Los años pasan, la música pasa y las etiquetas cambian y mueren. Es una ley no escrita que cualquier aficionado a la música va asumiendo, muchas veces a regañadientes, según transcurren los años. Hace cinco años Erik Urano soltó uno de esos tuits preclaros que aparecen muy de vez en cuando. Se quejaba de la sobrexposición de la palabra trap aplicada a todo, propia de una época en la que la industria musical veía una etiqueta fresca y procedía a aplicarla a cualquier cosa medianamente nueva. ¿C. Tangana? Trap. ¿Bejo? Trapero. Cualquier sonido mínimamente no-hecho-con-guitarras parecía poder entrar en el nuevo género: el significado original quedaba relegado a una anécdota registrada en la Wikipedia; Atlanta era borrada del mapa.
Los años pasan y las narrativas de la historia de la música siguen siendo voraces: pese al triunfo del eclecticismo y la desaparición de aquellas actitudes –tan siglo XX– de aferrarse a un género musical con virulencia para construir identidades personales, aún seguimos sintiendo la necesidad de entender qué es lo que estamos escuchando. Si hubiera que buscar un término que fuera sobrexplotado el pasado 2020 ese ha sido, sin duda, bedroom pop. Por una parte, ha existido un genuino y notable interés, tanto de público como mediático, innegable. Pero, por otra parte, hay que tener en cuenta que la excepcionalidad del año, con sus confinamientos, ha llevado a un (necesario) replanteamiento del hecho musical. Las circunstancias hicieron muy fácil encajar en el relato de nuestro año musical un subgénero basado en la reclusión y en la mirada al ombligo de uno: la propia naturaleza del género era una golosina para intentar definir un momento colectivo ineludible. Montones de géneros se vieron profundamente alterados. El rock garagero, el neoindie festivalero o el techno se convertían en algo repentinamente anacrónico: sin clubes, sin bares y sin festivales, las canciones perdían su entorno natural. Ninguna lista de Spotify podía sustituir el impacto de la presencia en unos cuantos festivales de verano en provincias y un conciertillo en el BBK o el FIB en horario de tabardillo y etapa llana del Tour. Era el momento de abrazar una etiqueta irreprochable para un contexto excepcional.
La gran paradoja del bedroom pop se ha dado, de cualquier forma, en cómo un género musical que nace, en teoría, de la privación de medios técnicos para grabarse, se convierte en pasto de las prácticas más cínicas de la industria musical. Si uno echa un vistazo a la descripción del “folklore” de Taylor Swift en Apple Music se puede topar con que el disco es “a set of ruminative and relatively lo-fi bedroom pop that’s worlds away from its predecesor”. Cabe imaginarse, en esta situación, una reunión de ejecutivos con jetas de cemento armado (jóvenes, eso sí, y vestidos de sport) donde cuaja la idea de que, efectivamente, una multimillonaria estrella del pop está haciendo un disco de bedroom pop por el simple hecho de que ha tenido que grabar voces en su paupérrimo estudio casero, aunque el micrófono utilizado posiblemente valga más que el PIB de Cantabria. En 2020 la etiqueta ya daba cabida, prácticamente, a cualquier sonido emitido por un humano o una máquina, fuera este alguien experimentando con el Audacity, la mayor estrella de pop del mundo o un exconcursante de ‘Operación Triunfo’. Lo realmente decepcionante del proceso es que la etiqueta ha dejado de ser un refugio para creadores precarios para ser un totum revolutum donde la creatividad disminuye a marchas forzadas y cada vez se premia más lo derivativo.
Al menos durante el camino, y antes de que el mainstream absorbiera la etiqueta, hubo dos pequeñas victorias: por un lado, una colección de hits inapelables (desde “Nun Lover” de Charles a “Fool” de Frankie Cosmos, pasando por “Vacation” de Florist), y por otro, la abrumadora cantidad de solistas femeninas que han ocupado un rol central en el subgénero. Pero ¿qué es el bedroom pop? Entre todos lo mataron y él solo se murió. Lo importante es, sin duda, que permanezca la idea inicial de sacar adelante proyectos independientemente de los medios y los capitales sociales. La esencia del bedroom pop cada vez estará más lejos de cierta estética pastel y de ciertas listas de reproducción y más en los proyectos más locos que campen por Bandcamp y SoundCloud: 200.000 chavalas y chavales haciendo sus movidas sin un algoritmo que los coma. ∎
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