Otro año más, llegó el festival Vida. ¿Simplemente otra edición más? No, esta vez se trataba del 10º aniversario del evento, una conmemoración anunciada con creces y esperada con ansia por parte de su público, teniendo lugar en su ubicación habitual de la Masia d’en Cabanyes, en Vilanova i La Geltrú (Barcelona), entre el 4 y el 6 de junio. Para celebrar este hito, desde la organización, como viene siendo norma en las últimas ediciones, se ha continuado ampliando horizontes estilísticos a la hora de configurar la programación (Vance Joy como cabeza de cartel del jueves), ha apostado por los detalles singulares en lo nacional, como el inicio de la gira Corsé XXL de Clara Peya, una versión reducida del nuevo espectáculo de Silvia Pérez Cruz, o el concierto esencial de Los Planetas en el pequeño escenario El Vaixell dentro del bosque, para finalmente acabar con un regalo de cumpleaños con la actuación sorpresa de Cupido y la guinda del pastel: el anuncio de Supergrass como primera incorporación al Vida 2025, festejando los treinta años de su aclamado “I Shoud Coco”, y una declaración de intenciones hacia el futuro (ese #VidAREBORN para el próximo año que ya está generando expectación).
Mientras nos preguntamos qué nos deparará ese futuro, quedarán en nuestra memoria los recuerdos de los pedazos de pastel de cumpleaños degustados, el descubrimiento de un exquisito Matt Maltese, el abrumador show de James Blake o vivir en directo el despegue hacia el estrellato de Julieta. JB
Comenzamos el primer día de la 10ª edición del Vida con Matt Maltese en el escenario La Cova y la situación no parece la más ideal: pequeño retraso debido a problemas técnicos, el sol inundando agresivamente el escenario... hasta que Maltese sale a escena, se sienta a los teclados y comienza a sonar “You Deserve An Oscar” y el brillante pop de cámara del británico lo inunda todo. La luz intentó seguir molestando un poco más, llegando la solución desde el público con la cesión de unas gafas de sol que ayudaron a Matt a centrarse totalmente en los temas, y nada pudo detener ya el tsunami melódico. Interpretó algunos temas de su último álbum de versiones, “Songs That Aren’t Mine” (2024), como “Little Person” de Jon Brion, pero los que brillaron sobremanera fueron sus temas propios, canciones como “Intolewd”, “Curl Up And Die” o “Rom-Com Gone Wrong”, y lo que parecía que iba a empezar como una dura jornada bajo un sol abrasador acabaría transformándose en un oasis de soft rock y pop exquisito realmente gratificante.
Clara Peya eligió el festival para iniciar la gira de “Corsé” (2023) en su versión XXL, con la idea de llevar a escena un álbum que ella cataloga como una creación colectiva, arropada por algunos de los colaboradores del disco. No podían estar todos, pero Carmen Aciar y Aina Zanoguera hicieron que no nos diésemos cuenta de ello con su portentoso y versátil acompañamiento vocal, provocando una mayor cohesión entre los temas y a la vez dando brillo a las apariciones de Leo Rizzi, Ede, Salvador Sobral o una portentosa Silvia Pérez Cruz en “Nana para mí”, en un épico tramo final con veinticinco artistas sobre el escenario.
Cannons llegaron para animar el festival a ritmo de synthpop y dance rock. Disparados a la popularidad tras aparecer en las bandas sonoras de varias producciones de Netflix, han aprovechado esa exposición para hacerse un sitio sobre las tablas. Efectivos a la hora de hacer bailar al público, los californianos dejaron buenos momentos como “Loving You”, “Bad Dream” o la canción que los catapultó hacia el éxito, “Love Chained”.
El australiano (y desde hace unos pocos años, barcelonés de adopción) Vance Joy volvía a los escenarios, después de estrenar paternidad, como uno de los cabezas de cartel del festival. Joy cuenta con una colección de canciones luminosas en las que pop y folk se dan la mano y con una buena banda que lo arropa poderosamente, apoyado en unos vientos que aportan brillo y energía a los temas. Hacia la segunda parte del concierto, quizá para evitar la monotonía producida por la similitud de algunas de sus composiciones, tocó un par de canciones en solitario, notándose al enfrentarse a ellas la pausa de la que venía, ya que se despistó con alguna de las letras, error que arregló con unas palabras de disculpa al público, una enorme sonrisa y mucho desparpajo. Volvieron la banda y los metales, animando de nuevo la situación y llevando a su público en volandas hasta acabar por todo lo alto con la archiconocida “Riptide”.
Mientras tanto, al otro lado de la explanada, en el escenario de La Masia, un error de coordinación hacía que Ty Segall y su banda estuvieran preparados sobre el escenario más de diez minutos, esperando a que finalizara la actuación de Vance Joy. Los incondicionales de Segall, presentes desde tiempo antes para copar las primeras filas, aplaudieron, jalearon, y utilizaron todas las formas posibles para dejarle claro que esperaban fervientemente el inicio de la actuación. Como decía Pepe Nave en la crítica que publicamos de su disco “Three Bells” (2024), la acotación “está muy bien si sabes a lo que vas”, frase aplicable tanto a los discos como a las actuaciones del californiano. En cuanto sonó la última nota en el escenario Estrella, Segall y los suyos liberaron una apabullante andanada de garage rock y psicodelia ácida sin concesión alguna para el deleite de incondicionales y curiosos congregados (y espanto de algún despistado que no sabía lo que se le venía encima).
No importa que el calor apretara. O que, de todos los escenarios disponibles, el más grande del recinto no fuera el que mejor se adaptara a su propuesta. Sílvia Pérez Cruz lleva tiempo transitando por encima del bien y del mal. Lo demostró con un trío de cuerdas, actitud ejemplar y un brío musical de los que perduran. La de Palafrugell hizo gala tanto de su variado y exquisito paladar musical como de su sabiduría para atravesar corrientes estilísticas distintas sin perder la elegancia ni ese toque clásico y atemporal que la definen. La cantautora catalana se encaramó a una versión abreviada de su último disco, “Toda la vida, un día” (2023). Acomodó algunos temas dentro de distintos movimientos, abarcando por el camino referencias y versiones de todo pelaje (William Carlos Williams, Fernando Pessoa, Enrique Morente). Se erigió como firme defensora de la poesía y, con o sin guitarra, se mostró encantadora, generosa, agradecida con los suyos y con los que la seguíamos ensimismados unos metros abajo. Bordó hasta el prohibido pestañear el tema homónimo de su última referencia discográfica. Pese a las horas, recompensó a los más madrugadores con un movimiento de canción ibérica, latinoamericana y transfronteriza reparadora.
El pop metafísico de Ferran Palau sí que encontró cobijo en escenarios más idílicos –la estampa resultaba bastante “mediterraniament”– como El Vaixell. El de Collbató se apretujó con sus músicos en el pequeño escenario para facturar ese folk-pop plácido apto para una amplia variedad de públicos, como se pudo comprobar en toda la arboleda que rodea ese encantador espacio. Las criaturas del bosque de su último trabajo (“Plora aquí”, 2024) no pudieron albergar mejor escenario para que se les tomara el pulso del directo.
El sonido del escenario de La Masia impidió el desarrollo pulcro de algunas actuaciones. Como fue el caso del esperado regreso de la banda Standstill tras nueve años alejados de los focos. Los barceloneses tuvieron que lidiar una parte del concierto con una de las dos baterías con el bombo aguijoneado. Algo que afectó sus intentos por derribar pabellones auditivos con esos ramalazos hardcore de sus inicios. Enric Montefusco y los suyos enderezaron la transmisión sonora con ese “¿Por qué me llamas a estas horas?” de electricidad punible. Su pegada emocional siguió creciendo hasta esa traca final con “1, 2, 3, sol” y su celebrado y coreado “Adelante, Bonaparte (I)”. Esperemos que las buenas sensaciones recogidas los alejen de esta alargada inactividad para seguir anotando nuevos capítulos e himnos de familiaridad cotidiana.
Lo de Ride en el escenario principal fue una lección de rock sin mácula, como unos clásicos del gremio. Con sus monos de trabajo, sin apenas parafernalia escénica y menos aspavientos, pero como verdaderos currantes, la banda inglesa ennobleció el viejo arte con una pureza sónica sin error. Daba igual si se inclinaban hacia el post-rock de nubarrones eléctricos, al shoegaze primerizo, o les daba por introducir diademas sintéticas a lo “Baba O’Riley” (“Leave Them All Behind”). Seguían sonando impolutos. Incluso cuando sacaron a pasear su último disco, “Interplay” (2024). Igual su propuesta no resulta la más accesible para las nuevas generaciones, pero con el bolo ofertado en el Vida seguro que se llevaron a más de un converso.
Por su parte, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba llevan tiempo ampliando su base de seguidores. Su flamenco rock y sus invocaciones estables a Triana calaron pronto entre el público desplegado alrededor del escenario La Masia. Musculatura stoner rock, coberturas psicodélicas y actitud hard rock compactan su propuesta. El rock andaluz tiene su descendencia cubierta por años.
Después de flotar por Saturno con Blake, nadie tenía fácil darle el relevo. Los elegidos fueron unos Temples que supieron tomar pronto la temperatura que exigía la noche bien entrada. La banda inglesa lleva tiempo dada de baja del psych más puro para abrazar un tono más soft de melodías certeras y armonías vocales que podrían compartir habitáculo con el sonido de Tame Impala. Su rock psych conectó con los presentes en temas infalibles como “Shelter Song”, “Certainty” o “Paraphernalia”. Remataron con una jam final mayúscula. MM
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