Bajo
Suscripción
on las tres de la tarde en Barcelona. Es jueves y en unas pocas horas va a reabrir sus puertas, tras dos años de cierre pandémico, el mastodóntico Primavera Sound. Desde los muros acristalados de alguna planta elevada –ya no recuerdo si la 16, la 14 o la 41– en uno de los hoteles en primera línea de Fòrum que el festival reserva para su producción, la gigante explanada del puerto se ve hasta bonita, bañada por el sol reflejado en el Mediterráneo y con los escenarios levantándose como atalayas en un videojuego, dibujando el mapa mental en la lejanía. Echo un ojo mientras pido agua y espero a Rina Sawayama, que llega con la lengua fuera pero sin que se note. Antes de saludarme se quita las gafas de sol negras, juraría que unas Miu Miu, y de repente me siento un poco fuera de contexto: no todos los días se encuentra uno cara a cara con el futuro del pop.
“Sawayana” (Dirty Hit, 2020), su álbum debut, ya apuntaba maneras. Pero realmente todo lo que ha ido haciendo desde que lanzara su primera canción, “Sleeping In Waking” (2013), ha ido dando forma con paso firme al Frankenstein del pop masivo que tenemos hoy. “Tunnel Vision” (2015) y “Where U Are” (2016) ya exploraban las ansiedades digitales que continúan siendo sello identificativo de su música. Y un par de años después regrabó la primera para el EP “Rina” (Autoeditado-Dirty Hit, 2017), en el que la artista –nacida en Niigata (Japón) en 1990 pero residente con su familia en Londres desde los 5 años– se confirmaba como una de las grandes apuestas de futuro en el pop-R&B de raíces soul y mucha nostalgia noventera gracias a un sencillo como “Cyber Stockholm Syndrome”.
No extrañará a nadie, visto lo visto, lo que esconde “Hold The Girl” (Dirty Hit-Music As Usual, 2022). Y, sin embargo, uno se acerca a él y lo que escucha se siente más grande que nunca. La armadura es la misma, un inclemente injerto de géneros. También la espada, un filo punzante en busca de la perfección pop. Pero lo que antes era un Transformer ahora es un Evangelion. Escucho un avance de cinco canciones porque es todo lo que manda bajo secreto sumarial la discográfica, que está dando al lanzamiento trato prioritario. Por todos lados se respira el aroma a salto de nivel. “La pandemia me dio el tiempo y la pausa que necesitaba para ir a terapia, ganar confianza en mí misma, arreglar ciertos aspectos de mi pasado y poder enfrentar más libre y consciente de mí misma la composición de este nuevo álbum”, reconoce ella. Rina unchained. Rina más Rina, pura Sawayama, heroína y esperanza de la resistencia pop.
Mientras reivindica con pasión y de forma explícita a sus ídolas –Janet Jackson, The Corrs, Shania Twain, Lady Gaga, Kacey Musgraves, Dolly Parton, Madonna o Kylie Minogue, por nombrar solo unas pocas, que se cruzan a placer con Metallica, Garbage, Avril Lavigne, Evanescence o Bon Jovi–, ha ido reforzando su posición en el activismo pop, visibilizando al colectivo pansexual, criticando duramente los estereotipos de lo asiático y apuntando al peligro de la estética kawaii como perpetradora de modelos mal entendidos que cosifican a las mujeres. Incluso envió una carta abierta a la Ministra de Igualdad del Reino Unido pidiendo la prohibición de cualquier tipo de terapia de conversión para personas LGTBIQ+. Y consiguió que BPI –British Phonographic Industry, la asociación fonográfica británica– cambiara sus normas por considerar “Sawayana” no apto para competir en los principales premios musicales británicos, Mercury Prize y Brit Awards: ahora cualquier artista con al menos cinco años de residencia en Reino Unido puede resultar elegible. No es algo que quede relegado a su actitud pública o a sus redes sociales: permea en sus canciones.
Me acerqué a verla a su concierto en el Poble Espanyol y la energía que emitía, casi como un sutil titileo, era la de las grandes confirmaciones, los despegues y los puñetazos autoritarios en la mesa. Acababa de llegar a Barcelona, me encontraba un poco sin asentar y en algún momento quedé obnubilado con la fuerza y la convicción con que pisa el escenario. Mientras se acerca hacia mí haciendo del pasillo de esa planta 16, 14 o 41 su pasarela, enfundada en lookazo negro entre rockera clásica y comandante espacial y caminando sobre tacones de aguja, el despiste se convierte por un segundo en congoja y parálisis. En un “y yo con estas pintas”. Un ratito más tarde, que ya se sabe cómo son los tiempos dentro del ecosistema del festival barcelonés, se ha formado detrás de nosotros una pequeña vorágine de personas organizando movidas y preparando caterings mientras miramos juntos por la cristalera del hotel. Me acuerdo de “El club de la lucha” (David Fincher, 1999) con apocalíptico romanticismo y me dice: “¿Has estado en Coachella alguna vez? No tiene nada que ver con esto. Es muy loable el compromiso que tiene un festival tan grande como este con el medio ambiente, por ejemplo, o con la idea de los espacios seguros. Es el camino que tienen que seguir estos grandes modelos”. Se tiene que ir rápido: esta noche repite en el Fòrum y subirá a cantar “Beg For You” con Charli XCX, compañera de sello y amiga. En ambos casos lo petó. Prepárense para lo que viene. Hablamos con Rina Sawayama.
“Hold The Girl” es evidentemente el disco de una gran estrella pop. ¿Llegar aquí era algo que te habías propuesto conseguir?
Sí que quería hacerme una carrera cantando, escribiendo canciones, pero nunca he sido mucho de soñar muy a lo grande. Tampoco es que haya crecido viendo a gente como yo convertirse en pop stars. Durante mucho tiempo incluso parecía que las personas asiáticas ni siquiera existían en ese mundo. Si lo piensas, el k-pop, el j-pop o la reivindicación del city pop son cosa de los últimos cinco o seis años, diría, no mucho más allá. Así que no, no había mucho donde agarrarse para soñar tan a lo grande, pero me gusta subirme a un escenario, me gusta bailar, me gusta actuar y siempre me ha interesado esa parte más performativa de los conciertos. Supongo que todo eso ha ido contribuyendo a desarrollar esa faceta más pop star, además de que persigo la canción pop como fin: estoy muy interesada en hacer canciones pop.
También hay una cultura del esfuerzo relacionada con esa idea performativa del pop.
Además es un mundo complicado. Mi experiencia en él siempre ha sido difícil y eso me ha obligado a mejorar siempre, día tras día. Cuando estaba empezando andaba con varios curros y realmente no tenía ni idea de cómo meter la cabeza en la industria de la música, estaba bastante perdida (usa un término propio del sudeste asiático que tiene su gracia en inglés: “blur”). Y te enseñas a ti misma a dar más y más de ti.
Estudiaste Ciencias Políticas. ¿Cómo se salta de ahí a una carrera artística tan ecléctica que incluye, además de la música, campañas para firmas de moda o películas?
Pues si te digo la verdad, ni idea. Si algo me enseñó Cambridge es a trabajar duro. Pero muy duro. Quizá ahora, preparando el segundo disco, con giras mundiales y manejando ese nivel de expectación y la exigencia que me pongo a mí misma, sí estoy trabajando a ese mismo nivel, pero jamás he trabajado más duro que en Cambridge. Mucho que leer, mucho que escribir, mucho que entender… Agradezco mucho esa disciplina. Además, la política y sus implicaciones sociales siempre me han suscitado una fascinación natural: mi trabajo de fin de carrera iba sobre el matrimonio gay en Estados Unidos. Y, como te digo, tenía en cuenta no solo lo puramente político, sino también la sociología y la psicología, porque siempre he estado muy interesada en la interacción de esas tres ramas. Y es algo que me sigue interesando.
Lo usas en tus canciones, de hecho.
Sí, además creo que me ayuda usar esas referencias directas, o al menos tenerlas siempre presentes en la cabeza. Creo que, por cómo me he interesado y por mis estudios, he alcanzado quizá un conocimiento más profundo de lo que son las personas en general.
Y a ellas te refieres en tus letras. Pero quizá siempre ha habido un poco de desconexión entre el pop de masas y eso, las personas, sus vidas reales, su lugar en la vida política. ¿Hay alguna forma de reconciliar la música pop con el compromiso político? Evidentemente hay ejemplos que sí lo hacen, pero generalicemos un poco.
Es un debate interesante. Yo partiría de la base de que para mí la música pop es simplemente la música que es popular, aunque parezca muy básico. Y siempre he pensado que el arte popular, ya sea música o cine, teatro, pintura, cualquier arte popular, siempre refleja el mundo en el que vive y en el que ha sido creado. También sus derivas políticas y sus inquietudes sociales. Si te estás refiriendo a lo que entendemos por pop star femenina…
No solo femenina, en general hablo del stardom.
Ah, vale. Pero, bueno, sí. Refiriéndose a ese estrellato pop, en parte estoy de acuerdo contigo. Es un tema complejo porque antes no se quería que las pop stars –especialmente las mujeres, que además eran la mayoría de las pop stars– tuvieran voz política. Tenían que ser neutrales, servir al entretenimiento y no posicionarse. Y eso evidentemente va conformando lo que es la industria. Ahora, con las redes sociales, sí que noto que muchas pop stars dan su opinión, hacen suyos ciertos discursos o se posicionan políticamente, pero sigue existiendo una desconexión con lo que dicen en su música. Eso no ha cambiado. En el rock, por ejemplo, siempre se ha reflejado la actitud política de los artistas en la música que hacen, en las letras que escriben.
Y tú, ¿qué buscas de tus canciones?
No tengo una verdadera intención política con mi música. Simplemente quiero escribir canciones que pueda defender, respaldar. Que me representen. Me divertí muchísimo haciendo “XS”, por ejemplo, porque era la primera vez que iba a Los Ángeles para hacer una sesión de estudio y, cuando llegué allí, todo fue como “oh, Hollywood, mira esas lucecitas”. Pero de repente caes en la cuenta de lo que sucede a tu alrededor y dices: “Pero ¿qué coño está pasando?”. Quería hacerme un tatuaje y pasé con el coche por Skid Row y me di cuenta de que evidentemente Skid Row y Beverly Hills no son la misma ciudad, ya se sabe la de titulares que se han escrito sobre ese barrio del que la ONU habla como un campo de refugiados. Es increíble cómo se puede pasar tan rápido de eso a la voracidad comercial y consumista. Así que cuando llegué a la sesión, escribí sobre eso. No había una intención política en ello, pero supongo que escribo sobre cosas que de algún modo pueden interpretarse como políticas porque es eso lo que me llama naturalmente la atención. No tengo ni idea de cómo escribir una canción de amor, por ejemplo, y ahora me he matriculado en un curso online de narrativa en la Universidad de Oxford para mejorar mi capacidad para escribir sobre las ficciones de otros: es algo que me flipó del “folklore” (2020), de Taylor Swift, por ejemplo.
¿No es tentador todo ese lujo y la idea de éxito que lo acompaña?
Soy la primera que tengo que admitir que soy un poco adicta a “Las Kardashian” y a esos realities tipo “The Real Housewives”, y en parte viéndolos piensas que esas vidas parecen increíbles. Pero cuando en mi vida me centro en una pequeña cosa material, más allá de aquello que necesito para vivir, para sobrevivir, muchas veces incluso que no necesito, termino sintiéndome un poco deprimida, me descentro. Y me gusta seguir manteniendo esa sensación cuando me da por querer un móvil nuevo o por mudarme a una casa mejor, porque me recuerda que no estoy siendo agradecida. Así que trato de centrarme y termino dándome cuenta de que esos deseos materiales siempre se desvanecen. Obviamente perder mi tiempo pensando en caprichos es un privilegio porque tengo todas mis necesidades básicas cubiertas y puedo pagar el alquiler y los recibos. Y obviamente el lujo y la idea de vivir siempre con esa idea de “mejor” siempre son tentadores, pero al final siempre existen a costa de alguien.
El sistema está bastante jodido, sí. Y se basa en la desigualdad.
Es difícil acabar con el sistema, pero siempre vale la pena pensar en ello. Es muy difícil que una sola persona pueda cambiar el sistema pero, y aunque suene un poco manido, sí creo en que cada persona puede contribuir en el ámbito o en el entorno que le sea posible. Y aun manteniéndose fuera del plano de la acción, puede al menos reflexionar sobre ello, sobre lo que lo rodea y sobre las implicaciones que tienen las acciones de una u otra parte.
Me voy a internet, que es otro tema sobre el que has escrito bastante. También interactúas mucho con tus fans, incluso con los que te critican. ¿Cómo llevas esas ambigüedades?
La gente tiene muchas cosas que decir y es importante que existan todas estas plataformas para que se expresen, como Twitter o Reddit, pero también creo que hay que tener más responsabilidad con lo que se dice en entornos públicos y que las propias plataformas deberían esforzarse por proteger a la gente más joven, y es algo que no veo lo suficiente. Al final es lo que dices de la ambigüedad: internet es lo mejor que nos ha pasado pero también implica una responsabilidad. Hay mucho odio, por ejemplo, y las mismas plataformas que sirven para visibilizar causas justas, a minorías o a personas que están sufriendo injusticias o desigualdades, también se usan para dar voz a esa vorágine de odio. Y no se hace todo lo posible por detener eso. Hay personas que tienen vidas muy jodidas, que están pasando por cosas muy difíciles y lo único que pueden hacer para sentirse poderosas y con el control es escribir un comentario de odio en internet. A lo mejor esto es un poco egoísta, pero cuando leo algún comentario negativo sobre mí siempre pienso que una persona feliz con su vida no habría escrito eso, y muchas veces se lo digo directamente y no me pasa nada. He aprendido que es liberador y me hace bien a mí misma. También a usar Internet en mi beneficio y no como una forma de esclavitud.
Hablando de tu música, ¿de dónde sacas esa idea de combinar el hardcore o el metal con el pop?
Creo que cada canción tiene su propio carácter, su propia personalidad, su propia melodía. Cuando escribo una canción siempre pienso: “¿Qué canción querría ser esta canción? ¿A quién le estoy hablando?”. No sé si es una forma muy normal de pensar en la música, pero es como pienso yo. Nunca he pensado qué quiero yo para una canción o cómo quiero sonar yo. Siempre trato de imaginar qué llevaría puesto si yo fuera esa canción, en qué casa viviría. Y es eso lo que dicta de qué género va a ser. Pero tampoco es una regla que me imponga ni algo que haga muy intencionadamente: “Love Me 4 Me”, por ejemplo, originalmente era una canción muy ochentera, y en el último minuto me dio por cambiarla y darle un rollo más noventero, estilo Janet Jackson, porque desde mi punto de vista le daba más fuerza, más carácter. Al final no me preocupo demasiado por los géneros, no son algo que me tome a rajatabla ni con mucha precisión. Y en mi nuevo disco es igual: si hago una canción rock, muy bien, será una canción rock, pero quizá puedo hacer algo diferente para que sea más interesante. Ya sabes, “This Hell” es una canción muy country-pop, pero ¿por qué no meterle algo de glam rock? También me encanta producir, es algo con lo que me divierto un montón.
Hablando de producción, has hecho este disco con Paul Epworth y con Stuart Price. El primero es un gigante del pop inglés en su forma más canónica. Y el otro tiene una visión del pop de masas quizá más bizarra. Superorganism, por ejemplo, han hecho su último disco con él y me destacaron hace poco su visión más freak.
Ay, sí, Stuart estaba trabajando con ellos cuando empezamos a trabajar en las canciones para “Hold The Girl”.
¿Cómo has equilibrado estas dos ideas del pop masivo?
Pues es muy buena pregunta. Los dos son nombres gigantes en el pop británico. Para mí especialmente, porque en mi adolescencia y juventud he estado muy dentro de la música indie y él ha producido a Bloc Party, por ejemplo. O a Florence + The Machine y luego a Adele y todas esas canciones gigantescas. Me parece alucinante y muy valiente poder hacer canciones tan icónicas en todos los géneros que tocas. Paul trabajó en dos canciones del disco, incluyendo “This Hell”. Y en la otra, “Frankenstein”, se trajo a Matt Tong a tocar la batería, que es el batería original de Bloc Party, algo muy loco. Y con Stuart fue diferente y apasionante. Estaba en el punto en que tenía las dos canciones con Paul y otras diez canciones más que hice con Clarence Clarity y Lauren Aquilina un poco de la misma manera que trabajamos en “Sawayanaq”, pero no llegaba a darle cohesión a todo. Y entonces apareció Stuart. No tocó las de Paul, la idea era que lo demás estuviera a ese nivel y fue increíble. Además es un tío divertidísimo. Fue muy respetuoso siempre con mi visión, con lo que yo quería para el disco, pero también me dejé guiar por él y llegamos a un entendimiento precioso. Estábamos muy ocupados los dos, apenas podíamos vernos una o dos veces cada tres meses y teníamos que hacerlo todo muy intensivo. No sé, ha sido la hostia. Me flipan algunas producciones suyas: “Confessions On A Dancefloor” (2005), de Madonna; “Future Nostalgia” (2020), de Dua Lipa. Muy buenos. Siempre he tratado de buscar gente que ya haya trabajado con pop stars femeninas porque si has estado ahí tienes que ser muy bueno. El nivel de exigencia es extremo. Y si además ellas te respetan y valoran tu trabajo es que eres de los mejores. Y eso es lo que he encontrado en Paul y en Stuart. ∎
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.