Sin que sucediera nada particularmente especial, la actuación de MIKE el pasado viernes en Barcelona se sintió especial. No hubo grandes momentos –aunque aquí ya entraría lo que cada uno entienda por “gran momento”–, o al menos no en evidencia. Tampoco grandes anécdotas que llevarse a la memoria, ni desvíos inesperados. No hubo alarde. No hubo sorpresas. Pero lo que sí hubo fue mucho corazón.
No sé si es el mejor rapero –cada cual es hijo de su padre y de su madre; y luego cada oyente tendrá su artista de cabecera–, pero pocas dudas debería haber sobre que, ahora mismo, MIKE es el mejor tipo en el mundo del hip hop. Alguien que comparte y que se deja rodear, como comentaba en su reciente conversación con Diego Rubio. Que abre su alma a sus amigos y a sus fans. Que devuelve a Brooklyn lo que Brooklyn le ha dado, a través de su música, su sello 10k o eventos tan puros como el Young World Festival. Su figura desprende un buen rollo que, amplificada por sus compañeros de viaje, recuerda –más en espíritu que en lo musical– a la escena de Chicago que protagonizaron hace ya más de un lustro los Saba, Noname, Smino y compañía. Y eso, en una jungla a veces demasiado tóxica, es, como mínimo, inspirador. Esa indiferencia general hacia los tropos más sobados del género –en su vertiente mainstream actual, entiéndase: que si el más gángster por un lado, que si issa lifestyle por otro– es, también, más allá de similitudes estilísticas, lo que le emparenta con MF DOOM. Como ya se ha reiterado, el legado del MC enmascarado está en buenas manos. En las de Big MIKE y en las de muchos otros.
En las de, por ejemplo, Jadasea. En verdad el londinense bien podría considerarse el mejor rapero de la velada en un sentido canónico –lo de MIKE, con su flow arrastrado, es otra cosa, más centrado en transmitir que en asegurarse de proyectar sus letras–. Su voz no tiene nada que ver con la de Wiki, pero su energía sí recuerda a la de este. Bordó una actuación sin respiro, enlazando un repertorio generoso lleno de transiciones, yendo de cálidos loops de jazz a bases boom bap más cortantes y metiendo mucho, mucho, chipmunk soul. “Real legends in the building”, dijo para rematar, en agradecimiento a su anfitrión y dando paso a SALIMATA. La segunda telonera empezó a degüello pero poco a poco se fue diluyendo, luchando incluso con una mezcla demasiado alta. Decir que lo más destacado de su actuación fue cuando gritó a los cuatro vientos “fuck Renaissance” –refiriéndose al disco de Beyoncé– sería injusto, aunque la rapera no terminó de agarrarnos del todo con su propuesta ecléctica, combinando temas melódicos de poso R&B con otros más líricos, pasando de bases lo-fi neutras a momentos más atrevidos en los que retorcía la frontera entre plugg y cloud rap, muy Niontay. Esta segunda vía es la que más promete y apostó por ella para cerrar, cabalgando un extravagante y trallero trap industrial. La entrada de MIKE fue, como era de esperar, sencilla. Simplemente se subió al escenario, listo para celebrar. Celebrar estar ahí, junto a los citados amigos y su DJ –“A lot of family in the building”– con nosotros. “Keep reachin’”, nos decía animándonos mientras un fondo de piano lounge empezaba a armar el primer tema, un “GOD’S WITH ME” con el que iniciar la noche desde lo más alto en lo simbólico –“Niggas want me six feet down when I’m six feet above”–, cogiendo una bocanada de autoconfianza y exhalando en la upbeat “Burning Desire”.
Si querer a MIKE es fácil, aún lo es más que su música te cale. Tararear la melodía de trompeta de “98” junto a él, acompañarlo en la súplica slow jam de “What Do I Do?” o adherirse a ese sample vocal que eleva en bucle “nuthin i can do is wrng” forma parte de la propia ecuación de su música: añadir capas de voces, sumar almas a un mismo cuerpo sonoro. Soul, soul, soul. En directo esa fórmula parece coger un cariz aún más exponencial, ganando en intensidad y convirtiendo lo personal en algo colectivo. Quedó claro con la interpretación de “THEY DON’T STOP IN THE RAIN”, un tema titulado, justamente, en homenaje a la comunión entre artistas y fans en el mencionado festival Young Music. O con la excitación producida por “Set The Mood” y su broche chipmunk soul asentando la atmósfera. Todo fluyó en esa dirección, con la gente dispuesta a perderse en el denso humo escénico lanzado cada dos por tres en la sala, a dejarse llevar por las bases y la cadencia del rapero. Apenas hubo parones. Cortó “African Sex Freak Fantasy” porque no se esperaba que el público reaccionara de forma tan enérgica al tema, uno de sus más estridentes en lo sonoro. “I got nervous”, reconoció, exagerando un poco. Y ofreció una breve y sentida alabanza a Sister Nancy al terminar el dancehall de “Stop Worry!” a la que se sumó el respetable.
La actuación se nutrió principalmente de tracks de sus dos últimos discos en solitario, “Beware Of The Monkey” (2022) y “Burning Desire” (2023), pero también coló un par de “Disco!” (2021) –“World Market (Mo’ Money)” y “Frogville (Mk Ultra)”– abriendo con este último y su beat acuático e hipnagógico grietas más oscuras; con este sentimiento ahogado estrenó una canción inédita, en la línea de plugg brumoso apuntada en sus colaboraciones con Niontay o El Cousteau. Y reservó para el tramo final dos de los temas más celebrados por el público (por reconocidos): “no, no”, dejándose el alma aguantando hasta el delicioso drop de puro soul para luego dejar respirar esa instrumental digna de J Dilla y coger algo de aire, y “Hunger”, con una primera línea imbatible –“Hunger make you eat your words instead, nigga”– que trajo cola. Paró la música tras rapear la frase y (quizá) ver que alguien del público que, ejem, no podía decirla en su totalidad, la dijo en su totalidad. Lo que vino fue básicamente un “sermón” sobre quién puede y quién no puede vociferar la N-word (una de las primeras asignaturas de la academia del fan-del-hip-hop, por otra parte). Pero incluso la reprimenda la hizo desde el cariño y la humildad, no desde una posición condescendiente o ejemplarizante, ilustrando pero no castrando, encarando los problemas con humor y desinhibición, quitándole hierro a una situación a la que bien seguro tienen que “enfrentarse” muchos raperos afroamericanos, más aún en giras europeas, por motivos demográficos obvios. Al retomar el tema se le escapaba una leve risilla, teniendo que concentrarse para continuar. El mejor.
Aunque el momento más significativo de la noche, para mí, había llegado antes, sin apenas hacerse notar. Fue en “Billboards”. Un momento sutil, discreto, con un MIKE en silencio, callado, tan solo escuchando con los ojos cerrados. ¿El qué? La voz de su difunta madre durante la outro de la canción. Hablándole, mandándole besos desde el más allá. Diciéndole que se arregle el pelo. Un momento realmente muy íntimo –piel de gallina–, pero sobre todo muy valiente: no es lo mismo incluir esos mensajes de voz en el disco que exponerse a ellos en el directo. Podría no hacerlo. Y, sin embargo, MIKE tuvo la generosidad de compartir con nosotros ese instante. O quizá solo fue una cuestión de necesidad, de querer escuchar esa voz para que le diera fuerzas. ¿Cómo iba a prescindir de ella? “All this music is dedicated to my big sisters, my mother, my friends”, declamó antes de terminar el concierto con la pertinente “Closing Credits”. Una declaración que simboliza lo que es la música de MIKE y su persona, alguien lleno de dolor pero también de amor –lo tuvo para todos los ahí presentes, público y trabajadores del evento, en su agradecimiento final, al que añadió un celebrado “Free all the people... Free Palestine”–. Verlo en 2024 es como encontrarse con ese amigo que, tras un largo tiempo pasándolo mal, empieza a ver la luz. Y, evidentemente, tú te alegras por él; su felicidad se convierte en la tuya. De eso va “Closing Credits”, de hecho, con su base de guitarra arrastrada y sus coros difuminados, de encajar el duelo y tratar de encontrar una nueva paz. Perfecto cierre, deliberadamente anticlimático, con MIKE yéndose sin más al detenerse la música. La catarsis iba por dentro. ∎
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