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Firma invitada / Caudillo Amarillo

La Policía del Buen Gusto

15. 10. 2024

H

ace unos días, en casa de unos amigos, presencié la bronca de estos a su hijo adolescente. No era una bronca a gritos, tampoco podría considerarse un rapapolvo. Era una conversación calmada, con un tono tranquilo y aleccionador. Los padres no amenazaban, sino que daban consejos de esos que dan los padres a sus hijos. No había que dramatizar en exceso. El chaval no había hecho nada particularmente grave. Al menos desde un punto de vista legal. No era ninguna travesura o gamberrada, ni tan siquiera era susceptible de terminar en un castigo.

Pero el chaval iba por el mal camino a ojos de la madre y el padre. Lo que había hecho su hijo era poner en el altavoz del salón un tema de reguetón. “Cada vez escuchas más reguetón”, dijo con severidad la madre. A continuación apercibió a su hijo, cargada de razones: letras machistas, glorificación de la masculinidad tóxica que suelen contener ciertas canciones… En cambio, la bulla del padre no iba por ahí. No había un componente moral. Las letras podrían ser el contenido de “Mi lucha” en verso y habría dado igual. El problema del padre era estético. Estaba decepcionado con su hijo porque el reguetón es un género musical de baja categoría, de escasa calidad. ¿Por qué el niño no escuchaba “música mejor”? El padre suspiró. Bramaba disgustado por el gusto de su hijo, pero por otro lado estaba aliviado por haber cogido el problema a tiempo. Como un médico que se abre paso en la calle a través de un grupo de viandantes que rodea a la víctima de un infarto. “No se preocupe, señora, La Policía del Buen Gusto va en camino”.

Al parecer, el drama de muchos padres es que su hijo no tenga sus mismos gustos musicales. Se han preocupado de moldear su melomanía poniéndole canciones de Low o Magnetic Fields desde la cuna, pero ¿no va el tío imberbe y prefiere escuchar mierda? Imagino a muchos lectores de Rockdelux afrontando este drama familiar. Esto no es una intuición, es un hecho objetivo. Mi amigo tiene junto al retrete una pila de antiguos ejemplares de la revista en papel. Como si cada vez que se sentara en el váter buscara un ataque de nostalgia musical.

Pero yo tampoco escapo a la rebeldía hortera de mi descendencia. Creo que nadie lo hace. Supongo que todas las madres y padres del mundo hemos aceptado que la crianza ha destrozado nuestro Descubrimiento Semanal de Spotify. Cero sorpresas si el Radar de Novedades ya no propone los temas recientes de Tindersticks o BEAK>, sino que solo suenan las últimas canciones de Aitana o Karol G. Ya estamos acostumbrados a que nuestro perfil esté vandalizado por las apetencias musicales de nuestros vástagos. El único desconcertado es el algoritmo, que no entiende que los gustos de una persona sean tan variados, que abarquen desde Cantajuegos a IDLES.

El otro día mi hijo me pidió que googleara cuál era la canción más reproducida en YouTube. La respuesta me sorprendió durante una milésima de segundo, lo que tardé en darme cuenta de que el carácter de la chavalada es obsesivo. “Baby Shark” es el tema más escuchado de la Historia, y lo es porque cada vez que termina de sonar una voz infantil exige en diferentes idiomas: “Otra vez”. ∎

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