El folk de Myriam Gendron no vino anoche a levantar la voz, sino a bajar la respiración. Las composiciones de la artista canadiense, en el marco de la undécima edición del ciclo Sound Isidro que se celebra entre los meses de abril y junio en Madrid, sonaron durante la velada tan frágiles y suaves que uno sentía que podía estropearlas con un movimiento torpe o simplemente al acercarse a la barra. Se escuchaban como se escucha una confesión: casi sin respirar.
El Maravillas Club fue el escenario, un sitio que ya no necesita presentación en Malasaña. En el número 33 de la calle San Vicente Ferrer, con su mezcla de historia rockera y presente ruidoso, acogió un concierto en un género menos habitual para la sala. En un espacio que se define más por su apertura a la comunidad que por el culto al experto, quien llegara con prisas o prejuicios pisó mal. Lo vivido ayer no admitía ni una cosa ni la otra: la actuación de Gendron requería tiempo, atención y, sobre todo, sensibilidad sin blindaje.
Madrid, que ha vuelto a ese gris raro con lluvias y que no se decide entre un invierno tardío y una torpe primavera, ofrecía anoche el concierto de Jesse Dayton, al que se acercaron muchos de los cada vez más aficionados al sonido de raíces. Eso dejó una audiencia reducida pero genuina para nuestra intérprete, con alrededor de unas 50 personas que no querían perdérsela por nada del mundo, tratándose de su primera visita a España. Antes de entrar en escena, sobre el escenario poco iluminado yacían su eléctrica Gibson, un altavoz Fender, varios pequeños amplificadores, algunos pedales de efectos, una silla… y listo. Así esperábamos su entrada, bajo el disfraz de la confidencialidad, en lo que acabaría siendo un concierto extraordinario.
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