Al final del anterior episodio de este informe, insistimos en la necesidad de repasar las distintas diásporas estéticas, sonoras y de imaginario para entender la nueva vida del rap en España. La dispersión desde mediados de la década pasada fue tal que las etiquetas comenzaron a confundirse. Con la nueva década habían perdido casi por completo el sentido y las definiciones parecían más difusas que nunca. Se había convenido en llamar a todo “música urbana”, un término impreciso que borra del imaginario el concepto de “música negra” y que utiliza como aglutinante cualquier ritmo de ascendencia o recorrido urbanos, más allá de procedencias reales o intencionalidad.
Pero lo que esto revela en realidad es el asentamiento de un nuevo paradigma artístico definido por los artistas de rap. Por supuesto que cada nueva aproximación puede construir su propia estructura, pero todas compartirán siempre esencias y matices por su vinculación a la evolución del concepto “urbano”, lo que ha instaurado en la escena una idea de equilibrio con una diversidad nunca vista antes. Así, se han dinamitado las expectativas, las posibilidades y los accesos. Se ha generalizado la idea de que se puede triunfar haciendo música que provenga naturalmente de nichos porque, en el fondo, los nichos han desaparecido: las redes sociales han provocado que se esfume aquella idea de “secretos bien guardados”. Y esto se intensificó con la irrupción de la pandemia. La imposición de la virtualidad que supuso aceleró el modo en que los jóvenes aspirantes a artistas se fijaron en los modelos de éxito digital del streaming –y en fenómenos aventajados como Bizarrap–, pero también la forma en que ocuparon los espacios de la viralidad, deslizándose siempre hacia las grandes audiencias: ahí tenemos el polémico caso de Orslok o el del dúo Los Xavales, incluso el del actor Jaime Lorente. Esto ha llevado a ampliar las aspiraciones más allá de lo puramente artístico para invadir casi por completo el ámbito de lo estrictamente profesional.
Esta sensación de posibilidad, unida a la enorme diversidad de subvertientes, ha generado un nuevo statu quo en el que la convivencia ha ido desplazando, poco a poco, al viejo estado de competencia. Hay más música, más público, mayor accesibilidad y por tanto menor distancia entre artista y público. También menos complejos, tanto del lado emisor como del lado receptor. Y esto tiene que ver, además, con que la cultura post break y el imperio del subgrave –a través del rap, de subgéneros como el trap y el grime y sus subsecuentes evoluciones y dispersiones relacionadas con la música electrónica y el avance de la digitalidad– han terminado de asentarse como elemento nuclear de todas las músicas, vamos a decir, pop-ulares.
Nos hemos acostumbrado a abrazar el eclecticismo: ya no nos extraña escuchar un fraseo boombapiano sobre bases diluidas de drill británico, ni sobre 808s, ni sobre tresillos de cristal. Hemos entendido que la rave, igual que los ritmos latinos, tiene la vocación de ser global. Y, con el global bass, que un ritmo dembow puede estructurarse entre breaks. Que reguetón y club pueden ser espejos. Que el rap funciona como un subgénero de la música electrónica y que muta con ella, alejándose más o menos de una esencia sobre cuyos ingredientes podemos discutir a sabiendas de que nunca encontraremos una solución o receta clara. Que el rap también se funde con el pop de masas –o con cualquier cosa– si su matriz lo hace. Que la electrónica se ha convertido en el motor de prácticamente todas las músicas y que su lenguaje “global” ha servido para descodificar los mensajes entre las culturas dominantes y las culturas periféricas, y que esto ha tenido la consecuencia implícita de que las narrativas del rap se conviertan en globales. Pero ¿qué hace al rap ser precisamente eso, rap?
Llevar a cabo una radiografía del rap en España no es sencillo, porque en ocasiones las diferencias entre un sonido u otro, o entre una microescena y su contraria, no se basan tanto en aspectos formales u objetivos, sino en aspectos tan arbitrarios como las escenas geográficas o los saltos generacionales. También en causas más subjetivas, como las temáticas, el contexto del artista u otras vicisitudes directamente sui generis, como son su historia personal, las filias y fobias, las relaciones sociales o incluso lo que nos evoca dicha música.
Para explicarlo mejor, en la entrevista que protagonizaron en el pódcast de Jordi Wild, “The Wild Project”, los gemelos granadinos Ayax y Prok hablaban del concepto “rap estricto”, estableciéndose como uno de los garantes de dicho sonido. Bajo esta etiqueta lo que se esconde es una escuela que se ancla a los ritmos cuatro por cuatro con baterías predominantes y protagonistas a través del bombo y la caja, con cierta querencia por los samples soul o jazz y máxima presencia del mensaje en la parte vocal. Temáticamente, dicho rap busca un complicado equilibrio entre lo social y la conciencia de clase, sin olvidar su arraigo con el origen callejero del género. En definitiva, una traslación del boombap de la Costa Oeste, principalmente de los noventa, pero adaptada a un cierto deje ibérico. En este territorio de los estrictos podríamos incluir nombres como los ya mencionados Ayak y Prok, FERNANDOCOSTA, Natos y Waor, Foyone, DENOM, Al Safir, Cristian Brawler… Cuentas de memes en Instagram como Foromafia han denominado a esta corriente “Rap de la Sierra” en referencia a la Sierra de Madrid, de donde algunos de estos artistas son oriundos y que estéticamente se definen por las rimas asonantes, una cierta actitud callejera-chulapa... No es exactamente lo mismo a lo que se referían los gemelos granadinos en su entrevista, pero el que esté familiarizado con esta escena entenderá que esta referencia aquí es pertinente porque ejemplifica muy bien lo intrincado del hip hop en España en ocasiones, las microescenas que se llegan a establecer, a veces de forma completamente ajena a los músicos.
Otro ejemplo es el de Titó, miembro del icónico y mítico grupo Falsalarma, que firmó “Hondo” (Autoeditado, 2020), una obra repleta de madurez pero también de frescura. O, por ejemplo, Elphomega, seguramente la persona que cuenta en nuestro rap con una carrera más longeva y, sin embargo, continúa actualizando su aportación, ahora también ligada a los nombres que más están revolucionando el rap desde el sur.
La madurez en el rap no es necesariamente una cuestión de edad, puesto que aquí también tendríamos que mencionar a sujetos como Elio Toffana o Dano. Ambos representan esa generación bisagra que a finales de la primera década del siglo irrumpió en la escena como elefante en cacharrería, buscando acabar con el statu quo existente. Y lo lograron. Quince años después se encuentran, seguramente, en el momento más dulce de su trayectoria y han firmado dos referencias recientes –“SHOCK WAVE” (MÉCÈN, 2022) y “El hombre hace planes, Dios se ríe” (MÉCÈN, 2023)– que son reflejo de su capacidad para estar conectados con lo que está sucediendo actualmente y, a la vez, aportar el bagaje que otorga la experiencia y sapiencias acumuladas. Misma situación que podríamos atribuir a Joka Jr. Suarez, que recientemente ha lanzado “Burning Bridges” (Autoeditado, 2023) tras más de un decenio de silencio, siendo uno de los artífices del viraje vivido en la década de 2010 como miembro de Guante Blanco. O a Wase, icónico rapero de Coslada que ha editado en 2023 la nueva entrega de sus mixtapes, “Losing My Religion. Vol. 3” (Spryred-Ataque!, 2023), sonando tremendamente contemporáneo pese a ser uno de los MCs de más larga trayectoria en España. Apuntamos, además, el disco conjunto que han lanzado recientemente Carmona y Zekie, “Plátanos de sombra” (A13, 2023), que recoge el espíritu de una de las eras doradas del rap de Madrid, como lo hizo también “Planetazero” (Mari Nakome, 2005) del propio Zekie y Souchi.
Para entender el mapa actual del drill tenemos que ir recogiendo las migas que el subgénero ha ido dejando desde su irrupción en Chicago a principios de la década pasada, su alineación con los códigos del trap, el inicio de un viaje de ida y vuelta con la vertiente británica, su posterior mutación hacia la escena de Brooklyn y, más recientemente, la hiperdigitalidad del sample drill, que está relacionado con un uso indiscriminado de samples de dudosa procedencia provocado por las necesidades caseras impuestas por los confinamientos. Pero en España su implantación se ha dado fundamentalmente a través de la vía británica, siguiendo a un impacto profundo del UK drill en el hip hop europeo en general y a una reordenación de elementos preexistentes en nuestro país: el trap electrónico –y las corrientes plugg–, las bases diluidas de la tradición post break, el imperio del subgrave, los ritmos acelerados a más de 140 BPM –a veces hasta a más de 150– y el uso de las cajas Roland 808, así como las temáticas agresivas, la idea de ganga, la imaginería futbolística, las balaclavas y la exaltación de la vida callejera.
Adaptando la “versión española” de esos códigos británicos y fijándose en colectivos con aires de banda juvenil como los londinenses CGM, Harlem Spartans y 410, los senegaleses 667 o los franceses Lyonzon, todos señalados por la justicia de sus respectivos países como “grupos violentos”, en 2019 asistimos a la aparición de dos agrupaciones muy distintas en ideario pero iguales en esencia, marcando el inicio del drill español. Son dos escenas surgidas en dos barrios de las periferias de Madrid y Barcelona, formados por hijos de inmigrantes y con mucha herencia marroquí y cuya oposición va a marcar la rápida bifurcación del género en dos grandes vías, una más purista y otra más heterodoxa, de un modo parecido al enfrentamiento entre Harlem Spartans y 410. Por un lado, desde Leganés (Madrid), la ortodoxa 970BLOCK, integrada por ElPatrón970, B10, Yxungdy970, KG970, Barry970, Gneral970 y LilJ970. Su “40% Mixtape” (Hidden Society-Autoeditado, 2019) es una de las primeras piedras de este camino, y en su estela han caminado artistas como Pobrediablo, GhettoBoy, El Bobe, Skinny Flex, Yenda o Wise.
Por otro lado, desde el barrio de La Florida en L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona), tenemos a la MDLR, surgida en torno a las figuras de Beny Jr, Morad, Delarue, Moha The B o Cyril Kamer y el productor SHB. Mientras “Essence” (Autoeditado, 2019), de Delarue, plantaba la semilla del drill en el barrio, Beny Jr y Morad coqueteaban con el mainstream y se presentaban en sociedad de la mano de Steve Lean, y no es hasta 2020 cuando se configuran en torno a una aproximación sonora naturalmente más laxa del drill, más cercana conceptualmente a Francia que al Reino Unido y muy permeable al influjo de otras tendencias como el pop, el reguetón, el club, el dancehall, el dembow o el latin trap.
Es en este momento, 2020, cuando se produce la gran explosión del drill ibérico: prácticamente todos los pesos pesados de nuestro rap hicieron su aportación, empezando por un Kidd Keo que fue clave en avivar el fuego del beef entre MDLR y 970BLOCK y terminando por Ergo Pro o Israel B, pero pasando también por Yung Beef, Cecilio G, Jarfaiter o Cruz Cafuné. Y es indiscutible que en la manera de enfrentar las producciones de Amoeba, tanto para Ébano como para Hoke, hay un gran impacto de las bases del drill. Esto se amplificó, además, con la aparición de escenas aún más periféricas como la MKS, en Bilbao, a la que pertenecen Nickzzy, Rakeem –actualmente ThePoing– o Aiman JR, o con el hecho de que algunos tiktokers, como La Xinni, decidan empezar una carrera en el drill. Pero según se iba dispersando el género también se iba diluyendo la esencia, la agresividad. Se iban explotando las posibilidades comerciales y se iba definiendo una nueva naturaleza melódica muy influida por lo latino. Y, como los caminos de la música son inescrutables, la mecha del drill llegó desde España a Latinoamérica y allí, especialmente en Argentina y Puerto Rico, se mantiene prendida y esperando una nueva respuesta.
Si hubiera que situar en el tiempo la irrupción del hyperpop en nuestro país dentro de la escena urbana, primero tendríamos que situarnos geográficamente en Barcelona y localizar algunas señales lo-fi, así como toda la herencia de Pedro LaDroga y las corrientes plugg. Daríamos con Damed Squad. Formados por Enry-K, Lil Moss y Mishii, supieron dar con la tecla de la alternatividad soleada, colorida y minimalista de OddFuture, como ejemplifica “Damed Squad The Mixtape” (Autoeditado, 2017) o su primer EP, “El contrato” (Onovo, 2017). Pero sobre todo sirvieron de pegamento para una nueva forma de entender la escena de la Ciudad Condal, muy abierta a experimentar con géneros diferentes. Su filtrado de los códigos digitales y su interés por la experimentación electrónica se plasma en trabajos en solitario posteriores como el EP “Recreo” (Autoeditado, 2019), de Lil Moss, o “Bonanit” (Autoeditado, 2020), de Mishii, producidos por un siempre visionario Enry-K.
Gracias a la elasticidad que aportaron a la escena surgieron nuevas formas de entender los códigos del trap. Rojuu traería su propia visión sobre la virtualidad a las vibraciones del emo y el sad rap a través de álbumes como “Children Of God” (Autoeditado, 2019), mano a mano con Clutchill, o “Bad Trip Camp” (Ceuve, 2019), en el que ya aparecen productores fundamentales para entender los nuevos derroteros hiperdigitales: Paul Married, Ambeats y Carzé. A partir de 2020 se empezó a relacionar artísticamente con otro nuevo colectivo, Cutemobb, liderado por Leïti Sène e integrado, entre otros, por Bikôkô, ChineseGuy2021, Anouck o Bexnil. Sus “Cute Tapes” (Autoeditado, 2020) marcan otro paso más hacia la configuración de una escena sin límites estéticos que sabe aplicar el filo del pop y la plasticidad del R&B, pero que también entiende cada paso, vertiginoso, que está dando la electrónica entre el club, la rave y el piso.
También clásicos que siempre se adelantaron a la tendencia como Sticky M.A., nuevos clásicos como Albany o Ben Yart y los productores InnerCut, Merca Bae, ODDLIQUOR y $kyhook. Junto a ellos, una vibrante escena de neopunks, neorrurales y neobakalas formada por los granadinos Plasaporros, los albaceteños Nerve Agent o el madrileño Parkineos, así como la nueva ola lo-fi chill-sampledélica del sello rusia-idk, con mori, Ralphie Choo, rusowsky, TRISTÁN! y el productor DRUMMIE. Sin olvidarnos de toda la gente que verdaderamente conforma el hyperpop, de los miembros del colectivo 1111 a los del colectivo Los Monsterz pasando por Euskoprincess, LVL1, Mda, Rakky Ripper, Hofe, Kievra, Exit303 o Amore.
Tanto se han dispersado en los últimos años el universo y la idea de rap que a día de hoy parece atrevido intentar trazar según qué líneas. Es como tratar de dotar de sentido al Reddit Place, aquel inmenso mapa de píxeles que hermanó comunidades de todo el mundo y dejó alguna batallita chovinista curiosa y bastante anecdótica. Sin embargo, las diferencias se enarbolaban siempre sobre lugares comunes, se intuía la pertenencia a un mismo sistema de valores. Había algo de mente-colmena en aquel mural. En el r/place del rap contemporáneo de nuestro país, del mismo modo, si uno reduce la vista hasta el ángulo de la eternidad, reconocerá, formándose a partir de un mar de píxeles de colores diferentes, la esencia misma del hip hop.
El rap en España, seguramente como sucede con cualquier otra industria musical y cultural, se ha movido en distintos polos geográficos que van generando su atracción hasta que, como en una especie de juego de fuerzas centrífugas y centrípetas, acaban disparando hasta otro nuevo punto, que vuelve a actuar como capital sonora. Madrid, Barcelona, Sevilla, Zaragoza y Valencia, en mayor o menor medida, han sido plazas destacadas durante un tiempo, cediendo después su hegemonía a otros lugares. Pero, como reza el título de este artículo, en la actualidad se produce todo en todas partes.
Desde distintos puntos geográficos, pero también generacionales, se están ofreciendo propuestas de todo tipo, que no paran de aportar profundidad y bagaje al fondo de armario del hip hop patrio actual. Podríamos citar aquí nombres como el de los inclasificables norteños Chill Mafia –Ben Yart como miembro in-n-out del colectivo– con una propuesta que, bebiendo de la vanguardia musical y la irreverencia, se instala también en los códigos más autóctonos. Y se puede hablar también de artistas como Dellachaouen, Nickzzy, Mitto Koronkon, KvndySwing o L’Haine. También de CKC Clique, formado por Sabio Sport y mb Casablanca, que hace unos meses firmaron “Port Vauban” (CKC Clique, 2022), EP de inspiración yacht music, o de la exportación de talento del sur Galicia, especialmente Vigo, con nombres como los ya clásicos Elecesar (que recientemente ha vuelto a sacar una referencia de rap), Kaixo Sama, Dirty Suc, Beauty Pikete, Tekilas, Uf Dog o el productor iagh0st, además de otros como D.L. Blando desde el norte de la comunidad.
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