Xarim Aresté (Flix, 1983) se presenta con puntualidad británica a la cita con Rockdelux. El sitio acordado es un bar cercano a Drassanes, en Barcelona, ajeno al trasiego de las inmediaciones. Su look y la cadencia tranquila que lo acompañan casan con el alumno de Filosofía que dejó los estudios en tercero de carrera para dedicarse a la música. Ya quedan lejos las incursiones en el punk, el garage y la rumba posmodernista de sus inicios. Desde hace años, el cantautor catalán defiende un folk arropado e introspectivo, materializado sin aspavientos ni afán comercial, simplemente priorizando la honestidad con lo que le dicta el corazón.
Es el mismo perfil que muestra en la entrevista a propósito de “Ses entranyes” (RGB Suports, 2022), un nuevo trabajo que no es el quinto álbum de su carrera, pese a lo que apunta la nota de prensa: “Creo que no es el quinto porque he hecho muchos que no están en el Spoti. Alguien dijo quinto y se fue repitiendo esto y ha quedado, pero creo que tengo más”. Entre cigarrillo y cigarrillo de Nobel, resguardado del molesto hilo musical que emana del interior del local e indiferente a las miradas curiosas de unas chicas rusas que rondan por la terraza, Aresté contesta a nuestras preguntas.
Un disco que aflora desde las entrañas, como anuncia el propio título. ¿Estamos ante tu trabajo más visceral?
Seguro. La creación siempre es algo muy espontáneo, es un clic. Luego la gestación requiere su tiempo, pero la creación no. Y así como en otras ocasiones buscaba algo determinado, en este trabajo no buscaba nada concreto y, ya solo por eso, creo que es el más sincero que he hecho. La mente, lo racional, no fueron factores que entraran en juego. De hecho, con tal de proteger esa idea, lo que hice fue ir al estudio con los músicos directamente y enseñarles las canciones en ese mismo momento. Por eso lo grabamos tan rápido. La tensión que supone hacer ese salto al vacío hace que las antenas se afinen un montón. Y eso era lo que quería, buscar esa frescura, esa imperfección que, a la vez, resulta tan humana. Me ha pasado con anterioridad que, por querer perfeccionar algo, he perdido la humanidad que, por ejemplo, residía en las maquetas. Por todo esto creo que este es el disco más real que he hecho.
La concepción y gestación de “Ses entranyes” ha sido inusual y heterodoxa con respecto a tus anteriores trabajos. Ha habido mucha improvisación y poco resguardo en el estudio. ¿Cuál era tu idea eligiendo este camino?
La forma en que solemos hacer los discos en el pop, en el rock, en el flamenco, en todos los estilos, donde prima la cuestión quirúrgica y cuantificada. Vamos con la claqueta y grabamos todos por pistas. Vamos al estudio con la idea de hacer que un muerto se levante. Y eso no es arte, es artesanía en todo caso. En cambio, registrar una experiencia que está pasando sonará mejor o sonará peor, pero será algo vivo. Y esa es la música que más escucho y más me gusta. Esto que critico lo veo tanto en discos de otros como en los míos y es algo que no me gusta, porque está todo demasiado arreglado. Cada vez la música se parece más a algo que podría hacer un robot.
También eres poeta, pintor y ahora, además, escritor. Has escrito un libro de aforismos filosóficos –“Les fugues de la font del temple” (Rosa dels Vents, 2021)– y una novela durante la pandemia, pendiente de publicación. ¿Qué aportan estas otras disciplinas artísticas a tu música?
Yo creo que el universo es básicamente una relación de relaciones. Y nuestra consciencia se eleva tal y como somos, conscientes de las relaciones. La armonía musical no deja de ser eso, entender todas las relaciones dentro de la música. Y creo que los colores y los sonidos son parte de una misma cosa, pero con una vibración diferente. Como el agua y el hielo, que son la misma sustancia pero vibrando diferente. Así que, de alguna forma, no hay ninguna diferencia. Cuanto más me meto en ello, más me doy cuenta de que es el mismo lenguaje. Tengo un amigo que es un gran cocinero y a veces hablo con él de texturas, de vanguardia, de tradición, hablamos de tempo también. Todas las artes, en realidad, se definen con los mismos parámetros. Pero sí creo que la poesía es lo que hace que el arte sea arte, porque la poesía está en todas las artes.
Es también un disco donde has intentado mutar la piel a través del contacto con nuevos músicos. A excepción del pianista Ricard Sohn, todos eran nuevos.
También el trompetista, Pep Garau, y el trombón, Tomeu Garcias, eran viejos conocidos.
¿Cuál era la intención de rodearte de nuevas caras y cómo se desarrollaron las dinámicas con los nuevos músicos?
Yo me enamoré del batería, Enric Fuster, la primera vez que lo vi tocando con Eva Fernández. Me enamoré porque vi un poeta en lugar de un batería. Y eso me impresionó. De algún modo, todos somos una gran familia. Yo he terminado forjando un importante vínculo con la escena jazzística mallorquina, que es muy rica. Y su forma de entender la música me inspira mucho. Para esa gente no existe ni Instagram, ni Rockdelux, ni pollas. No hay nada más que el puto jazz… y la marihuana. Es realmente inspirador y verlos actuar es como ver peces en el agua. Y no sé hasta qué punto ellos entienden el lenguaje del folclore del que yo vengo, pero tienen oreja. Meterme en su bañera con mi música ha sido una gozada. Yo estoy descubriendo el disco justo ahora, porque lo grabamos así, ¡pum!, y no tuvimos tiempo de pensar.
Algunas canciones me conectaron con ese folk anglosajón de finales de los años 60 y principios de los 70. Tanto de la Costa Oeste como cantautores folk rollo James Taylor, Tim Hardin. Incluso The Band. Especialmente con el tema “Ja no hi ets”. ¿Estuvieron presentes esas influencias durante la gestación del disco?
Especialmente The Band. Recuerdo que me marcaron sobremanera en la adolescencia. Pero terminé alejándome de esa onda. Yo entré en la música a través de Nirvana, pero pronto quedé prendado por el blues. Y entonces hice el viaje hasta Nirvana desde los años 30 y pasé por diferentes estilos. En el caso de The Band, todos eran grandes músicos y se nota en su música, que está viva.
En estos tiempos en que la humanidad parece estar cayendo por un precipicio y que todo está al borde del colapso, ¿qué papel puede desempeñar el músico o la música? En tu caso, ¿sales fortalecido con situaciones así?, ¿te sirven para inspirarte a nivel compositivo o, por el contrario, te vienes abajo como a muchos músicos les ocurrió durante la pandemia?
Hace muchos años que me hago esa pregunta. Y hace años ya era difícil de responder. Porque en realidad este cataclismo no es tan espontáneo, lo observo como una cuesta abajo que llevamos tiempo presenciando. Nosotros todavía hemos vivido el artista paleolítico, el que estaba en conexión con una trascendencia. Bob Marley o Michael Jackson eran gente que estaba por encima de todo, de ellos mismos incluso. Trascendían la corporeidad. Y esa es una idea que venía del Paleolítico. La música siempre ha tenido esa cualidad de conectarnos entre nosotros, de unirnos con algo que estaba más allá de lo racional. Y siento cómo ahora esto se ha ido transformando hacia el producto urbano, hacia la pura estética. Y no sé si hemos sido embaucados en el proceso o hemos sido los primeros en querer salir por la tele a vender nuestra sardina. Pero recuerdo que en el panorama cultural de mi cerebro salía algún músico y notaba que no tenía amo, que ese estaba ahí por el corazón, no por nada más. Y eso es lo que me enganchó a la música. Y un poco ese es el poder de la música, sentir que la libertad de uno te libera a ti. Ahora no siento eso. Siento que los músicos que están haciendo estos roles de chamán no están liberados. Al contrario, están sometidos, incluso por su propia figura. Pero la función del músico creo que tiene que ser la de pintar un mundo mejor. ∎
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