Nika Roza Danilova vive en medio de un bosque.
Nika Roza Danilova vive en medio de un bosque.

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Zola Jesus

“Prácticamente la totalidad de la industria musical ha sido absorbida por empresas multinacionales e intereses corporativos”

Fotos: Shervin Lainez

22.07.2022
Artífice de un universo expresivo muy particular –donde el pop electrónico más severo se da cita con el darkwave y tendencias posindustriales–, Zola Jesus ha regresado tras años de silencio con “Arkhon”, su sexto álbum de estudio. Durante el parón ha reconceptualizado quizá no su música, pero sí su forma de plantearla y hacerla, así como el rol que desempeña el artista en un sector en crisis. Todo ello se aborda en esta conversación, así como las innovaciones introducidas por su nuevo disco, que en cierta medida es fruto de la época pandémica.

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ika Roza Danilova, aka Zola Jesus, nos llama desde su casa en medio de algún bosque del rústico estado de Wisconsin, donde lleva años viviendo tras llegar a la conclusión de que la urbe no era su hábitat natural. “Me siento más cómoda en la naturaleza, relativamente aislada, alejada de la sociedad”, confiesa. “Creo que soy una persona muy sensible, siempre acabo hiperestimulada en las ciudades, así que para mi salud es mejor vivir en el campo”. En ese entorno retirado fue donde sobrevivió al año más duro de la pandemia y donde compuso –entre 2018 y 2021– “Arkhon” (Sacred Bones-Popstock!, 2022), su nuevo álbum. Un disco que, en sus propias palabras, refleja hasta cierto punto la volatilidad del mundo actual. “Sin duda, fue una temporada intensísima en la que me replanteé aspectos fundamentales de mi vida. A nivel más personal tuve todo tipo de movidas, incluyendo el final de relaciones importantes. Fueron unos años turbulentos y, para rematar, el drama colectivo que hemos experimentado todos, ya sea la pandemia o los tumultos políticos y sociales”. Hablamos de una obra que es fruto de esos tiempos agitados. Como “algunas canciones tratan claramente la ansiedad del momento”, le pareció idóneo el título: “En general diría que vivimos en tiempos muy ‘arkhónicos’, en el sentido gnóstico de la palabra”. Se refiere a cómo los antiguos gnósticos creían que el mundo había sido creado por un dios imperfecto y que las fuerzas malévolas de los arcontes habían llevado a la humanidad por el mal camino.

Sin embargo no todo es oscuridad en el disco, como tampoco lo es en la vida. Si bien canciones como “Lost” –con su peculiar sample de coro folclórico esloveno, un fragmento sónico que Nika, autodeclarada “fan de la música histórica”, halló por su cuenta en una de esas noches de confinamiento– o “The Fall” son exploraciones relativamente pesimistas de la confusión suscitada por el virus o directamente retratos de horas bajas en su vida sentimental, también hay resquicios de cierta esperanza, como “Into The Wild”. O momentos musicales de belleza indiscutible, como la épica “Dead And Gone”, uno de los cortes de los que más contenta está la artista: “Es un arreglo de cuerdas excepcional, obra de Louise Woodward, la violinista de mi banda de gira”. El batería Matt Chamberlain también aparece en varias de las canciones y la mano del productor Randall Dunn –de Master Musicians Of Bukkake– es ubicua. Especialmente en piezas intrincadas como “Sewn”, que es, según cuenta Nika, el corte más colaborativo de todo el álbum: “Empezamos sobre una base de percusión trazada por Matt y no fue hasta después cuando decidimos las melodías vocales”. El resto de canciones empezaron como demos en su casa, “pero llegaron a su forma final tras pasar por el estudio y diversidad de debates con Randall, quien se encargó de expandir la instrumentación y añadir capas. Todas las canciones fueron sujetas a su propia sesión de elucubración y diseño”. La única excepción es la sentida balada al piano “Desire”.

Curiosamente este álbum, concebido parcialmente en tiempos de pandemia, ha sido también el más colaborativo de toda la carrera de la artista: “Había decidido trabajar con otra gente antes de la hecatombe. Cuando estalló la COVID, en vez de emprender otra dirección decidí esperar. Era importante que fuera un periplo colectivo, no me conformaría con ninguna otra cosa”. Nika se negó a que el virus le aguara los planes. “Además”, añade, “sabía de forma intuitiva que tras esa época de confinamiento en nuestras habitaciones la gente necesitaría música colaborativa, música que trascendiera una única persona, muestras de comunión y creatividad colectiva. Así que esperé”. Y admite que “dejarse llevar” por este proceso fue algo liberador: “Me rendí a lo que saliera sin querer entrometerme demasiado. Dejé que las canciones evolucionaran por su cuenta, en manos de otros”.

Querer volver a ese momento en el que tienes la sensación de llevar las riendas de tu vida.
Querer volver a ese momento en el que tienes la sensación de llevar las riendas de tu vida.

Por lo que cuentas, la grabación de este disco marca un antes y un después en tu forma de gestar música. ¿Qué dirías que has aprendido de la experiencia?

Hacer música en solitario a veces es algo bastante difícil. Soy perfeccionista, me critico mucho a mí misma y así, más en general, es un currazo. Además, a veces no sé cómo sacar algunos sonidos que oigo en mi cabeza o pierdo demasiado tiempo buscándolos. Ese es un desafío que me agrada, y es gratificante poder lograr algo por tu cuenta. Pero lo cierto es que anhelaba estar con gente. Anhelaba conexiones, la posibilidad de hacer música sin darme con la cabeza en la pared. Por eso mismo no le di demasiadas vueltas a cómo acabaría sonando, porque los resultados eran mucho menos importantes que el proceso. El álbum suena como suena porque no interferí, no pensé demasiado las cosas. Simplemente, si algo sonaba bien lo dejábamos tal cual.

Dijiste que “Desire” es quizá la excepción, la canción más diferente del álbum: tal como aparece en el disco, es un registro de tu interpretación en solitario sin aditivos ni modificaciones. Además, líricamente, es una de las piezas más emotivas del conjunto. ¿Por qué decidiste dejarla sin ornamentos?

“Desire” es una canción muy directa, pero precisamente por eso me la planteé como un reto: sin efectos de voz, sin la incorporación de otros instrumentos o más capas, rehuyendo la tentación de llevar el tema hacia otras direcciones. Contar solo con la voz y el piano es un ejercicio que te deja en una posición de vulnerabilidad, pero también tuve la impresión de que insistir en ese minimalismo crudo era algo relativamente valiente. Cuando estás sola con el instrumento, la interpretación tiene que cargar con todo. Y, si bien te exige más, también resulta bastante catártico.

Podría decirse que a nivel vocal es uno de los temas más intrigantes del álbum: tu voz hace acrobacias a partir de una línea melódica y una palabra en concreto. ¿La versión del disco es pura improvisación?

Era una canción que solía tocar mucho en casa, y fue durante esos dos años, mientras estuve esperando la oportunidad de ir al estudio, cuando desarrollé varias formas de interpretarla. Recito la palabra “desire” de múltiples maneras a lo largo de la canción, y eso refleja cómo el deseo puede adoptar formas tan distintas. Puede ser algo oscuro o pecaminoso, pero también vibrante y sano. Es una palabra muy cargada, así que cada vez que la cantaba se generaba una interpretación distinta de lo que significaba. Eso me resultó muy interesante, como ejercicio. La versión del álbum fue la primera toma que grabamos en el estudio, no quise mejorarla ni modificarla, quería que fuera una interpretación improvisada y desnuda. Nunca la he tocado igual dos veces.


“La pandemia es el símbolo más claro de la nueva realidad en la que vivimos, pero hay muchas otras cosas, algunas derivadas, otras circundantes. El mundo es un lugar distinto, todo ha cambiado: cómo grabé el disco, cómo lo estoy promocionando, las cosas de las que hablo. Por ejemplo: en 2017 nadie me planteaba preguntas sociales o políticas en las entrevistas; hoy día, se les exige a los músicos pronunciarse mucho más sobre estos asuntos”



“Into The Wild” es otro tema al cual tienes especial cariño, por lo que mencionaste. Parece una canción más soleada y pastoral en comparación a las que abren el disco, como “Lost”. ¿Cuál es su génesis?

Es curioso que a orejas de alguien pueda resultar soleada, porque la compuse justo después de sufrir una separación bastante complicada. El tema relata la experiencia de sentirse extremadamente perdida y no saber cómo será el mañana, ese salvaje porvenir. Mi mundo se derrumbó de un día para otro y todo me parecía desconocido. Constatar que estaba sola en este viaje me provocaba cierta ansiedad. Pero por supuesto la canción trata sobre cómo me di a mí misma las fuerzas suficientes como para vivir esas cosas desconocidas y reconectar con el mundo. Es una sensación que se expresa al final del tema: “Take me back to when I had control”. El querer volver a ese momento en el que llevas –o más bien tienes la sensación de llevar– las riendas de tu vida.

¿Cómo sueles trabajar la incorporación de tus propias vivencias personales a tu música? ¿Lo haces de forma sistemática o te dejas llevar por el momento?

Es un proceso muy natural y desde luego inconsciente. Empiezo con alguna idea melódica y dejo sentir hacia donde me lleva. A veces ese inicio se desarrolla más, a veces lo abandono. Es decir, los conceptos no parten de un ejercicio analítico, llegan y se incorporan naturalmente. Evidentemente, más allá de los sentimientos, hay cosas en las que estoy interesada en un momento concreto que desembocan tanto en la música como en su presentación visual. Todo es un destilado de dónde estoy en ese instante. Cómo lo siento, lo que me parece, cómo sabe. Puramente orgánico.

Tu último álbum con material en estudio, “Okovi”, salió en 2017. ¿Hasta qué punto este largo intervalo entre álbumes se debe a factores externos y cómo ha afectado a tu manera de componer música?

¡La pandemia es lo que explica ese parón de cinco años! La parálisis del mundo. Mi plan original era grabar y sacar el álbum en 2020, pero cuando me disponía a viajar al estudio, se impusieron las restricciones de desplazamiento. Así que me quedé sola en mi casa con las canciones y acabé componiendo más. En ese sentido, esos meses de confinamiento tuvieron el efecto positivo de permitirme digerir tanto las canciones como mi propia existencia, y gracias a ello creo que conté con un interludio de tiempo mayor del habitual para profundizar en este material en vez de los dos años que solía dejar entre discos. Cuando te pasas meses girando y viajando e intentando componer más canciones en medio de ese ajetreo no tienes tiempo para digerir tan bien tus sensaciones, pensamientos o inclinaciones.

 Reconsiderando qué es lo que quiere ser, qué quiere hacer, qué quiere compartir.
Reconsiderando qué es lo que quiere ser, qué quiere hacer, qué quiere compartir.

Decir que nuestra realidad ha cambiado desde entonces sería quedarse corto. Mencionas que el parón generalizado te proporcionó la oportunidad de trabajar mejor este conjunto de temas. Pero, más allá de eso, ¿cómo dirías que experimentaste la pandemia a nivel personal y profesional?

La pandemia es el símbolo más claro de la nueva realidad en la que vivimos, pero hay muchas otras cosas, algunas derivadas, otras circundantes. El mundo es un lugar distinto, todo ha cambiado: cómo grabé el disco, cómo lo estoy promocionando, las cosas de las que hablo. Por ejemplo: en 2017 nadie me planteaba preguntas sociales o políticas en las entrevistas; hoy día, se les exige a los músicos pronunciarse mucho más sobre estos asuntos. La reciente revocación de Roe vs. Wade y lo que eso supone para el aborto y los derechos de las mujeres en nuestro país es uno de esos temas, y con razón, porque nos hemos llevado todos las manos a la cabeza y estamos aterrorizados. Pero si hablamos de efectos más estructurales, básicamente la industria musical se ha ido al garete y, debido a ello, durante mucho tiempo mi sustento económico se quedó en el aire. Me quedé en el paro, ni más ni menos. Lo que conllevó malestar psicológico, dudas, ansiedad… ¿Cómo sería el futuro? Eso me hizo reconsiderar qué es lo que quiero ser, qué quiero hacer, qué quiero compartir. Quiero ser alguien capaz de perseguir su propio instinto musical, pero también alguien que empatice con los problemas del resto de integrantes de nuestro colectivo y defienda sus derechos. En la pandemia empecé a darme cuenta de que tengo cierta responsabilidad, en una época de tanta decadencia en el sector de la música. Hacer un disco no es algo barato, hay un montón de factores a tener en cuenta, hay mucha gente involucrada, muchas horas de trabajo. Eso ya no puede separarse de la música en sí misma. Hoy en día tienes que tener una voluntad férrea para dedicarte a esto.

Hablas del declive de la industria musical. ¿Podrías explayarte al respecto, especialmente en cómo te ha afectado a ti?

Incluso antes de la pandemia, la industria musical estaba tocada. Ya había empezado a constatar las tribulaciones de los músicos, la dificultad de sobrevivir haciendo música. En gran parte debido al streaming, porque los royalties que recibes con este modelo son quizá una décima parte de lo que solían ser las ventas de álbumes. A los músicos ya no se les paga por su música, así que están obligados a girar y vender camisetas. Con la llegada de la pandemia, nuestras fuentes de ingresos se vieron reducidas a cero prácticamente: ni música ni conciertos. Fue muy confuso. Antes de eso, en 2018, yo había empezado un Patreon para intentar obtener crowdfunding, una serie de ingresos mensuales más o menos estables que pudiera reinvertir en mi música. Me era imposible sobrevivir en el día a día, pagar las facturas e invertir dinero en la música. Es insostenible. Era o una cosa o la otra. Me he dedicado profesionalmente al sector desde que tenía 19 años y siempre quise vivir de mi arte. Pero visto lo alarmante de la situación, cada vez empecé a expresar más públicamente estas crudas realidades. Es medio vergonzoso salir a decir: “Sé que pensáis que somos ricos y famosos, pero ni siquiera nos podemos permitir billetes de avión”. Alguien tiene que hablar de todo esto. Como mínimo, me sentí más liberada, más empoderada, por hablar alto y claro. Luego llegó la pandemia y todo empeoró.


“Cómo observo la posición que ocupo en el sector y lo que hago como artista no tiene nada que ver con mis perspectivas de antaño, de hace una década. Mi música ganó una nueva dimensión radicada en ese activismo, esa denuncia de lo mal que está el mundo: a estas alturas, paso de hacer música para nadie que no sea yo porque, en el fondo, ¿qué más da? Tampoco es que gane dinero con ello”



Es decir, tienes la sensación de que ha cambiado tu rol como artista o la percepción que tienes de ti misma como integrante de esta industria.

La cuestión es que prácticamente la totalidad de la industria musical ha sido absorbida por empresas multinacionales e intereses corporativos, hasta el punto de que la música ya no es un acto que alimenta el alma; simplemente es algo que haces para vender a marcas. Y eso me repugna. Cómo observo la posición que ocupo en el sector y lo que hago como artista no tiene nada que ver con mis perspectivas de antaño, de hace una década. Mi música ganó una nueva dimensión radicada en ese activismo, esa denuncia de lo mal que está el mundo: a estas alturas, paso de hacer música para nadie que no sea yo porque, en el fondo, ¿qué más da? Tampoco es que gane dinero con ello. Debo decir, sin embargo, que en ese sentido me siento muy afortunada de trabajar con Sacred Bones, que es una discográfica no solo de calidad excelente, sino también dirigida por gente muy honesta. Son como mi familia, siempre me han protegido y me han apoyado todo en lo que quería hacer.

Teniendo en cuenta que tu proceso de producción de estos temas ha sido mucho más colectivo de lo habitual, ¿en algún momento pensaste en cómo los recrearías en directo? ¿Cómo trabajas normalmente esa traslación?

Normalmente solía componer música pensando en los conciertos: intentaba crear cosas que pudieran ser fáciles de interpretar en las giras. Pero como la composición y producción de este álbum sucedió en una época que no había bolos, la traslación al directo ni se me pasó por la cabeza. “Hagamos el disco y luego ya se nos ocurrirá algo”, me dije. Y con “ocurrir” me refiero básicamente a hallar soluciones: no puedo girar con muchos intérpretes y eso es lo que realmente influye en la adaptación. Ahora es incluso peor que antes, debido a la inflación y el precio de la gasolina. Como mucho me puedo permitir una banda de tres integrantes. Pase lo que pase, tendré que conseguir que la música funcione en ese formato. Por supuesto me encantaría poder girar con una banda más grande, con más instrumentos e incluso coros. Pero en el mundo donde vivimos eso es simplemente imposible.

¿Te gustaría destacar algo más de tu futuro inmediato?

No tiene que ver con la música, pero estas últimas semanas he estado promocionando Arkhon, una bebida alcohólica que he creado en colaboración con Three Floyds, una pequeña destilería de Indiana. Me contactaron preguntándome si me interesaría manufacturar un aquavit que tuviera el sabor de mi bosque en primavera. Es un sabor muy terrenal, hecho a partir de ingredientes que pueden hallarse donde vivo: cardamomo, alcaravea, canela y algunos otros más. Nunca me hubiera imaginado que acabaría destilando una bebida espirituosa para acompañar a un álbum y nunca había colaborado en nada parecido, pero debo decir que ha sido una experiencia muy interesante. ∎

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