“Teruel” se llama el tema instrumental que abre ese último trabajo de Will Johnson. Una ciudad que el tópico dice que no existe y que tampoco está entre las que visita en estos días. También es verdad que Teruel es, seguramente, una de las provincias más tejanas de estos pagos. Pero –les juro que he mirado por si acaso y no existe una localidad homónima en Estados Unidos– quizá esto da una idea del cariño que siente por nuestro país. De hecho, el propio Will lo manifestó en un emotivo y humilde interludio –no habló mucho más– que aprovechó para dar las gracias a todas las personas –“del sello que lleva editando todos mis discos desde 2006”, de la promotora, de la sala, los espectadores…– que habían hecho posible finalmente la visita.
Sentado en una banqueta baja, con una calada gorra, sin apenas luz, los ojos cerrados la mayor parte del tiempo y adosado a una guitarra acústica a la que no dejó de pellizcar para extraer acordes precisos (y nunca de más), Johnson desgranó su repertorio con tanta crudeza y dolor como gozo y humildad. Y mira que se las podría dar de ser dueño de un avasallador arsenal de canciones. De canciones que parecen menos y dan más. Canciones arenosas, como la suave lija de su voz. Que si te descuidas –más bien si te dejas, que es lo suyo– se cuelan por debajo de la piel. Expresadas en un registro no muy distinto al de su último álbum, que apenas añade apuntes de violonchelo o las percusiones de Thor Harris –sí, el vikingo de Swans– al esqueleto acústico y vocal tejido con sabiduría y serenidad por el amigo Will.
Acabado el repertorio –en el que no faltó una cita a su fantástico disco con Jason Molina publicado en 2009 por Secretly Canadian–, Johnson se quedó sentado, satisfecho, recogiendo con una amplia sonrisa el cariño del respetable; ante las evidentes ganas de más, dijo estar “demasiado mayor para hacer la estupidez de salir y volver a entrar” y, sin mayor dilación, repartió un último escalofrío. En total, poco más de una hora de música que, aun así, nos dejó ahítos de emociones y –no es cosa baladí en estos tiempos– paz.
Hablando con él tras la actuación –estuvo un rato vendiendo y firmando CDs: “los que me caben en una maleta”–, recordábamos ese maratón de magníficos conciertos que ofició en Primavera Sound 2006: con Centro-Matic, South San Gabriel y el supergrupo Undertow Orchestra (con Vic Chesnutt, Mark Eitzel y David Bazan). Los primeros parecen haber revivido en los últimos meses con una serie de actuaciones en Texas, aunque llevan ocho años de silencio discográfico; de los segundos no sabemos nada desde 2017; los últimos desaparecieron en 2009, claro, con el suicidio de Chesnutt. Por suerte nos queda siempre su tan conmovedora como sencilla faceta solista, en la que cada nota, cada inflexión vocal, cada guiño emocional y cada brizna de nostalgia… suman. Oh capitán, mi capitán… ∎
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