Ricky Eat Acid, proyecto de Sam Ray.
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Informe

Saliendo del dormitorio: la muerte (de éxito) del bedroom pop

¿Ha muerto el bedroom pop en las voraces manos del algoritmo? Es probable: la etiqueta ha dejado de ser un refugio para creadores precarios para ser un totum revolutum donde la creatividad disminuye a marchas forzadas y cada vez se premia más lo derivativo.

04. 02. 2021

Los años pasan, la música pasa y las etiquetas cambian y mueren. Es una ley no escrita que cualquier aficionado a la música va asumiendo, muchas veces a regañadientes, según transcurren los años. Hace cinco años Erik Urano soltó uno de esos tuits preclaros que aparecen muy de vez en cuando. Se quejaba de la sobrexposición de la palabra trap aplicada a todo, propia de una época en la que la industria musical veía una etiqueta fresca y procedía a aplicarla a cualquier cosa medianamente nueva. ¿C. Tangana? Trap. ¿Bejo? Trapero. Cualquier sonido mínimamente no-hecho-con-guitarras parecía poder entrar en el nuevo género: el significado original quedaba relegado a una anécdota registrada en la Wikipedia; Atlanta era borrada del mapa.

Los años pasan y las narrativas de la historia de la música siguen siendo voraces: pese al triunfo del eclecticismo y la desaparición de aquellas actitudes –tan siglo XX– de aferrarse a un género musical con virulencia para construir identidades personales, aún seguimos sintiendo la necesidad de entender qué es lo que estamos escuchando. Si hubiera que buscar un término que fuera sobrexplotado el pasado 2020 ese ha sido, sin duda, bedroom pop. Por una parte, ha existido un genuino y notable interés, tanto de público como mediático, innegable. Pero, por otra parte, hay que tener en cuenta que la excepcionalidad del año, con sus confinamientos, ha llevado a un (necesario) replanteamiento del hecho musical. Las circunstancias hicieron muy fácil encajar en el relato de nuestro año musical un subgénero basado en la reclusión y en la mirada al ombligo de uno: la propia naturaleza del género era una golosina para intentar definir un momento colectivo ineludible. Montones de géneros se vieron profundamente alterados. El rock garagero, el neoindie festivalero o el techno se convertían en algo repentinamente anacrónico: sin clubes, sin bares y sin festivales, las canciones perdían su entorno natural. Ninguna lista de Spotify podía sustituir el impacto de la presencia en unos cuantos festivales de verano en provincias y un conciertillo en el BBK o el FIB en horario de tabardillo y etapa llana del Tour. Era el momento de abrazar una etiqueta irreprochable para un contexto excepcional.

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