El brillante músico maliense Toumani Diabaté (1965-2024) falleció el pasado viernes, de forma inesperada, a la temprana edad de 58 años en un hospital privado de Bamako, a causa, según manifestaron sus familiares, de una enfermedad fulminante no especificada. Fue un virtuoso tocador de la kora, la ancestral arpa-laúd de los griots –contadores de historias que son los verdaderos guardianes de la tradición oral de Malí–, a una de cuyas más insignes dinastías pertenecía, con un linaje familiar que se remonta a siete siglos, cuando el legendario Sundiata Keita formó el Imperio de Malí. Es un arte que se transmite de padres a hijos y que tiene garantizada su continuidad, ya que su hijo Sidiki Diabaté es también un reputado korista, tal como se puede comprobar en el álbum “Toumani & Sidiki” (2014), editado por el prestigioso sello británico World Circuit.
Aunque Toumani insistía en que aprendió a tocar la kora de forma autodidacta, la verdad es que su padre, el insigne Sidiki Diabaté, tuvo una importancia determinante en su formación. No tenía reparo en reconocer que le impresionaba la manera que tenía de combinar línea de bajo, melodía e improvisación, como si fueran tres tocadores en uno. La función tradicional de la kora era la de acompañar a los cantantes que narraban las gestas, pero su gran aportación fue la de expandir esos límites para convertirlo en un instrumento solista, capaz de crear nuevos lenguajes musicales. Se convirtió en un maestro de la fusión, tanto que su kora puede escucharse junto con la London Symphony Orchestra –“Kôrôlén” (World Circuit, 2021)–, con Roswell Rudd –“Malicool” (Soundscape, 2002)–, con Béla Fleck –“The Ripple Effect” (Craft, 2020)–, con Arnaldo Antunes –“A curva da cintura” (Rosa Celeste, 2011)–, o compartiendo sonido con el kamanché del iraní Kayhan Kalhor en el que fue su último disco, “The Sky Is The Same Colour Everywhere” (Real World, 2023). Colaboró con Björk –“Volta” (2007)–, Damon Albarn –“Mali Music” (2002)–, Herbie Hancock –“The Imagine Project” (2010)– o -M- –“Lamomali” (2017)–. Haca dos años había publicado el postrero trabajo acreditado a su nombre, “Toumani, Family & Friends” (Universal, 2022), en el que se rodeó de un buen número de parientes y amigos entre los que figuran Tiken Jah Fakoly y Fatoumata Diawara.
Su primer álbum, “Kaira” (Hannibal, 1988), fue grabado en Londres, bajo los auspicios de Lucy Durán y Joe Boyd, que figuran como productores, y el último también como editor en su sello Hannibal. Grabado en directo en el estudio en una sola tarde, en octubre de 1987, sus cinco temas demuestran que a los 22 años ya era un prodigio del instrumento. Quiso la coincidencia que esos días actuaran en Londres Ketama y, por mediación de Durán, entraran en contacto. Tras actuar juntos en un club londinense, acordaron volverse a reunir en Madrid para grabar un disco. Joe Boyd se agenció al contrabajista Danny Thompson, al que conocía desde los viejos tiempos de Pentangle, y con Mario Pacheco de Nuevos Medios como indispensable mediador se propiciaría la carambola histórica de “Songhai” (1988). Un álbum que se convirtió en un clásico instantáneo de la fusión entre música africana y flamenco. Tal fue su éxito que seis años después hubo un nuevo intento con un segundo volumen, el notable “Songhai 2”, en el que Javier Colina compartió el contrabajo, apareciendo también otros músicos africanos, entre ellos el insigne Basekou Kouyaté al n’goni. Tan bien funcionaría la cosa que, para su segundo disco en solitario, “Djelika” (Hannibal, 1995), se llevó a los dos contrabajistas y demás músicos africanos que habían participado en “Songhai 2”, incluido el balafonista Kélétegui Diabaté.
Otro momento trascendental de su carrera fue “New Ancient Strings” (Hannibal, 1999), un mano a mano, también propiciado por la musicóloga Lucy Durán, con Ballaké Sissoko, el otro gran virtuoso y renovador de la kora. Se trata de un disco que rememora una grabación pionera que realizaron sus respectivos padres, Sidike Diabaté y Djelimady Sissoko. El mismo año ganó su primer Grammy por la colaboración con el bluesman Taj Mahal en “Kulanjan”, explorando las conexiones entre el blues afroamericano y las tradiciones mandingas. Otros premios Grammy los compartió con su paisano Ali Farka Touré, por sendos álbumes crepusculares grabados en el ocaso de su colega y gran bluesman malí: “In The Heart Of The Moon” (World Circuit, 2005) y “Ali & Toumani” (World Circuit, 2010). No es extraño, pues, que luego apareciese también junto a Vieux Farka Touré. Otra nominación a los premios Grammy la recibió por su participación en “AfroCubism” (2010), el disco que finalmente reunía a los músicos cubanos y africanos que no pudieron juntarse en el “Buena Vista Social Club”, aunque no fuera en La Habana sino en Madrid.
Ambos discos son joyas que han quedado como referentes para cualquier aficionado a las músicas del mundo que se precie, y si bien el que destapó el tarro de las esencias fue el inicial, con temas como “Jarabi” y “Vente pa Madrid”, que tuvieron una gran repercusión, en el segundo la fusión afro-flamenca, con la incorporación de más instrumentos africanos tradicionales, como el balafón y el n’goni, gana en consistencia y profundidad. Y contiene una canción, la que lo abre, “Sute monebo”, rumbera, salsera y africana, que, además de una preciosa y pegadiza melodía, incluye una letra que es toda una declaración de intenciones del proyecto: “A veces yo me pregunto qué hacemos con esta gente / no hablamos el mismo idioma y somos tan diferentes / Toumani habla con la kora, Basekou y Kélétegui, también está el contrabajo y esto se pone de muerte corazón / esto parece mentira no me lo puedo explicar / gitanos y de piel morena se juntan para gozar”. Y no solo logran gozo y alegría, sino también emocionar con “dulces y amargos momentos”, como los de “Pozo del deseo” o “Monte de los suspiros”, entre el desgarro del quejío y la melancolía.
La portada original también reproduce el título en francés, “Nouvelles cordes anciennes”, para hacer que el tributo al álbum original sea completo. Se trata de homenajear a sus padres, inspirándose en el disco que grabaron “Mali: Cordes anciennes / Mali: Ancient Strings”, publicado originariamente en 1970 por el sello Buda en la colección “Musique de Monde”. Aunque en honor a la verdad, los dos koristas principales son Sidiki Diabaté y Batourou Sékou Kouyaté, ambos provenientes del Ensemble Instrumental National de Mali, siendo la participación de Djelimadi Sissoko, el padre de Ballaké, lo que ahora llamamos un “featuring”. El que fuera el primer álbum instrumental de kora les sirve de modelo, pero no para copiarlo. Y aunque sea una música basada en las raíces, ellos aportan nuevos matices y florituras en las que se deja notar la influencia del flamenco. Los ocho duetos son mayormente composiciones de Toumani, basándose en el repertorio tradicional jeli, que es como se denominan a los griots en lengua mandinga. Solo dos temas son adaptaciones, con títulos diferentes, del disco original. En cualquier caso, una música sublime que puede catalogarse, sin rubor, de música clásica africana.
Veinte años después de editar su primer álbum de solos de kora, “Kaira”, Toumani repite la experiencia con el sofisticado y cristalino “The Mandé Variations”, un título de reminiscencia clásicas que le va como anillo al dedo, ya que es un recital de virtuosismo bien temperado que hace justicia a lo aprendido de su padre. Así, en los diez minutos de la inicial “Si Naani” parece que haya varios instrumentistas tocando, tal es la cascada de diferentes notas que salen de las 21 cuerdas de su kora, y eso que no utiliza ninguna clase de overdubs; además, la afinación confiere a la melodía un tono entre medio-oriental y zen. Por su parte, “Elyne Road” es una particular adaptación al mood griot del “Kingston Town”, que a su vez adaptaron UB40. Los homenajes son realmente sentidos, a “Ali Farka Toure”, a “Kaouding Cissoko” –maestro senegalés de la kora, fallecido en 2003 de tuberculosis, a los 38 años, cofundador de Afro-Celt Sound System y miembro de la banda de Baaba Maal– y al cheikh “Ismael Dramé”, con plegaria introductoria incluida. En “El Nabiyouna” introduce guiños al flamenco y a la música carnática de la India, y en “Cantelowes” toma prestada la melodía de “El bueno, el feo y el malo” de Ennio Morricone. Todo llevado de manera brillante a su terreno hasta perfilar un trabajo absolutamente fascinante.
En el extremo opuesto de su misticismo griot está esta orquesta que busca la simetría entre tradición e innovación, juventud y madurez, eléctrico y acústico, metales y percusiones exuberantes con el toque mágico de su kora, en este caso amplificada. Una big band muy engrasada que se pasea con enjundia por el afro-funk de “Single” –incluye el fraseo rapeado de una especie de MC mandé a mayor gloria de Cheikh Amadou Bamba, el morabito fundador de la cofradía sufí del muridismo– y los aromas salseros pasados por el tamiz africano de “Africa Challenge”. Con arreglos de los vientos supervisados por Pee Wee Ellis e incluyendo entre el elenco de grandes cantantes a Kasse Mady Diabaté. De lo robusto del sonido dan prueba unos créditos con más de cincuenta músicos. La inicial “Toumani” suena con la grandeza del mejor Salif Keita, y el despliegue coral del tema titular, masculino y femenino, arropado por una cascada de arpegios de kora, retrotrae a las delicias rurales wassoulou. En “Ya Fama” kora y balafón griot compiten amigablemente con una fiesta orquestal de vientos exuberantes, una voz solista que es puro jondo africano y una guitarra que cabriolea incansable. “Mali Sadio” adapta una leyenda oral griot, muy popular en Malí, que narra las peripecias de un hipopótamo, dramatizada por kora, una voz que duele hasta la lágrima, el batir de percusiones y un frondoso murmullo de cuerdas orquestales. La combinación entre solemnidad y opulencia dan a “Tapha Niang” la pátina de una gran producción cinematográfica africana, elevándose en un clímax lleno de tensión, aunque siempre dejando resquicios para que brille la kora. Disco reeditado por World Circuit en 2006 con otra portada. ∎
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