Hace dos años, Primavera Weekender fue el pistoletazo de salida al vigésimo aniversario de Primavera Sound. En 2021, en cambio, significó el regreso de una cierta normalidad en el acto de disfrutar y compartir la música en directo. Explicamos todo lo que sucedió el 5 y el 6 de noviembre en el recinto de fantasía del Magic Robin Hood Camp.
Primavera Sound ha tenido dos años para continuar la celebración de su vigésimo aniversario, y, a medio año del prometedor doblete de 2022 en Barcelona, qué mejor fórmula que una segunda entrega del evento de bolsillo que la organización estrenó en 2019. Conviene recordar que la sede del festival, el Magic Robin Hood Camp (en L’Alfàs del Pi), es un centro vacacional de aspecto medieval, orientado a la familia y limítrofe a la megalópolis Benidorm, con todas las comodidades mínimas que cualquier premillennial pueda necesitar.
Según los asistentes consultados que estuvieron en 2019, se agradeció la mejora cualitativa del régimen de pensión completa en el restaurante Golden Arrow: un festivalero no sobrevive dos jornadas desde las cuatro de la tarde a las cinco de la madrugada a base de hidromiel y setillas del bosque (de Sherwood, por supuesto). Aunque algunos melómanos empedernidos podamos alimentarnos a base de conciertos y agua (filtrada, eso sí, de algún lago de Locksley).
Centrándonos en este último vicio, y por aquello de contribuir al relato de la leyenda oral, narraremos lo sucedido en los tres escenarios del festival, o entre la distendida audiencia, mientras decidían disfrutar de la experiencia en sus respectivas cabañas o charlando copa en mano de si llovía o si nos hallábamos en la primera ola de frío.
Un accidente en la autovía del Mediterráneo en dirección norte me impidió alcanzar a tiempo el directo de los misteriosos, y con pálpito gótico, Wind Atlas. Sobre Maria Arnal i Marcel Bagés, qué contar que no hayamos ya escrito. Como siempre, impecables. Sorprende que su apuesta artística, nada complaciente, sintonice con tantos devotos fans de la música abrupta y arriesgada, en sus capas de sonidos, aunque pop en su idiosincrasia. ¿Un par de cotilleos, quizá? Previamente, un miembro del equipo de programación explicó que, debido al espectáculo que llevan trabajando, el dúo prefiere no actuar ante un auditorio en pie, por lo que debían exigir que la sala se mantuviera en silencio. Después del concierto, alguien entre las bambalinas del escenario principal aseguró que Marcel pidió al estadounidense Thurston Moore que le autografiara la guitarra. Y así fue. Sin embargo, al comenzar a presentar “By The Fire” (2020), poca expectación despertaron el fundador de Sonic Youth y su banda –Deb “My Bloody Valentine” Googe al bajo, James Sedwards a la guitarra y Jem Doulton a la batería–, y no fue hasta la versión final de The Velvet Underground (“Temptation Inside Your Heart”) cuando arrancó caras de felicidad, más allá de oídos fanáticos y destellos producidos por el brazo de trémolo de sus Fender.
Antes de su bolo hubo que decantarse entre dos opciones: o hacer el guiri (¡como Erlend Øye!) ante el tablao flamenco donde un desatado y siempre divertido Capullo de Jerez era palmeado por su propio cuadro y vitoreado, cual cantaor legendario en el multiusos escenario Excálibur, por un público con ganas de fiesta; o bien adentrarse en el terroso segundo escenario (destinado, en la temporada alta del resort, a simular justas) y encandilarse ante la imaginación vocal de Marina Herlop, en formato de trío jazz. Tras ella, la única diversidad lingüística del cartel recayó en los canadienses francófonos Marie Davidson & L’Œil Nu, quienes pusieron a trabajar los cuerpos presentes y absortos mediante spoken word sintético sobre elegante retropop psicodélico.
Los escoceses Mogwai suelen satisfacer, siempre y cuando consigas meterte en su atmósfera y que los 110 dB(A) que manejan no acaben con tu tímpano. “As The Love Continues” (2021) es un digno trabajo para celebrar un cuarto de siglo progresando adecuadamente, y coqueteos electrónicos como “Here We, Here We, Here We Go Forever” iluminan, aunque les falle el vocoder. Quizá todo lo contrario que La Zowi (acompañada únicamente por el bilbaíno Mark Luva), un personaje hiperbólico, signo de la “Vendición” que vivimos. “No hay nada que entender, ¿recuerdas la decadencia del imperio romano?”, me apuntó (sin que yo le preguntase) una chica en bikini que no paraba de gozársela y que alzaba la mano cada vez que la artista arengaba al respetable: “Diré puta hasta que no os llame la atención porque todas lo somos, ¿o no?”. Por otro lado, Soto Asa es de lo mejor que se puede meter en vena un “neófito trapero”. Los Xavales lo saben, y el de Ceuta invitó a los podcasters a subirse al escenario justo antes de hacerse un par de (casi) karaokes con La Zowi. Antes, la sesión de Danny L Harle rememoró con pulso ágil y sin prejuicios estéticos los pastelitos noventeros que escuchaban los bakalas de la ruta.
En la segunda jornada, a Carolina Durante les tocó romper la resaca con un concierto “sin previo aviso” (la tarde anterior, fue Santiago Motorizado quien dio la sorpresa). Algún esguince o fractura ligera bailando pogo y haciendo crowd surfing resultó de aquello.
A la debutante (con banda) Lagarde le tocó la hora de la siesta: folk intimista y confesional, melódico y con proyección. También La Paloma nos habían engatusado el día anterior con su rock español años 80, cargado de referencias post-punk a la madrileña, pero con actitud y canciones que suenan más allá de la copia. Quienes arrancaron a tiempo pudieron degustar un cóctel de pop luminoso bien preparado por Renaldo & Clara, de quienes agradecimos la ironía de Clara Viñals: “Se puede amar y protestar al mismo tiempo”. Casero es otra buena muestra de bedroom pop; su nombre puede confundir porque se trata de una chica, la madrileña Gabriela Casero, que airea sus rupturas y manías como cualquiera, pero canciones como “Islas desiertas” se te meten en la cabeza.
Kokoshca agitaron la coctelera de un repertorio que puede ser canturreado casi íntegramente, de “Himno de España” a la incuestionable “La fuerza”, compartiendo el micro con Diego Ibáñez de Carolina Durante. Algo similar, pero en versión proto –o muy lo-fi–, es lo que ofrece el repertorio de Paco Moreno. Con un álbum de debut aún no publicado, guitarra en mano y las simpáticas voces pitufas grabadas en sus maquetas, todo es posible. Seguro que no habrá verbena alternativa que no quiera contratarlo. Como si el fallecido An-Tonio hubiese compuesto para Rumba 3 tras beberse unos tragos de cumbia.
Estar nuevamente ante el dúo noruego Kings Of Convenience provoca un indiscutible emoticono con ojos de corazón ¿A quién no le interesa lo más placentero del amor? El cuarto álbum de estudio en veinte años de complicidad entre Eirik Glambek Bø y Erlend Øye es más de lo mismo, pero encanta. Abrigaditos como señores mayores, desplegaron su reconocible armonía vocal y toda la química orgánica cada vez que casi rozaban sus guitarras acústicas. Atendieron una petición de la noche anterior y tocaron “24-25”, no sin antes bromear: “Quien no nos aguante más puede salir, que Rosalía está tocando por sorpresa”. ¡Deliciosos!
Otro de los platos fuertes fueron Los Planetas, tan “profesionalizados” que han conseguido ensamblar como si del mismo disco se tratase la “Seguiriya de los 107 faunos”, “Santos que yo te pinte”, “Alegrías de Graná”, “Pesadilla en el parque de atracciones” –con el omnipresente Diego Ibáñez (“nuestro mejor ‘frontman’”, J dixit)–, “David y Claudia”, “De viaje” o “Segundo premio”. Sonaron muy bien y contentaron a todos: canciones les sobran; son nuestra leyenda.
Al enérgico trío femenino Cariño, con su tonti-pop (sin ofender) de doble lectura, no pareció importarle tocar entre la banda más venerada del indie patrio y los brutales suecos Viagra Boys. Estos fueron acomodándose uno a uno, mientras su hipertatuado cantante, Sebastian Murphy, ubicaba una botella de vodka, muchos vasos que vaciar y un barreño con agua y hielo para despejarse un poco. Con un impactante segundo disco que presentar, “Welfare Jazz” (2021), y un guitarrista fallecido dos semanas atrás por quien brindar, recuerdan por momentos a Suicide o Morphine. Seguramente, para muchos, fueron lo mejor del festival. O, al menos, lo más llamativo.
Quienes, sin embargo, acuden a un festival como este deseando encontrar gemas ocultas pudieron catar dos propuestas tan diversas, aunque igualmente bailables, como las ofrecidas por el veterano neerlandés Tim van Berkestijn, aka Benny Sings, con una gran banda perfectamente armoniosa en forma y fondo, y por la joven californiana Remi Wolf, verdadero animal escénico. Tanto como la presencia del rapero inglés (de ascendencia gambiana) Pa Salieu, que de un lado a otro del escenario cumplió con los diez mil pasos en un breve set de tempo medio en búsqueda de “Energy”. Haciendo que sea necesario en ocasiones entender lo que se está cantando para llegar a comprender el significado. De las aguerridas, y disfrazadas para la ocasión, Hinds no apuntaremos sino que la suerte jugó en su contra pero no les venció la fresca intención.
Larga vida a este tipo de propuestas de pequeño formato. ∎
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