El “Motomami World Tour” discurre con eficacia cronometrada en el interior de una caja escénica blanca y lo que sucede en ella durante hora y media parece un biopic musical con solo una protagonista y ocho pintones bailarines: ningún músico, siguiendo el modelo Rauw Alejandro. Con un diseño visual propio de TikTok y vestuario atribuido a Dion Lee, en escena se aplica la máxima del “menos es más” y Rosalía Vila i Tobella, la cantante-actriz, sin duda ejerce de directora antes que de diva. Ah, la banda sonora del montaje la conforman 34 canciones, cinco de ellas versiones, sin ningún protagonista de los cameos originales haciendo acto de presencia.
En un BlaBlaCar, camino a nuestro destino, un funcionario de 43 le confesaba al exescolta de alguna infanta que el máximo interés en asistir al primer concierto de la primera gira mundial de Rosalía reside precisamente en el propio acontecimiento. Ver y escuchar el inicio de una deseable (re)conquista planeada por nuestra mayor embajadora musical y su corte parece apetecible. Si lo avala un tercer discazo y la mitad de una carrera sin poder verla actuar, la misión se vuelve obligación. Quienes estamos habituados a ver, en nuestra capital de provincia, inicios de giras por el hecho de que así parezca minimizarse el riesgo de fallos propios en un ensayo general (con aforo completo) comprendemos uno de los posibles motivos de elegir Almería para ser la salida de la primera gira mundial de la artista española más internacional del último lustro.
El largo e intenso repertorio seleccionado coincidió con el filtrado horas antes a través de la cuenta de Twitter que dará fanático seguimiento a la gira que nos ocupa. “El mal querer” (2018) nos preparó para entender su obra por capítulos y la introducción esta vez comienza –tras los rugidos enlatados de motocicleta– con “Saoko”. Y “Dolerme” marca la primera pausa, con dedicatoria para Almería, a sus gentes y a héroes locales como David Bisbal o Tomatito, mientras empuña la única guitarra que se vería durante el concierto.
“De aquí no sales”, que ya incluía una muestra dándole puño a su montura, se funde perfectamente con “Bulerías”, con arenga previa –“Si yo digo en moto, ¿tú dices?... mami”– y posterior cabalgada sobre el transformer humano conformado por su cuerpo de baile. “G3N15” se la dedica “a alguien que echaba de menos, porque hay cosas que solo se pueden decir cantando”: su sobrino. Tras leer simpáticamente las pancartas más cercanas y agradecer una caricatura, desciende ante su público compartiendo el micrófono para recordar “La noche de anoche”, su hit junto a Bad Bunny.
Vacilona, canta “Diablo” sentada en sillón de gabinete de belleza y ciñéndose la corona de reina que le arrojaron, mientras se corta las extensiones trenzadas soltándose el pelo, se desmaquilla y no se quita las uñas postizas porque ya las traía recortadas de casa. De esa sesión de naturalismo pasa al modo explícito-intimista de “Hentai”, susurrándola al piano de cola. Y “Pienso en tu mirá” entronca argumentalmente con “Perdóname”, versión sin reguetón de los panameños La Factoría.
Le colocan una inmensa falda negra de cola con volantes mientras suena la guitarra-birimbao de Raül Refree, a gran volumen y con generosa distorsión, al tiempo que echa toda la jondura a su cante robado para “Los Ángeles” (2018). De las tres pantallas, la blanca central es una pizarra perfecta donde repasar un abecedario explicativo simpáticamente olvidadizo: “Willie Colón, es un musicazo que me encanta. Winterfall es para quienes nos gusta la moda… ¡Falta la ele!”. Cuando entre el público alguien apunta: “Ele de La Rosalía”. Después, el zapateado de “La combi Versace” anticipó el popurrí-fiesta con algunos fans mezclados entre las peanas impolutas que montaron como atrezo, para celebrar un medley formado por “Relación” (Sech), “TKN”, “Papi chulo” (Lorna), “Yo x ti, tú x mí” y “Gasolina” (Daddy Yankee).
“Ahora vais a oír unos temas nuevos por primera vez, para todo el mundo” e interpreta: “Lao a lao” –con apariencia de mambo–, “Aislamiento” y “Dinero y libertad”, estos últimos probables descartes de “Motomami” (2022). En “Como un G” se permite jugar con la modulación de voz, ¡que no todo va a ser cantar bonico! Y tras el certero sencillo “Malamente” encaja a la perfección el reinterpretado bolero “Delirio de grandeza”, grabado por el cubano Justo Betancourt, justo antes de irse a los bises vía “Con altura”. La calima unida a la calurosa humedad no se lo puso fácil a las coreografías sobre el linóleo, pero entre la divertida “Chicken Teriyaki” –en patinete– y la vigorizante “CUUUUuuuuuute”, que fue la última de la noche, “Sakura” le quedó tan preciosa como en realidad es, aliñada con sutil acompañamiento de teclados.
En otro coche compartido, camino de vuelta, opina la melómana Mary Tautou: “Soy fan y lo seguiré siendo, aunque me parece una entrada muy cara para el espectáculo que ha ofrecido, sobre todo por la expectativa tan alta que lógicamente teníamos”. Su amiga Grecia, que el día anterior había estado alucinando con Juan Luis Guerra y sus catorce músicos, aprovechó una entrada regalada sin que le conquistase del todo: “Eso sí, yo destaco la cercanía a su público y el agradecimiento sincero que muestra la artista”. Por cierto, el maestro dominicano recientemente declaró lo que venimos constatando: “Rosalía es digna de análisis musical. Hizo el álbum del año tanto en producción, arreglos, sonido como por su hermosa voz”. La Motomami de alta cilindrada arranca con ganas y al ralentí, probablemente consciente de que en un world tour se hayan de quemar muchos neumáticos. ∎
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