas de terror gótico, el presunto uso de guitarras y borbotones de distorsión, es su vena más industrial y la que más se acerca al rock con ese guiño sin riffs a Suicide (“Docks”). ∎
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