Nick Cave, imponente. Foto: Jordi Vidal
Nick Cave, imponente. Foto: Jordi Vidal

Festival

Primavera Sound (4 de junio /1): el tiempo de las sonrisas

Nos hacía falta sonreír. Escuchar el aplauso al salir un grupo a escena. Todos hemos visto muchas sonrisas estos días. Pero quizá la más bonita sea la de un padre que acaba de perder a un hijo por segunda vez. El gesto breve y franco de Nick Cave al final de su concierto nos representó a todos cuando la música nos da cosas.

05. 06. 2022

Sí, nos hacía falta sonreír. Y que se nos pusiera cara de tontos en momentos propiciados por un destello, una canción, un golpe de cadera. Engatusados por la retórica tribal de la música, de cualquier música, la que nos cabrea pero acabamos adorando y la que nos da tragos transparentes y cristalinos. Todos hemos visto muchas sonrisas estos días. Arriba y abajo de los escenarios. Tercera jornada del primer fin de semana en el Fòrum y hemos seguido perseverando en el reencuentro con todo lo perdido en estos dos últimos años.

El frenesí reivindicativo de Les Amazones d’Afrique. Foto: Marina Tomàs
El frenesí reivindicativo de Les Amazones d’Afrique. Foto: Marina Tomàs

Del concierto de Les Amazones d’Afrique podemos concluir que se puede seguir haciendo música desde la alegría y la participación. Desde la creencia inocente de que los viejos trucos funcionan. En África –también estas mujeres en concreto– lo fían todo a lo performativo, al poder de la presencia humana transfigurada en la música como poder curativo y engrudo para hacer comunidad. Aquí había una reivindicación de los derechos de la mujer: contra la mutilación genital, contra el patriarcado dominante, por la escolarización de las niñas. Fueron la demostración de que lo más sofisticado es no pretender serlo. Un concierto, en el Cupra, que se desarrolló como un globo: algo flácido al principio, e hinchado, sudoroso y eufórico en la recta final. Música para sonreír.

María José Llergo, bonito vestido. Foto: Marina Tomàs
María José Llergo, bonito vestido. Foto: Marina Tomàs
En el mismo escenario, una hora más tarde, había que medir la puesta de largo de María José Llergo, que buscaba un equilibrio entre la ortodoxia flamenca, el guiño al pop y la electrónica. Incluyó performance de los lugares comunes, gotas de coreografía de danza contemporánea con dos bailarinas a lo Carrie-Anne Moss en “Matrix”, con falda de vuelo. Todo parte de un plan calculado: instagrameable. Ella es el centro de gravedad, ataviada con un vestido rojo de volumen a lo Comme des Garçons y desgranando posturas y posiciones para mayor gloria de la fotogenia. Saborear su fidelidad a la pureza es lo más emocionante de un directo disperso en demasiadas direcciones. La cordobesa va sobrada de voz templada, de sentimiento, de carisma. Y hay repertorio, aunque aún tropiece en piezas de relleno. Pero da la impresión de que busca una aceptación y vínculo con la audiencia que tendría sin tantas concesiones a un diálogo innecesario con el universo follower. Su segundo pase en el Primavera Sound se salda como una experiencia disfrutable, pero por pulir.

Black Country, New Road: multigrupo arty. Foto: Jordi Vidal
Black Country, New Road: multigrupo arty. Foto: Jordi Vidal

A unos cuantos metros más allá y casi solapados, ya sonaban Black Country, New Road. Cuando salieron al escenario Binance, más que banda de art rock, parecían un club parroquial de pop que hace travesuras cuando se va el vicario. Flauta travesera, viola, cara de no haber roto nunca un plato… Su propuesta no deja de ser la de una de esas bandas de concepto cuya encarnación hemos visto ya unas cuantas veces (recordemos a Los Campesinos!). Multinstrumentistas, espíritu inocente, ramalazos de escuela de arte, referencias cultas fuera del pop y dentro de él: Scott Walker, Richard Hell.

Nick Cave And The Bad Seeds: dos horas de concierto. Foto: Jordi Vidal
Nick Cave And The Bad Seeds: dos horas de concierto. Foto: Jordi Vidal
Quienes ni citan ni pueden ser citados son Nick Cave And The Bad Seeds. Ante un concierto como el que desgranaron –un pase superlativo–, no se puede hablar de sorpresa. Lo que ofrece el australiano ya ha pasado de ser clásico a ser el futuro, porque toca la eternidad. Y, ya se sabe, ahí están de la mano presente, pasado y porvenir. Este Cave dialoga con su repertorio –con el nuevo y con el antiguo– como si todo estuviese compuesto hoy: el pasado es contemporáneo y su peso no hace más que añadir capas de modernidad a un discurso musical tan único e intransferible que quedan contadas figuras como la suya. El suyo es el trono de un rey que se sabe espectro porque tiene un puesto asegurado en el flujo del tiempo. Dialoga con gigantes. Arrancó con la aguja marchando a velocidad de crucero desde el primer minuto con “Get Ready For Love”, se permitió un repertorio donde abundaban clásicos –“Tupelo”, “Right Red Hand”, “City Of Refuge” o “The Mercy Seat” en revisitaciones de alto voltaje– musculados por unos Bad Seeds cada vez más pluscuamperfectos y salvajes, apoyados por un trío de voces góspel y comandados por el queroseno del sideman Warren Ellis. Dedicatoria especial y sin sentimentalismos para sus difuntos hijos Arthur y Jethro, y cierre con “Into My Arms” como auto de fe. “Ghosteen Speaks” y su mantra “I am beside you” ayudó a cerrar un show donde Cave se desgañitaba en cada narración, cantada entre ausencias, onomatopeyas y contacto con las manos del público de primera fila. Finalizó con la sonrisa satisfecha de quien sabe que ha hecho feliz a muchos, aunque desde un lugar extraño y a veces triste.

DIIV, raro espécimen. Foto: Ismael Llopis
DIIV, raro espécimen. Foto: Ismael Llopis
Tras la sobredosis de gravedad vino bien el refresco de DIIV en el Plenitude. Como unos Jefferson Airplane puestos de esteroides, son un raro espécimen de shoegazing y dream pop. El vivo ejemplo de que este es un género que se puede mover por otros terrenos sin coartadas melifluas. Todo lo contrario, con bajos que podrían formar parte de bandas de hardcore y guitarras borrachas de fuzz. Desde sus primeros escarceos con el género, han evolucionado a un lenguaje más crudo y denso sin olvidar la atmósfera de ligereza que corresponde a una banda de pop nacida en la fiebre de la escena de Brooklyn de hace una década.

Tyler, The Creator: ¿dibujo animado? Foto: Òscar Giralt
Tyler, The Creator: ¿dibujo animado? Foto: Òscar Giralt

La primera vez que Tyler, The Creator vino a Barcelona –con Odd Future, en 2011– organizó un motín con su colectivo y el público en el escenario. Él y su banda crearon verdadera sensación de peligro y tensión. Hoy, en solitario, con una escenografía de jardín kitsch que permite el cambio de ambiente con distintas proyecciones (desde pájaros radioactivos a un bosque en llamas), iluminación y fuego, se mueve como un dibujo animado entre “El asombroso mundo de Gumball” y “Hora de aventuras”. Explota su faceta física para encarnar a todos los personajes de sus canciones. Pasa por ser la figura más sofisticada y subversiva de la música urbana gracias a la falta de complejos armónicos y a una paleta sónica exquisita, basada en el soul y en el jazz, fracturadísimo en sus manos. Y sigue en sus trece: ser el más gamberro y deslenguado de su clase, animando al público al mosh pit desde la comodidad del escenario.

Boy Harsher, ambient & rave. Foto: Óscar García
Boy Harsher, ambient & rave. Foto: Óscar García
Este recorrido por la tercera jornada de Primavera Sound acabó rozando las cuatro de la madrugada, a los pies del dúo de Georgia Boy Harsher, que ofreció ambient y score cinematográfico con aromas de Angelo Badalamenti llevado a la rave, y con versión gaseosa de “Wicked Game” (Chris Isaak) incluida. ∎

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