La gran noche de James Blake. Foto: Meritxell Rosell
La gran noche de James Blake. Foto: Meritxell Rosell

Festival

Vida: cumpleaños total entre los árboles

El Vida cumplió diez años en la localidad barcelonesa de Vilanova i la Geltrú, manteniendo intacto su espíritu inicial y añadiendo nuevos alicientes con un cartel ecléctico y equilibrado entre propuestas made in Spain y estrellas internacionales.

08. 07. 2024

Otro año más, llegó el festival Vida. ¿Simplemente otra edición más? No, esta vez se trataba del 10º aniversario del evento, una conmemoración anunciada con creces y esperada con ansia por parte de su público, teniendo lugar en su ubicación habitual de la Masia d’en Cabanyes, en Vilanova i La Geltrú (Barcelona), entre el 4 y el 6 de junio. Para celebrar este hito, desde la organización, como viene siendo norma en las últimas ediciones, se ha continuado ampliando horizontes estilísticos a la hora de configurar la programación (Vance Joy como cabeza de cartel del jueves), ha apostado por los detalles singulares en lo nacional, como el inicio de la gira Corsé XXL de Clara Peya, una versión reducida del nuevo espectáculo de Silvia Pérez Cruz, o el concierto esencial de Los Planetas en el pequeño escenario El Vaixell dentro del bosque, para finalmente acabar con un regalo de cumpleaños con la actuación sorpresa de Cupido y la guinda del pastel: el anuncio de Supergrass como primera incorporación al Vida 2025, festejando los treinta años de su aclamado “I Shoud Coco”, y una declaración de intenciones hacia el futuro (ese #VidAREBORN para el próximo año que ya está generando expectación).

Mientras nos preguntamos qué nos deparará ese futuro, quedarán en nuestra memoria los recuerdos de los pedazos de pastel de cumpleaños degustados, el descubrimiento de un exquisito Matt Maltese, el abrumador show de James Blake o vivir en directo el despegue hacia el estrellato de Julieta. JB

Jueves, 4 de julio

Comenzamos el primer día de la 10ª edición del Vida con Matt Maltese en el escenario La Cova y la situación no parece la más ideal: pequeño retraso debido a problemas técnicos, el sol inundando agresivamente el escenario... hasta que Maltese sale a escena, se sienta a los teclados y comienza a sonar “You Deserve An Oscar” y el brillante pop de cámara del británico lo inunda todo. La luz intentó seguir molestando un poco más, llegando la solución desde el público con la cesión de unas gafas de sol que ayudaron a Matt a centrarse totalmente en los temas, y nada pudo detener ya el tsunami melódico. Interpretó algunos temas de su último álbum de versiones, “Songs That Aren’t Mine” (2024), como “Little Person” de Jon Brion, pero los que brillaron sobremanera fueron sus temas propios, canciones como “Intolewd”, “Curl Up And Die” o “Rom-Com Gone Wrong”, y lo que parecía que iba a empezar como una dura jornada bajo un sol abrasador acabaría transformándose en un oasis de soft rock y pop exquisito realmente gratificante.

Matt Maltese, exquisito oasis. Foto: Meritxell Rosell
Matt Maltese, exquisito oasis. Foto: Meritxell Rosell

Clara Peya eligió el festival para iniciar la gira de “Corsé” (2023) en su versión XXL, con la idea de llevar a escena un álbum que ella cataloga como una creación colectiva, arropada por algunos de los colaboradores del disco. No podían estar todos, pero Carmen Aciar y Aina Zanoguera hicieron que no nos diésemos cuenta de ello con su portentoso y versátil acompañamiento vocal, provocando una mayor cohesión entre los temas y a la vez dando brillo a las apariciones de Leo Rizzi, Ede, Salvador Sobral o una portentosa Silvia Pérez Cruz en “Nana para mí”, en un épico tramo final con veinticinco artistas sobre el escenario.

Clara Peya en modo XXL. Foto: Meritxell Rosell
Clara Peya en modo XXL. Foto: Meritxell Rosell

Cannons llegaron para animar el festival a ritmo de synthpop y dance rock. Disparados a la popularidad tras aparecer en las bandas sonoras de varias producciones de Netflix, han aprovechado esa exposición para hacerse un sitio sobre las tablas. Efectivos a la hora de hacer bailar al público, los californianos dejaron buenos momentos como “Loving You”, “Bad Dream” o la canción que los catapultó hacia el éxito, “Love Chained”.

Cannons, fiesta dance rock. Foto: Meritxell Rosell
Cannons, fiesta dance rock. Foto: Meritxell Rosell

El australiano (y desde hace unos pocos años, barcelonés de adopción) Vance Joy volvía a los escenarios, después de estrenar paternidad, como uno de los cabezas de cartel del festival. Joy cuenta con una colección de canciones luminosas en las que pop y folk se dan la mano y con una buena banda que lo arropa poderosamente, apoyado en unos vientos que aportan brillo y energía a los temas. Hacia la segunda parte del concierto, quizá para evitar la monotonía producida por la similitud de algunas de sus composiciones, tocó un par de canciones en solitario, notándose al enfrentarse a ellas la pausa de la que venía, ya que se despistó con alguna de las letras, error que arregló con unas palabras de disculpa al público, una enorme sonrisa y mucho desparpajo. Volvieron la banda y los metales, animando de nuevo la situación y llevando a su público en volandas hasta acabar por todo lo alto con la archiconocida “Riptide”.

Vance Joy, luz australiana. Foto: Meritxell Rosell
Vance Joy, luz australiana. Foto: Meritxell Rosell

Mientras tanto, al otro lado de la explanada, en el escenario de La Masia, un error de coordinación hacía que Ty Segall y su banda estuvieran preparados sobre el escenario más de diez minutos, esperando a que finalizara la actuación de Vance Joy. Los incondicionales de Segall, presentes desde tiempo antes para copar las primeras filas, aplaudieron, jalearon, y utilizaron todas las formas posibles para dejarle claro que esperaban fervientemente el inicio de la actuación. Como decía Pepe Nave en la crítica que publicamos de su disco “Three Bells” (2024), la acotación “está muy bien si sabes a lo que vas”, frase aplicable tanto a los discos como a las actuaciones del californiano. En cuanto sonó la última nota en el escenario Estrella, Segall y los suyos liberaron una apabullante andanada de garage rock y psicodelia ácida sin concesión alguna para el deleite de incondicionales y curiosos congregados (y espanto de algún despistado que no sabía lo que se le venía encima).

Ty Segall, ácido. Foto: Meritxell Rosell
Ty Segall, ácido. Foto: Meritxell Rosell
Y hablando de carreras disparadas hacia el estrellato, la de Julieta es un buen ejemplo de ella. El año pasado actuó en uno de los escenarios pequeños acompañada por dos bailarines. Tan solo un año después, el escenario grande del festival se rendía a ella y a una trabajada puesta en escena que incluía hasta ocho bailarines acompañándola. Mezclando reguetón, trap y pop electrónico, las canciones de “5AM” (2023) servían de hilo conductor para explicarnos una historia de amor en la ciudad, aunque en realidad lo que nos estaban explicando esa noche era el deslumbrante despegue de una estrella en ciernes. JB

Julieta, estrella total. Foto: Meritxell Rosell
Julieta, estrella total. Foto: Meritxell Rosell

Viernes, 5 de julio

No importa que el calor apretara. O que, de todos los escenarios disponibles, el más grande del recinto no fuera el que mejor se adaptara a su propuesta. Sílvia Pérez Cruz lleva tiempo transitando por encima del bien y del mal. Lo demostró con un trío de cuerdas, actitud ejemplar y un brío musical de los que perduran. La de Palafrugell hizo gala tanto de su variado y exquisito paladar musical como de su sabiduría para atravesar corrientes estilísticas distintas sin perder la elegancia ni ese toque clásico y atemporal que la definen. La cantautora catalana se encaramó a una versión abreviada de su último disco, “Toda la vida, un día” (2023). Acomodó algunos temas dentro de distintos movimientos, abarcando por el camino referencias y versiones de todo pelaje (William Carlos Williams, Fernando Pessoa, Enrique Morente). Se erigió como firme defensora de la poesía y, con o sin guitarra, se mostró encantadora, generosa, agradecida con los suyos y con los que la seguíamos ensimismados unos metros abajo. Bordó hasta el prohibido pestañear el tema homónimo de su última referencia discográfica. Pese a las horas, recompensó a los más madrugadores con un movimiento de canción ibérica, latinoamericana y transfronteriza reparadora.

Sílvia Pérez Cruz, el arte de la canción. Foto: Meritxell Rosell
Sílvia Pérez Cruz, el arte de la canción. Foto: Meritxell Rosell

El pop metafísico de Ferran Palau sí que encontró cobijo en escenarios más idílicos –la estampa resultaba bastante “mediterraniament”– como El Vaixell. El de Collbató se apretujó con sus músicos en el pequeño escenario para facturar ese folk-pop plácido apto para una amplia variedad de públicos, como se pudo comprobar en toda la arboleda que rodea ese encantador espacio. Las criaturas del bosque de su último trabajo (“Plora aquí”, 2024) no pudieron albergar mejor escenario para que se les tomara el pulso del directo.

Ferran Palau en la barca metafísica. Foto: Meritxell Rosell
Ferran Palau en la barca metafísica. Foto: Meritxell Rosell

El sonido del escenario de La Masia impidió el desarrollo pulcro de algunas actuaciones. Como fue el caso del esperado regreso de la banda Standstill tras nueve años alejados de los focos. Los barceloneses tuvieron que lidiar una parte del concierto con una de las dos baterías con el bombo aguijoneado. Algo que afectó sus intentos por derribar pabellones auditivos con esos ramalazos hardcore de sus inicios. Enric Montefusco y los suyos enderezaron la transmisión sonora con ese “¿Por qué me llamas a estas horas?” de electricidad punible. Su pegada emocional siguió creciendo hasta esa traca final con “1, 2, 3, sol” y su celebrado y coreado “Adelante, Bonaparte (I)”. Esperemos que las buenas sensaciones recogidas los alejen de esta alargada inactividad para seguir anotando nuevos capítulos e himnos de familiaridad cotidiana.

Standstill, por encima de los problemas. Foto: Meritxell Rosell
Standstill, por encima de los problemas. Foto: Meritxell Rosell

Lo de Ride en el escenario principal fue una lección de rock sin mácula, como unos clásicos del gremio. Con sus monos de trabajo, sin apenas parafernalia escénica y menos aspavientos, pero como verdaderos currantes, la banda inglesa ennobleció el viejo arte con una pureza sónica sin error. Daba igual si se inclinaban hacia el post-rock de nubarrones eléctricos, al shoegaze primerizo, o les daba por introducir diademas sintéticas a lo “Baba O’Riley” (“Leave Them All Behind”). Seguían sonando impolutos. Incluso cuando sacaron a pasear su último disco, “Interplay” (2024). Igual su propuesta no resulta la más accesible para las nuevas generaciones, pero con el bolo ofertado en el Vida seguro que se llevaron a más de un converso.

Ride: clasicismo shoegaze. Foto: Meritxell Rosell
Ride: clasicismo shoegaze. Foto: Meritxell Rosell

Por su parte, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba llevan tiempo ampliando su base de seguidores. Su flamenco rock y sus invocaciones estables a Triana calaron pronto entre el público desplegado alrededor del escenario La Masia. Musculatura stoner rock, coberturas psicodélicas y actitud hard rock compactan su propuesta. El rock andaluz tiene su descendencia cubierta por años.

Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, hard Andalucía. Foto: Meritxell Rosell
Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, hard Andalucía. Foto: Meritxell Rosell
Aunque si hubo un ganador de la noche y, probablemente, del cómputo global de las diez ediciones celebradas, ese fue James Blake. El inglés se ha consolidado como una de las voces más genuinas del panorama musical contemporáneo. Su alt crooner de hechuras electrónicas lleva tiempo marcando el camino para muchos, pero esa madurez ha sabido también reflejarla en un directo excelso como el del pasado viernes. Si con su voz es capaz de traspasar mallas resistentes, su arropamiento instrumental, basado en una tecnología expedida orgánicamente, no se queda ni un paso atrás. Acompañado por guitarra/sintes y batería, el músico de Enfield no se separó de sus teclados en un derroche de elegancia y temple escénico sofisticado y de alto confort, convertido en gran druida a la hora de encajar ese oscilamiento entre la intimidad anuladora de voluntad y los arropes rítmicos de club. Se atrevió a versionar a Radiohead (“No Surprises”), demostrando que su calado emocional está a la altura del de su compatriota Thom Yorke; incursionó en el techno de sus inicios, y le supo imprimir dinamismo y BPM sin repercutir en su halo melancólico ni su profundidad afectiva. Por si fuera poco anunció un show sorpresa para el día siguiente en Nitsa: los que se marcaron doblete podrán morir hoy plácidos. Mágico, de verdad. 

James Blake, el mago. Foto: Meritxell Rosell
James Blake, el mago. Foto: Meritxell Rosell

Después de flotar por Saturno con Blake, nadie tenía fácil darle el relevo. Los elegidos fueron unos Temples que supieron tomar pronto la temperatura que exigía la noche bien entrada. La banda inglesa lleva tiempo dada de baja del psych más puro para abrazar un tono más soft de melodías certeras y armonías vocales que podrían compartir habitáculo con el sonido de Tame Impala. Su rock psych conectó con los presentes en temas infalibles como “Shelter Song”, “Certainty” o “Paraphernalia”. Remataron con una jam final mayúscula. MM

Temples, lejos del psych-rock. Foto: Meritxell Rosell
Temples, lejos del psych-rock. Foto: Meritxell Rosell

Sábado, 6 de julio

Alice Phoebe Lou fue uno de los primeros recibimientos de la última jornada. La artista sudafricana factura un pop cándido, de planteamiento lo-fi y expresiones sentimentales de bedroom pop. El problema es que su recogimiento fue impedido por la incontinencia verbal de la mayoría de los presentes. En ocasiones buscó hospedaje en los estilos de cantautoras más desenvueltas como Julia Jacklin o Jessica Pratt.

Alice Phoebe Lou, demasiada candidez. Foto: Meritxell Rosell
Alice Phoebe Lou, demasiada candidez. Foto: Meritxell Rosell
Como todos daban por sentado, la aparición de Los Planetas comprometió la capacidad de aforo del escenario El Vaixell, espacio que J bautizó varias veces como el barco de Chanquete. Público fiel y maduro para recibir la encarnación íntima de la banda granadina, que llegaba representada por J y Florent. A su vera, bajo de apoyo (Miguel López) y un piano de cola (David Montañés), que aportó singularidad al encuentro. Su distorsión sostenida, privada de clímax, fue contagiando el bucólico espacio. Aunque el desafiante ritmo, y la oscuridad latente, tuvieron que vérselas con un murmullo continuo del público, poco a poco fueron ganando el pulso, y apoderándose de la atención. Cerraron con “David y Claudia”.

Los Planetas en modo íntimo. Foto: Meritxell Rosell
Los Planetas en modo íntimo. Foto: Meritxell Rosell
Paolo Nuttini empezó con una preocupante indefinición estilística, hasta el punto de intentar acercarse a la entonación de Brian Johnson (AC/DC). Resultó evidente que su voz hard rock no convencía al público. Pese a las alarmas, logró invertir el signo del concierto cuando se agarró a la acústica y teclados para dar forma a su faceta más recogida. A veces incluso traspasó la línea de lo meloso acercándose peligrosamente a Bryan Adams. Pero su múltiple personalidad también dejó encarnaciones en positivo: blues-rock knopfleriano, o cuando optó por el indie rock de Adam Granduciel (The War On Drugs) en los instantes en que no aspiraba a invocar al más alto de la pirámide de la americana (Springsteen). Fue puliendo esa indefinición identitaria con injerencias sintéticas de neosoul roto con la memorable “Iron Sky”, con la que selló la inclinación ascendente de su show. Logró ganancia emocional cuando la noche se impuso a la luz diurna y hasta se atrevió con módulos electrónicos tipo Orbital o Chemical Brothers en “Shine A Light”.

El belga Maarten Devoldere, tras haber liderado la banda Balthazar (aparcada por el momento), se presentó en el Vida con su otro proyecto artístico, Warhaus. Secundado por guitarra, bajo, teclado/trompeta/violín, y batería, Devoldere impartió una lección de dominio escénico y carisma. Prendieron la mecha con ese “When I Am With You” de pop-funk con falsetes que los acerca a The Parcels. Pero su fórmula se extendió por otros derroteros igual o más satisfactorios. Con su porte seductora, y compañeros de formación que parecían salidos de un anuncio de ropa, el combo belga encontró su mejor desarrollo en un pop noir elegante, con reminiscencias cinematográficas. Por instantes sonaron como una perfecta combinación entre Suicide y el sex appeal de Chris Isaak o Serge Gainsbourg. Improvisaron una dilatada jam cuando su líder se ausentó del escenario más de lo previsto. Pero respiraban sueltos y sonrientes. Aportaron condimento jazzy a lo Kamasi Washington cuando se sumaba la trompeta: incluso con ese número de “fake jazz” se apoderaron del recuerdo tenaz del público, dejándoles una sonrisa delatadora de principio a fin. Impecables.

Warhaus, vencedores belgas. Foto: Meritxell Rosell
Warhaus, vencedores belgas. Foto: Meritxell Rosell
Por unos inquietantes minutos Mathangi “Maya” Arulpragasam amenazó con hacer honor a su alias (M.I.A.: “missing in action”) y no presentarse a la cita. Con un cuarto de hora de retraso, la inglesa de origen tamil irrumpió en escena acompañada de bailarines que no cesaron de darle el contrapunto más dinámico en el escenario. La artista salió políticamente combativa (con menciones a Palestina) y recordó, con cierta sorna, su adhesión conspiranoica. A sus 48 años mantiene su vigorosidad aunque su música se haya alejado de las corrientes mayoritarias. Su collage global sónico, de ritmos cortantes y rabiosos, sigue agitando y propulsando el baile, especialmente mediante sus hits irrefutables, que no escatimó: “Galang”, “Born Free”, “Bad Girls” y “Paper Planes”. Su festividad multicultural y agitadora fue solo interrumpida por quejas sobre la petaca de su micro, algunas proclamas políticas y algún que otro manifiesto. Cubierta con una manta térmica, cerró su corpulento y lumínico show con “Marigold” y su vigente estribillo “We’re gonna need a miracle”. Cumplió (no con el tiempo asignado, concluyó antes) pero sin dejar excesivas regalías.

M.I.A.: en la frente y en el frente. Foto: Meritxell Rosell
M.I.A.: en la frente y en el frente. Foto: Meritxell Rosell
El trap-pop de Cupido fue el ocupante de la ranura anunciada como “Secret Show”. La sorpresa se filtró minutos antes, solo así se explica el llenazo de público local en La Cabana. Paralelamente, unos desganados Black Lips difuminaban el directo salvaje e irreverente con el que se les recordaba. Su garage y punk rock se presentó anémico. Lo corroboró el público adormecido que resistió.

Black Lips en horas bajas. Foto: Meritxell Rosell
Black Lips en horas bajas. Foto: Meritxell Rosell
Alizzz se presentó en el escenario principal como vecino héroe local. El del Baix Llobregat dobla la apuesta orgánica en sus directos con una compacta banda. Tal es el esmero del músico por reproducir y dar continuidad al perfeccionismo de sus grabaciones que blindó al batería detrás de una mampara. Sus himnos inmediatos se sucedieron como el propulsor de un romance veraniego tórrido. También sus influencias rockeras y poperas pretéritas hicieron acto de presencia en ciertos recodos del concierto, aunque es cuando recurre a su último disco cuando supura estado de embriaguez amorosa (“Destellos”, “En tu casa o en la mía”). Ni la caída que sufrió al bajar del escenario, de la cual se recuperó con rapidez y sano humor, lastraron el entusiasmo generado por su repertorio. El “Qué pasa nen” se lo dedicó a sus padres, presentes entre el público, como sentido compromiso a sus orígenes y vínculos, y cerró su hora de actuación con “El encuentro”. MM

Alizzz, himnos eufóricos. Foto: Meritxell Rosell
Alizzz, himnos eufóricos. Foto: Meritxell Rosell

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