Cuando en el verano de 2017 Gareth Liddiard (guitarra, voz) y Fiona Kitschin (bajo, voz) decidieron aparcar The Drones para formar Tropical Fuck Storm junto a Lauren Hammel (batería) y Erica Dunn (guitarra, teclados), no esperaban que más de la mitad de la vida del flamante nuevo proyecto transcurriría en una pandemia global. La hecatombe sacudió severamente al cuarteto de Melbourne, que se vio forzado a cancelar la que iba a ser su gira más ambiciosa hasta la fecha. No obstante, el grupo encontró vías para gestionar el problema y logró grabar y publicar el álbum “Deep States” (2021), cuyo proceso de creación fue, según Liddiard, “uno de los más extraños y extenuantes” de su carrera: “En realidad, no sabíamos exactamente qué estábamos haciendo; fuimos enviándonos propuestas y grabaciones hasta que un día me petó el ordenador y todo se quedó a medio cocer: ese fue el producto final”.
Con el gradual retroceso del COVID a un segundo plano, para Liddiard 2022 consiste en “recuperar el tiempo perdido”. Tanto Tropical Fuck Storm como Springtime –su proyecto junto a Chris Abrahams, de The Necks, y Jim White, de Dirty Three, que acaba de publicar el EP “Night Raver”– se centrarán en girar: “No nos planteamos todavía ningún nuevo álbum; quizá experimentemos sacando sencillos de vez en cuando, ya que tenemos nuevos temas en el asador”. Uno de estos experimentos es “Satanic Slumber Party” (Joyful Noise-Popstock!, 2022), el EP que han editado junto a sus vecinos King Gizzard And The Lizard Wizard.
El veterano compositor se está preparando para la gira que Tropical Fuck Storm realizará este año y que va a pasar por España: tocarán el primer fin de semana del festival Primavera Sound en junio y volverán en septiembre para actuar en Bilbao (22), Madrid (24) y Valencia (25). Nos habla a través de videollamada sobre el peculiar origen de este nuevo disco, su admiración por los Gizzard, su afán por ingerir músicas de otras partes del mundo y los ingredientes clave que conforman la “receta TFS”: indignación, fascinación y un humor no apto para todas las sensibilidades.
¿De dónde sale “Satanic Slumber Party”, cómo surgió esta colaboración?
Hace unos tres o cuatro años los chicos de King Gizzard, que tenían ganas de cambiar un poco de aires, vinieron a nuestro estudio para grabar su disco “Fishing For Fishies” (2019). El álbum lo finiquitaron muy rápido, en un par de días, y luego nos emborrachamos, pusimos todos los amplis en una habitación y montamos una jam improvisada. Empezó como una sesión relativamente sencilla, sin ningún tipo de pretensiones, que acabó degenerando en un festival de guitarras frenéticas y punteos enfrentados –lo que los Gizzard llaman “la sección Dire Straits”–, y de ahí salió la canción “Midnight In Sodom”.
La pista que cierra el EP, “Hoof And Horn”, no tiene nada que ver con la jam: 12 minutos de collage electro-industrial minimalista. ¿Cómo acabasteis confeccionando algo así?
Hay gente que me ha dicho que le ha recordado a “Revolution 9” de “The White Album” (1968), aunque en cuanto a influencias yo de joven era más de Throbbing Gristle que de The Beatles, así que sigo más la estela de gente como Psychic TV o SPK. La existencia de esta pieza se debe a que originalmente planeábamos sacar nuestra versión de esa jam session junto a otra que harían los Gizzard de ese mismo material; pero a ellos les salió un temazo de 18 minutos (se refiere a “The Dripping Tap”), así que habría quedado descompensado. Decidimos condimentar esta versión con algo más experimental y siniestro, que además cuadra con la temática del EP. Rulamos la pieza por ambos grupos y la fuimos adulterando y cambiándola hasta que quedamos satisfechos con el resultado.
Esta es vuestra primera colaboración discográfica con King Gizzard And The Lizard Wizard, un grupo tan idiosincrático como Tropical Fuck Storm. ¿Qué relación tenéis con ellos? ¿Os consideráis bandas afines?
¡Desde luego! Los conocemos desde hace muchos años; cuando estaba en The Drones nos hicieron de teloneros varias veces. Por entonces eran una banda de rhythm’n’blues que te animaba cualquier fiesta. Pero fue por la época de “Nonagon Infinity” (2016) cuando se convirtieron en algo realmente especial, a la vez que subieron como la espuma. En mi opinión, son un antes y un después en el circuito de la música alternativa australiana. Mediados de los 2000 no fue una época muy innovadora: había cierto conservadurismo en las bandas, como si no quisieran salirse demasiado de la línea y así sonar “aceptables” para que las discográficas pudieran vender sus productos. Nadie quería idas de olla por lo difícil que resultaba vivir de la música y todo el mundo sonaba como Black Rebel Motorcycle Club. Creo que los Gizzard, confeccionando su propio universo, restablecieron la importancia de la imaginación y la creatividad, y nos enseñaron a todos cómo volver a ser libres y pasar de las ventas.
Al igual que King Gizzard And The Lizard Wizard, los temas que abarcáis en Tropical Fuck Storm a veces son marcadamente sociopolíticos. Aunque a diferencia de ellos, que quizá tiran más por lo metafórico, vosotros optáis por la guasa y la sátira. ¿Cómo ha sido tu evolución en lo referente a la música y la política?
Creo que cuando eres joven no sabes cómo funciona el mundo, ¡llevas poco tiempo en él!, por lo que sueles componer cosas de carácter más subjetivo sobre cómo te sientes, sobre tu vida interior. Y eso es perfectamente legítimo. Pero a medida que vas madurando te asaltan dos procesos: acabas harto de estar tan metido en tu propia mierda y empieza a interesarte más el funcionamiento del mundo exterior. Depende de la persona, claro, pero opino que cuando somos jóvenes nuestra relación con la política es más superficial debido a una falta de experiencia vital. Puede haber rebeldía, pero cuando te haces viejo es cuando empiezas a agobiarte más y nace una indignación más arraigada y pesimista. Esa indignación es algo inevitable, siempre habrá cosas que te cabreen… Pero creo que no basta con esa indignación o cabreo para dar vida a una canción. Es necesario que exista también una curiosidad o fascinación, lo que a su vez convierte el tema en un objeto que despierta curiosidad en otros. Hay cosas vinculadas a la política que son tediosas, como la burocracia, pero también te topas con fenómenos como Qanon o vete a saber qué teorías conspiratorias jodidas, que son fascinantes a la vez que indignantes. A mí me parece bien que se nos considere una banda política… pero, vamos, que no somos The Clash.
A la fórmula Tropical Fuck Storm que mencionas de “indignación+fascinación” creo que debería añadirse también vuestro sonado sentido del humor, un componente esencial del grupo.
Sí, en lo referente al humor todos los del grupo estamos siempre en buena sintonía. Yo siempre he tenido la peculiar sensación de que las bandas más pesadas en el sentido más literal de la palabra, sean del género que sean –Slayer, Mayhem, Suicide, incluso Zappa en su versión más rimbombante–, son a la vez irremediablemente cómicas. Es decir, a veces el material presentado es tan bruto que solo podemos asimilarlo si nos refugiamos en el humor. Si escuchas por primera vez los temas de Shellac, por ejemplo, puedes pensar que son unos intensos, pero cuando los conoces en realidad son unos cachondos. Creo que nosotros también somos un poco así. Para digerir nuestra música es necesario poseer cierta imaginación y un sentido de lo absurdo, especialmente viendo la época tan absurda que nos toca vivir. A veces me recuerda a los tiempos de los dadaístas, artistas que querían dar réplica a un mundo tan ridículo que ni siquiera podían satirizar. Gente como Erik Satie, que, si bien realizó piezas de música clásica totalmente serias, también era un vacilón que metía muchas bromas en su música. Bandas como The Birthday Party o The Stooges son ejemplos de cómo propuestas lírica o musicalmente brutas para su época esconden una perversión jocosa. A nosotros nos gusta ser tan salvajes como podemos y apelar a ese sentido de lo absurdo, metiendo paridas dentro de una canción o componiendo canciones tan estúpidamente extremas que sería impensable tomarlas al pie de la letra.
Aunque vivís en el campo, no sois para nada una “banda ermitaña”; parece que estáis muy metidos en la escena musical de Melbourne. ¿Cómo describirías el estado de salud musical de la ciudad? ¿Qué dirías que os une?
¡Por supuesto bajamos mucho a la ciudad para ver bolos! Diría que el circuito alternativo australiano está consiguiendo sobrevivir bastante bien al COVID, incluso diría que vive una época dorada… Siempre hay cosas interesantes, desde pesos pesados internacionales como King Gizzard o Courtney Barnett hasta grupos más locales como Party Dozen, Amyl And The Sniffers, Exec o los All The Weathers, de Tasmania… Hay algo que tenemos todos en común en lo que se refiere a gusto musical: no encontrarás a nadie que le haga ascos a The Saints o AC/DC. Ya puede formar parte de un grupo de hard rock, de garage punk –por ejemplo, Civic– o ser miembro de The Go-Betweens. Por otro lado, en lo que se refiere al consumo de música, lo que destacaría de la generación más joven es su forma de interactuar con internet. Son chavales mucho más sofisticados que nosotros a nivel musical, están acostumbrados a escuchar todo tipo de locuras. Por eso todo el mundo aceptó de inmediato a King Gizzard: sus oyentes habían crecido con un acceso ilimitado a música estilísticamente ecléctica.
Parecería que es imposible ser músico en Australia y escapar de la sombra de las vacas sagradas que mencionaste. Supongo que en el caso de tus proyectos podríamos sumar también la influencia The Birthday Party y los Beasts Of Bourbon, e incluso bandas de Amphetamine Reptile como Lubricated Goat o Feedtime. ¿Tú dirías que hay un “sonido australiano”?
Todo proviene del mismo lugar, la misma fuente, que se remonta probablemente a los Easybeats, aunque a finales de los 70 las cosas se volvieran un poco más rocambolescas. Y en el fondo se trata de círculos sociales relativamente pequeños, que además son intergeneracionales. A mí me honraría formar parte de esa tradición musical, codearme con gente como The Scientists o Dirty Three. Aunque las bandas que mencionaste suenan diferente, creo que a todas las recubre una especie de capa de moho… Hay algo áspero en el tono de las guitarras, ya sean las de Angus Young, Ed Kuepper, Kim Salmon o Rowland S. Howard, aunque no se parezcan en estilo. Hay algo inmediato, metálico, oxidado en el sonido, como si estuviera medio dañado.
No obstante, si bien sigue ahí ese timbre herrumbroso, las nuevas hornadas de músicos son cada vez más eclécticas, como dijiste antes. Buscan inspiración en lugares muy dispares. ¿Cuál es tu relación con este tipo de consumo?
En Tropical Fuck Storm tenemos un hambre insaciable, siempre queremos descubrir cosas nuevas. Especialmente Erica, que trabajó mucho tiempo como DJ en una radio independiente. Música tradicional de Hungría, música disco indonesia de los 70, folk etíope, lo escuchamos todo. Y cuanto más extraño sea, mejor, porque de ahí sacamos muchas ideas. Más que copiar, robo ideas. O mejor dicho, las engullo y las vomito. Ideas de cualquier época, de cualquier sitio. ¿Un coro de mujeres húngaras? Sí, por favor. Puedo escuchar ese canto, asimilar sus armonías y cadencias inusuales y luego –quizá conscientemente, quizá no– canalizarlo a través de la guitarra de forma que nazca algo nuevo que en realidad no se parece en nada al original. Devorar así la música me parece muy sano. También por eso nos llevamos tan bien con los Gizzard, cuya filosofía es parecida.
En los tiempos que corren, de corrección política desatada, esto de “robar” ideas podría ser malinterpretado como apropiación cultural, igual que en los 90 había gente que acusaba a los Sun City Girls de “orientalismo”. Tengo entendido que eres bastante crítico con este tipo de moralidades exacerbadas.
“Estoy intentando hacer lo correcto”. Eso dicen muchos que se amparan en la corrección política. Pero el tema está en que puedes hacer lo correcto sin tener que pasarte tres pueblos, ya que si te excedes en tu forma de criticar algo, o si lo haces sin saber de qué hablas, puedes errar el blanco. Me parece a mí que a veces utilizan los palabros “apropiación cultural” para referirse a cosas que no son, casi porque quieren sentirse ofendidos. Diciendo eso quieren dar a entender que estás vilipendiando o explotando a alguien de otra sociedad. Es ridículo pensar que Sun City Girls se quisiera aprovechar económicamente de nadie ni “poseer” a nadie. Somos humanos, es natural que queramos compartir ideas. Decir que un blanco nunca jamás debería beber de la cultura negra o asiática, o viceversa, a mí me parece racista. Inspirarse en otras culturas no es sinónimo de apropiarse de ellas en el sentido de explotarlas, eso no es más que reduccionismo absurdo. ∎
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