Imagen icónica del pop.
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The Smiths: Coronation Street

Verano de 1986. Se publica el memorable “The Queen Is Dead”. En The Smiths, ya con cuatro elepés (contabilizando su recopilatorio de tomas inéditas, “Hatful Of Hollow”) y once singles (con numerosos estrenos en la mayoría de sus maxis) en algo más de tres años, desde marzo de 1983, se mezcla la arrogancia creativa con la fertilidad pop. Rockdelux publica este apasionado alegato a favor de los de Mánchester partiendo del análisis detallado del disco.

Rockdelux 22

(Septiembre 1986)

Cuando el arte de fabricar canciones (y hablo de canciones) más se debe a 45rpm circunstanciales que a una línea de trabajo continuada, toparse con una trayectoria tan fecunda como la de The Smiths no es, a simple vista, muy usual que digamos.

De la mayoría de grupos actuales suele salvarse su primer disco, en el caso de que sorprenda su encarte, su cancionero o sus prerrogativas, que tampoco es muy habitual, pero pocos son los que se aventuran a dar más pasos atisbando objetivos claros y razonados, interesantes, creíbles, válidos… Y es que es muy fácil destacar en un mundo tan anodinamente mediocre como el que actualmente se da cita en la música de los 80, donde, a excepción hecha de escenas colectivas de las que puede llegar a extraerse algún beneficio aislado (mayormente en el submundo hardcore neoyorquino y escasamente en el revivalista NRA), pocos son los entes creativos que, surgidos en terreno de nadie (el pop británico no se ha caracterizado en los últimos años por una confluencia de caracteres unificados que valga realmente la pena; eso empieza a gestionarse ahora), obtengan frutos señalados y remarcables. No obstante, la ciudad de Mánchester parece un lugar abonado por ello. Para referirse a Joy Division-New Order, The Fall –¿por qué no a Durutti Column, Buzzcocks o Magazine?– y, ahora, a The Smiths, hay que emplear forzosamente palabras mayores. Ninguna otra ciudad británica ha conseguido vender tantos buenos nombres en un espacio tan relativamente corto de tiempo. La acongojante saga Ian Curtis o la coherente disformidad impulsiva de Mark E. Smith tienen en la maestría lírica de Morrissey su contrapunto ideal para establecer un triángulo perfecto en el que puedan quedar colmadas todas las inquietudes y/o sensaciones que un oyente hábil y nada dogmático intente buscar en la música más o menos “moderna” como manifestación artística a la vez que visceral.
El caso Smiths, de todas formas, es el que más dudas plantea al respecto. Eso de conseguir la fama de un modo tan rotundo (en UK son auténticos ídolos populares) no impide, más bien lo contrario, que haya posturas encontradas a la hora de definirles musicalmente. La voz de Morrissey es demasiado especial para dejar indiferente a la concurrencia: o repele inevitablemente con un odio creciente o complace sin mesura. A partir de ahí, poco importa que la guitarra de Johnny Marr sea el mejor mástil británico del momento, que el bloque rítmico no se resquejabre o que las melodías del grupo sean de una sutileza que cohíbe el ánimo.
Con Morrissey, no es un secreto, hay muchos que no pueden. Bien, resulta comprensible y hasta incluso correcto siempre que esos razonamientos negativos se circunscriban al ámbito de la recepción auditiva, nunca a componendas alejadas del factor propiamente vocal o, por extensión, musical.
Morrissey dejó de torcer el gesto al vocalizar.
Morrissey dejó de torcer el gesto al vocalizar.
De todas formas, mucho me temo que esos tipos tan molestos y crispados con la presencia de Morrissey no conocen más que de referencia el trabajo de los Smiths (un maxi pillado por compromiso –quizá ni eso–, una canción oída hace dos años por la radio, un vídeo visto de pasada y mucha palabrería hueca y supuestamente mordaz sobre ello). En fin, que si se dignaran a escuchar hoy al grupo de un modo imparcial y nada subjetivo tal vez descubrirían asombrados que Morrissey ya no tuerce el gesto cuando vocaliza y que sus caracoleadas cantinelas han ido perdiendo paulatinamente los remilgos amanerados que las distinguían. Nada más fácil que sintonizar con el tercer LP de curso legal para comprobar tales desavenencias con su leyenda. “The Queen Is Dead” (1986) posee la carpeta más elegante de todas las del grupo hasta la fecha. Tonos verdes y rosa salmón para ribetear la presencia de un cadavérico Alain Delon. En la foto interior, Andy Rourke, el bajista, posa sonriente junto al resto. Superados los malentendidos que lo apartaron momentáneamente del grupo, ha vuelto a él de nuevo. Craig Gannon, ex Aztec Camera, el eventual sustituto, ha pasado a convertirse en el segundo guitarrista para la inminente gira europea.

Tras los adelantos en forma de 45rpm con “The Boy With The Thorn In His Side” y “Bigmouth Strikes Again” (ambas repescadas en el LP, no así sus caras B: “Rubber Ring”/“Asleep” y “Money Changes Everything”/“Unlovable”, respectivamente), el disco en cuestión presentaba un más que evidente riesgo para el cuarteto: un tercer álbum (demasiadas canciones en tan poco tiempo) era/es una situación comprometida y peliaguda para cualquiera; toda una papeleta.
El plástico se inicia con el tema que le da título, una visión oscura y personalizada de los fantasmas históricos que arrastra Inglaterra; después de unos nerviosos redobles de batería, una explosión de guitarra aclara la melodía y, a partir de ahí, las cuerdas de Marr se precipitan con rapidez insultante contra un entramado vigoroso y robusto sostenido en una base rítmica que, a la vez que marca el tempo de la canción, alterna funciones con el wah-wah ascendente/descendente del guitarrista. “Life is very long when you’re lonely”, se oye musitar hacia el final. A continuación, “Frankly, Mr. Shankly”, un número de music hall casi cabaretero recitado en tono picaresco y bien llevado por el monocorde eco de un batir seco y frontal. Espacio para la autocrítica (¿somos estrellas o no lo somos?) que concluye con un revelador “Todavía prefiero ser famoso antes que de derechas o santo” y recodo para el guiño delicado (nótese la inflexión vocal en el fraseo de “Fame, fame, fatal fame”).

El engarce climático de “I Know It’s Over” y “Never Had No One Ever” es tan perfecto como seductor. A la fiereza lánguida de la primera se une el leve tamizado psicodélico de la segunda. En “Sé que terminó” va aumentando la aflicción en un in crescendo puntual que queda arropado brillantemente por una parte melódica dibujada para satisfacer los inevitables puentes temáticos, consiguiéndose así una sosegada muestra de solitaria desazón que atrapa y embarga por igual. “Si eres tan divertido / Entonces ¿por qué estás solo esta noche? / Si eres tan listo / ¿Por qué estás solo esta noche? / Si eres tan chistoso / ¿Por qué estás solo esta noche? / Si eres tan terriblemente guapo / Entonces ¿por qué duermes solo esta noche? / Porque esta noche es simplemente como todas las noches / Estás solo con triunfos y tus encantos / Mientras ellos están en brazos de otros…”.

El habitual midtiempo de “Never Had No Ever” (enmarañado a la usanza de un “What She Said” muchísimo menos abrupto y correoso, más transparente) complementa el acierto con lacónicos gemidos finales.

Cierra la cara A “Cemetry Gates”, una reflexión sobre la muerte a las puertas del cementerio que sirve para poner en su sitio a los que venden como suyas ideas plagiadas de otros con el mayor de los descaros; todo servido al compás de un bucolismo salteado plenamente resultón: “Keats and Yeats are on your side / But you lose / Because Wilde is on mine”.

La guitarra de Johnny Marr, el mejor mástil británico de mediados de los ochenta.
La guitarra de Johnny Marr, el mejor mástil británico de mediados de los ochenta.
La cara B y “Bigmouth Strikes Again” se estrenan con un impulso inicial de guitarra que aparenta una vaga coincidencia con “Barbarism Begins At Home”, pero su galopante y continuado batallar, unido a los aniñados coros y a los redobles de metralla de Mike Joyce, adorna y realza la jugada distanciándola de la “bailabilidad” inmediata de aquella; esta es mucho más consistente y firme. “The Boy With The Thorn In His Side” es la tópica/típica canción de Morrissey, más anclada en las líneas de antaño: espiral de vocales que aturden o conmueven; a elegir. “Vicar In A Tutu” critica a la iglesia adecuándose a un rockabilly trenzado con punteos apenas evidentes que se acoplan a un ritmo regular y progresivo. Un aire parcial a “Rusholme Ruffians” se desprende de la armonía.
“There Is A Light That Never Goes Out” es lo mejor del disco. Aquí Morrissey podría haber destrozado el tema hinchando la vena lírica espectacularmente; la estructura se prestaba a ello (“Take me out TONIGHT”). Pero no. La emoción queda contenida en su justo punto y escudada en una voz que modula excelentemente. Se suceden los cortes necesarios para recostar la melodía y emprender de nuevo el vuelo enarbolando unos arreglos de cuerda sintetizada que ni tan siquiera molestan. Es tan grande el tema que ni eso puede contrarrestar su belleza. “Llévame esta noche / Allí donde haya música y gente / Joven y viva / Conduciendo en tu coche / Nunca, nunca, quiero regresar a casa / Porque ya no tengo / Oh, por favor, no me dejes en casa / Porque no es la mía, es la de ellos…”. Al final, la medida reiteración del título: “Allí hay una luz que nunca se apaga”.

La cadenciosa “Some Girls Are Bigger Than Others” cierra el álbum demostrando que los cortes menores de los Smiths pueden ser ligeros pero nunca livianos. Este, lleno de detalles vacilantes y esplendorosos, hace de lo fácil una lección de ingenio y perspicacia.
Si “Meat Is Murder” (1985) podía suponer para algunos un retroceso con respecto a “The Smiths” (1984), con este “The Queen Is Dead” ya no caben dudas al respecto. El grupo de Morrissey y Marr no es una banda cualquiera. Este tercer LP es, decididamente, la mejor obra del cuarteto, superando en mucho a sus dos elepés anteriores (con la ventaja de raspar los detalles puñeteros del primero y de agigantar la desconcertante labor del segundo) y rozando el sobresaliente en el conjunto de diez temas, nada fáciles ni previsibles, en los que se conjugan a la perfección el sentido del humor británico con una tristeza mordaz llena de aplomo y nada lloriqueante, haciendo de este “The Queen Is Dead” (disponen ya de un nuevo 45rpm con “Panic” de tema estrella –y nuevo– y “Vicar In A Tutu” y “The Draize Train” –instrumental inédito– en la vuelta) un trabajo mucho más vital y coherente con respecto a sus aptitudes que la mayoría de los discos que se comentan este mes en Rockdelux.

Decir que “The Queen Is Dead” está entre los cinco mejores LPs que, de momento, nos ha deparado 1986 no es más que fijar su valía con propiedad y justicia, dejando ya de lado posibles preferencias personales o deformidades críticas nacidas de una complacencia matizada, la misma que emplean sus histéricos detractores. Como diría William Ex, me he limitado a defender su caso. Ahora que hablen los bocazas. “Bigmouth Strikes Again”. ∎

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